Escritor contemporáneo, fallecido, hermano de los dos de que se da noticia a continuación.
Si dijéramos que Atanasio Rivero fue uno de los escritores más castizos e ingeniosos de las letras españolas contemporáneas no habría hipérbole en la afirmación. Que un escritor sea más o menos conocido, y Atanasio Rivero, el Bachiller Atanasio Rivero, apenas lo fue en España, no puede servir como regla general para la valoración de él. Para que su fama fuera poco extensa bastaron dos circunstancias: que floreció en tierras de América, más concretamente, en Cuba, y que derrochó a raudales su talento, su vasta ilustración, las sutiles agudezas de su ingenio y su aticismo, tirándolo todo a la sima de la prensa periódica. Le podrían salvar del olvido y la inconsideración en que se le tiene en España, donde sólo lo recuerdan algunos eruditos cervantistas, si se conocieran algunas de las escasas producciones que ha dejado en forma de libro. Hay dos entre ellas que bastan para sustentar una alta reputación literaria, ambas publicadas en la Habana, donde fueron deleite y regocijo de cuantos tuvieron la dicha de leerlas, que ni fueron ni son muchos, porque se trata de libros que han pasado a ser manos de muy raro hallazgo. Me refiero a la novela de mayorazgo de Villahueca y al cuento Pollinería andante, monologo humorístico de lo que le pasó a Sancho Panza al ir caballero en una borrica, y que suele ser retrato de lo que sucede muchas veces entre humanos.
Atanasio Rivero tiene su más exacto parecido con el famoso Mariano de Cavia: grandes hablista y grandes humoristas ambos y ambos semejantes en el derroche diario para los periódicos de las excelsas cualidades que les daban personalidad de escritores de primera línea. Fue Rivero, como dice Oscar García en El libro del Centro Asturiano de la Habana, «estilista de chispeante ingenio, mordaz y donairoso, cuyo dominio de la lengua vernácula le ha colocado en puesto de honor entre Ios cervantistas». Fué, además, hombre sencillo, desprovisto de audacia y ambiciones materiales, modesto sin artificios, fundamentalmente bueno y un poco bohemio”.
Desconocemos la fecha de nacimiento de este insigne escritor. De los comienzos de su vida sólo sabemos lo que medio en broma medio en veras confesó a Alfonso Camín en una entrevista literaria. Por ello podríamos deducir que su nacimiento habrá tenido lugar entre los años 1865 y 1870. Dice Atanasio Rivero: “Soy de Oviedo—y no es alarde—fui a la escuela, como el que más, y estudié como el que menos. No recuerdo de mi infancia más que la cara de mi maestro, que era barbada y aborrascada, y unos calzones rotos, que debí traer luengos días, porque aun los tengo entre ceja y ceja. Fui campanero amateur de la Catedral. ingresé en el Instituto sin saber cómo y estudié algunos años sin saber para qué. Se sabe que mi bachillerato fué algo serio y algo glorioso…Lo cierto es que salí suspenso, por junio, de las trece asignaturas, y que en setiembre me aprobaban en todas por quitarme de delante. Estudié dos años de latín sin entender que lo estudiaba para saber hablarlo. De esto salí en faldeta. En el transcurso de mi vida literaria me hizo falta codearme con Cicerón y con Horacio, y hube de inventar un latín macarrónico que me sé al dedillo. Pero, ¡ni Dios lo entiende!…La mocedad era, en tiempos de la mía, pendenciera y borracha. En vez de estudiar, bebíamos, en vez de leer, bailábamos y cultivábamos la moza, hostigados por el afrodisíaco alcoholismo. En Asturias se sabe sin estudiar. No hay explicación posible, pero es cierto. Aquí estoy yo, que me doy a cata y cala. No estudié nada, no estudié nunca, y sostuve airosamente mil pendencias literarias y políticas».
Después de algunos años como mal estudiante se hizo telegrafista y pasó a prestar servicios en la villa de Salas; De esas actividades como telegrafista cuenta él mismo: “Fui telegrafista Breguet en ferrocarriles y telegrafista Morse en el Estado. Hice algunas gansadas notables. Instalé un artificio para transmitir, recibir y dar paso sin levantarse el funcionario de la cama. El invento hizo época. El director de la provincia, un hombre piadoso, que lo vió, me pidió cuenta rigurosa de aquella diablura. Se la expliqué y salió de la oficina hipando y haciéndose Cruces. Mas tarde dijo al personal de telégrafos de Oviedo que yo olía a azufre. Me adelante a mi tiempo, suprimiendo del Morse el aparato de relojería y recibiendo siempre a oído. En ocasión de apuro, recibí a ojo cuarenta telegramas seguidos…En la estación telegráfica que yo regia trabajaba veinticuatro horas diarias. Me echaron encima, el cargo de administrador de Correos, sin ningún aumento de viático, y como las diligencias pasaban durante toda la noche, porque la nieve de los puertos y aun la del llano no les permitía tener hora fija, allí estaba yo centinela alerta. Cualquier otro burro se hubiera echado con la carga. Yo resistí cuanto pude y, por fin, me eché, Me eché de cabeza al mar. Ganaba yo por aquellas veinticuatro horas de trabajos forzados quince duros al mes”.
