ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ALVAREZ (Nicanor)

Dibujante y también escritor contemporáneo, que ha hecho famoso en Argentina, donde reside desde hace un cuarto de siglo, su seudónimo Alejandro Sirio, especialmente como ilustrador. Nacido en Oviedo el 26 de octubre de 1890. Hijo de don Ramón Álvarez y doña Carmen Díaz, en modesto hogar de trabajadores

Después de recibida muy aprovechadamente la instrucción primaria y sin otro porvenir que el de ser un empleado de comercio, decidió probar fortuna en la emigración y llegó a la Argentina en julio de 1910.

Sus ilusiones de emigrante tropezaron bien pronto con una amarga realidad. Lo ha dicho él mismo en una entrevista con Luis Roberto Altamira, de la que son estas palabras: “Me vi solo, desamparado, sin ningún conocido, sin lumbre de hogar, entregado a los caprichos de la suerte como una astilla a las furias de una catarata.” Breve fue, sin embargo, esta penuria: a los veinte días comenzó a asomar el sol en la negrura de su horizonte. “¡qué veinte días, señor!» Salía muy temprano del caserón donde dormía, con un pedazo de pan en el bolsillo. Caminaba sin rumbo fijo. Pedía colocación en cualquier tienda, almacén o negocio que hallaba. Al venir la noche, muerto de frío, cansado, con las medias rotas, sin obtener nada, volvía al conventillo y entraba a mi cuarto para aislarme del mundo. Para llorar sin ser visto. Para morder el colchón. Encuentra colocación de dependiente en una tienda, que deja poco después para ocupar un destino en una fábrica de calzado, bien retribuido.

Aquí comienza a ejercitar su latente vocación para el dibujo. “Los domingos —dice él mismo—eran días de fiesta para mí, pues los pasaba dibujando. De esta locura de estar siempre haciendo líneas rectas y líneas quebradas no he podido curarme hasta la fecha.” Dejó luego su plaza de la fábrica de calzados para desempeñar la de cajero en una tienda, destino mejor remunerado y que le dejaba más tiempo libre para dedicarlo a su arte.

Solo, sin acudir a Academias ni recibir lecciones de nadie, el dibujante consiguió aciertos que celebraron sus amistades. Le llegó la hora de darse a conocer al público, cosa que relata él mismo de esta graciosa manera: “Un amigo y compatriota, que terminaba de inaugurar una sastrería en la Avenida de Mayo, me solicitó algunos figurines. Los hice, poniendo en ellos todo mi entusiasmo juvenil. El día que se presentó en casa para retirarlos, yo, con modestia, lamentándome de la brevedad del tiempo y medroso, los puse en sus manos. Mi amigo, al verlos, soltó una carcajada tan explosiva, tan fuerte, tan retumbante, que todos los vidrios chillaron y hasta un florero que había en una repisa se vino abajo por los soplidos de tormenta que brotaban de su boca y de su enorme nariz.” El autor temblaba ante el fracaso cuando el cliente puso término a su descompuesta hilaridad, asegurándole: “Sois un humorista insigne”, con lo que el artista pudo recobrar su perdida serenidad, pero quedándose un tanto perplejo ante el descubrimiento que había hecho de sí mismo: “De este modo—dice— encontréme dibujante humorista, malgré moi, hace veinte años, más o menos.”

Los figurines expuestos en el escaparate de la sastrería llamaron la atención de un cliente, y crítico del periódico El Sarmiento, capitán Salvat, quien animó al dibujante a dejar el comercio y conquistar la gloria como redactor artístico de dicho diario, a lo que accedió el solicitado, lleno de ilusiones.

