ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ALCAZAR (Ricardo de)

Escritor contemporáneo residente en Méjico, cuyo nombre de pila es Wenceslao Rodríguez, que adoptó el de Ricardo de Alcázar (como trasunto del famoso poeta clásico Baltasar), no sólo para sus actividades de escritor, sino para todas las relaciones en la vida social. Ha usado también como seudónimo de este seudónimo el de Florisel. Nacido en Villanueva, de la parroquia de Trevías (Luarca), el 17 de septiembre de 1884.

Hijo de labradores modestos y sin más instrucción que la rudimentaria de una escuela de aldea, tuvo que atender a su propia formación espiritual e intelectual con copiosas lecturas, gracias a una firme y creciente vocación en tal sentido. Así, cuando emigró, ya en la juventud, a Méjico, y fijó en Veracruz su residencia (1904), poseía una amplia ilustración. En Veracruz aprendió el oficio de escogedor en la fábrica de cigarros puros de Balsa Hermanos, donde trabajó unos ocho años, y en la que sus compañeros, reconociéndole superioridad intelectual, le denominaban el abogado.

En esa ciudad continuó atendiendo a la nutrición autodidacta de su espíritu con lecturas selectas de clásicos y modernos en literatura, filosofía y otras disciplinas, y a los cuatro o cinco años de su permanencia allí comenzó a darse a conocer como escritor, con el seudónimo de Ginesillo de Pasamonte en los periódicos locales El Dictamen y La Opinión.

Refiriéndose a esta época, dice Martínez Riestra: “Un viento de locura artística estremecía su pulcra melena, donde triunfaba, de aladar, la nota extravagante de su bombín café en días insoportables de furioso calor estival. Tal era el pergeño de Ricardo de Alcázar, de aquel mozo astur, conocedor de literaturas, versado en filosofías y en lenguas neolatinas, que empezó a llamar extraordinariamente la atención, más que por su bombín enhiesto y su melena alborotada, por las áticas y brillantes crónicas que daba a la prensa con el seudónimo de Ginesillo de Pasamonte. Ricardo de Alcázar había surgido al estadio de las letras armado de un formidable espíritu de crítica. No se publicaba un libro nuevo que no lo destrozara, ni artículo periodístico que no lo demoliese, a su manera. Ante aquel duro exclusivismo intelectual, los noveles escritores andaban indignados y sin orientación. Yo, francamente, temí por la epidermis del temible crítico, a quien unos calificaban de zoilo, otros de genio y varios de pedante. Así hube de decírselo a él en ocasión propicia, con palabras persuasivas. Pero el émulo de Valbuena, cuyo cerebro era un tremendo avispero, lejos de corregirse, emprendióla también contra un pobre libro mío. Aquella deslealtad, que hubo de coIocarnos a punto de rompernos la crisma, y ante la cual me habría sonreído hoy filosóficamente, trajo por benéfica consecuencia el acercamiento y unión de toda la juventud intelectual desparramada por el puerto (Veracruz).

Resultado de esta unión a que alude Martínez Riestra, fué la fundación, propulsada por ellos dos principalmente (1911), de la revista literaria Gente Nueva, la cual, por demasiado literaria para un ambiente demasiado mercantil, dió por resultado que “cada número era un fracaso—dice el citado Martínez Riestra—y en cada fracaso poníamos un nuevo y doloroso anhelo de llegar”. Dicha revista duró un año con quebranto económico del grupo que la inspiraba y escribía.

Sus actividades intelectuales fueron repugnando las del oficio de tabaquero, al punto de atosigarle el ambiente de la fábrica. “Ricardo de Alcázar—sigue diciendo Martínez Riestra—fué sintiendo la necesidad de explorar nuevos horizontes. En Veracruz se asfixiaba. Aquel centro, eminentemente mercantilista, no entendía de bohémicas locuras”. Entonces fué cuando se trasladó (1913) a Méjico, capital, con el propósito de dedicarse por entero a las letras.

Carente en esta ciudad de dinero y relaciones, pasó Ricardo de Alcázar en los primeros meses penurias dolorosas, hasta que le libró de tales amarguras el ingreso como corrector de estilo en el imparcial, el periódico mejicano más importante entonces. En los ratos que le dejaban libre en este diario sus 157 tareas de corrector, solía escribir para el mismo algunos trabajos.

Dirigía entonces El Imparcial el famoso poeta mejicano Salvador Díaz Alirón, quien, al advertir los méritos literarios de Alcázar, le encomendó la sección de crítica teatral. Para este nuevo ejercicio literario adoptó el seudónimo de Florisel, que pronto hizo famoso y buscado en los círculos intelectuales y por el público con la autoridad y belleza literaria de sus críticas. Seguidamente, la dirección le encomendó también semblanzas de las personalidades de la colonia española, y en esta ocasión, el proceder malvado de otro periodista español, que apeló a la calumnia, le costó a Ricardo de Alcázar la salida de El Imparcial.