“Este pueblo de mis hazañas – continúa Rivero – se llama Salas, y me dispensó muy gentilmente cuantas bondades pude desear. Fundé una Sociedad de recreo que murió el mismo día que abandoné mi cargo; establecí las Fiestas de Agosto, que aún se celebran, y me atreví con una velada literaria, que tuvo tres perendengues. El día de la inauguración salí a caballo, me tomó una tempestad en el camino de pasto y rozo y regresó a Salas ya pasada la hora de la apertura. La Dirección no se atrevió a comenzar la velada; el público esperaba sentado y ya serio de inquietud, cuando llegué yo. Para evitar el fracaso, me apeé de rocín, subí al fundo social y tomó posesión de la tribuna, calado hasta el tuétano, enlodado hasta los corvejones y con las espuelas puestas. Espléndida ovación. La segunda ovación explotó cuando, sin darme cuenta, me tosió de un solo sorbo todo un vaso de grosella puesto al alcance de mi sed, excitada por la charla. El público creyó que la grosella era vino de toro y se fué tras el señuelo. Al final de la fiesta se celebró un plebiscito cobre si se me nombraba benemérito de la patria o si se me hacía un homenaje de tortilla de chorizo. Venció el chorizo. Así empezó mi vida literaria”.
El porvenir de la adolescencia y, algo menos, de la juventud asturiana sin caminos fáciles en la tierra natal, estaba por aquella época y siguió estando largo tiempo en América. Atanasio Rivero no era ya un adolescente, sino un hombre con toda la barba o todo el bigote, como él mismo diría, y resolvió tentar a la fortuna allende el mar,ya que por tierras conocidas ni llevaba trazas de vislumbrarla siguiera algún día. En el año 1893 emigró a Cuba. En la Habana desarrolló persistentes diligencias para entrar a trabajar en algún comercio, pero en todas partes se le rechazaba porque ya estaba muy crecidito para entrar en el escalafón cerrado, de uso riguroso entonces, por donde había de entrar, por el último puesto. A la mala acogida en el ambiente comercial correspondió el literario con atracciones simpáticas, y vivió entre escritores y artistas una vida un tanto bohemia,estimado por su prendas intelectuales y morales.
Oscuro también su porvenir en la isla, ya sacudida por los azares de la guerra que le dió la independencia de la soberanía española, y aquejado por quebrantos de salud decidió trasladarse a tierras mexicanas. De aquí pasó luego a la República del Salvador.
En El Salvador, como en Cuba, al igual que en Méjico él en este país se hubiese quedado, el campo de sus luchas tenía que ser el literario, porque, además, sentía por esta forma de luchador sus más hondas inclinaciones. Prosigue él mismo refiriéndose a su acomodación en El Salvador. “Fustigado por un cómico —Rafael Galbán—, que vió en condiciones de escritor y que tenía crédito hasta veinte pesos en una imprenta, fundó un periódico a lo que se le deparara. Salió algo malicioso; lo alabaron los críticos, me fui adelante con el cebo y resultó un satiricón de tomo y lomo. El periódico se llamaba Sancho Panza, y se popularizó tanto, que las viejas solían pedir en el mercado: “Deme medio de pan, medio de queso y medio de Sanchito Panza”. Mi nombre quedó acurrucado en mi fe de bautismo, y desde entonces fui Sancho. Un ministro de Fomento, del que fui secretario particular,a los cuatro meses de estar a su lado, me telegrafiaba a mi nombre de El Salvador: Señor D.Sancho Rivero”.
En la República salvadoreña se vio envuelto en una de sus frecuentes revoluciones. Sucedió esto cuando se formó la República de Centroamérica con las de Honduras, Nicaragua y El salvador, con la capitalidad en la primera, con lo que no estuvo la última conforme, por lo que se levantó en armas contra el acuerdo. “Conspiremos—dice—, y la conspiración prendió como la pólvora. A los doce días de República mayor, la echamos abajo. Se dió el cuartelazo en trece Estados a la vez, y se ganaron doce de los trece cuarteles, a nombre de la República salvadoreña y de su presidente, el general Tomás Regalado, hombre valentísimo, pendenciero y borrachón. Nicaragua y Honduras no quisieron reconocer el nuevo estado de cosas, y nosotros tocamos a generala en montes y collados…Ascendí a coronel en la toma de Cojutepeque, que no nos costó más de seis disparos. Al día siguiente, para acreditar mi sueldo, en vista de mi heroísmo, pasó revista de coronel…mi coronelato se empareja con mi bachillerato: fui bachiller sin esgrimir un libro y llegué a coronel sin mancillar el sable”.
