Como Carreño de Miranda en la pintura, Luis Fernández de la Vega es en escultura la personalidad más robusta que ha dado Asturias al arte en los pasados siglos. Fueron coetáneos y cada uno en su facultad artística produjo obras maestras y conquistó fama que durará más de lo que ellas duren. No alcanzó la gloria de Fernández de la Vega los destellos de la conquistada por Carreño de Miranda, porque su campo de acción estuvo reducido a la región natal. Pero se compensa esto para honor de Asturias con el hecho de guardar toda la obra conocida del escultor, mientras apenas si posee una insignificante parte de la ejecutada por el pintor.
El hecho de que la obra artística de Fernández de la Vega se pueda admirar solamente en Asturias y que él no haya buscado más amplia y propicia plataforma para la consagración de su maestría, ha sido causa de que su fama no haya adquirido grandes vuelos y hasta permaneciera apagada por mucho tiempo después de su muerte. Fué Jovellanos en la carta a don Antonio Ponz, que va anotada como fuente al final de esta información, quien vino a reverdecer los laureles de este gran artista, “hombre benemérito que tenía oscurecido la ignorancia—dice—, y que debe reivindicar la posteridad la ilustre memoria de que se hizo digno”. y le califica de “uno de los mejores escultores españoles”.
No se sabe de fijo la fecha de nacimiento de Fernández de la Vega. “El tiempo de su nacimiento es hasta ahora incierto—dice Jovellanos—-, pero por mis cálculos debe referirse a los comienzos del siglo pasado” ( XVII). Autores posteriores, Ceán Bermúdez y Fuertes Acevedo entre ellos, fijan esos comienzos exactamente en 1600.
Nació en la aldea de Llantones (Gijón), hijo de don Luis de esos apellidos, de “familia agregada al estado noble”, y doña Catalina Argüelles, según Jovellanos, o doña María González, al decir que Ceán Bermúdez.
De los años de infancia y juventud, aquellos en que se formó la maestría del escultor, se sabe muy poco. Lo único cierto es que contrajo matrimonio en 1629 con doña María Argüelles y que se le nombró juez noble de Gijón en 1636.
Supone Ceán que despertada en la niñez, como es lo frecuente, la vocación artística de Fernández de la Vega, el padre le haya llevado a estudiar con el famoso Mateo Hernández a Valladolid, allí establecido a la sazón. La suposición nace de otra de más posible fundamento y es la que se refiere a las coincidencias de estilo entre ambos escultores. El propio Ccán Bermúdez, y más tarde Caveda y Nava con las mismas palabras exactamente (tomo I de la Biblioteca Histórico-Genealógica Asturiana, dirigida por Álvarez de la Rivera en Chile), dice a ese respecto: “En calidad de artista pertenece a la escuela de Gregorio Hernández, como podrá juzga cualquiera que conozca y compare el estilo y obras de uno y otro.”
Pero dejemos sobre esto la paz labra a Jovellanos. “Créese comúnmente—dice—que aprendió la escultura en su patria y que se perfeccionó en este arte en Valladolid, En confirmación de ello se refiere cierta patraña que contaré a usted (a don Antonio Ponz) para que se divierta un rato. Dícese que habiendo pasado Vega a Valladolid en seguimiento de cierto pleito, concurría con mucha frecuencia al taller de un famoso escultor de aquella ciudad; que viendo éste la rara afición del forastero a su arte, le preguntó si quería aprenderle; que Vega le respondió que sí, puesto que ya supiese en él alguna cosa; que entonces el escultor le encargó para muestra de su habilidad la formación de un mazo, y que Vega lo hizo esculpiendo en él los instrumentos de la sagrada pasión; pero tan bella y admirablemente, que al verle el maestro hubo de exclamar sorprendido: ¿o tú eres el diablo o el famoso Luis Fernández de la Vega?
No cuento esta patraña para que Usted la crea, pues tampoco la creo yo, porque ni parece verosímil, ni ignoro que, poco más o menos, se aplican iguales cuentos a otros profesores. pero la cuento para que ambos fundemos en ella nuestras conjeturas, que tal vez no irán descabelladas. Desde luego podemos valernos de esta tradición para dar por cierto el viaje que se supone de Fernández a Valladolid, viaje de otra parte muy verosímil, porque en aquellos tiempos anteriores a la fundación de la Audiencia de Asturias era muy frecuente el paso de los asturianos a Valladolid, en busca del Tribunal de apelación de las sentencias de sus jueces ordinarios. De más que habiendo servido el mismo Vega y su padre oficios de república desde principios del siglo, lo es también que pudiese hallarse más de una vez en necesidad de ocurrir a aquella Chancillería. Mas no por esto me atrevo yo a fijar la época de esta enseñanza. Bástame presumir que pudo ser durante el reinado del señor don Felipe IV, y mientras la corte residió en aquella ciudad, ya porque entonces había en ella mayor copia de excelentes maestros, y ya porque la edad de nuestro artista no permite atrasarla a tiempos posteriores.”