Fundó entonces (1915) la revista semanal Otro Mundo, la que, al tercer número de su aparición, rebautizó con el título de Rojo y Gualda, de fuerte orientación españolista, cualidad que distinguió siempre a Alcázar en sus campañas de prensa. Algún tiempo después entró a formar sociedad con él en esta publicación otro escritor asturiano, José Albuerne, a quien Alcázar vendió su participación en 1918, al tener que ausentarse de Méjico a causa de un lance amatorio

Fijó entonces su residencia en Mérida, capital del Estado de Yucatán, donde trabajó como redactor en un periódico que dirigía el poeta Mediz Bolio, pero algunos meses después regresó a Méjico. Fundó aquí (1919), con el abogado y periodista catalán Enrique Guardiola Cardellach, el diario de la mañana El Día Español, del que Alcázar se quedó al frente, solo, año y pico después, obligándole esto a desarrollar una inusitada actividad periodística, reñida con su formación reposada de literato. En 1922 entraron a participar en sociedad para sostener este diario el escritor asturiano Andrés Peláez Cueto y Antonio Alonso Inguanzo, esposo de la escritora, también asturiana, María Luisa Castellanos, lo cual permitió a Alcázar realizar una anhelosa aspiración: la de pasar en España una temporada de algunos meses, al cabo de la cual regresó a Méjico en el año siguiente. Después de algunas vicisitudes y contratiempos, decidió vender El Día Español, venta que llevó a cabo en 1926.

Dos años más tarde fundó la revista literaria La Voz Nueva, que sostuvo con crédito hasta 1931.

En el transcurso de esta última época y movido por estímulos de amigos y compañeros que lamentaban lo diseminados que andaban por los periódicos los escritos de Alcázar, América se decidió a recoger en algunos volúmenes parte de esa labor, y de los cuales se da cuenta en el lugar correspondiente de este estudio biográfico.

En estos últimos años ha venido compartiendo las tareas literarias con empleos en el Casino Español y en la Embajada de España.

La obra literaria de Ricardo de Alcázar es, en su casi totalidad, de crítica y exégesis, salvo algunas concesiones que ha hecho a la poesía, y en una y otra modalidad es siempre un escritor de pulcro estilo, que vale como buen modelo de castellano. También, aunque esporádicamente, ha actuado de conferenciante con no menor originalidad que de escritor. Y cuentan, además, entre sus frutos literarios algunas traducciones, como el cuento del catalán La camisa de Pilar y el delicioso librito de Paúl Valery Literatura (Méjico, 1933).

Andrés Peláez Cueto enjuicia al escritor en estos términos: “La expresión alada, punzante y galana está siempre a punto, como el agua en la fuente, en los labios y en la pluma de Florisel. En él forma carácter y modalidad lo que en la mayoría de los escritores significa un producto doloroso del esfuerzo. Él escribe siempre bien como otros escriben siempre mal, de un modo natural y corriente, y creo que si se propusiera escribir algún día esa prosa ortopédica de lugar común y término sobado, le costaría el mismo trabajo que a algunos otros producirse con sonoridad, limpieza y medida. Además, la expresión, con ser tan importante, no es para Alcázar lo esencial. Para él no hay expresión sin alcance filosófico. No hay expresión sin idea expresada. El lenguaje y el pensamiento son tan inseparables como la causa y el efecto. Decir, supone algo que decir. Decir bien, supone algo importante o bello que decir. Florisel ha tocado límites de perfección que difícilmente tocará por hoy ningún escritor joven de lengua castellana.”

Obras publicadas en volumen:

I.—Por el alma y por el habla de Castilla. (México, 1922; folleto.)

II.—El cuento y la cuenta del oro de América: lo que de toda América llevó España en tres largos siglos. Lo que trajo y dejó en América en cambio. Lo que se llevan los Estados Unidos sólo de México y en un solo año. Lo que dejan en México en pago. (México, 1927; folleto.)

III. —El cetro, las cruces y el caduceo: En busca de la conciencia de la colonia. (México, 1928; folleto.)

IV.—Unión, fusión y confusión de la colonia española: Un esquema de superestructura racional. (México, 1928; folleto.)

V.—50 ideas para un libro que no se pudo publicar. (México, 1928; publicado en parte.)

VI.—Donaire. (México, 1931; poemas; folleto.)

VII.—Ofrenda al silencio. (Madrid, 1931.)

VIII.—25 minutos de silencio. (México, 1932; conferencia, con prólogo de A. D.)

IX.—El libro en la mano. (México, 1932; conferencia; un pliego en 4.°)

X.—Nuevo donaire. (México, 1933; poemas; folleto.)

XI.—El gachupín: Problema máximo de México. (México, 1934; folleto.)

Referencias biográficas:

Martínez Riestra (C.).—El desenfado de la sinceridad. (En la obra Amor y dolor, El Paso, Texas, 1923.)

Peláez Cueto (Andrés).—Por el alma y por el habla de Castilla, de Ricardo de Alcázar, “Florisel”. (En el libro Panorama crítico, Barcelona 1930)