ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

BRAVO (Agustín).

Farmacéutico y escritor en prosa y verso, contemporáneo, fallecido. Una de las inteligencias más lúcidas y de los ingenios más enjundiosos con que se engalana la intelectualidad asturiana en una de sus más brillantes épocas: el medio siglo que enlaza el XIX y el XX. Como escritor humorístico alcanzó una de las más sólidas famas con el seudónimo de Roque, que fué popularísimo. Como hombre de observación y estudio, como hombre de especulación científica, ha dejado uno de esos libros inquietantes, revolucionarios de las  teorías conocidas y acreditadas, en Materia y fuerza. Dice de él en el prólogo don Jacinto Baranguán que “constituye, en primer término, un verdadero proceso de revisión de  teorías científicas en boga, al que el autor aporta pruebas indubitables de su falta de fundamento. Pero, no limitándose a la demostración de la imposibilidad de sostener esas  teorías, confusas y contradictorias en la mayoría de los casos, ofrece, además, al juicio y consideración de los hombres de ciencia otras nuevas, que seguramente merecen ser tenidas en cuenta por ellos. Estas nuevas  teorías irradian de una clave fundamental, que presta nuevos valores a las de la gravedad, gravitación, cohesión, afinidad, luz y calor; es decir, a todos los procesos de la materia y de la fuerza. Esta clave es la teoría de la universalidad y unidad de la fuerza que todo lo llena. Esta fuerza única es la electricidad… Materia y fuerza es una obra digna de ser leída y meditada por todos los hombres de ciencia”.

Posiblemente, por esta obra, acaso no difundida suficientemente para su conocimiento por los hombres de ciencia, le pueda llegar todavía a Agustín Bravo una fama superior a la que alcanzó y se recuerda como literato. Todavía están recientes las preocupaciones de los astrónomos (1933) sobre unas manchas nuevas descubiertas en el Sol, que han venido a rozar una de las más audaces y mejor fundamentadas  teorías sostenidas por Agustín Bravo en Materia y fuerza, que “rompe con tradiciones tan antiguas como el mundo”, dicho con sus propias palabras. Esa teoría es negativa de que en el Sol existan calor y luz; “nueva teoría acerca del Sol, considerado como manantial de calor y luz: asunto importante acerca del cual los sabios no han podido ponerse de acuerdo ni suscribir siquiera una hipótesis probable”, según su propio juicio.

Vale la pena recoger la síntesis de esa teoría de Agustín Bravo, por lo que pueda contribuir al estudio de lo que propone. Dice él mismo: “El Sol no envía radiaciones caloríficas ni luminosas, sino eléctricas, que necesitan, para engendrar calor y luz, producir el movimiento vibratorio de las moléculas del aire. En las últimas capas de la atmósfera, por el enrarecimiento de ésta, apenas encuentran moléculas sobre qué actuar las radiaciones eléctricas, y producen insignificantes cantidades de calor y luz. A medida que las capas de aire aumentan de densidad van aumentando también de intensidad aquellos trabajos mecánicos, que adquieren su máximo en las capas atmosféricas en contacto con la superficie sólida de la Tierra.” 

En el supuesto de que su hipótesis fuese inadmisible, argumenta: “Mas si no resultase exacta, y el Sol es, como parece, una antorcha con luz propia, no podría explicarse tampoco el decrecimiento de la intensidad luminosa con la altitud, lo mismo que ocurre con la calorífica; hecho confirmado por todos los físicos y aeronautas.” Y se afirma en sus observaciones de este modo: “Creo que los razonamientos expuestos constituyen un intento de teoría de los fenómenos solares mucho más racional, lógico y científico que la hipótesis absurda de suponer que el Sol es una hoguera inmensa que produce millones de millones de Calorías por metro cuadrado, y otras atrocidades que, aunque fueran verdad, no determinarían jamás en la Tierra, a través del espacio vacío, ni el aumento de un solo grado de temperatura.” Ha de añadirse a todo esto, por lo que importa en lo que al progreso científico se refiere, que Materia y fuerza es obra editada en 1912, como recopilación de estudios publicados sueltos en años anteriores.

Agustín Bravo no es asturiano de nacimiento, pero sí por su ascendencia, porque en Asturias transcurrió lo más y lo mejor de su vida y porque su espíritu y sus devociones fueron los de un gran asturiano. Su nacimiento tuvo lugar el 5 de agosto de 1861 en Madrid, donde sus padres, don Manuel Bravo Fernández y doña María Fernández de la Muria y Valledor, ambos asturianos, tenían estableció uno de los más afamados hoteles de esa época con el nombre de Hotel de Embajadores, en la Carrera de San Jerónimo, número 4.

