ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ARGÜELLES MERES Y VALDES (Antonio de)

Una de las personalidades asturianas mas conspicuas del siglo XVI, injusta y casi totalmente olvidada, por no decir desconocida. Fué en la decadente o, mejor dicho, decaída centuria mencionada de la vida nacional, uno de los pocos hombres que sobresalieron de la corrupción ambiente como gobernante de probidad y rectitud ejemplares, asentadas en extensa y sólida sabiduría. Llegó a la presidencia del Consejo de Castilla por merecimientos propios, no sólo desligado de las intrigas cortesanas, sino en constante oposición a ellas. Fué un magistrado en quienes los Campomanes y los Jovellanos, por citar solo a dos asturianos que fueron cumbres del siglo XVI español, encontraron un antecedente enaltecedor. Figuró como “uno de los mas ilustres y fieles servidores del rey Carlos I”, dicho sea con palabras de Fuertes Acevedo en Biblioteca de escritores asturianos.

El canónigo González de Posada recuerda acerca de esta personalidad, en memorias históricas del Principado de Asturias, un suceso afirmativo de su alta reputación. “En un memorial —dice — que presentaron a Felipe V los Colegios Mayores, entre los grandes méritos que alegaban de sus individuos en servicio de la corona, era uno que don Antonio de Argüelles Valdés fué presidente de Castilla, ministro en quien se unieron la sabiduría, la justicia y la prudencia sin confundirse. Para merecer el más debido aplauso”’. Escritores coetáneos suyos tuvieron a gala dedicarle sus libros con fervientes panegíricos. Por contraste, en libros modernos adecuados para que se recordara su enaltecida personalidad, se echa de menos hasta su nombre.

Nació don Antonio de Argüelles Meres y Valdés en la parroquia de Meres (Siero), según su hermano, don Francisco, su mas verídico biógrafo, el día o la noche de San Antonio de Padua (13 de junio) del año 1643. Por lo que resulta equivocada la fecha de 1649 que anota Fuertes Acevedo. Fueron sus padres don Toribio Argüelles Quiñones de Meres y Valdés y doña Francisca de Posada, ambos de noble linaje. Sus apellidos verdaderos, usados a la manera establecida posteriormente, debieran ser los de Argüelles de Posada, y así le anotan algunos al citarle. Pero él ha usado solamente los apellidos paternos, con la supresión del Quiñones. Y así es como más se le conoce. No falta tampoco quien le anote con los apellidos de Argüelles Valdés, con Supresión de los intermedios, que es el caso de González de Posada en la obra anteriormente aludida y de otros.

Fué sobrino del arzobispo Fernando de Valdés, fundador de la Universidad de Oviedo, pero ha de entenderse este parentesco en remoto grado, dada la distancia de mas de centuria y media entre el nacimiento de ambos. “Cuéntase — anota su hermano don Francisco — que, al nacer, un religioso franciscano, astrónomo y matemático, que por casualidad se hallaba en la casa, dijo: Si este niño no muere en la infancia, será muy singular y celebrado en estos reinos. Vale esta referencia como mero dato curioso, ya que en punto a predicciones, cuando no están inventadas con posterioridad a los hechos aludidos, sólo se recuerdan las que aciertan.» “A los siete años — dice también su citado hermano — ya se adelantó a los otros (hermanos mayores) en rudimentos de la escuela de niños, y de allí a los trece, en que supo la gramática cumplidamente, de suerte que podía ser maestro de ella, fué descubriendo el feliz y claro ingenio, comprensión y memoria de que Dios le ha dotado, con una condición tan pacífica, tan pausada, tan humilde, cortesana y suave, que siempre atrajo y enamoro con ella a cuantos le han conocido y comunicado hasta la hora presente, sin desigualdad ni alteración alguna.”

