ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ALVAREZ SALA (Ventura). 

Uno de los pintores asturianos del siglo XIX de fama más perdurable. “Muy enterado de su misión, muy ilustre y digno de admirar por todos conceptos”, dice Silvio Itálico (Benito Álvarez Buylla) en el Boletín del Centro de Estudios Asturianos (Oviedo, 1924). Contra lo que se ha dicho, ha cultivado con predilección para sus cuadros los motivos regionales.

Su origen no pudo ser más humilde, para que la subida a la categoría de maestro en el arte pictórico fuese más larga y penosa. Nace en Gijón en 1871, hijo de don Mateo de esos apellidos y doña Lucía Vigil, de modesta posición económica y social. Todos sus estudios en la edad adecuada para ellos se redujeron a la instrucción primaria, pero con tanta aplicación y clara inteligencia que, a la vez que escolar, fue pasante en la escuela de don Justo García. Le distinguía también de muchacho lo travieso, actuante siempre en la bárbara costumbre de entonces de las peleas a pedradas entre los muchachos de barrios y hasta de calles diferentes.

En plena adolescencia tuvo que trabajar para llevar a su casa un jornal que era necesario. Ingresó como aprendiz de pintor de oficio en el taller de un maestro entonces famoso en Gijón, conocido por Vizcaíno. Allí, los ratos que tenía libres de sus tareas y los que podía sustraer a ellas los dedicaba a embadurnar papeles, cartones y tablas en sus incipientes sueños de artista, que se estrellaban frecuentemente contra la realidad representada en el patrono. Asociado después a su hermano Ramón, que también tenía esas inclinaciones pictóricas, se dedicó a decorar interiores de casas, como medio de vida.

Unidos también los dos hermanos en aspiraciones artísticas, determinaron trasladarse a Madrid, donde esperaban perfeccionarse en el arte de la pintura y alcanzar posición y fama; pero en Madrid les aguardaba un verdadero calvario, al que Ramón, dotado de menos fortaleza de voluntad, renunció en seguida y regresó a la villa natal. Ventura, por el contrario, se armó de una gran perseverancia para sobrellevar la indigencia y proseguir la lucha por el soñado triunfo. Para poder subsistir tuvo que industrializar sus producciones, que consistían en pequeños retratos al carbón, frecuentemente dibujados con hollín, falto de recursos para materia prima.

Tan precaria situación económica mejoró después algo por la caridad, simulada bajo protecciones artísticas, que recibía de cierto magnate asturiano. Vinieron luego en su socorro algunas pesetillas que la madre pudo enviarle de tarde en tarde, y, por fin, una protección más continua, aunque modesta, de su hermana Ignacia, que había abierto por entonces en Gijón un taller de modista.

Vencida, por fin, aquella situación precaria y triste, Ventura Álvarez Sala pudo con relativa tranquilidad perfeccionar sus estudios como discípulo de la Escuela Superior de Bellas Artes y también del pintor Manuel Ojeda.

Comienza a darse a conocer públicamente en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas en Madrid. A la de 1892 concurre con el cuadro Naufragio en las costas de Gijón, que promete firmes esperanzas; a la de 1895 envía un retrato y el autorretrato en el estudio, conquistándole este una mención honorífica; a la de dos cuadros, uno de ellos, ¡Todo a babor!, muy celebrado por los entendidos y premiado con tercera medalla; a la de 1899, dos lienzos de costumbres asturianas, Herradores y La rifa de la xata, el último de los cuales le conquista otra tercera medalla; a la de 1901, el cuadro El contraste, por el que se le propone para una condecoración.

También contribuye a su naciente renombre la colaboración de ilustrador de la revista madrileña Blanco y Negro con portadas y dibujos para el texto. 

Una modesta pero eficaz protección vino por entonces (1900) en su apoyo, que fué el de una pequeña beca creada por el Casino de Gijón para que pudiera completar en Roma sus estudios durante tres años. Esto sirvió grandemente para perfeccionar la técnica de su arte y extender sus conocimientos sobre obras maestras de la pintura universal. Como muestra de gratitud, a la vez que de sus progresos pictóricos, envió al casino el cuadro Un mercado en Roma, muy elogiado por Sorolla.

