ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ALAS (Leopoldo)

No obstante lo mucho que se ha escrito sobre la vida y la obra de Leopoldo Alas, Clarín, todavía no se le ha valorado suficientemente. De una parte dificulta la exacta interpretación de su vida que, como en todo espíritu superior, se presente contradictoria, por la enorme dificultad de captar los sutiles matices que sirven de enlace a lo aparentemente contradictorio. En cuanto a la justipreciación de su obra, las tormentas levantadas por la pluma de crítico, y a las que debió su gran popularidad, dificultan la aquilatación de lo que es oro puro de pensador y literato y fundamento de su inmortalidad.

Uno de los escritores que más veces y mejor dispuestos se han acercado a estudiar a Leopoldo Alas en su obra es Azorín, quien hace estas reflexiones en su estudio Clarín y la inteligencia: “¿Cómo definiremos en pocas líneas el espíritu del maestro? El espíritu de Clarín es sumamente complejo; como el de Campoamor, desconcierta a primera vista. Ante todo, nos encontramos en Leopoldo Alas a un espíritu regocijado, retozón, festivo. En los periódicos, en las revistillas semanales, Clarín va sembrando profusamente artículos satíricos, rasgos de ingenio, burletas y donosuras regocijantes. Un público copioso, amigo de estas chanzas satíricas, sigue y alienta al maestro. Pero, de cuando en cuando, a este público un poco frívolo llega el eco de un estudio serio, grave, de Clarín. Se habla del maestro, se le discute, se le invectiva. La personalidad verdadera de Clarín aparece un momento entre la algarabía de las voces y el turbión de los denuestos. No. Clarín no es simplemente un escritor satírico; la sátira en el maestro es lo adjetivo. Ante nuestra vista tenemos un profesor de Derecho que diariamente—y por modo admirable—alecciona y adoctrina, gravemente, con dulzura y profundidad, a un puñado de jóvenes. Y, a más de profesor, Alas es un apasionado de la Filosofía, de las ciencias sociales de la pura poesía lírica. Y su pasión por los graves estudios sociales—y su amor reflexivo a España—le llevan a militar en un partido que, sin abominar del pasado, se halla abierto a todas las posibilidades.” Y Azorín concluye esta exégesis con la siguiente aseveración: “La vida para Alas es todo inteligencia, a la inteligencia lo sacrifica todo Clarín. Lo supremo es la inteligencia y dignos de la más alta admiración son los hombres a la inteligencia consagrados.”

Tanto como en la obra, le conoció en el trato amistoso diario, por afinidad ideológica y la convivencia de compañerismo en la Universidad, don Adolfo Álvarez Buylla, que dice de Clarín: “La personalidad intelectual de Leopoldo Alas puede decirse sin exageración que lo llenaba todo, hasta el punto de que sería difícil decir qué es lo que el gran pensador no era. Esta plenitud psicológica suya apreciábase aún en aquellos trabajos que parecían más especiales; en los tan celebrados y originales Paliques, por ejemplo. En ellos se revelaba el profundo conocedor de la naturaleza humana, filósofo e historiador a un tiempo; el literato de primer orden, educado en el clasicismo y no por ello menos abierto a las innovaciones que impone la variación de los tiempos; el crítico de una pieza; el moralista teórico y práctico; el artista de la palabra escrita, cuyo influjo en la pureza y en la propiedad del castellano modernos son notorios; el sociólogo que sabía penetrar con ojo certero en el alma de las multitudes y que acertaba a darse cuenta de los intrincados problemas que saltan a cada paso en la religión, la economía, la moral, la política, la educación del pueblo; el pedagogo ilustre que, con excepcionales aptitudes desenvueltas considerablemente, gracias a un trabajo de autoeducación reflexivo y tenaz, iba por doquier sembrando ideas con esa rara habilidad que consiste en lanzarlas en forma y modo de que arraigó en la conciencia de los discípulos y broten en ellos en concepciones de marcado carácter individual.” 

Lo cierto es que, a excepción de los virulentos ataques de que fue objeto Clarín, con la lanza del encono de que armaron a los enemigos sus críticas y polémicas, se ha coincidido siempre en enjuiciarle dentro de la consideración que merecen los hombres excepcionales, porque su genio literario está entre las cumbres del siglo XIX español entre las primeras mentalidades que ha aportado Asturias a la historia literaria de nuestro país.

Hijo de don Jenaro García Alas y doña Leocadia Greña. Leopoldo, que usó generalmente el segundo apellido paterno como primero y único suyo, nació en Zamora el día 25 de abril de 1852. Su nacimiento fuera de Asturias ha sido un hecho fortuito. El padre, amigo íntimo  desde la Universidad  de don José Posada Herrera, cada vez que América era ministro, estaba destinado a ocupar una plaza de gobernador, y lo era de Zamora cuando nació Leopoldo. Por eso América, de ascendencia netamente asturiana, asturiano él hasta las más insondables reconditeces del espíritu y residente en Asturias casi toda su vida, cuando aludía a la circunstancia de su nacimiento, solía decir con su jugosa donosura: “Me han nacido en Zamora.”

Trasladado en la infancia a Oviedo con el cese del padre en el cargo de gobernador, en esta ciudad que él consideraba su cuna, recibió la instrucción primaria y estudió la carrera. En el Instituto ovetense obtuvo el grado de bachiller el 8 de mayo de 1869, con la calificación de sobresaliente en las tres secciones de que entonces constaban esos estudios, lo cual demuestra el aprovechamiento con que los había seguido.

Su vocación literaria nació con él y tuvo su despertar en esos primeros años de la adolescencia. Pa­rece que las primeras manifestaciones en tal sentido fueron de comediógrafo. Don Rafael Altamira, que tanto y tan íntimamente le ha tratado, recuerda esto en unos apuntes necrológicos de este modo: “Era, ante todo, sobre todo, autodramático, con una soltura, una fecundidad, un poder inventivo asombrosos. El teatro casero en el que todos pusimos algún día nuestras ilusiones, fue para él un puro aprendizaje de declamación, un recreo imitativo del teatro grande; no se contentó con armar telones y aprender papeles… de otro. Creaba, creaba sin cesar, imponiendo su repertorio a los amiguitos, siendo, en una pieza, autor, director y cómico, seguro entonces de que aquélla era su vocación, su obra de toda la vida. No lo fué, pero la vena dramática se­guía existiendo riquísima en el espíritu de Leopoldo, aguardando el momento de su explotación… Y cuando  en el seno de la verdadera amistad Leopoldo pensaba en alta voz, se confesaba con aquella sincerísima introspección que hacía tan interesantes sus conversaciones, solía volver a su pasión de niño, relatando los juegos teatrales en que derramó toda la lozanía de su imaginación primeriza.”

A esos mismos años de estudiante de bachillerato corresponde también su iniciación de escritor en otros géneros literarios. Empezó con la redacción, desde los trece a los quince años de edad, de un periódico titulado Juan Ruiz, que llegó a ocupar dos tomos de apretada letra manuscrita. Ese título lo em­pleó a la vez como seudónimo, a los catorce años, en el periódico El Cascabel, que dirigía en Madrid don Carlos Frontaura, y en el que aparecieron los primeros escritos de Alas. Poco después colaboró también con prosa y verso en los periódicos fundados en Oviedo (1868) con los títulos de La Estación y El Eco de Asturias. El Gil Blas, de Madrid, insertó por entonces algunas poesías suyas sin firma.

Ya graduado bachiller siguió los estudios por libre, de la Facultad de Derecho en la Universidad de Oviedo con aptitudes y aplicación tan extraordinarias, que, en sólo dos años, concluyó la licenciatura, graduándose en Derecho civil y canónico el 16 de junio de 1871, cuando tenía poco más de diecinueve años. A pesar de este esfuerzo tan considerable, no abandonó sus ejercicios de escritor, y en periódicos ovetenses y madrileños continuó dando muestras de esa actividad, afirmando las características esenciales de su pluma, tan fácil a la hondura y gravedad de pensamiento como al desahogo festivo y satírico. 

Le llevó a Madrid en este mismo año el deseo de doctorarse, por debajo de lo cual seguramente bullía otra más íntima ansiedad: la de situarse y relacionarse en el mundo intelectual, tan interesante y bullicioso en aquel reinado breve y agitadísimo de Amadeo I. Este momento de su llegada a Madrid lo señala Sáinz Rodríguez (discurso) como el comienzo del primero de los tres ciclos en que divide la evolución filosófica del pensamiento de Clarín, cuando alude al “muchacho religioso y romántico que partió de Asturias a conocer las eminencias madrileñas y fue profundamente influido por la filosofía krausista. De entonces data su profunda preocupación por la ética, su formación de moralista que se refleja en toda su obra”. 