Jovellanos pone en duda que Fernández de la Vega haya sido discípulo en Valladolid del célebre escultor gallego. “Pero no pudiendo determinarse el tiempo—dicen que Vega pasó a Valladolid, ni por consiguiente combinarse con el de la residencia de Hernández allí, fuera muy aventurado este juicio.
Con todo, pues que algunas de las buenas obras de Vega se refieren al 1636, y en ella no se puede desconocer la manera de Hernández, no hay duda sino que el primero se debe colocar entre los escultores de la escuela o secta de este último.”
“No diré yo—prosigue Jovellanos—que encuentro más mérito en las obras de Vega que en las de Hernández; pero, aunque de estilo menos grandioso, Sus proporciones me parecen alguna vez más gallardas, y sus paños más ligeros y bien estudiados. El maestro pudo muy bien haber estudiado las obras de Juni en Valladolid y visto algunas de Cano, y sobre todo haber formado un estilo que sin duda se hace acreedor a ser colocado cerca de aquellos grandes maestros. Como quiera que sea, Vega se les parece también en haber estudiado y ejercitado con gusto la arquitectura, de lo cual dan testimonio los retablos de las capillas de Santa Bárbara y los Vigiles y el del altar de San Martín, en la Catedral de Oviedo; los de las iglesias de San Vicente y San Pelayo de la misma ciudad; el de la capilla de Nuestra Señora de la Barquera de esta villa de Gijón, y otros varios en los que se conoce la inteligencia de la buena arquitectura, aunque no negaremos que en algunos siguió los malos ejemplos que empezaron a corromper el gusto del ornato.”
A esos retablos citados deben añadirse, por lo menos, el de la iglesia de Santa Maria de la Corte, de Oviedo, y el de la capilla de la casa Malleza en la iglesia colegiata de Salas.
Anota Jovellanos como principales obras escultóricas de Fernández de la Vega las que siguen: las imágenes de las iglesias de San Vicente y San Pelayo, de Oviedo, talladas en el año 1638 y siguientes; “la medalla de medio relieve que se ve en la capilla de los Vigiles”, de la Catedral, ejecutada en 1640; una imagen de la Concepción en la capilla de la familia Prado de la iglesia-colegiata de Salas; la Santa María Magdalena y el Angel Custodio, en la capilla del Carmen, de Gijón; un San José y un San Antonio (de más tamaño que el natural), en la capilla de los Valdeses, de la misma villa, ejecutadas ambas imágenes con anterioridad a las más de las citadas.
Sobre el estipendio recibido por estas últimas tallas, acompañadas de sendas figuras de niño, anota Jovellanos: “Por escritura que dicho señor (don Fernando Valdés) otorgó ante el escribano Lucas de Jove en 8 de mayo de 1636, consta que en pago de ellas dió y vendió al señor Luis Fernández de la Vega un molino con su presa, cauce y casa, la cuarta parte del monte del Caliero y la octava parte de los montes, tierra brava y árboles frutales que poesía en término de Llamedo; y para que se vea cuán bien sabía el artista apreciar su noble profesión y estimar su trabajo, se halla en la escritura (de que tengo copia) la cláusula siguiente: y el dicho señor Luis Fernández de la Vega dijo que, sin embargo de que la hechura de las dos imágenes y niños referidos, con sus peanas, valen más cantidad del valor que tiene el dicho molino y hacienda, que arriba se refieren, de la tal demasía hizo asimismo gracia y donación al dicho señor don Fernando de Valdés, etcétera. Así es, amigo mío, cómo se criaban buenos y honrados artistas cuando los dueños de obra sabían apreciarlos y recompensarlos; y así es como las artes lograban aprecio y recompensa, cuando había artistas que sabían honrarlas y ponerlas en crédito.”
A las obras escultóricas recordadas por Jovellanos anteriormente habrá que añadir otras que anota Ceán Bermúdez, como son: Nuestra Señora y sus angelitos, en la capilla de Begoña, de Gijón, y las efigies de San Juan y San Telmo, en la de la Barquera, de la misma villa.
Asegura Jovellanos que en 1675 otorgó Fernández de la Vega testamento y dejó de existir en Oviedo el 27 de junio de ese mismo año. Dada la escrupulosidad y seriedad empleadas siempre por este insigne investigador, si el verdadero año del fallecimiento fuese 1674, como anota Rendueles Llanos, tomado de la partida de defunción misma, habría que pensar en una errata posible. Ambas fechas se anotan por otros autores. Ceán Bermúdez y Caveda y Nava dan el año 1675, y Rato y Roces y Fuertes Acevedo el 1674.
Referencias biográficas:
Anónimo.—Noticias referentes al escultor asturiano Luis Fernández de la Vega, natural de Llantones. (MS. del siglo XV, en la Biblioteca del Instituto de Jovellanos.)
Jovellanos (Gaspar Melchor de).—Noticias del escultor D. Luis Fernández de la Vega. (Carta décima A don Antonio Ponz, en el tomo Il de Obras publicadas e inéditas de D…, colectadas por D, Cándido pocedal, Madrid, 1859.)