Dispuesto ya a seguir la vida que quisiera depararle su arte, volvió a exhibir figurines humorísticos de modas en la citada sastrería, cuando, por igual manera que la vez anterior, le llevó a su -lado don Manuel Mayol, director de la famosa revista ilustrada Caras y Caretas. Rodeado de toda clase de consideraciones, permaneció en la Redacción de esta revista por espacio de unos catorce años, durante los cuales la personalidad artística de Alejandro Sirio, como dibujante, caricaturista y pintor, conquistó una fama tan sólida que trascendió de las fronteras argentinas. Sobre esas manifestaciones de su inspiración artística, y también la de cartelista y grabador, ensayadas con éxito, sobresale la de ilustrador de trazo precioso y expresivo, celebrado por el poeta Méndez Calzada con un soneto que comienza:

“Sirio: no eres un hombre de los tiempos actuales. Tú has debido surgir en el Renacimiento. Yo te imagino a veces en la paz de un convento decorando breviarios o ilustrando misales.”

Por entonces y después la firma de Alejandro Sirio estuvo siempre solicitada por las publicaciones más importantes de la Argentina, particularmente las de Buenos Aires, y colaboró en el Diario Español y las revistas, varias de ellas humorísticas, Rubias y Morenas, Caradura, Alegría, Meterete, El Magazine, Crítica, Noticias Gráficas, Mundo Argentino, Almanaque Pcuser, Vida Policial y otras muchas. Después que dejó la redacción de Caras y Caretas, pasó a colaborar en la hermosa revista semanal El Hogar y en los diarios La Prensa y La Nación, los más importantes de Buenos Aires, y en los que, como él mismo dice “con empuñaduras y yelmos, con cascos de acero y perfiles hispánicos de viejos medallones ocupé los espacios que se me indican”. Muchas de sus ilustraciones han alcanzado el éxito de que fueran reproducidas por revistas de Italia, Alemania, Inglaterra, Norteamérica, Francia y España.

Para que toda la vida se desenvolviera en ambiente de arte, incluso en lo privado, Alejandro Sirio contrajo matrimonio con la pintora argentina doña Carlota Stein, que, según palabras de su esposo, “posee el talento de las estrellas”.

El éxito tal vez más rotundo y resonante de Alejandro Sirio ha sido el alcanzado como ilustrador, con más de un centenar de dibujos, de la novela La gloria de don Ramiro, de que es autor don Enrique Larreta. De esta labor artística dijo don Alberto Gerchunoff: “Sirio ha realizado con las ilustraciones de La gloria de don Ramiro la obra perdurable que lo acredita como uno de los artistas más insignes. Obra de virtuosidad ardua, de hombre que elude el más licito subterfugio, de obstinado ceñimiento a un fin coherente, nos proporciona con sus dibujos, tan virilmente honestos, un incentivo a la emoción poética para acercarnos a la España que quiso restituir a una nueva realidad. Al desenmascarar a la España pretérita de la fantasmagoría en que acostumbran a sepultarla, nos ha llevado a una España en que la fantasía profusa nace de la apreciación detallada de lo real. Y únicamente un gran artista puede darnos un tesoro de poesía sin proponerse de antemano poetizar su tema; un artista, es decir, un poeta.”

“Veinte años después de haber  llegado a Buenos Aires—dice el propio Alejandro Sirio— y con el dinero que Enrique Larreta me dió por las estampas de La gloria de don Ramiro, salí de la dársena rumbo a Asturias, con el objeto de visitar a mi madre. De allí pasó a Madrid y luego a París, o mejor dicho, a Montparnasse. De éste y otros viajes realizados dos años más tarde tendrán noticias los que lean mi libro De Montparnasse a Palermo.”

Desconocemos si a la hora de redactar el presente estudio se habrá publicado dicho libro; pero antes, como fruto de sus impresiones y observaciones de esos viajes, publicó en las ediciones dominicales de La Nación unas crónicas que fueron muy leídas y celebradas.

Varias de sus obras artísticas han sido adquiridas por Museos argentinos, y en junio de 1931 celebró en el Salón Witcomb de Buenos Aires una Exposición de treinta dibujos, con los que alcanzó un gran éxito, movidas a elogio las plumas de los más autorizados críticos de arte.

Referencias biográficas:

Altamira (Luis Roberto). — La vida novelesca de Alejandro Sirio. (En Los Principios, Córdoba, Argentina, 11 de junio de 1933)