Estudió posteriormente Humanidades en la Universidad de Oviedo y pasó luego al Colegio de San Pelayo, de Salamanca, en el que ingresó el 10 de diciembre de 1660. En el libro de recepciones de ese colegio, del que fué rector en el año 1671, se anota lo siguiente: “Salió a la oposición de las cátedras de Leyes de esta Universidad (Salamanca) a los siete años de colegio, y a los seis de opositor dejó la de Instituta, paso a la de código más antigua y muy luego a la de vísperas (10 de abril de 1677), sin faltarle voto alguno; y en este tiempo (13 de julio) se graduó de licenciado…, después de lo cual paso de este colegio al de San Bartolomé, de esta ciudad, en el cual Ilevó el primer año de catedra de prima (19 de agosto de 1678).” Refiriéndose a su nombramiento de profesor de Instituta en la Universidad de Salamanca en 1675, dice el hermano que lo obtuvo “de edad de treinta y dos años, cuando los mas de su edad suelen empezar sus oposiciones, y no llegar a la última y primera cátedra hasta los sesenta o más adelante, y no se sabe que otro alguno haya llegado a conseguirla en tan tiernos y pocos años”.

Su fama de sabio en el conocimiento de las leyes trascendió pronto mas allá de los centros de enseñanza salmantinos, y, reconocida en las altas esferas oficiales y gubernamentales, el Supremo y Real Consejo le nombró el 27 de enero de 1679 alcalde del crimen de la Chancillería de Granada, cargo del que no Ilegó a posesionarse por haberle sido conferido el mismo en la Chancillería de Valladolid poco después. En el desempeño de este destino, el primero de su brillante carrera de magistrado, dió reiteradas pruebas de hombre integro y bondadoso. Fué una de ellas, acaso la mas notable, aunque nos parezca ahora asunto de escasa monta, la solución que dió a un grave conflicto popular producido en Valladolid a causa de la escasez de subsistencias. No había trigo en la ciudad, y el pueblo, falto de su primer alimento, se amotinó contra las autoridades. Los dignatarios de la Chancillería no encontraban modo de remediar el mal, y la protesta popular adquirid tonos violentos peligrosos.

Entonces fué cuando Argüelles se ofreció a mediar en el pleito para calmar los ánimos, dispuesto a recorrer la población con misión apaciguadora. Mientras el presidente y los oidores de la Cancillería y otras autoridades se quedaron llenos de temor por la vida de él y la propia. Argüelles recorrió las calles sembrando la calma y la confianza y requiriendo al vecindario para que se reuniera con él en la plaza Mayor y resolver la causa de la protesta pacíficamente. Cuando hubo reunido al pueblo, arengó a éste para que depusiera la violencia, prometiéndole, en cambio, que él mismo saldría aquella noche por las villas y lugares de la comarca, y que andaría toda la provincia hasta llenar de trigo la ciudad, y que no volvería a ella hasta cumplirlo.” La furia de los vallisoletanos se trocó en risueña esperanza, que pronto tuvo regocijada realidad. Salió “aquella misma noche — sigue diciendo el hermano — como lo había ofrecido, en busca del socorro, con tan feliz suerte, que en menos de quince días previno y consiguió más de doscientas fanegas de trigo, que fué encaminando a la ciudad sucesivamente, sacando del pecado enorme de avaricia a muchos seglares y eclesiásticos, y aun a señores obispos, que lo tenían ventilado y escondido de venderlo aún a mas subido precio”. A su regreso, el pueblo le recibió en triunfo con las más encendidas muestras de entusiasmo, y, entre otras coplas alusivas al suceso que había librado del hambre a la ciudad, le dedicó ésta: “Todos los oidorcicos no valen nada; don Antonio de Argüelles lleva la gala.” Este suceso le valió estimaciones acendradas de toda la población y entre la gente de leves se le rodeo de un gran respeto. Y tanto se estimaba su opinión, recta y autorizada, que, no obstante la modestia de su cargo, el Supremo y Real Consejo sometía frecuentemente a su asesoramiento asuntos muy delicados. Por esta época (1682), contrajo matrimonio con la señorita de noble alcurnia María Antonia Herrera de la Concha, de Valladolid, de la que no ha dejado sucesión.