Todavía el espíritu de Alas estaba sujeto a inquietudes y mudanzas respecto de la orientación que habría de tomar en la vida, cosa perfectamente natural a sus años. Da de eso testimonio que, habiendo ido a Madrid a estudiar el doctorado de Derecho, comenzase a cursar la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Central. Desde luego, estudiar y estudiar siempre, sin reposo, era su sino. «Clarín pasó su juventud estudiando—dice Andrés González Blanco (Historia de la novela)—, leyendo en la Biblioteca del Ateneo, o, a lo sumo, perorando, primero en los pasillos de la Universidad, luego en la antigua cacharrería de la calle de la Montera.” Alude a una sala de conversaciones del Ateneo cuando América tenía en esa calle el domicilio. también eran lugares frecuentados por Alas, en esos años de estudiante de Filosofía y Letras, el Congreso de los Diputados, los saloncillos teatrales y otros centros de reunión de las letras, la política y las artes.

En todas partes merecía, cuando menos, respetuosa acogida granjeada por sus actuaciones de escritor de sólida formación. «Clarín—dice Altamira—, que se había criado en buenos pañales… literarios, gastando su primera juventud en lecturas de clásicos griegos, latinos y españoles, de filósofos y de preceptistas, asentando en firme la educación de su inteligencia, allegando los instrumentos para la futura obra creadora, tenía ya, cuando comenzó a escribir para el público, una inmensa ventaja sobre la mayoría de los literatos, que, como ya es sabido, o lo lían todo al talento natural, o, como muchos artistas, reducen su cultura a los libros del conocimiento del oficio (novelas, poesías, críticas…), siempre que están traducidos al castellano o, a todo lo más, al francés.»

Dispuesto su talento natural con que dirigió una temporada, y con los cuales fue conquistando la fama perdurable de su seudónimo Clarín, mucho más conocido que el nombre de pila. De su actividad de escritor, entonces, merece consideración aparte la que prestó al periódico El Solfeo, en el cual empleaba el seudónimo, después desechado, de Zoilito. Entró a formar parte de la Redacción de El Solfeo en 1875. Fue América el único periódico democrático de tono satírico que sobrevivió a la restauración de la Monarquía, si bien para poder sobrevivir a defensa de persecuciones se vió en la necesidad de cambiar el título por el de La Unión y otros, en cuyas mudanzas le siguió Leopoldo Alas con fidelidad.

La propensión más natural del espíritu de Alas era la de crítico, que le acompañó toda su no larga vida como vena más fecunda, aunque no la más meritoria de su labor. Sus críticas fueron despertando creciente interés, que se desbordó de los círculos literarios a otros muy distanciados de éstos, con lo que fué conquistando una de las popularidades más amplias de esa época. Y esto, más que de lo mucho que ilustraba, dependió de lo que zurraba con su pluma zumbona y satírica, aprestada siempre al ataque contra la chabacanería y la osadía. Como figuró en su tiempo, Clarín ofició en el suyo de gran sacerdote de la crítica; pero un sacerdote más temible que admirado, con serlo esto mucho. 

“Para avalorar a Alas como crítico—dice Sáinz Rodríguez (Discurso)—no nos hemos de fijar exclusivamente en determinar, a nuestro parecer, acierto o error en sus juicios sobre sus contemporáneos. Es preciso tener en cuenta los atisbos de Alas cuando vió claramente en sus comienzos lo que iba a dar de sí un autor; la cantidad de ideas que, formando una especie de estética dispersa, puso en circulación; su conocimiento de la literatura extranjera y, sobre todo, su sensibilidad exquisita, su fina comprensión, que hizo anticiparse a sus contemporáneos entendiendo y sintiendo lo que son Ibsen y Baudelaire, cuando el hablar de ellos en España era una pedantería extravagante.” 

“Esta profesión de crítico—dice también Sáinz Rodríguez— y su temperamento impulsivo y satírico enzarzaron a Alas en una serie de polémicas y disputas literarias, que si le acarrearon numerosos enemigos, le hicieron temible en el mundo literario, llegando a ejercer una verdadera dictadura intelectual en España, que sostuvo dignamente y cada día con más serenidad y elevación de miras, hasta su prematura muerte. Sus polémicas con Revilla, Balart, Navarro Ledesma, Manuel del Palacio, la Pardo Bazán, Bonafoux, P. Blanco, P. Muiños y con tantos otros, forman una inacabable cadena a través de su vida. Tenía ante todo Clarín el afán de la crítica libérrima, justa o equivocada, pero no coartada nunca en sus juicios por las consideraciones sociales o por la amistad. Esta independencia era el mayor orgullo de Clarín. Si de algo peca su crítica es de excesivamente severa; sólo en contadísimas ocasiones pudiera tachársele de benévolo con algunos consagrados de su tiempo, y aun eso por razones bien ideales.” 

Como se puede observar en las últimas palabras transcritas de Sáinz Rodríguez, hay contradicción entre lo que se afirma de la independencia de Clarín como crítico y su benévola actitud con valores consagrados. Es tal vez lo que menos defensa permite en la obra de Alas. Puede ser que tuviera a orgullo su imparcialidad, pero nos ha dejado testimonios, y no por excepción, de que esa imparcialidad tenía sus flaquezas. No deja de reconocer Sáinz Rodríguez, como antes otros, que esto es cierto, y se tiene en cuenta para la disculpa que Clarín propendía a ser respetuoso con los valores que en una u otra forma, más o menos, daban prestigio a las letras españolas. Bien está que se argumente así; pero no hay razón en presentar como perfecta una modalidad en él defectuosa, cuando tal pretensión más perjudica que beneficia a la valoración justa de su gloriosa personalidad.

Estas actividades de escritor, si le daban fama, no resolvían el problema que la vida le tenía planteado con solución sobre el porvenir. Era necesario encauzar la existencia por más segura ruta. Ya licenciado en Filosofía y Letras y doctorado en Derecho civil y canónico (10 de junio de 1878), y poseído de fuerte vocación pedagógica, se determinó a enderezar la vida hacia el profesorado, con el deseo, a la vez, de conquistar una independencia económica que le permitiera la literaria. 

“Allá por diciembre de 1878—dice San Juan—hizo oposición a la cátedra de Economía política de Salamanca, y obtuvo por unanimidad el primer lugar en la primera terna; pero el ministro de Fomento, que andaba entonces muy enredado con el Hipódromo, aprovechó la buena coyuntura de tomar el desquite, y dejó a Clarín en blanco, vengándose así de los varios chinazos recibidos, y librando justamente a la Universidad católica de un elemento herético y perturbador en grado sumo.” 

El ministro de Fomento, tan “enredado” con la construcción en Madrid del desaparecido Hipódromo y tan celoso de que el “herético y perturbador” Clarín pudiera corromper a la juventud universitaria de Salamanca, era don Francisco de Borja Queipo de Llano y Gayoso, conde de Toreno, asturiano si no por su cuna, sí por abolengo e inclinaciones. Clarín, republicano y racionalista, tenía que ver estrellarse los méritos legítimos alcanzados con su talento y su ilustración contra la muralla de artificios levantada para defender la restauración de la Monarquía, tan por todos los medios protegida por la política reaccionaria representada esta vez en el conde de Toreno. 

Tres años largos más tarde—no era ya ministro de Fomento Queipo de Llano—se compensó a Clarín de esa injusticia con la concesión de la misma cátedra, vacante en la Universidad de Zaragoza (julio de 1882). 

De su labor literaria desarrollada en los últimos años de su permanencia en Madrid, merece que se recuerde que entonces inició desde las columnas de El Imparcial la Publicación de los Paliques, que tienen características de género nuevo y personal: crónicas sobre temas de actualidad, generalmente, escritas con un aticismo filosófico delicioso, por lo que enseñan y aleccionan con donosura. Por entonces, también, al fundarse en Oviedo la Revista de Asturias, que dirigió don Félix de Aramburu, colaboró en esta admirable publicación (1878-80) con unas sustanciosas correspondencias y, sobre todo, con poesías, género en el que Alas ha dejado ejemplos admirables de poeta tierno y hondo, dignos de arrancar al olvido en que suelen tenerle los que le enjuician como escritor. También figuran poesías suyas en otras publicaciones, la Ilustración Gallega y Asturiana (1879), entre ellas. Y a esta época corresponde la publicación de las dos únicas obras (números I y II) sobre materias de lo que fué su profesión posteriormente por espacio de un escaso cuarto de siglo, y de la primera como crítico, La literatura en 1881, en sociedad con Palacio Valdés, que deambulaba entonces también por el campo de la crítica.

