ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ARMADA VALDES (Álvaro).

Hombre en quien hermanaron la aristocracia de la sangre y la aristocracia del espíritu, que supo mantener en el tango más elevado la nobleza de su abolengo, mientras cumplía con algún deber ciudadano, y jamás entregado al parasitismo tan frecuente en su clase, como supo también conquistarse un rango no menos importante entre los hombres de letras. La alcurnia social heredada y la alcurnia intelectual conseguida han hecho de él una figura respetable y memorable.

Asturias solo tiene motivos para enaltecerle mucho más que a otros aristócratas glorificados que nada fueron para la posteridad. “Su ilustre nombre—dice Eugenio Ruidiaz y Caravia en La Florida—va unido a todo pensamiento y a toda empresa enderezada al bien y a la prosperidad de Asturias.” S.A. hace de él este asintótico panegírico: “Por su cuna y por su riqueza, era el anciano marqués una de las figuras más salientes de nuestra aristocracia; por su inteligencia y por su saber, distinguióse como notable humanista y poeta inspirado: en su nobilísimo corazón encarnaron todas las virtudes, fe religiosa, probidad acrisolada, caridad sin medida.”

Don Álvaro Armada Valdés nació en Oviedo el 1 de mayo (algunos anotan el día 17) del año 1817. Fué hijo primogénito del general de brigada don Juan Armada y doña Rosario de Valdés, ambos en posesión, separadamente, de varios títulos nobiliarios, entre ellos

El Marquesado de Santa Cruz de Ribadulla, que heredó don Álvaro a la muerte del padre (1851), y el Condado de Canalejas Marquesado de San Esteban del Mar de Natahoyo, heredado a la muerte de la madre (1871). Pero el título de nobleza por el que más se le ha conocido, tanto como por su nombre de pila, fué el de conde de Revillagigedo, llevado al matrimonio (1838) por su consorte, doña Manuela Fernández de Córdoba. 

Fué este título de conde, por su matrimonio, el primero de todos a cuyo uso tuvo derecho, y que usó con preferencia a todos los demás, después de posesionado de ellos. Estuvo en posesión de otros varios, como los de conde de Güemes, vizconde de San Julián y vizconde de la Peña de Francia. Del de conde de Canalejas hizo cesión a su hermano Pedro. También por su primogenitura le vino el uso del de adelantado de la Florida, como decimosexto poseedor después del conquistador Pedro Menéndez de Avilés.

“La educación de don Álvaro dice el citado Ruidíaz — desde sus principios la que correspondía a sus timbres nobiliarios y a lo egregio de su familia.” Bajo la dirección de preceptores particulares, que le ayudaron al mayor aprovechamiento de su despierta inteligencia, cursó estudios en Oviedo, ampliados en Santiago de Compostela y concluidos en Madrid, en el Seminario de Nobles y en el Colegio de San Mateo, discípulo del gran Alberto Lista.

El ambiente y los estudios especiales, asociados a una clara mentalidad, le dieron pronto categoría intelectual cuando apenas era un mozalbete. Es cultura, alimentada siempre con lecturas selectas y copiosas, afirmaron en él una personalidad muy versada en humanidades y en el dominio de varias lenguas modernas y las eruditas latina y griega.

Sólo contaba dieciocho años cuando fué favorecido con una plaza de agregado a la Embajada de España en París (1835), desempeñada entonces por un famoso poeta, don Bernardino Fernández de Velasco, más conocido por duque de Frías, con el cual cabe suponer que se haya aficionado al cultivo de la poesía, si no es que esa afición se la había estimulado antes Alberto Lista. Lo cierto es que desde esos primeros años de juventud don Álvaro Armada comenzó a dar brillantes muestras de inspirado poeta, aunque casi todas amparadas en el anónimo. Ocupó ese puesto de la Embajada en París por espacio de un año solamente, pero habrá sido con provecho para su formación intelectual.

En los primeros años de su matrimonio residió casi sin interrupción en Asturias, principalmente en Oviedo, de cuya ciudad era regidor. Desempeñó también el cargo de diputado provincial por Pravia en 1843. Militante en la política liberal del partido conocido por moderado, entre los que apoyaban en el Trono a Isabel II, salió triunfante como diputado a Cortes por la circunscripción de Asturias en 1844, y aunque renunció al acta al final de esa legislatura, desde entonces la política le obligó a permanecer mas largas temporadas en Madrid.