El coronel Sanchito dejó El Salvador pasado algún tiempo y volvió a ser vecino de la Habana, donde formó el hogar propio en matrimonio con doña Aurora Quiroga y donde ya residió el resto de sus días, aunque no los haya terminado en Cuba, su segunda patria, como probablemente habría supuesto.
Su segunda entrada en la Isla fue la de un escritor en plenitud y a esta dedicación consagró sus afanes más íntimos y nobles. Aparte de algunas otras producciones ligeras en prosa y verso, diseminadas en diferentes publicaciones cubanas, desde 1901 tuvo tribuna propia en el Diario de la Marina, en el que fué durante muchos siglos una de las plumas que más contribuyeron al auge de ese periódico. Como dice Cándido posada, “sus Pistos manchegos primero, y sus comidillas después, eran una delicia. La prosa y el verso no tenían secretos para él. El asunto más baladí tratado por su pluma adquiría proporciones admirables. Su estilo inimitable—mitad clásico y mitad moderno y…asturiano—hacía reír y pensar profundamente a sus admiradores, que formaban legión”.
Con la misma puma que rendía la jornada cotidiana periodística produjo obras de creación, manos de las que convendría a la perdurabilidad de su fama, que no contribuyeron menos a consolidar su gran prestigio literario en la isla. Entre esas producciones figuran dos cuentos que ganaron los dos primeros puestos en concursos públicos: el primero, el ya citado Pollinería andante, que, resultando muy superior a los otros presentados estuvo a punto de ser desechado porque pareció a algunos elementos del Jurado calificador que contenía alusiones que estaban obligados a no amparar, pero se impuso a todos la poderosa fuerza de la originalidad y del ingenio del cuento mismo. El otro primer premio lo conquistó en el Certamen literario con que el Centro Asturiano celebró en 1911 las bodas de plata de su fundación llevaba por título el de Virgilio, gran patriota, deliciosa ironía del que era maestro en ella.
Al florecimiento de ese mismo Centro Asturiano entregó Atanasio Rivero no pocos entusiasmos, pero sin ocupar puestos de mando de los que huyó siempre, reconocido su valimiento, sin embargo, desde 1907 con designación de socio de Honor.
Era Atanasio Rivero un espíritu empapado en las lecturas de los clásicos castellanos, a los que conocía profundamente, sobre todos, a Corvantes,al que admiraba idolátricamente. Tan hondamente conoció su vida y su obra, que pudo presentarse como descubridor de los secretos que continúan rodeando una y otras. Sus amigos íntimos sabían que trabajaba ahincadamente en dilucidar esos secretos. Lo fundamental de su labor es que había descubierto que el Quijote estaba escrito con doble sentido, uno el que podían leer todos y otro el que mediante una combinación matemática de sus letras permitían el reconstrucción del texto que quiso ocultar Cervantes bajo la forma presente. A nadie, que se sepa, confesó jamás que se trataba de un artilugio de su invención, muy adecuado a un ingenio travieso y burlón como lo era el suyo en altísimo grado. El aseguraba, con muestras de invulnerable convencimiento, que todo el texto del Quijote estaba trazado, es decir, escrito con las mismas letras de otro texto que él reconstruía ante Ias miradas bobaliconas de quienes le pidieran una prueba. “Fui a Madrid con la traza—dice—el año 14; pero una pulmonía que me dejó como un guiñapo, me volvió a Cuba cantando bajito, a sin que yo descubriera a nadie mi secreto”. Lo probable es que en Madrid, al compulsar textos de que no dispondría en Cuba, haya determinado no descubrir el secreto hasta no darle todos los toques y retoques que le permitieran presentarlo sin fallos y como la exactitud misma del sistema destrozador que había inventado. Era de sobra temeraria la empresa de convencer a los Inteligentes de una traza de tan magnas proporciones, cuando era sistema que sólo se había admitido en frases sueltas y aun así estaba totalmente desacreditado.