A la vez que de escritor, Leopoldo Alas tuvo afortunadas actuaciones en esta época de conferenciante, especialmente en el Ateneo. Puede recordarse en este sentido su intervención en la controversia sobre el tema Origen del lenguaje (1880), que robusteció notablemente su ya bien cimentado crédito de conferenciante y polemista. Al año de su ingreso en el profesorado universitario con destino en Zaragoza, obtuvo por concurso (julio de 1883) la cátedra de Pro­legómenos, Historia y Elementos de Derecho Romano, de la Universidad de Oviedo, cosa que le permitió realizar una de las aspiraciones más íntimas de su vida: la de fijar permanentemente residencia en la ciudad querida, que él consideraba la de nacimiento. Ya entonces había cambiado su estado civil, contraído matrimonio (1882) con doña Onofre García Argüelles. Merece recuerdo a este respecto que, poco después de celebrados los esponsales, fué comisionado por El Día, de Madrid, para estudiar en Andalucía la misteriosa organización de La Mano Negra, viaje que vino a ser como el de novios para el joven matrimonio, y que sirvió a Clarín para lucir una capacidad, apenas demostrada antes, para el estudio y la interpretación de las cuestiones sociales, con la publicación de varias crónicas (número 6) en el mencionado periódico. 

Casi podríamos decir que la biografía de Clarín, de tan escasa movilidad hasta ahora, concluye con poco más que se diga desde su regreso como catedrático a Oviedo. Pero se trata de una existencia de corta biografía y larga interpretación, y aún queda mucho por decir. “La vida de Clarín—asegura Sáinz Rodríguez—tiene muy poco que contar. Es la vida de un estudioso, y la lectura de un libro, las oposiciones a una cátedra, la producción de tal o cual obra son los únicos acontecimientos en la vida de este hombre, que fué un espíritu que se derramó por entero en libros, no dejando nada, allá en la penumbra de su vida de hombre, que tenga que averiguar el investigador curioso.”

En Oviedo casi no fué más que profesor. Reorganizados los estudios en agosto de 1884, pasó a explicar la cátedra de Instituciones de Derecho. Pocos años después (1888), obtuvo por concurso la de Elementos de Derecho Natural, al frente de la cual permaneció los trece años escasos que le restaban por vivir. Cuenta también entre sus actividades de catedrático la de haber sido varias veces juez de oposiciones. Si en Oviedo no se le busca en el ejercicio del profesorado, es difícil encontrarle. En un recuento de fuerzas republicanas, se dejó llevar al cargo de concejal en 1888. Y como miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País fué jurado en algunos certámenes celebrados por dicha sociedad. A poco más que esto se reducen sus actividades extrauniversitarias. Todo lo demás ha de estar relacionado directa o indirectamente con su función de catedrático, como el haber sido socio de honor de la Academia de Jurisprudencia, una hija de la Universidad, cual lo fué también la Extensión Universitaria, creada a iniciativa suya en el otoño de 1898, con el noble deseo, tan fructífero para Asturias en el fortalecimiento de la cultura popular, de llevar y difundir la cultura superior por los pueblos de la región. Fuera de esto, su vida en Oviedo transcurría en la cátedra, en el hogar o de paseo y charla con algunos amigos íntimos por el Campo de San Francisco en días apacibles. Su residencia en Oviedo la interrumpían solamente sus viajes a Madrid y algunas temporadas en su casa solariega de Guimarán (Carreño), donde, como dice Juan A. Cabezas, “sobre la sensación real de cada cosa, de cada prado, de cada árbol, de cada labrantío, hay una emoción creada por Clarín”. En estos descansos aldeanos, el profesor planeaba y desarrollaba las obras literarias de mayor empeño.

Sin embargo, esta aquietada vida de Clarín en Oviedo permitiría hacer un copioso y muy interesante anecdotario. Nuevo testimonio de que su verdadera biografía es el estudio de su ingenio y de su espíritu. No podemos resistirnos al deseo de tomar de ese anecdotario algunas ligeras muestras… Jugaba cierta vez al billar con un amigo que cifraba todo su orgullo en ser un gran carambolista y que no tendría motivo para enorgullecerse de otra cosa, cuando, ante una jugada imperita de Alas, el otro exclamó: “Me juego la cabeza a que esa carambola la hago yo con una sola mano.” Y Clarín repuso rápidamente, con su mordacidad característica: “también yo, en el lugar de usted, me la jugaría.” Hasta en este terreno de lo anecdótico es más fácil encontrar al catedrático que al hombre de la calle. Cuentan que en un final de curso, satisfecho de la aplicación y aprovechamiento de sus discípulos, les habló con elogio sobre el particular para concluir por pedirles una definición del código civil. Entre perplejidades y titubeos, algunos dieron agudas definiciones, fruto del estudio, pero la más aguda de todas fué la del propio maestro, que les dijo: “El Código civil no es más que un instrumento de defensa de los ricos contra los pobres.” Y López Rendueles recoge la anécdota siguiente: “En cierta ocasión examinaba en la Universidad a un estudiante que pronunciaba la palabra ferroscarriles. Alas, mirándole fijamente, le dijo: “Mire, amigo; el mismo derecho tiene usted a decir ferroscarriles que yo a decir meloscotones.” 

En realidad, aunque Clarín residía en Oviedo, daba la impresión de que continuaba en Madrid. Aparte de su ejercicio de catedrático—aspecto importantísimo de su vida sobre el que hemos de volver más adelante—, la faceta más visible y notoria de Leopoldo Alas continuaba siendo la del escritor, derramado su ingenio por periódicos de todas las categorías de Madrid y de otros lugares. La crítica, el cuento, la crónica, alguna que otra vez la poesía, el ensayo filosófico, todos los géneros literarios accesibles a las publicaciones periódicas florecían en su fecunda pluma, entre admiraciones y animadversiones, elogios y denuestos, en medio de una enorme y creciente popularidad, al punto de que se le pudiera considerar, como dice Sáinz Rodríguez, dictador desde Oviedo de la literatura contemporánea. Sería punto menos que interminable una relación de los diarios y revistas donde Clarín dió a gustar y a discutir los siempre admirables frutos de su pluma. Entre las publicaciones madrileñas cuentan El Día, El Liberal, Heraldo de Madrid, El Imparcial, encargado en él durante muchos años de examinar las novedades literarias; El Progreso, El Porvenir, El Globo, La Correspondencia de España, La Opinión, Blanco y Negro, La España Moderna, La Ilustración Española y Americana y periódicos especiales como el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (1891). También colaboró con asiduidad en Las Novedades, de Nueva York, y en La Publicidad, de Barcelona, para la que la pluma del crítico redactaba una sección bajo el título de Revista mínima. Merece también recuerdo en esa abundosa producción su otro título genérico Cavilaciones, bajo el cual amparaba pensamientos morales y filosóficos.

Lo más abundante, lo más buscado y discutido de cuanto por los periódicos circulaba con la firma de Clarín eran sus críticas literarias. La pluma del crítico levantó verdaderas tempestades desde su retiro de Oviedo, de las que dura el recuerdo todavía como de sucesos recientes. Augusto Martínez Olmedilla, al referirse hace poco tiempo a la crítica de entonces, escribía: “Don Juan Valera fué un censor afable, bonachón, que elogiaba a los criticados: labor de crítica positiva que rehuye aludir a lo que no agrada. Palacio Valdés llegó a la ironía, sin pasar de ella. En cambio Clarín levantaba túrdigas, hizo de los demás escritores sus víctimas y se ensañaba con ellos, llegando con frecuencia a la ofensa personal, a la agresión implacable. De aquí su enorme popularidad y el afán con que el público devoraba sus artículos. Desgraciadamente, la humanidad tiene una invencible propensión al sadismo.”

Antes que Olmedilla y con disposición de ánimo más plácida, hizo parecida consideración Azorín en El paisaje en España: “Dos grandes críticos de causas modernas ha habido en España en el siglo XIX: Juan Valera y Leopoldo Alas. Una inmensa distancia los separa. Nada en Alas de la tersura, la elegancia, el aticismo de Valera. Nada en Valera de la idealidad, la profunda reflexión, la lejanía en la perspectiva de Alas. Alas entronca con Larra, y Valera tiene su linaje espiritual en ingenios como Ventura de la Vega.” 

