Eclesiástico que fué famoso en Oviedo en el primer tercio del Siglo XIX por su postura intransigente. Nació en San Andrés de Linares (Langreo) el 2 de octubre de 1771.
Cursó toda la carrera eclesiástica en la Universidad de Oviedo tres años en la Facultad de Filosofía y nueve en la de Teología. En esta disciplina alcanzó el grado de bachiller en junio de 1792 y dos años después los de licenciado y doctor, con fechas 18 de junio y 12 de julio (1794) respectivamente.
Fué luego en esa Universidad profesor auxiliar de varias asignaturas. Hizo varias oposiciones a cátedras en propiedad, que perdió, como perdió también otras que hizo a una canonjía en el obispado de Orense. Pero en este mismo año (1796), el 2 de marzo, alcanzó un triunfo de opositor: una cátedra en propiedad de la facultad de Filosofía.
También en ese mismo año opositó a curatos del obispado ovetense y le fue adjudicada la parroquia de Santa Maria de los Cuquillos, que prefirió a la cátedra y regentó desde 1797 hasta que fué trasladado a la de San Félix de Lugones en 1803.
Nada se sabe de él, aparte esta última noticia, desde que sale de Oviedo hasta que vuelve a la ciudad en 1812, a ocupar en el obispado la canonjía de magistral que había ganado en brillantes oposiciones. En este intermedio tuvo lugar la invasión francesa de 1808, contra la que se continuaba combatiendo en aquella fecha, y es lo más probable que haya participado de algún modo en la gesta a favor de su patria; pero también es no menos probable que, dado su reaccionarismo, del que hablaremos en seguida, se haya manifestado contra la labor desarrollada por los legisladores reunidos en Cádiz para restaurar el Estado y la vida de los españoles.
Tampoco se conocen noticias concretas de su vida hasta que triunfó la revolución constitucionalista del año 1820. Entonces fue cuando, al parecer, su oscura personalidad adquirió inusitados brío y relieve. Aceró la pluma y la palabra y emprendió rudos combates contra todo cuanto significaba tolerancia y libertad; arremetía con bravo ardor contra todos cuantos invocaban algún principio liberal y, en sus excesos, riñó batallas frente a los gobernadores del obispado (cuya mitra estaba entonces vacante) por estimarlos contaminados de liberalismo.
Lo peor fue que arrastró con sus inflamadas arangas a bastante gente que pagó, obcecada por él, aquellos arrebatos. Entre esos secuaces suyos figuraba su sobrino Alejandro Lamuño, bachiller en Cánones, que pagó en la horca, en Oviedo, un fracasado levantamiento absolutista.
De este suceso dice Dionisio Menéndez de Luarca en su Biografía del Excmo. e Ilmo. Sr. D. Rafael Tomás Menéndez de Luarca: “La terrible sentencia estaba para cumplirse; el joven sentenciado entró en capilla. Pero los realistas de Oviedo no podían conformarse con la ejecución de Alejandro Lamuño. A su tío se propusieron varios medios para salvarle, en todos los cuales entraba como principal elemento la inteligencia con el reo. Tratábase de una fuga que se debía realizar camino del patíbulo. Era el sitio designado la Magdalena del Campo, hoy calle de Pelayo. Según el plan concebido, al llegar a dicho punto la fúnebre comitiva, os conjurados desmontarían al reo de la caballería menor en que, desde la cárcel-fortaleza al Campo de San Francisco, sitio designado para la ejecución, era conducido Lamuño. Benevolencias obtenidas en la escolta y la multitud que se apiña en estos casos para ver el cortejo fúnebre, favorecerían el proyecto. Un caballo convenientemente dispuesto debía esperar a cierta distancia, y montado que hubiese en él D.Alejandro, podía ser considerado en salvo. Mas el plan, por bien concebido que estuviese, no prometía éxito seguro; por lo cual don Pablo, más celoso de la salvación eterna de su sobrino que de su vida temporal, no aceptó el atrevido proyecto: Que se prepare a bien morir mi sobrino, que nada le distraiga—dijo—,que nada comprometa su eterna salvación. Y el plan fue desechado, pero no cejaron los realistas en su propósito. Cuentan que se trató con el verdugo…Llegó el reo al patíbulo, y sentado en el fatal banquillo, hizo su oficio el ejecutor. Pero he aquí que, al levantar éste el pañuelo que cubría el rostro del ajusticiado, abrió Lamuño los ojos. No estaba prevenido. D.Pablo se opuso tenazmente, como ya hemos dicho, a que al sobrino se le hiciesen concebir humanas esperanzas. ¿Qué pasó entonces? Arrojamos un velo sobre la escena. Sonó un tiro, que no disparó un soldado…y Alejandro Lamuño, piadosamente pensando, subió al cielo”.
Esta última parte del relato y la insinuación que en él va envuelta son cosas no comprobadas y seguramente no han ocurrido.
Esta conducta del canónigo Roces Lamuño le granjeó antipatías y rencores. Pero cuando volvió a triunfar la reacción absolutista apoyada por la segunda invasión francesa, en 1823, esa misma conducta lo favoreció para su prosperidad y brillo. Entre otras distinciones figura la de beber sido reelecto varias veces rector de la Universidad desde 1823 al 33.
Desconocemos otros detalles de su vida y fecha de fallecimiento.
Obras publicadas en volumen:
I.—Bosquejo de la carta pastoral expedida por los gobernadores y vicarios generales del obispado de Oviedo, en 20 de agosto de 1822 (Oviedo, 1823; folleto).
II.—Sentimientos de un católico, apostólico y romano contra el irrisorio, cismático y escandaloso oficio dirigido al Cabildo de Oviedo en 30 de setiembre de 1821, por el jefe político de Asturias. (Oviedo, 1824; folleto).