ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ALVAREZ PERERA (Jose Vicente)

Escritor satírico en prosa y verso de la primera mitad del siglo XIX. Tuvo por carrera la de abogado; por actividades, cargos diferentes, y siguió la causa de don Carlos de Borbón como pretendiente al Trono de España, en cuanto a ideal político. “Defensor denodado—dice Fuertes Acevedo en Biblioteca de escritores asturianos— de las pretensiones de don Carlos al Trono de España y de las ideas político-sociales que éste representaba, si bien despojadas de todo espíritu exagerado, a cuya defensa consagró su vida, sus intereses y su pluma. Desgraciadamente para él, su lealtad y su constancia sólo le valieron sinsabores y amarguras sin cuento; si bien hallaron un consuelo a tanto mal en el aprecio que han sabido hacer cuantos le conocieron de su talento, su virtud y su honradez.” 

Nació Álvarez Perera en Oviedo en el año 1798, hijo de don Andrés de esos apellidos y doña Josefa Muñiz Lorenzana. Cursó los estudios de Filosofía, equivalentes al bachillerato, y la carrera de Leyes en la Universidad ovetense, hasta licenciarse en Jurisprudencia el 14 de junio de 1820. En ese mismo año se matriculó de abogado, incorporándose al Colegio de Oviedo

Su vocación por el cultivo de las letras tuvo sus manifestaciones primeras, de estudiante, como poeta satírico, vena que le acompañó toda la vida. Le distinguían en la sátira tendencias reaccionarias, que le llevaron a actividades políticas en tal sentido durante el trienio de cuatro años que duró el régimen constitucional (1820 – 23) implantado a consecuencia del levantamiento de Riego en Las Cabezas de San Juan. Esas actuaciones suyas le llevan a participar directamente en disturbios públicos durante el año 1822 y más aún en el 23, sobre todo en los sucesos ocurridos en Pola de Lena al finalizar el mes de junio. Al fracasar esta intentona subversiva, se vió obligado a huir y ocultarse de la persecución y condena consiguientes. Desde el oculto retiro, imposibilitado para la lucha activa, esgrimió la pluma como arma y escribió varias sátiras en verso contra los constitucionalistas, entre ellas la número I. Al ser restaurado por Fernando VII el régimen absolutista, a fines de ese último año citado, Álvarez Perera pudo reintegrarse a su vida normal.

En enero de 1825 recompensó el rey su lealtad con el cargo de asesor de la comisión militar de Castilla la Vieja. Al mes siguiente le nombró relator de la Sala de Hijosdalgo, en la Chancillería de Valladolid, y en abril, fiscal de la Audiencia de Guerra en esa capitanía general, puesto que tuvo a su cargo hasta que pasó en 1829 a desempeñar el de auditor interino.

En 1832, por sus opiniones y actividades en favor de la causa que ya comenzaba a sostener don Carlos de Borbón como pretendiente a la Corona, fué destituido de la Auditoría, y desterrado sucesivamente a Sevilla y a Burgos. Permaneció aquí unos ocho meses, al cabo de los cuales consiguió volver a Valladolid, dispuesto a seguir aquí su profesión de abogado, con abandono de toda labor política. Así parece que llevó a efecto su decisión, pero en 1836, ya en plena guerra civil provocada por don Carlos, se le encarceló por sospechoso de espionaje al servicio de las tropas carlistas que amenazaban a Valladolid. Al caer esta ciudad en poder de los partidarios de don Carlos, se le puso en libertad inmediatamente y le fué conferido el cargo de segundo alcalde, cargo que ocupó con tales pruebas de discreción y justicia, que le valieron el reconocimiento unánime de partidarios y adversarios.

Reverdecidos sus entusiasmos por la causa carlista, al abandonar Valladolid, en septiembre de 1837, la división que la había ocupado al mando del general Zariátegui. Álvarez Perera se incorporó a sus filas, mereciendo después del propio don Carlos el nombramiento de auditor de guerra. En septiembre de 1838 ocupó una plaza de capitán en el batallón de Segovia, con mando en la cuarta compañía, que desempeñó hasta que en marzo del año siguiente pasó al puesto de jefe de Estado Mayor de la columna del general Valmaseda, tocándole participar en todos los encuentros de este confín gente carlista con las tropas nacionales durante siete meses y conquistando por su arrojo y pericia la Cruz de San Fernando. Así continuó toda la campaña, hasta el Convenio de Vergara.