Para que la literatura de un país se mantenga en auge y esplendor, más puede cooperar la crítica severa de los Larra y los Alas que la tolerante de los Ventura de la Vega y los Valera. Quitado lo que hubo de exceso en la severidad de Clarín, es indudable que ha prestado a las letras de su tiempo un servicio de cuya falta se resienten después de muerto él. Y en este sentido nos parece acertado cómo le enjuicia Cejador en su Historia de la Lengua y la Literatura castellana: “El tono agresivo y particularizador, como cuando arremetió contra Cánovas, le hizo popular a los lectores y temible a los literatos. Destrozó los ensueños esperanzados de muchos mozalbetes que se arrojaban antes de tiempo a poetizar con harta presunción, y abajó los humos a no pocos que se creían poetas, cuando, según él, bien que con extremada exageración, sólo había en España dos poetas y medio. Esta crítica exigente y descontentadiza limpió nuestro Parnaso de no poca maleza y aquilató el verdadero valer, espoleando a la juventud palia para no contentarse con cualquier cosa. Desde que dejó de sonar tal Clarín, la crítica háyase arrastrado por el fango de la adulación y del interés, convirtiéndose en lo que gráficamente se ha llamado sociedad de bombos mutuos.» 

Pero las actividades de crítico de Leopoldo Alas reclaman más atención, al enjuiciarle, en lo que tienen de menos plausible, de menos eficaz, en el aspecto de ataque y diatriba, precisamente por ser este el que aporta a su vida más valor biográfico. Los odios que él encendió trajeron sus venganzas, y el biógrafo se ve obligado a recoger con pormenores estos accidentes. El citado Martínez Olmedilla los recuerda de este modo: “Clarín se había metido duramente, según su costumbre, con Navarro Ledesma, que hacía por entonces sus primeras armas. El novel no tenía autoridad para contestar a su censor con la pluma. Pero un día se lo encontró en la escalera del Ateneo y le llenó el rostro de argumentos contundentes. No todos los flagelados por Clarín reaccionaban de la misma manera. Verdad es que, como él escribía desde Oviedo, no le tenían al alcance de sus puños vengadores, y eso de emprender un viaje para corresponder a una diatriba no está al alcance de todos. También los hubo de tan excesiva suspicacia que se retiraron con armas y bagajes ante sus implacables acometidas. Tal fué el caso de José Velarde, poeta andaluz de positivos méritos, acaso demasiadamente influenciado por Núñez de Arce; pero no por eso merecedor del ostracismo a que voluntariamente se condenó en vista de que Clarín le censuraba siempre con dureza. 

“Así las cosas—sigue Olmedilla—, la inquietud espiritual de Leopoldo Alas le indujo a abordar el teatro, y escribió un drama en un acto titulado Teresa. Habíase ensañado—cómo no—con María Guerrero, triunfadora ya, llamándola despectivamente la gachí del arpa, porque, en efecto, la gran actriz dominaba este bello instrumento, y de ello hizo alarde al maestro al representar alguna obra. Tal vez por lo mismo—es principio de hábil diplomacia atraerse al enemigo—la Guerrero le pidió la obra, y Clarín se la dió complacidísimo. Al saberlo, la legión de los flagelados frotóse las manos de gusto y adquirió localidades para el estreno. Teresa era, sencillamente, uno de tantos dramas que se escriben y a veces se representan sin producir entusiasmo ni causar indignación. Si el autor no fuese Clarín, Teresa hubiera pasado sin pena ni gloria, mereciendo quizá alguna frase alentadora a los revisteros para el discreto principiante. Pero el público, en el que figuraba gran cantidad de agradecidos, propinó a la obra, al autor y a los intérpretes la más descomunal de las grietas. Aún se recuerda el de Teresa como prototipo de estrenos adversos.” (1895).

Desde luego, esta labor de crítica de Clarín—de la que buena parte de lo menos agrio e intransigente recogió él mismo en volúmenes (números IV, VII, XVII, XXIII, XXV y XXVII) o publicó en algunos de sus folletos literarios—, si bien aleccionó y orientó a los ingenios de entonces, no pudo menos de producir algunos daños con la acritud de sus arremetidas, y acaso el peor de todos a sí mismo. Derivadas las censuras algunas veces a polémicas enconadas, como la sostenida en tono violento con Luis Bonafoux (1888), se fue rodeando entre escritores de un ambiente de animadversión, más o menos disimulado, que atisbaba todo momento propicio a la venganza y le costó algunos contratiempos. Fue uno de estos el duelo con Emilio Bobadilla (1892), a quien poco antes había prologado amistosamente un libro, y de cuyo desafío salió herido, bien que ligeramente y por lo cual le dieron sus amigos un banquete. También sus ataques le valieron ser atacado sin miramientos ni consideraciones, no sólo desde las hojas volanderas periódicas, sino en folletos expresamente dedicados a combatirle, como los citados más abajo, de Bonafoux, Fraile Miguélez, Heras y Manuel del Palacio, y hasta en obras de más serena formación, como la del P. Blanco García, a la cual hemos de referirnos más adelante.

A tal punto Clarín se había creado un ambiente de hostilidad, que una pluma justiciera, la de Eduardo Gómez de Baquero, se creyó en el caso de apuntar y combatir el fenómeno, al aparecer el libro de Alas, Cuentos Morales (Revista Crítica, marzo de 1896), con estas palabras: “Creo que Clarín ha sido apasionado e injusto con personas a quienes admiro y respeto. Pero no soy partidario del boycottage en literatura. Es malo e inútil: dos veces malo. El silencio no convencerá a nadie de que las obras de Clarín sean insignificantes y no merezcan la atención de la crítica. Por el contrario, es evidente que la crítica no podrá reflejar de un modo fiel y completo nuestra vida literaria, si prescinde de personalidad tan saliente y caracterizada como la de Clarín.” 

Si bien en la labor intelectual de Alas ocupaba la actividad de la crítica sobre las novedades literarias su atención preferente, por razones económicas y exigencias de los periódicos, no estaba dedicado a esto lo mejor de su numen. Otras modalidades literarias le ocupaban también, ya fuesen en menor porción de su tiempo disponible para estos ejercicios. Entre ellas merece más consideración de lo que, por lo común, se le concede en su actuación de conferenciante. Tanto en Oviedo como en sus frecuentes viajes a Madrid, tuvo diversas ocasiones de mostrarse en este sentido (números IX, XX y XXI) al aplauso de auditorios inteligentes, y merecen especial mención el cursillo de conferencias que dió en la Escuela de Estudios Superiores (1897), entidad auspiciada por el Ateneo madrileño, sobre el tema Teorías religiosas en la filosofía novísima, y otra serie de conferencias, ya en las postrimerías de su vida, acerca de La moralidad y la juventud asturiana, de colaboración a la campaña de Extensión Universitaria (octubre de 1900). 

Azorín le recuerda en El paisaje de España, como conferenciante, con estas palabras: “Hablaba con palabra incisiva, cortada, titubeante; ponía un inciso dentro de otro inciso y luego este dentro de otro más amplio; hacía reservas y distingos y salvedades. Su pensamiento lleno de idealidad y de sabor— marchaba sesgo, deteniéndose aquí, ladeándose allá, volviendo después a la vereda recta… En resumen, no era un orador; era un hombre que pensaba en voz alta.” Podría resumirse esta interpretación de Azorín diciendo que Alas, como conferenciante, era el escritor que hablaba, Porque en la lectura de las conferencias que dejó impresas se echa de menos, como tales conferencias, la entonación propia de las ideas exteriorizadas por medio de la palabra hablada. 

Lo mejor, lo más perdurable de la obra literaria de Leopoldo Alas, lo que será para siempre cimiento de su fama imperecedera de escritor, son sus obras de creación, novelas y cuentos, particularmente éstos, siempre hondos por la idea, cargados de emotividad, jugosos y frescos de expresión. “Lo que de Alas quedará incólume—dice Azorín—son sus novelas y sus cuentos. El cuento ha sido la forma natural de este espíritu. Leopoldo Alas, ante todo, principalmente, casi exclusivamente, es un moralista. Todo cuento de Clarín es una idea moral.” Al enjuiciar al cuentista o autor de novelas cortas toda la crítica coincide en la misma apreciación. Andrés González Blanco se expresa así en la historia de la novela: “Si en la crítica hubo de hacer Clarín muchas veces obra de jornalero, no así en la novela, a la cual dedicó los vagares amplios y tranquilos que le dejaban sus lecturas, su cátedra y sus paliques. Por eso las dos únicas novelas grandes que escribió… y sus muchas novelas cortas… así como sus cuentos… sean obras definitivas de las que quedan, quizá porque fueron escritas en la paz de la aldea.” 

