Político y periodista contemporáneo, fallecido, que fué muchos años alcalde de Avilés, donde nació en 1846, hijo de don Fermín Álvarez Mesa y doña María Arroyo. Padre del reseñado a continuación. Residente en Madrid en sus primeros años, aquí recibió la segunda enseñanza hasta graduarse de bachiller. De nuevo en la villa natal, en ella residió siempre consagrado al periodismo y la política, casado con doña Carmen Menéndez.
Sus primeros trabajos periodísticos se publicaron en el semanario El Eco de Avilés (1886), el más antiguo de los periódicos editados en esa villa. Tres años más tarde (1869) fundó él mismo otro semanario, La Luz de Avilés, que vivió hasta 1890. En este periódico publicó innumerables artículos políticos de tendencia liberal, que acreditaron su seudónimo Fray Zurriago de Rondiella. Al dejar de publicarse este periódico fundó El Diario de Avilés, que estuvo bajo su dirección hasta desaparecer en 1914. Redactaba para él cotidianamente, además de otros trabajos sueltos, la sección Algo para todos, que, siempre amena, la temían por mordaz sus enemigos políticos y no dejó de valerle disgustos y contratiempos. Colaboró también con asiduidad en diversas publicaciones locales, como La Semana, El Veto y otras que le debieron crónicas muy interesantes. Usó también el seudónimo de Blas. Fué polemista de grandes recursos y orador de palabra fácil e ilustrada. Puede afirmarse que la historia del periodismo avilesino desde su comienzo en el siglo XIX y los dos primeros lustros del XX desarrollado en torno suyo principal protagonista.
Sus actividades de escritor y orador estuvieron dedicadas casi exclusivamente a la defensa de la política liberal, como figura de primer plano, que sostuvo muchos años de diputado a Cortes por el distrito a don Julián García San Miguel, segundo marqués de Teverga. Dice a este respecto Ramón Peláez: “Liberal de pura cepa, muy siglo XIX, y demócrata por temperamento, tenía aquel ilustre y simpático avilesino una inteligencia y una cultura muy superior a todos los que componían el estado mayor del liberalismo, incluso su jefe el marqués de Teverga, que en más de una ocasión hubo de reconocerlo, cediendo a las imposiciones del líder de su partido, acatando sus decisiones.” Durante esa larga época de cerca de cuarenta años, que concluye en 1907, fué de los que más denodadamente lucharon por el sostenimiento de esa situación, con la pluma y diferentes actividades usuales en la política. Asegura el citado escritor que por carecer de ambición personal y no darle importancia a los bienes materiales, cuando pudo serlo todo, ascendiendo a los altos puestos de la administración y de la política del país, en los buenos tiempos del marqués de Teverga, a todo renunció por no abandonar su pueblo natal, al que quería sobre todas las cosas, y aquí vivió siempre, modestamente, y murió poco menos que en la pobreza. Nunca ambicionó otro cargo público que la Alcaldía de Avilés, que prestigió y honró muchos años, desempeñándola con decoro político”. A partir de julio de 1897 desempeñó la Alcaldía casi sin interrupción como alcalde insustituible. Su gestión como tal, aunque discutida por las parcialidades hijas de los iconos políticos puede recordarse como ejemplar en muchos aspectos. “Con el bastón bajo el brazo y las manos cruzadas a la espalda, pose habitual en él—sigue diciendo Ramón Peláez—, daba largos paseos por los barrios populares, generalmente solo, viendo y examinándolo todo con ojos inquisitivos. Se detenía a cada paso para atender complacidamente a hombres y mujeres de las clases más humildes, que le salían al paso para pedirle auxilio económico o una recomendación. A todos atendía amablemente don Floro, pues a todos procuraba complacer aquel popular alcalde: a unos, con la limosna, dada discretamente; a otros, con la tarjeta de recomendación solicitada, y a todos, invariablemente, con un consejo amable, dado con gracejo.”
Era hombre de palabra intencionada en todo momento, hasta en los que se pueden considerar como más solemnes en la función de alcalde. Don José Martín Fernández nos recuerda la siguiente anécdota: “Siendo alcalde—dice— se celebraba bajo su presidencia en el Ayuntamiento una sesión para tratar asuntos de extraordinaria importancia, por lo que había acudido numeroso público. Comenzado el acto, uno de los ediles, al formular algunos ruegos y preguntas, lo hizo con tal amenidad que provocó la risa del público. Como la risa fuese en aumento, otro de los concejales pidió al alcalde que impidiese la continuación de aquel desorden. Don Florentino, entonces, adoptando un aire grave, hizo sonar la campanilla, y, dirigiéndose a la concurrencia, dijo: “Suplico al público que guarde compostura y no se ría de los señores concejales…” Con lo cual la hilaridad fué aún mayor.”
Entre sus medidas de orden público hubo una, casi draconiana, a que alude también el citado don José Martín Fernández, sobre la embriaguez. “El fué quien acabó —afirma— con los beodos que pululaban por nuestras calles, dando orden a los agentes de la autoridad para conducirlos a la cárcel, y, una vez allí, un barbero les afeitaba con esmero barba y bigote, consiguiendo de este modo limpiar de borrachos las calles de Avilés.”
Resultaba el castigo una especie de sambenito afrentoso, porque el uso del bigote, cuando menos, era regla sin excepciones. Y cuentan que si algún borracho llegaba a la cárcel sin ninguno de esos dos aditamentos capilares, porque no los usase y porque fuese reincidente, le afeitaban la cabeza o una parte de ella nada más. Nosotros recordamos de nuestros años adolescentes que sobre esta medida del alcaide se contaban muchas incidencias. La imaginación popular tuvo sus humoradas para el propio alcalde también. Retenido en una ocasión en su casa por enfermedad, se atribuyó la ausencia en la calle a que los serenos, habiéndole encontrado una noche borracho, fingieron no conocerle y le llevaron a la cárcel, donde el barbero le había desposeído de la hermosa barba blanca que le adornaba como a un gran señor de otros tiempos.
Desempeñó también otros cargos públicos y privados, entre los primeros el de presidente de la Junta local de Salvamento de Náufragos, al constituirse en 1897. Estuvo condecorado con la gran cruz de Isabel la Católica, que le fué concedida con motivo de una visita regia a la villa en 1900.
También dedicó actividades a empresas de carácter industrial, entre las que figuró una importante fábrica de pan, bajo la razón social de Mesa y Muñiz.
En los primeros años del siglo XX, después de varios lustros de tranquilidad política local, surgieron de nuevo las luchas nacidas del afán de un cambio de situación, que llegaron a extremos criminales, al punto de costar la vida de manera alevosa a un hijo del alcalde Álvarez Mesa. Por fin, el cambio político se produjo en 1907 con la derrota del diputado liberal don Julián García San Miguel y el triunfo electoral a favor de don José Manuel Pedregal, que militaba en las fuerzas acaudilladas por don Melquíades Álvarez, después partido reformista. Desde entonces las actividades políticas y el predicamento de Álvarez Mesa entraron en período de rápida decadencia, hasta ponerles él mismo remate con el retiro a una finca inmediata a Avilés, llamada El Caliero, donde vivió una ancianidad de anacoreta. Sólo desarrolló entonces una temporada algunas actividades de escritor con la publicación de unos artículos intitulados crónicas avilesinas, en la revista Ilustrada Asturias, de la Habana.
En la mencionada posesión de El Caliero dejó de existir el 14 de octubre de 1926.
Referencias biográficas:
Peláez (Ramón). — Avilesino olvidado: Don Florentino Mesa y Arroyo. (En el diario La Voz de Avilés, 16 de diciembre de 1934.)