Desde 1846 a 1854 tuvo representación en Cortes por Santiago de Compostela y nuevamente fue electo por este distrito en 1857; pero habiéndolo sido también por Gijón, optó por esta representación, para la que fué elegido nuevamente dos años después, renunciando a ella al año siguiente (1860), por haber sido nombrado senador, cargo que ostentó hasta que, con la revolución de septiembre de 1868, fué disuelto el Senado.

Durante ese periodo de su máxima actividad política desempeñó cargos palatinos y públicos. Un puesto de confianza tenía a su cuidado en Palacio (1852), cuando fué nombrado gobernador de Madrid.

“Poco tiempo permaneció el conde en este puesto —dice Protasio González Solís— porque no podía transigir, dadas sus ideas, con ciertos vicios sociales. El entierro de la sardina en la pradera del canal, el Miércoles de Ceniza, es una de esas costumbres que rebajan no poco el concepto moral de un pueblo; y el gobernador se propuso acabar con ese acto inculto, que a tantos abusos y demasías se presta. Empezó la agitación y a reunirse grupos en los barrios, para protestar contra semejante medida, y se temía que tomase un aspecto más grave y produjese una cuestión de orden público. El Ministerio vacilaba, y entonces Revillagigedo, para facilitar un arreglo decoroso, presentó la renuncia de su cargo, antes que el disgusto fuera en aumento y hubiese que apelar a actos de fuerza. Todavía recuerdo una especie de pasquín —sigue diciendo González Solís— que leí en una de las paredes del Ministerio de la Gobernación. Era una cuarteta del género callejero, que decía:

Dejó el conde de existir

ahogado por una espina;

morir por una sardina

es muy glorioso morir.”

Refiriéndose a su conducta en la vida pública, afirma otro contemporáneo suyo, el ya citado Ruidiaz, que “gozaba el marqués de especial consideración de Isabel II, de los ministros de la corona y de todos los jefes de los partidos. Era asimismo perfectamente quisto en todos los círculos aristocráticos, a los que de derecho pertenecía, tanto por su nacimiento cuanto por su matrimonio.” Fáltale agregar a dicho panegirista que no era menos bien querido y admirado en los círculos intelectuales, donde por su saber y las pruebas de su ingenio literario era acogido siempre su nombre y su presencia con respeto y simpatía.

Se dedicó al ejercicio de las letras en prosa y verso, con igual pericia en una que otra forma, si bien por modestia, o por no estimar el renombre que de ese lado le viniera, ha publicado la mayor parte de sus producciones sin firmar o firmadas con seudónimos ocasionales. Uno de éstos, que él ocultó con gran secreto, al parecer, fué el de Barón de Fritz. Con él publicó el tomo Poesías en 1846.

Fuertes Acevedo, que ha compuesto su obra inédita Biblioteca de escritores asturianos a base de personalidades fallecidas, se refiere a ese seudónimo y ese libro, en vida de Armada Valdés, para decir: “El autor de estas poesías, cuyo nombre no nos creemos autorizado para revelar, pero a quien conocerán muchos de los lectores de este libro, es el tipo característico del escritor asturiano que, dotado de gran instrucción y claro entendimiento, mira el estudio de las letras como un inocente pasatiempo, cuidándose muy poco de sus obras, que, por regla general, no pasan mas allá del círculo de sus amigos o apasionados, o que, si ven la luz, además de no figurar a la venta, su autor se oculta en el más absoluto misterio… De feliz inspiración y peregrino ingenio, el ilustre autor de este libro ha logrado añadir a los altos timbres de su nobleza otro no menos glorioso, que le coloca a una altura elevada entre nuestros poetas asturianos.”