Está muy lejos Clarín de haber alcanzado en la novela grande las perfecciones conseguidas en la corta y en el cuento. Entregados sus entusiasmos a la escuela naturalista, tan en boga entonces con maestros como Flaubert y Zola, sus dos novelas grandes (números VI y XVIII) pecan de exceso de prolijidades, y más para el gusto actual, que va por otros rumbos literarios. Y si aún cuentan lectores, es debido a que, bajo su prosa tersa y transparente, la corriente impetuosa del pensamiento, cargado del asturianísimo humorismo que caracteriza a Clarín, arrastra siempre la atención del lector reflexivo. Pero la pluma de Alas gana en agilidad y caudal emotivo cuando la coartan las dimensiones del cuento o la novela corta, y es entonces cuando alcanza perfecciones acaso no conseguidas por ningún otro autor español del siglo XIX. Pipá, Doña Berta, Zurita, Avecilla y otras novelas cortas; Borona, El sombrero del señor cura o el famosísimo ¡Adiós, Cordera! y otros muchos cuentos, son obras maestras en el género, muchas de las cuales merecieron la traducción a varios idiomas europeos.

Pluma de moralista que tiene por habitual indumento la sátira, Leopoldo Alas no se contenta en sus obras de creación con entretener y deleitar, sino que alecciona y fustiga con el levantado propósito de limpiar de impurezas las costumbres. Por esto, sus novelas y cuentos encontraban, como sus críticas, protestas de los aleccionados y fustigados. El tantas veces citado Azorín recoge en su estudio La vida de Clarín un episodio digno de recuerdo al aparecer La Regenta al público. Leopoldo Alas sitúa esta novela en Oviedo, ciudad que él ha inmortalizado con el nombre de Vetusta. El entonces obispo Martínez Vigil fulminó severa condenación en una pastoral fechada en abril de 1885. contra La Regenta, publicada poco antes. La admonición se sostenía principalmente en que Clarín satirizaba en los personajes de su fábula a personalidades eclesiásticas. Además, se aseguraba en la pastoral: “No hace muchos días que recibieron todos los alumnos de la cátedra de Derecho, como galardón y como estímulo, un libro saturado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas a respetabilísimas personas, sin que las autoridades académicas, ni los compañeros de profesorado —tan puntillosos en otras cosas— tuvieran una palabra de protesta contra ese salteador de honras ajenas.”

Al reseñar este incidente. Azorín recoge la protesta publicada por los discípulos de Clarín, en la que afirmaban “no era cierto que Alas hubiese repartido en clase ni fuera de clase ejemplares de su novela a los alumnos”. Y luego extracta la contestación pública de Leopoldo Alas a la pastoral (El Eco de Asturias, Oviedo, 12 de mayo de 1885), en la que “dijo todo lo que tenía que decir, y lo dijo con respeto, con decoro, con ingenio y con sinceridad”, y copia textualmente el siguiente párrafo de dicha contestación: “Por lo demás, yo creo que mi novela es moral, porque es sátira de malas costumbres, sin necesidad de aludir a nadie directamente. Ni para bien ni para mal aludo a nadie. Así, por ejemplo, entre mi obispo don Fortunato Camoirán y el actual obispo de Oviedo, nadie podrá ver ni el más lejano parecido. V. S. I. usa coche; mi don Fortunato no lo tiene; mi Camoirán gasta los zapatos remendados, y V. S. I. calza bien. Las virtudes que yo me complazco en reconocer que adornan a V. S. I. serán superiores a las de mi Fortunato; pero son otras. Mi Camoirán más se parece, por ejemplo, al inolvidable Benito Sanz y Forés, arzobispo de Valladolid, digno antecesor de V. S. I. Pues si bajamos algo más en jerarquía, encuentro que mi don Fermín de Pas, canónigo y provisor, no se parece a ningún señor canónigo de Oviedo, pues yo atribuyo a mi héroe imaginario unos vicios que aquí nadie tiene, y un talento que tendrán muchos prebendados de aquí, pero no en el grado superior, casi genio, que yo me complazco en atribuir al hijo de mi fantasía”.

Bastaría esta contestación de Clarín, tan mordaz bajo forma y tono mesurados, para acreditar su indiscutible genio literario. 

También, so pretexto de enjuiciarle como novelista, recibió Leopoldo Alas de otro religioso un ataque furibundo. Nos referimos al P. Blanco García, en el tomo II de su obra La literatura española del siglo XIX. Ataque impropio a todas luces, por muy fundamentado que estuviese, de que se haya estampado de tan descompuesta manera en libros que quieren pasar por serios, bien meditados y bien documentados. Ya Leopoldo Alas había dado al público sus dos novelas grandes, y contra ellas arremete el P. Blanco en esta forma: “La Regenta, deforme relato de dos tomos mortales… digna de cualquier principiante cerril. Malhumorado Clarín por la acogida que tuvo su primera novela, se dió a elaborar otra, que ha aparecido al cabo de seis años, cayendo como losa de plomo sobre su reputación, acabándole de desprestigiar entre la media docena de españoles optimistas que no esperaban de él tan monstruoso feto, verdadera pelota de escarabajo, amasada sin arte alguno con el cieno de inverosímiles concupiscencias, caricatura del naturalismo, en que la impotencia para luchar con Zola en otro terreno, se suple con la exageración disparatada del vicio. Leopoldo Alas se propuso que nadie le echara el pie delante en lo que toca a amontonar atrocidades, e hizo que los malvados de su único hijo fuesen, a la vez, tontos de capirote.”

En este pretencioso varapalo, que nos da la sensación de haber sido escrito para un libelo clandestino y no para una historia de la literatura, se adivina una herida que sangra y se desea restañar, por lo que pierde toda su fuerza crítica y acusatoria. Además, se falsea la verdad histórica, porque no se puede afirmar que hayan fracasado esas dos novelas, que, siendo serias, y una de ellas en dos tomos, han alcanzado cada una tres ediciones, en un país de tan escasos lectores o compradores de libros como el nuestro.

A Clarín es preciso enjuiciarle con desinteresado propósito, para evitar caídas como las de Martínez Vigil y Blanco García, porque esa forma de socavar la montaña expone a perecer sepultado en los derrumbes. Se imponen la objetividad y la altura de miras. Y en este sentido, si algo hay que lamentar en la obra de Clarín es que se haya prodigado con exceso, en daño del filósofo, que pudo haber dejado labor más sistematizada y sólida, y del literato que, si bien ha sido fecundo, aún pudo dejarnos más obras, que le han impedido escribir las cotidianas atenciones periodísticas. Y estas consideraciones las encontramos aludidas por el mismo, que tuvo talento suficiente para ser el mejor de sus críticos. En Cánovas y su tiempo lo reconoce de esta manera: “¡Cuántas veces, por cumplir un compromiso, por entregar a tiempo la obra de jornalero acabada, me sorprendo en la ingrata faena de hacerme inferior a mí mismo, de escribir peor que sé, de decir lo que sé que no vale nada, que no importa, que sólo sirve para llenar un hueco y justificar un salario!” Y si, a pesar de esto, ha dejado tan honda huella en nuestra literatura, júzguese de la altura que habría alcanzado sin tales impedimentos, también alude a esto Andrés González Blanco en su ya citada Historia de la novela: “Podría decirse de Leopoldo Alas—escribe— que desparramó a manos llenas su talento. Él, que hizo oposiciones a una cátedra de Economía política, y en sus primeros tiempos se apasionó por esa ciencia…, no tuvo la economía de su talento.” Y añade luego: “Por aquí le vino su perdición. Por dilapidar demasiado su talento, consumió su talento, y a lo último ya se retorcía en convulsiones de impotencia.”

En lo que se retorcía era en los dolores de la enfermedad que le llevó prematuramente de entre los vivos. Habría convenido que González Blanco adujese las razones en que apoya esa afirmación última, porque nadie que conozca la vida y la producción de Clarín podrá deducir por parte alguna esa decadencia de última hora, y todas las opiniones estarán contestes en que murió en plena madurez de su talento y sin desmayos en la actividad que le caracterizó siempre. Y prueba esto que el mismo González Blanco en la misma obra estampe esta consideración: “En la ingrata labor de componer tantas literaturas a ocho días vista—el cuento por aquí, el artículo de alta crítica por allá, el Palique por acullá, la Revista literaria por ese otro lado—, le sorprendió la muerte, que, de un soplo enérgico, apagó la luz y se fué, llevándosele consigo para siempre.”