Desde Roma se presentó al concurso de pensionados por la Academia de Bellas Artes de Madrid en esa ciudad. El lema del cuadro a ejecutar era la familia de un anarquista el día antes de la ejecución. Su lienzo fue estimado por el Jurado calificador — compuesto por los pintores Sotomayor, Chicharro, Benedicto y Labrada— entre los dos mejores, pero no el mejor, con lo cual no obtuvo la beca a que aspiraba.

Extinguido el plazo de aquella pensión, Álvarez Sala regresó a la villa natal y abrió un estudio en el barrio de Somió, que fué el lugar de su residencia en adelante. Allí pintó con la más fervorosa ilusión el célebre cuadro de costumbres asturianas La promesa, para concurrir con él a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904. Lo envió a ella y mereció grandes elogios, pero no consiguió premio, y sí solamente una propuesta para condecoración. Las personas inteligentes encontraron la decisión del Jurado desacertada y hubo protestas. La más contundente ­de ellas fué la del eminente crítico de arte don Aureliano de Beruete, que adquirió la obra de teatro mil pesetas y la entregó al estado para su colocación permanente en el Museo de Arte Moderno. Y sucedió con este lienzo al año siguiente ( 1905 ) que, habiendo ­ordenado el Gobierno una selección de cuadros de dicho Museo para enviar a la Exposición Internacional de Múnich, la Comisión encargada de esa selección incluyó en ella La promesa, de Ventura Álvarez Sala, aun cuando no llenaba el requisito de estar premiado por el Estado. El resultado fué que en la Exposición de Múnich alcanzó el más alto galardón, consistente en una medalla de oro, mientras otros que ya estaban premiados en España resultaron rechazados por el Jurado de admisión. Toda la prensa española se hizo eco entonces de la patente injusticia cometida con Álvarez Sala, que venía a estar postergado en su patria mientras en el extranjero alcanzaba las más excepcionales consideraciones, y el suceso fué para él como una definitiva consagración de maestro en la pintura. Dicho cuadro La promesa estuvo en el Museo de Arte Moderno hasta que, en 1932, fué enviado en calidad de depósito a la Diputación provincial de Oviedo.

No obstante esa amarga lección, continuó concurriendo a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes: en 1906, con tres cuadros de asunto asturiano; en 1908 con el lienzo Emigrantes, que le conquistó segunda medalla; en 1910 Asturias también premiado con segunda medalla; en 1912, Pescadores de mariscos, y en 1915, dos cuadros, uno de ellos, el famoso Ganarás el pan, que la opinión unánime señaló como merecedor de primera medalla. Ante la posibilidad de que, por injusticia o su mala suerte, sucediera con este cuadro lo que con La promesa, varias entidades madrileñas estuvieron apercibidas para reparar la posible desconsideración del jurado, compensándole con una medalla de oro y un homenaje público; pero no fué necesario el desagravio, porque el cuadro alcanzó la merecida primera medalla, sin las intrigas desplegadas siempre para la conquista de esos premios, y a las que jamás apeló Álvarez Sala. La obtención de esa recompensa fué celebrada en Gijón con un gran banquete, que dejó inaugurado el pabellón construido en Santa Catalina por el Club de Regatas.

Además del citado cuadro La promesa, también figura en la Diputación provincial, depositado por el Estado, el que lleva por título Asturias. En el Ayuntamiento de Gijón se conservan dos de sus mejores retratos personales, los de don Rufo Rendueles y don Faustino Rodríguez San Pedro, y el cuadro Un descanso en la faena.

Entre otras obras suyas acreditadas de maestras están el retrato familiar de los señores Arango y los cuadros de costumbres asturianas Entierro de un niño de aldea y La siembra del maíz, además de los ya citados en este estudio.

En las postrimerías de su vida cifraba todos sus entusiasmos en la decoración de la cúpula de la iglesia levantada por los jesuítas en Gijón. Había recibido el encargo de éstos de ejecutar una representación del Juicio Final, y lo acariciaba como la obra de más empeño que dejara de él recuerdo perdurable, cuando le sorprendió la muerte el 5 de marzo de 1919, en pleno vigor físico y el espíritu lleno de ilusiones artísticas.