Armada Valdés hace en el prólogo de ese libro una biografía imaginaria del Barón de Fritz, como nacido de padres dinamarqueses, emigrado en la niñez a tierras de Asturias, entre cuyas montañas vive con el juicio trastornado por un desengaño amoroso,

Refiriéndose el escritor Gijonés Fabricio (Fabriciano González García) a ese seudónimo, Barón de Fritz, escribe lo siguiente: “El Barón de Fritz no era don Álvaro Armada Valdés Ibáñez de Mondragón. El conocido por tal subtítulo en la buena sociedad madrileña, y aun en el extranjero, era el viejo don Antonio Solares, antiguo mayordomo del prócer marqués y administrador del feudo de San Cucufate de Llanera. ¿Quién es, pues, el autor del conocido florilegio refrendado por el Barón de Fritz?.

Indudablemente, don Álvaro; don Antonio fué el librador endosante de aquellas letras espirituales, y el Barón de Fritz simplemente el endosado.”

Como anónima publicó su otra obra poética, Romances, en 1864, que encierra una historia imaginaria, a modo de leyenda, en cuatro romances en verso castellano.

Algunos escritores famosos de su tiempo no sólo cultivaban su trato, sino que admitían su consejo. Don Ramon de Campoamor le tenía en la más alta estima, como puede verse en el prólogo a la primera serie de sus Doloras. Era, al parecer, un poeta de fresco ingenio que se encontraba inspirado en todo momento y con cualquier motivo, cosa que le granjeaba muchas simpatías. El citado Fabricio, como prueba de que Armada Valdés estaba siempre en vena poética, transcribe el siguiente telegrama, enviado desde Gijón a su mayordomo en Llanera, en junio de 1883:

Para Oviedo partirás,

comerás en Manteola,

y después del café, izas!,

te Llegaras a la Pola,

y alli habrás de visitar

al Santu, que te ha de dar

un recado para mi,

y en mano lo traes aquí

sin pararte en el largar.

A partir de la época revolucionaria iniciada con el destronamiento de Isabel II y concluida con la restauración de la Monarquía bajo Alfonso XII, Armada Valdés abandono bastante sus actividades políticas y literarias, casi limitado en lo primero a ser como el mentor de sus partidarios en Asturias, donde residía lo más del tiempo.

Si nada le obligaba a permanecer en Madrid, su residencia estaba en la tierra nativa, compartida entre sus magníficas residencias de Gijón y Oviedo, la primera de las cuales era alojamiento casi obligado, con orgullo suyo, de reyes, príncipes y magnates. Asturias tenía para él, aparte de la gran atracción afectiva y sentimental, dos alicientes poderosos: la placidez con que en sus palacios podía dedicarse a sus estudios predilectos y el ejercicio de la caza, al que era muy aficionado desde la juventud. Pocas empresas le apasionaban tanto como las de efectuar alguna expedición cinegética, y, en compañía de otros avezados cazadores, que llegaban a su casa desde fuera de Asturias en algunos casos, ha organizado cacerías que fueron entonces muy celebradas

Ese asturianismo le acompañaba a todas partes, y en Madrid mismo procuraba formarse un ambiente que le hiciera menos penosa la falta del que le era propio. Ese artificio lo encontró en Madrid durante un largo quinquenio (1869-75) con su ocupación de prefecto presidente de la Real Congregación de Nuestra señora de Covadonga, entidad que agrupaba entonces a los asturianos residentes en la capital.

Falleció el conde de Revillagigedo en su palacio de Gijón el 23 de junio de 1889, anciano ya de setenta y dos años.

Obras publicadas en volumen:

I.—Poesías. (Madrid, 1846; Colección de poesías con el seudónimo de Barón de Fritz.)

II.— Romances. (Oviedo, 1864; una historia imaginaria a modo de leyenda en cuatro romances castellanos; publicada anónimamente.) 

 

Referencias biográficas;

Anónimo, — Los asturianos de ayer: Don Alvaro Armada Valdés, marqués de San Esteban, (En El Carbayón, Oviedo, 25 de junio de 1889.) Fabricio. — Del Gijón pretérito: Poetas, poetastros y juglares. (En La Voz de Asturias, Buenos Aires, 3 de noviembre de 1934.)

S.-A.— Necrología. El marqués de San Esteban del Mar, (En el Boletin del Centro de Asturianos, Madrid, julio de 1889.)