Para que Clarín no dejase de ser combatido por todos los flancos, se le atacó sañudamente por su antirreligiosidad y su antipatriotismo. De lo primero son testimonio fehaciente las crudas arremetidas ya apuntadas de Martínez Vigil y Blanco García. De antipatriota se le acusaba como consecuencia del otro anti, porque son dos sentimientos o dos ideales que se presentan en nuestro país inseparables. En aquella época en que el amor a la patria tenía que ser ciego, su célebre frase lanzada desde El Globo, de Madrid, de España se pierde por reaccionaria, era como un grito subversivo que ponía pánico en los espíritus y no podía haberla lanzado ningún buen patriota. La lucha contra la chabacanería, la ineptitud y todo lo que significara atraso llevaba consigo el estigma del antipatriotismo. El más grande antipatriota de esos tiempos lo fué Costa, que es cuanto hay que decir. Leopoldo Alas tenía también que figurar entre esa clase de renegados. Pero sería fácil, con un poco de buena voluntad, encontrar que en sus propios escritos se declaraba patriota en alta y limpia medida. En el folleto Un discurso, por ejemplo, hace una  posición de sus sentimientos en este sentido con nítida claridad: “Volver los ojos a la juventud—dice—, cuidar de su educación, es un consuelo y una esperanza, sobre todo en esta España que tuvo días de gloria y de fuerza universalmente reconocidas, y que hoy, angustiada por la idea de su propia decadencia, se entrega al marasmo y acaso al pesimismo. No desesperemos… Nosotros no necesitamos soñar, sino recordar, para que surjan grandezas y esplendores de España; construyamos, no Escoriales, Alcázares y Basílicas, que ya tenemos, sino el edificio espiritual de la futura España regenerada, resucitada, mediante una educación y una enseñanza inspiradas en el ideal más alto; Pero llenas de la vida moderna. Quien así se expresa, con una sinceridad que se ve borbotar entre las palabras, podrá ser juzgado de antipatriota desde puntos de situación interesados y parciales, pero es un patriota de una pieza, innegablemente.

Antirreligioso… No. Fue un moralista, un profundo creyente, un místico laico. Y fue todo eso en lucha contra lo que de eso se disfraza. No hay que confundir lo sustancial con lo accesorio, porque alguien censure lo que de torpe y ficticio haya en esto último. Y Clarín lo que hizo, en este terreno como en todos, fue luchar con denuedo contra lo falso. “Fue muy combatido en vida, más de palabra que por escrito – dice Cejador, obra citada-, a causa de los muchos enemigos que se creó con sus críticas y doctrinas contrarias a los católicos… fué siempre pensador filosófico-literario y moralista a la francesa, ecléctico, en suma; pero pasando de las primeras rebeldías anticatólicas a un cierto respeto por la religión tradicional en sus últimos días.” Como el no aceptar juntamente en este terreno lo falso y lo legítimo es causa de recusación, Clarín se ganó por este motivo el sambenito de antirreligioso, sin que le valiera ser lo contrario de verdad y profundamente, como veremos. En cuanto al cambio aludido por Cejador, se trata de la lógica evolución en los talentos positivos, y aun puede fundamentarse en razones puramente fisiológicas, por declinación del ímpetu juvenil en la serenidad que proporcionan los años. 

A esa evolución del pensamiento filosófico-religioso de Clarín se refiere Sáinz Rodríguez—obra citada—al fijar tres períodos y señalar el segundo como “alarde de un escepticismo puramente literario y satírico que no se atreve a elevar a sistema”. Entonces censura al krausismo, antes aceptado por él, en algunas de sus obras, especialmente en la novela corta Zurita. Y esta “segunda época del pensamiento de Clarín, que coincide con su entusiasmo por el naturalismo puro en la novela, fué también censurada por el Clarín plenamente idealista del tercer período”. Todo esto, como se ve, es pura evolución al apreciar lo que es fundamental en su pensamiento. Y a ello alude el citado Sáinz Rodríguez, al decir: “En Clarín estas ideas tenían una fuente que creo es la clave de todas sus preocupaciones filosóficas: la idea de la muerte. Es ésta una obsesión constante a través de su obra… A la afirmación de su filosofía idealista acompañó bien pronto un resurgir lento y seguro de sus ideas y sentimientos religiosos.” Con todo lo cual se demuestra que latía en él un espíritu creyente, como él mismo lo confiesa en el prólogo a Los señores de Hermida, de Juan Ochoa, al decir: “Si mi querido Juan Ochoa, desde la otra vida, en la que yo creo, y en que él creía…” 

Sobre su religiosidad, tema tan desenfocado por unos y por otros frecuentemente, se puede asegurar que perseguía la máxima comprensión y el mayor respeto para las manifestaciones sinceras del sentimiento religioso. Él mismo dice en Ensayos y revistas (página 194 de la primera edición), que “la tolerancia universal, la verdadera secularización religiosa, no ha de ser negativa, pasiva, sino positiva, activa; no ha de lograrse por el sacrificio de todos los ideales parciales, sino por la concurrencia y amorosa comunicación de todas las creencias, de todas las esperanzas, de todos los anhelos.” Era, pues, un religioso reflexivo, que pensaba, y en esto, como en lo que a la patria se refiere, ser así equivale, para la comprensión corriente, a no ser.

Por deducción lógica de todo lo dicho surge la cuestión de si Leopoldo Alas era buena o mala persona. Los vapuleados por sus críticas y los asustados por sus opiniones políticas, religiosas y patrióticas le tenían por malo, como es de suponer; pero esto no quiere decir que lo fuese de verdad. Parece que era un tanto irascible cuando había causa para ello; pero que no pasaba de ahí su supuesta y pregonada maldad. Sáinz Rodríguez (Clarín y su obra) dice que “a veces, en medio de una sátira violenta, aparecía el hombre bueno y sensible hasta la exageración, que se albergaba en el fondo del espíritu de Alas”.

Altamira, que le trató con fraternal afecto, compañeros en el Claustro universitario de Oviedo, asegura: “Contra lo que el vulgo creía y muchos enemigos de Alas proclamaban, Leopoldo, lejos de ser duro de corazón, era altamente puro y caritativo, sentía como suyas muy en lo íntimo del alma las tristezas ajenas, y simpatizaba viva, sinceramente, con los pobres, los desheredados, los enfermos.” El propio Altamira recoge en apoyo de esto una anécdota que tuvo lugar en la cátedra de Alas, divulgada por don Ulpiano Gómez desde el número extraordinario de Revista Popular (Oviedo, 1901), dedicado a Clarín con ocasión de su fallecimiento. La anécdota es la siguiente:

“Aquella mañana, oídlo bien… Aquella mañana—refiere don Ulpiano Gómez—comenzó la lección diciendo con voz doliente: “—Señores, he tenido noticia de una desgracia horrible… Una pobre mujer, viuda y desamparada, que vive en la calle X…, tenía a su hijo único, niño aún, muy enfermo; por atenderle, ni podía salir de casa a implorar la caridad, ni podía ella alimentarse. El dolor y la debilidad la vencieron y enfermó también, acostándose en un jergón al lado de su hijo querido. Llegó para América el período agónico en la noche de ayer, y la madre, al sentir sus estertores, se incorporó, buscando a tientas, ansiosamente, una caja de cerillas para alumbrarse. La encontró. Pero…, ¡oh, qué terrible, qué terrible para aquella madre!… ¡No tenía cerillas!… ”Y el abrumado maestro—continúa Gómez—, abrumado con tantos saberes, de corazón purísimo como el de una virgen, lloraba la desgracia de aquella madre, que a la mañana siguiente encontró una vecina pobre, locamente agarrada al cuerpo unánime de su hijo. 

“La caridad llegará tarde; pero hagámosla-decía-. Nombren ustedes una comisión que lleve consuelo a esa madre infeliz, y algún socorro. Yo me suscribo con veinticinco pesetas… Si alguno de ustedes, lo cual no creo, por congraciarme contribuye con sus recursos, se equivoca y envilece la limosna. «después nos habló del imperativo categórico, de Kant, prosiguiendo su curso de filosofía.»

Con esta anécdota, que convencería a sus más denodados enemigos de que en el corazón de Clarín anidaban nobilísimos sentimientos, volvemos a encontrarle en su cátedra; en su cátedra, que ha sido para él otro hogar entrañable, del que salieron numerosos hijos espirituales que han sabido con el talento y la conducta honrar la memoria del maestro.

Acaso lo más y lo mejor de su talento—afirma Alvarez Buylla— reservado quedó para sus alumnos, allá en las hermosas intimidades de aquella cátedra, sólo comparable en la calidad de la labor con la del que tenemos por el primer maestro de España, de nuestro querido y respetable compañero don Francisco Giner de los Ríos.” Y otro compañero suyo, don Rafael Altamira, asegura: “Alas fue un buen catedrático y su clase una excelente propedéutica, cuya importancia sabíamos bien los que veníamos detrás, los profesores de los cursos siguientes al suyo. ¡Bien se conocía al alumno que había pasado por su clase!”

