ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

BLANCO LORENZO (Fr. Fernando).

Religioso dominico que llegó por su saber y sus virtudes a la dignidad de arzobispo en el siglo XIX.

Nació en Pola de Lena el 12 de mayo de 1812, como reza una lápida dedicada a su memoria en la villa natal,

Hechos en ella los estudios de Latinidad y Humanidades, su vocación se decidió por la vida religiosa, y tomó el hábito de la Orden de Santo Domingo de Guzmán en el convento de San Esteban, de Salamanca, a los quince años. En ese convento hizo la profesión solemne de votos en 1828, siguió la carrera eclesiástica y fué ordenado de presbítero en 1832.

Fué su primer cargo el de capellán de Nuestra Señora del Rosario, en el que conquistó robusto crédito de orador sagrado. En él le sorprendió la exclaustración decretada en julio de 1837 por las Cortes Constituyentes.

Luego, en el Seminario de San Esteban, de Salamanca, fué director espiritual y catedrático de Teología, Facultad en la que ya estaba doctorado. Elevado el rector del Seminario, García Cuesta, a la dignidad de arzobispo de Santiago de Compostela, éste le llevó consigo como secretario, y como tal pasó el P. Blanco Lorenzo a Roma cuando aquél se trasladó a esta ciudad como cardenal en 1854.

“La fama de sus virtudes y la aureola de su sabiduría—dice Juan Menéndez Pidal en la monografía Lena de la obra Asturias, dirigida por Bellmunt y Canella—se extendió por España y fué conocida en Roma, donde subió a la Cátedra del espíritu Santo, ante escogida concurrencia, desarrollando el tema de la Inmaculada Concepción con improvisado discurso latino, que cautivó a los prelados y llegó a oidos del Pontífice Pío IX, que le ¡premió con el título de doctor por la Sapienza de Roma.”

De nuevo en España, Isabel II, que le distinguía y consideraba, le propuso para ocupar la mitra vacante de Ávila. Fray Paulino Alvarez recoge con este motivo la siguiente anécdota: Se presentó él en Palacio y dijo a doña Isabel: —Señora, cuando los reyes presentan a uno para obispo, el presentado visita a los reyes para darles las gracias. Yo no vengo a dar gracias a Su Majestad, sino a quejarme, porque me ha quitado la felicidad de ser simple fraile; yo no debo ni puedo ser obispo, – Soltó la risa la noble señora y contestó: – Así me gustan a mi los obispos; que se quejen de serlo; que no se crean dignos. Ahora le querré a usted todavía más. Me han dicho, Fr. Fernando, que es usted un excelente fumador. De hoy en adelante, los puros que usted fume, la reina se los dará.»

Ocupó el obispado de Ávila en 1857, y desempeñó por espacio de cerca de treinta años esta dignidad con celo que ha permitido escribir: «Recuérdale allí la caridad, recuérdale la ciencia, recuérdanle las bellas artes.» Entre sus obras materiales figuran las restauraciones de los templos de Santo Tomás y San Pedro de Alcántara, y entre las intelecturales, la publicación de pastorales, celebradas por elocuentes y llenas de alta doctrina cristiana. Fundó obras pías de beneficiencia y enseñanza y estuvo atento siempre a remediar las necesidades de sus diocesanos.

En 1869 volvió a Roma con motivo del Concilio de las Ordenes regulares. Fué en calidad de delegado por los dominicos españoles, acompañando al arzobispo de Zaragoza Fr. Manuel García Gil. «De los dos se pudo decir – anota Fr. Paulino Alvarez – lo que de Fr. Domingo Soto y Fr. Melchor Cano, teólogo enviado al Concilio de Trento por Carlos V: que eran la Teología española en dos tomos. Reunidos en Roma con los otros obispos dominicos de las otras naciones, que eran veinticinco, y convocados por el padre general Jaudel con el fin de que todos abrazaran unidos y acordes en el estudio de las materias conciliares, la palabra de Fr. Fernando marcó la pauta y fue el santo y seña que todos adoptaron».

Algunos años después, en 1875, pasó a ocupar la silla arzobispal de Valladolid, donde dejó también perdurable recuerdo de su caridad y su sabiduría. Aquí publicó algunos de sus más celebrados trabajos religiosos. Y en Valladolid falleció el 6 de junio de 1881 a consecuencia de un ataque cerebral.

Estuvo abrillantada su personalidad con títulos y condecoraciones, entre aquellos el de Prelado Doméstico del Papa, y entre éstas la gran cruz de Isabel la Católica. También figuró como miembro de algunas corporaciones nacionales y extranjeras, como la Academia de Bellas Artes de Madrid, de la que fue académico correspondiente. Y tuvo el cargo de senador por su dignidad de arzobispo.

Treinta y seis años después de su muerte se trasladaron sus cenizas, dentro de la Catedral vallisoletana, donde reposaban, a un panteón construído expresamente. Con motivo de esta gran solemnidad religiosa, el también dominico asturiano Fr. Raimundo Castaño le dedicó una muy celebrada oración fúnebre.

 

Obras publicadas en volumen:

I.- Sermón de la Eucaristía (Santiago de Compostela 1859)

II.- Pastoral. (Ávila, …)

 

Referencias biográficas:

Alvarez (Fr. Paulino). – Un panegírico. (En el tomo III de la obra Santos, bienaventurados, venerables de la Orden de Predicadores, Vergara, 1922.)

Castaño (Fr. Raimundo).- Oración fúnebre… (Valladolid, 1917.)