Al año siguiente fué ascendido a oidor de la Cancillería de esa ciudad, cargo en el que afirmó sus méritos por espacio de algunos años, hasta que, en 1685 y en 1687, le confirió el rey el de alcalde de Casa y Corte. En el cumplimiento de esta nueva actividad conquistó ya los méritos definitivos para el ascenso a las mas altas magistraturas. Los Reales Consejos le encomendaron asuntos muy delicados que él supo resolver con tacto y autoridad insuperables. Una de las mas difíciles comisiones fué la de servir de arbitro, por encargo especial del monarca, entre los vecinos de Hendaya y Fuenterrabia, gravemente desavenidos. La causa de tal desavenencia, degenerada en disturbios graves, fué la pesca en aguas del rio Bidasoa que separa a esas dos ciudades, a España de Francia. Vecinos de Fuenterrabia dieron muerte a mosquetazos a otros de Hendaya, a consecuencia de lo cual el rey francés presento reclamación al español, y el litigio fué resuelto por Argüelles a satisfacción de ambas partes, sin detenerse a considerar los riesgos de Ilevar a cabo su misión entre gente montaraz de la que rehuían toda mediación otros magistrados. Tan repetidas muestras de excelente magistrado movieron al rey a conferirle el cargo de fiscal del Consejo de Indias (1690), y poco después, el de oidor del mismo consejo. Como tal consejero ha escrito importantes informes jurídicos, que se reputan de modelos por la riqueza de doctrina. En 1694 paso a fiscal del Consejo de Castilla y dos años después a presidente o gobernador, como entonces se decía, de ese mismo consejo, que era el mas alto destino en la gobernación del estado español.

Resolviose su majestad a exaltarle a la Presidencia de Castilla — se anota en el libro de recepciones del Colegio de San Pelayo, de Salamanca — en tiempo bien calamitoso, que fuera fácil perderse en él aun al más lisonjero político; pero este gran caballero y discreto ministro supo manejar tan diestramente las riendas del gobierno que no hubo en el discurso de él quien justamente se pudiese quejar por ofendido.” Dos años y dos meses prestó servicios en este elevado cargo, a pesar de las dificultades que encontraba en los círculos cortesanos de aquel rey epiléptico que se conoció por El Hechizado, apodo con que se ha disimulado su cretinismo. Al fin, hombre de nobles y rectos procederes, no pudo soportar aquella atmósfera en que vivía el monarca, y renunció a su puesto en marzo de 1698. Carlos II le concedió entonces, en gracia a sus muchos y meritorios servicios, el título de marques de Paranza y cinco mil ducados de renta anual, bajo condición de residir en Madrid, con lo cual continuo siendo consejero, solo que privadamente, para los asuntos importantes de Estado. Vivía en su retiro “tan desnudo y pobre — dice el tantas veces citado hermano y biógrafo—como cuando empezó su carrera en Salamanca”.

Era hombre de austeridad y generosidad tan ejemplares, que se olvidaba de sí mismo por favorecer al prójimo, especialmente a sus coetáneos, “y solo se puede decir que los menos afortunados con su ilustrísima han sido sus mas cercanos deudos”. No ha de tomarse tan al pie de la letra lo de la desnudez y la pobreza, puesto que pudo reconstruir la iglesia de Santa Ana de Meres y dejar algunos bienes de fortuna. Argüelles Meres y Valdés falleció en Madrid en el año 1709. Fuertes Acevedo da la fecha de enero 13 del 1710, equivocada, por lo menos, en cuanto al año. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de San Gil. De sus numerosos escritos, casi todos redactados en razón de sus cargos oficiales, no ha dejado ninguno impreso, y solo se sabe el paradero del anotado mas abajo en primer lugar. 

Obras inéditas:

I.—De pactis resolutis in diem addictionis et commissario in venditione. (MS. en un tomo tamaño cuarto, depositado en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca.)

II.—Memorial contra la Universidad de Salamanca. (MS. citado por Fermín Canella y Secades.) 

Referencias biográficas:

Alventos (Marqués de).—Del ilustrísimo señor don Antonio de Argüelles y Valdés. (En la obra del autor de Historia del Colegio viejo de San Bartolomé, Madrid. 1766, tomo III, paginas 501 a 504.)

Argüelles Meres y Valdés (Francisco).— Biografía y servicios de don Antonio Argüelles Meres y Valdés, presidente de Castilla. (En El Carbayón, Oviedo, 1833, y en el folleto Asturianos ilustres, por Juan Fernández — seudónimo de Emilio Martin González del Valle — segunda edición, Barcelona, 1900.)

G. P.— Los asturianos de ayer: El marqués de Paranza. (En El Carbayón, Oviedo, 7 de marzo de 1885.) Silva (Padre).— Dedicatoria. (En la obra Sermones varios, Madrid, 1697.)