Y no se reduce a eso su gloria de catedrático. Ha contribuido a formar hombres de alto temple intelectual, y esto es bastante; pero aún llega a más su mérito: él fué la piedra angular, por su talento, sabiduría, austeridad y modestia; por su afán incansable de sembrador y renovador de ideas, la piedra angular de la época más gloriosa de la Universidad asturiana. Rodeado de elementos propicios por su talento y virtud, como los citados compañeros de profesorado, Alvarez Buylla y Altamira, y los Aramburu, Sela, Cancha y Secades, Posada y otros más, fué Leopoldo Alas como el aglutinante de estas potencias universitarias e intelectuales, que levantaron la Universidad a gozar un prestigio que sólo tuvieron otras en pasados siglos, y derramaron a torrentes el saber por todos los ámbitos regionales. Muerto él, los que le acompañaban como principales figuras en tan admirable empresa fueron desertando de sus puestos, y la Universidad y el tono de inquietud cultural que se advertía en otras esferas de la vida asturiana entraron en decadencia. Faltó el impulso generador y alentador de aquel hermoso movimiento y todo tomó un poco el aspecto de lo estático.

El 13 de junio de 1901, fecha del fallecimiento prematuro de Leopoldo Alas, fué uno de los duelos más memorables de la Universidad, en cuyo Claustro, el más ilustre de todos los tiempos, era como el genio inspirador. El 18 de junio, el Claustro se reunió para tomar acuerdos relacionados con tan luctuoso suceso, acuerdos que honran a los profesores firmantes del acta, pero que han quedado incumplidos en su casi totalidad, o se cumplieron tardíamente, como suele suceder, por regla general, entre españoles.

Cancha y Secades recoge en su Historia de la Universidad breves impresiones de la explosión de duelo causada por la muerte de Clarín, que estimamos dignas de transcribir aquí. “Inteligencia poderosa—dice—y una de las plumas más prestigiosas de la España del siglo XIX. Maestro de profundo espíritu pedagógico, orador genial, filósofo y economista, severo crítico en todos los géneros literarios. El entierro fué como una explosión de dolor; el Municipio ovetense, al que había pertenecido Alas, propuso un monumento a la memoria del docto escritor y dió su nombre a la calle en que había vivido muchos años. El Claustro colocó el retrato del ilustre miembro en la iconoteca; avivó con gestiones la merecida concesión por las Cortes de una pensión extraordinaria a la viuda e hijos; le dedicó el discurso inaugural del curso siguiente y página especial en los Anales universitarios con notables trabajos, donde el decano, señor Buylla, y el profesor señor Altamira revivieron la figura del malogrado polígrafo, y por último, compañeros y alumnos costearon marmórea lápida en el aula número 8, descubierta con expresiva solemnidad académica.

La colocación de esta lápida y la que rotula con el nombre de Alas la antigua calle conocida por Puerta Nueva Alta, tuvieron lugar en el primer aniversario de su fallecimiento (1902). Posteriormente, muy posteriormente, treinta años después (mayo de 1931), se inauguró en el Campo de San Francisco un monumento a su memoria, obra del escultor asturiano Alvarez Laviada. Y entre otros dispersos tributos a su memoria, pueden citarse que en Soto del Barco se haya puesto su nombre a un teatro, y que en Madrid, ya proclamada la República, se haya rotulado del mismo modo un grupo escolar de nueva creación, como homenaje al consecuente republicano. Tiene además calles dedicadas a la perpetuación de su nombre en Mieres y Zamora. 

Tal es la vida, sucintamente relatada, de aquel hombre extraordinario, del que dice Menéndez y Pelayo, tan distanciado de él en ideas (Crítica literaria, tomo IV, página 286): “rico de felices intuiciones, tan original y agudo en su pensar, tan varia y profundamente versado en la cultura de nuestros tiempos”.

Sólo nos queda por decir, a modo de advertencia, que se citan como obras suyas, impresas, algunas desconocidas para nosotros. Es una de ellas la titulada El cerebro de España, que se daba como en prensa en Barcelona, en 1881, y a la cual se refiere Mario San Juan en el estudio publicado en la revista Asturias. Nosotros estamos seguros de que tal obra no llegó a imprimirse. Don Adolfo Alvarez Buylla, por su parte, alude a un trabajo de los primeros tiempos de Leopoldo Alas, acerca de las huelgas en Gijón, que seguramente se ha publicado en algún periódico. Y, por último, se cita también como obra en volumen Preparación a la Filosofía analítica, de la que no ha publicado más que la introducción (número 1) en una revista ovetense.

Obras publicadas en volumen: 

I.— El Derecho y la moralidad. (Madrid, 1878; memoria doctoral.) 

II.—Programa de Economía política y estadística. (Madrid, 1878; memoria para las oposiciones a la cátedra de Economía política de Salamanca; obra publicada también en varios números de la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, Madrid, 1880.) 

III.—La literatura en 1881. (Madrid, 1882; libro formado con críticas del autor y de Armando Palacio Valdés.) 

IV.—Solos de Clarín. (Madrid, 1882?; varias veces reeditado; prólogo de don José Echegaray.) 

V.— Pipá (Madrid, 1883; la segunda edición en 1886; colección de novelitas y cuentos; la del título reimpresa en La Novela Semanal, Madrid, 1925, número 194; la titulada Las dos cajas, reeditada en tomo suelto, Madrid, 1899, y en la misma publicación y año anotados, número 220; publicadas sueltas también las intituladas Zurita, Madrid, 1900, y Avecilla, ésta en La Novela Mundial, Madrid, 1926, número 13.)

VI.—La Regenta. (Barcelona, 1884-85; novela en dos tomos, reimpresa en Madrid, 1901, y en Barcelona, 1908.)

VII.—Sermón perdido. (Madrid, 1885; volumen reeditado varias veces.) 

VIII. —Un viaje a Madrid. (Madrid, 1886; tomo I de los Folletos literarios.)

IX.—Alcalá Galiano. El periodo constitucional de 1820 a 1823. Causas de la caída del sistema constitucional. La emigración española hasta 1833. (Madrid, 1886; conferencia en el Ateneo de Madrid; incluida además en el tomo II de la colección La España del siglo XIX.)

X.—Nueva campaña: 1885-86. (Madrid, 1887; crítica.)

XI—Cánovas y su tiempo. (Madrid, 1887; tomo II de los Folletos literarios.)

XII.—Apolo en Paños. (Madrid, 1887; tomo 111 de ídem.) 

XIII.—Mis plagios. Un discurso de Núñez de Arce. (Madrid, 1888; tomo IV de ídem.) 

XIV.—A 0,50 poeta. (Madrid, 1889; tomo V de ídem.)

XV.—Rafael Calvo y el teatro español. (Madrid, 1889; tomo VI de ídem.)

XVI. —Benito Pérez Galdós: Estudio crítico-biográfico. (Madrid, 1889; reimpreso con ampliaciones, Madrid, 1913, como tomo I de sus obras completas.) 

XVII.—Mezclilla. (Madrid, 1889: crítica.) 

XVIII.—Su único hijo. (Madrid, 1890; novela reimpresa en 1891 y como tomo II de sus Obras completas.) 

XIX. —Museum. (Madrid, 1890; tomo VII de los Folletos literarios.)

XX.— Un discurso. (Madrid, 1891; tomo VIII y último de sus Folletos literarios. Se trata de una reimpresión de El utilitarismo en la enseñanza, Oviedo, 1891; discurso leído en la apertura del curso universitario de 1891-92.)

XXI.—Alcance y manifestaciones de la instrucción de los trabajadores. (Oviedo, 1891; discurso en la sesión de reparto de premios en la Escuela de Artes e Industrias ovetense.) 

XXII.—Doña Berta. Cuervo. Superchería. (Madrid, 1892; novelas cortas; la última reeditada en volumen suelto, Madrid, 1918; reimpreso el volumen, Madrid, 1929, como tomo IV de sus Obras compactas.) 

XXIII. — Ensayos y revistas: 1888-92. (Madrid, 1892; crítica.) 

XXIV. —El señor y los demás son cuentos. (Madrid, 1892; cuentos; el cuento ¡Adiós, Cordera!, muchas veces reproducido en periódicos e incluido en el tomo IV de la Colección Literaria del Estudiante, Madrid, 1925; volumen reimpreso en la Colección Universal, Madrid, 1919.) 

XXV. —Palique. (Madrid, 1893; crítica.) 

XXVI. —Teresa: Ensayo dramático. (Madrid, 1895; drama en un acto estrenado en Madrid por la Compañía Guerrero-Mendoza.) 

XXVII.—Crítica popular. (Madrid, 1896; crítica.) 

XXVIII.—Cuentos morales. (Madrid, 1896; el titulado Boroña, muy reeditado por periódicos e incluido en la antología Cuentistas asturianos, del autor de la presente obra.) 

XXIX—Siglo pasado. (Madrid, 1901; cuentos.) 