Llegó a este final de la primera guerra civil inválido, amputada una pierna a cercén a causa de una herida. No obstante su invalidez, fué de los que no quisieron acatar el Convenio de Vergara, decidido a no deponer las armas. Perseguido con otros por las fuerzas del general Maroto, se vió precisado a trasponer la frontera de Francia, donde estableció su residencia en la villa de Clermont-Ferrand, capital del departamento Puy-de-Dome.

Como participante en esta guerra carlista, Álvarez Perera supo acreditarse, en medio de las ferocidades que la caracterizaron, de hombre humanitario, sin dejar de ser valiente. Fue de los pocos con mando y responsabilidad que repelían los desmanes y de los todavía menos que ganaron gratitudes perdurables de enemigos salvados de una muerte segura. “De genio apacible —dice Fuertes Acevedo— y carácter dulce y afable, Perera se condolía de los estragos que causaba aquella lucha fratricida; y más de una vez, pasado el ardor y entusiasmo del combate, logró salvar de una muerte cierta a infelices que iban a ser sacrificados a poco de haber caído prisioneros.»

Emigrado en Clermont  hasta 1847, tuvo que improvisarse allí medios para subsistir, y apeló a dar lecciones de lengua española y también de guitarra, arte en el que era “un profesor consumado”, según Fuertes Acevedo. Los ocios que le consentían esas ocupaciones y sus achaques los empleaba en proseguir sus ejercicios literarios. De muchas de sus breves composiciones poéticas y otras producciones de entonces sólo se conserva el recuerdo de que han existido. Queda algo de lo mejor de su producción, que es el volumen Palabras de un cristiano.

Vuelto a España y a Valladolid en el citado año 1847, ocupó en esa ciudad, sucesivamente, los cargos de interventor y director del Hospicio provincial. No obstante su imposibilidad física y el cansancio producido por una vida llena de agitaciones y desengaños, continuó en esta época, tal vez con mayor intensidad que antes, sus dedicaciones literarias como periodista y comediógrafo, aunque no se haya llegado a estrenar ninguna obra suya. Por entonces, al parecer, escribió en verso su autobiografía, de tonos satíricos y melancólicos, a la que pertenece este fragmento:

Cursó las letras, trabajó en estrados, fui militar en armas diferentes, con carnes crudas arruinó mis dientes, y nutrí con la mía a mil cuidados; priváronme de cama los cuidados, fueron el hambre y sueño impertinentes, hiriéronme mil veces los ardientes rayos del sol, y soportó nublados. Alude aquí (x) a la pierna que le fué amputada como consecuencia de una herida de guerra. También sostuvo entonces sus grandes aficiones filarmónicas de toda la vida, por lo que se le nombró Presidente de Honor de la Sociedad musical de Santa Cecilia, de Valladolid.

Así transcurrieron los postreros años de su existencia, admirado por su ingenio y querido por sus bondades de cuantos con él se relacionaban. En la última etapa, la herida de la pierna, nunca totalmente curada, no obstante la amputación, se le agravó de tal manera, que le causó la muerte el 8 de enero de 1854. Es errónea la fecha anotada por Fuertes Acevedo de 1858 en Biblioteca de escritores asturianos, rectificada por él mismo en otros sitios.

Dice el citado autor, para acreditar la hombría de bien de Álvarez Perera, que “su muerte fué muy sentida por todos, siendo su cadáver acompañado hasta la última morada por los más importantes hombres políticos de todas las opiniones”

Ha dejado en poder de sus herederos numerosos trabajos manuscritos, entre ellos varias comedias.

Obras publicadas en volumen: 

I. —Calendario del año 1823 para la ciudad de Oviedo. (Oviedo, 1823; sátira política en verso.) 

II. — Palabras de un cristiano. (Clermont-Ferrand, 1839; obra publicada en francés ese mismo año por Mr. Auf-La-Sombiere, con un gran elogio por preámbulo.) 

III.—Ciencia de la vida, o Recreaciones morales en verso por un católico español. (Impreso sin lugar ni fecha; en colaboración con Domingo Hevia y Prieto; reimpreso en el Semanario Religioso, Segovia, 1853.)