Pero en 1916 volvió a Madrid con su secreto o con su broma de gran calibre. Desde las columnas del diario Madrileño El Imparcial comenzó a lanzar en una serie de artículos, por lo demás, magistrales de lenguaje y estilo, jugosos de gracia y humorismo, el gran descubrimiento del texto oculto bajo el texto aparente del Quijote. Todas las plumas cervantistas, que son legión en España, se movieron para terciar en el asunto, y el asunto absorbió – como pocas veces sucede en empresas literarias – la actualidad española. Claro que los más de cuantos terciaron públicamente en la cuestión se mostraban escépticos, polémicos o combatientes, pero el hecho mismo de la mediación demostraba que habían tomado en serio el asunto. Hubo plumas que, como la de Rodríguez Marin, creyeron al autor del revuelo un alucinado o sugestionado de buena fe, pero portador de falsa mercancía, como se pudo demostrar con anacronismos y contradicciones en que Cervantes no podía haber incurrido en el texto que Rivero iba descubriendo con su infalible sistema. Pero el propio Rodríguez Marin hubo de tributar pleitesía a Rivero con estas palabras: “Los mismos que hemos patentizado la equivocación procederíamos con mala fe, si no estimásemos al luchador de La Lucha por un excelente periodista de pluma ágil, de movido y agradable estilo, de vocabulario copioso y pintoresco, de ingenio fértil y lozano, que sabe travesear de lo lindo, derrochando la sal morena y donairosa.., De las notables dotes de escritor de que ha hecho gala el Señor Rivero no habríamos tenido noticia sin el ruidoso yerro de quien las posee”, El caso fué que todos cuantos se pusieron mas o menos abiertamente contra Rivero, no lo hicieron sin reconocer que estaban ante un maestro del bien decir, y en breves días alcanzó una fama de escritor que otros no han conquistado en años y su nombre rodó entre admiraciones hasta más allá de las fronteras españolas. ¿Sería esto lo que se había propuesto Atanasio Rivero? Si esto era lo consiguió en medida colmada. puesto Atanoslo Rívero?.8í esto era lo consiguió en medida colmada. Pudo decir como Julio Cesar : legue, vi y vencí. Se le hicieron ofer as por periódicos y casas editoras para que se quedara en Madrid pero su vida estaba ya demasiado vinculada a Cuba,donde,a pesar de los ofrecimientos,estaba seguro de desenvolvería más fácilmente, y, después de recibir el agasajo de sus paisanos, que consistió en un banquete en el Centro Asturiano madrileño, ya desaparecido, regresó a su amada lisa, seguramente con la satisfacción de haber triunfado, aunque el triunfo haya parecido un fracaso a mucha gente. Conviene advertir que todo ello sucedió (1916-17) bastante antes del golpe de estado del general Primo de Rivera, que no pudo interrumpir este litigio literario, como supone Candido Posada.
En torno a ese asunto escribió el libro El crimen de Avellaneda, referente al autor encubierto de la segunda parte apócrifa del Quijote, que Atanosio Rivero asegura estar escrita por Gabriel Leonardo Albión y Argensola, sobrino de los famosos poetas de este apellido, con la colaboración del también conocido poeta Antonio Mira de Amescua. Ruiz Castillo recogió en otro volumen, El secreto de Cervantes, los principales artículos de esa ruidosa e interesante polémica, y Rodrigues Marín publicó el folleto El apócrifo “Secreto de Cervantes”, con los cinco remaches definitivos que, efectivamente evidenciaron la no existencia de la traza riverista.
Continuó Atanasio Rivero en la Habana esparciendo por todos los ámbitos de la isla la gracia de su inimitable pluma desde la famosa sección Comidilla, que trasladó en sus últimos años al periódico El Mundo.
A vueltas con una vieja y grave afección bronquial, origen de un asma pertinaz que él llamaba humorísticamente la ruin, con deje asturiano, hizo un tercer viaje a Madrid con la esperanza de encontrar la panacea en unos lavados pulmonares que efectuaba con éxito el Dr. Vicenti. Pero su organismo tenía ya escasas resistencias para combatir el mal, y falleció en un sanatorio de Madrid el 3 de enero de 1930.
Obras publicadas en volumen:
I.—El mayorazgo de Villahueca. (Habana, 1904: novela).
Il.—Duelos y quebrantos. (Habana, 1905; ensayos).
III.—Pollineria andante. (Habana. 1905; cuento premiado).
IV.—El crimen de Avellaneda. (Madrid, 1916; sobre el autor del falso Quijote).
V.—El secreto de Cervantes. (Madrid, 1916; polémica sobre la traza del Quijote)
VI.—EI bien de España en Cuba, (Habana, 1921; sobre la labor de las Sociedades creadas y sostenidas por la colonia española).
Referencias biográficas:
Camín (Alfonso) – Una entrevista. (En el libro Hombres de España y América, Habana, 1925) trabajo reproducido en la revista norte, de Madrid.
Idem.- Los últimos momentos de Atanasio Rivero. (En Norte, Madrid, mayo de 1930)
Posada (Cándido).- El Bachiller Atanasio. (En el Progreso de Asturias. Habana, 29 de febrero de 1936).
Rivero (Atanasio)- Alusiones. (En su libro El secreto de Cervantes)
Rodríguez Marín (Francisco)- Alusiones. (En el folleto El apócrifo “Secreto de Cervantes”. Madrid, 1916).