XXX. —El gallo de Sócrates. (Barcelona, 1901; cuentos; obra póstuma. El intitulado El Rey Baltasar, reeditado en volumen suelto en la Biblioteca Estrella, Madrid, 1918, en 16.°)

Obras interiores en colecciones: 

XXXI. —Cuentos. (San  José de Costa Rica, 1914; selección hecha en los volúmenes anteriormente anotados.) 

XXXII.—Doctor Sutilis. (Madrid, 1916; ídem, ídem; tomo III de sus Obras completas.) 

XXXIII. — Páginas escogidas. (Madrid, 1917; prólogo y comentarios de Azorín.) 

Trabajos sin formar volumen:

  1. —La verdad suficiente. (En Ecos del Nalón, Oviedo, diciembre 30 de 1877 y enero 8 del 78; introducción al libro inédito Preparación a la filosofía analítica.) 
  2. —La Willis. (En Revista de Asturias, Oviedo, 1879, números 13, 14 y 18; poema en verso.) 
  3. —Speraindeo. (En ídem, 1880, números 8, 10 y 11; comienzo de una novela inédita.)
  4. —Prólogo a La lucha por el derecho, de Jhering, traducción de Adolfo Posada. (Madrid, 1881.)
  5. —Prólogo a La cuestión palpitante, de Emilia Pardo Bazán. (Madrid, 1883.)
  6. —La situación económico y social en Andalucía. (En El Día, Madrid, 1883; varios artículos.)
  7. —Prólogo al libro Del montón, de Manuel Matoses. (Madrid, 1887. )
  8. —Prólogo al libro Escaramuzas, de Emilio Bobadilla. (Madrid, 1888. )
  9. —Prólogo a Ideas pedagógicas modernas, de Adolfo Posada. (Madrid, 1892.)
  10. —Prólogo a Goethe, de Urbano González Serrano. (Madrid, 1892.)
  11. —Prólogo a Guasa viva, de Juan Pérez Zúñiga. (Madrid, 1892.)
  12. —Prólogo a La batalla del Sao, en Cuba, ganada por el general Cinella, de José Quevedo. (Oviedo, 1896.)
  13. —Prólogo a la novela Trabajo, de Zola. (Barcelona, 1900?; única traducción que se conoce suya.)
  14. —Prólogo al libro póstumo de Juan Ochoa, Los señores de Hermida. (Barcelona, 1900.)
  15. —Prólogos a Los Héroes, de Carlyle. (Madrid, s. a.; dos tomos; un estudio en cada uno.)
  16. —Prólogo al libro Ariel, de  José Enrique Rodó. (Valencia, 1908?)

Obras inéditas: 

—Speraindeo. (Novela publicada en parte. Véase número 3.) 

—Preparación a la filosofía analítica. (Obra no concluida. Véase número 1.) 

—La millonaria. (Drama.) 

Referencias biográficas: 

Altamira (Rafael). — Leopoldo Alas. (En Revista Crítica de Historia y Literatura, Madrid, agosto y septiembre de 1901 ).

Idem.—Unas apuntaciones necrológicas. (En Anales de la Universidad de Oviedo, Oviedo, 1902.) 

Alvarez Buylla (Adolfo).—Necrología y significación de Leopoldo Alas. (Oviedo, 1901; discurso de inauguración del curso universitario 1901-02.) 

Anónimo.—Reseña de la colocación de las lápidas para honrar la memoria del catedrático don Leopoldo Alas. (En Anales de la Universidad de Oviedo; Oviedo, 1903; apéndice.) 

Idem.—Una necrología. (En El Carbayón, Oviedo, 14 de junio de 1901.) 

Idem.—Honrando la memoria de un ilustre profesor. (En El Carbayón, Oviedo, 5 de mayo de 1931.) 

Arboleya (M.).—Alma religiosa de Clarín: Datos íntimos e inéditos. (En la Revista Quincenal, Barcelona, 10 de julio de 1919, número 61, páginas 328 a 349.) 

Azorin.—Leopoldo Alas. (En la obra Clásicos y modernos, Madrid, 1913.) 

Idem.—Prólogo y comentarios a Páginas escogidas, de Clarín. (Madrid, 1917.) 

Idem.—Asturias. (En la obra El paisaje de España visto por los españoles, Madrid, 1917.) 

Idem.-—Clarín y la inteligencia. (En la obra Andando y pensando: Notas de un transeúnte, Madrid, 1929.) 

Idem.—La vida de Clarín. (En ídem, ídem.) 

Bonafoux (Luis).—Tiquismiquis. Yo y el plagiario Clarín. (Madrid, 1888.) 

Cabezas (Juan A.).—Aniversario: Clarín, un provinciano universal. (En El Sol, Madrid, mayo de 1935.) 

Caramós (Francisco). — Enalteciendo a Clarín. (En La Libertad, Madrid, 5 de mayo de 1931.) 

Cortón (Antonio). — ¡Sépase quién es Clarín! (En el libro Pandemónium: Crítica y sátira, Madrid, s. a., 1889.) 

Flórez (Adriano).—Hay que humanizar a Clarín. (En El Carbayón, Oviedo, 7 de mayo de 1931.) 

Fraile Miguélez (Juan).—Cascotes y machaqueos: Pulverizaciones a Valbuena y Clarín. (Madrid, 1892; folleto.) 

Francés (José).—Clarín, o la poligrafía apasionada. (En el libro De la condición del escritor, Madrid, 1930.) 

Francos Rodríguez ( José).—Páginas asturianas: Clarín. (En Norte, Madrid, febrero de 1932.) 

González Blanco (Andrés).—Comentarios críticos. (En la obra Historia de la novela en España desde el romanticismo hasta nuestros días, Madrid, 1912.) 

Idem.—El espíritu de Clarín. (En Nuestro Tiempo, Madrid, enero de 1913.) 

Idem.—Leopoldo Alas, Clarín: juicio crítico de sus obras. (En La Novela Corta, Madrid, 1920.) 

Idem.—Clarín como crítico. (En Nuestro Tiempo, Madrid, octubre de 1923.) 

Heras (Dionisio de las).—El besugo Clarín. (Madrid, 1895; folleto.) 

Hurtado y Arias (D. E. G.).— Un estudio biográfico. (En La Revista Nueva, Santiago de Chile, junio de 1901.)

¿Eduardo de Lustonó?.— Un estudio biográfico. (En El libro 133 Alas del año, Madrid, 1899, de Ricardo Ruiz y Benitez de Lugo, Eduardo de Lustonó y otros colaboradores, entre ellos Leopoldo Alas.)

Martínez Olmedilla (Augusto). Muertos ilustres contemporáneos: Leopoldo Alas, Clarín. (En A B C, Madrid, 1931.) 

Muñoz de Diego (Alfonso).— Actualidad asturiana: El discípulo que habló como el maestro. (En Norte, Madrid, marzo de 1931.) 

Palacio (Manuel del).—Clarín entre dos platos. (Madrid, 1889; folleto.) 

Pardo Bazán (Emilia).—Mezclilla, por Clarín. (En La España Moderna, publicación mensual, Madrid, 1889.) 

Posada (Adolfo).—Escritos inéditos de Clarín: Papeles y recuerdos. (En La Lectura, Madrid, 1906, tomo III.) 

Rocamora (José).—Un pensador menos: Leopoldo Alas, Clarín. (En Nuestro Tiempo, Madrid, julio de 1901.) 

Sáinz Rodríguez (Pedro).—La obra de Clarín. (Madrid, 1921; discurso de la apertura del curso universitario de Oviedo, 1921-22.)

 Idem.—Clarín y su obra. (En la Revista de las Españas, Madrid, 1927.) 

San Juan (Mario).—Don Leopoldo Alas, Clarín. (En Ilustración Gallega y Asturiana, Madrid, septiembre 8 de 1881.) 

Idem.—Nuestros críticos: Don Leopoldo Alas y Ureña, Clarín. (Eu Asturias, órgano del Centro de Asturianos, Madrid, noviembre y diciembre de 1899.) 

Suárez, Españolito (Constantino ).—Una semblanza. (En la obra Cuentistas asturianos, Madrid, 1930.) 

Idem. — Revisiones: Leopoldo Alas, Clarín. (En Solar Norteño, Oviedo, 1934, número 3.) 

Varios.—Trabajos diversos. (En El Progreso de Asturias, Oviedo, julio de 1901; número especial.)

 Varios.—Diversos trabajos. (En Revista Popular, Oviedo, julio 1 de 1901; número extraordinario.)

Fuente:

-García Pulgar (Manuel) – Clarín (En Asturias, Buenos Aires, febrero de 1931)

-Lázaro (José) Leopoldo Alas y Manuel del Palacio (En la España Moderna, Madrid, agosto de 1889; tomo VIII)

-Onís (Federico de)- Elogios (En Ensayos sobre el sentido de la cultura española en Madrid, 1932, sin volumen, 8º)