En ese hotel tuvo desde niño Agustín Bravo trato con eminentes personalidades de las letras y la política españolas, como don José Zorrilla, que allí se hospedó algún tiempo, y de quien nuestro biografiado guardaba, entre otros recuerdos de esa amistad, un bastón, regalo de boda, y algunas poesías inéditas. También cultivó el trato de algunos asturianos, cual don José María Celleruelo, que también residió en el hotel.

Todavía niño, quedó huérfano de madre. Esta circunstancia seguramente influyó para que tan distinguidos huéspedes le prodigaran atenciones, al calor de las cuales se habrá ido formando su inclinación de toda la vida al estudio y los goces espirituales.

En el Instituto de San Isidro cursó el bachillerato con notables aptitudes y aprovechamiento. Después siguió los estudios de la Facultad de Farmacia, hasta licenciarse en esta disciplina a los dieciocho años. Seguidamente emprendió la carrera de médico en la Facultad de San Carlos, que no llegó a concluir.

Por el tiempo en que fué licenciado como farmacéutico quedó huérfano también de padre, primero de los hermanos nacidos de ese matrimonio. Ya estudiante de Medicina, poco después, surgió en él su vocación literaria para no abandonarle más, dió motivo a esto el éxito alcanzado con su primer trabajo publicado en El Día de Madrid, en el que argumentaba sólida protesta contra una petición estudiantil al ministro de Fomento para que suprimiera los estudios de Química. La crónica surtió el buscado efecto en el ánimo del ministro, cosa que provocó un gran revuelo entre los condiscípulos de Bravo, ignorantes de quién fuese el autor del escrito, y lo cual animó al autor a proseguir las iniciadas actividades de escritor con tan buenos auspicios.

Con otros compañeros de estudios fundó el periódico El Gran Galeoto, que se publicó durante algunos años. En adelante se desplazó cuanto podía a los círculos intelectuales. Colaboró en algunas publicaciones madrileñas, frecuentaba tertulias literarias y artísticas y acudía a los ensayos teatrales, especialmente a los del Teatro Real (hoy, Teatro de la Ópera, en reconstrucción), llevado por su gran vocación de toda la vida al arte lírico. Las corridas de toros y el juego de billar compartían también sus aficiones. Acaso no sea aventurado deducir de todo esto que seguía la carrera de médico sin dar a los estudios todo el rendimiento que dió a los anteriormente cursados.

Hombre de espíritu jovial y travieso (vena que le habría de caracterizar más adelante como un excelente escritor festivo), estaba siempre dispuesto a las bromas y las burlas. Se cuenta de él que en esa época citó a un café céntrico de Madrid, a una misma hora, a un gran número de jorobados, que fueron invadiendo el café con el consiguiente asombro de la concurrencia y de ellos mismos.

Concluido el cuarto año de Medicina, un suceso al parecer insignificante, como el veraneo en Cudillero, pueblo natal del padre, vino a cambiar el rumbo de su vida.

Había conocido allí en otra temporada veraniega (1882) a una señorita agraciada de excepcionales encantos, de la que acabó enamorándose tan profundamente en el segundo encuentro, que, correspondido, ya no pensó en otra cosa que en contraer matrimonio, llevado a cabo el 4 de enero de 1884. Era la novia doña Otilia Fernández Ahuja, que le ha sobrevivió. Tenía veintidós años, y ella, dieciocho.

Descendiente de este matrimonio, y no sola, es doña Elvira, que estuvo casada con el también escritor don Angel Alvarez Menéndez, y a la que debemos la amabilidad de algunas noticias para esta información, por intermedio de don Robustiano Marqués, y aprovechadas también por éste para el estudio biográfico anotado en el lugar correspondiente.

Dispuesto a no cursar el año de Medicina que le faltaba para concluir la carrera, se estableció en Cudillero como farmacéutico con La Nueva Farmacia, decidido a fijar en esa villa la residencia para siempre. Desde entonces, su inteligencia, su entusiasmo, su bondad, lo mejor de sus actividades todas. estuvieron sin desmayo al servicio de todo lo que fuera adelanto para la villa que él tuvo por suya, al punto de que haya sido para Cudillero como su más benemérita institución propulsora y Cudillero le cuente como uno de sus hijos más esclarecidos. Años adelante, don José del Castillo Soriano recogía esta impresión en una poesía que comienza así:

Metido en estos montes hay un hombre de alta, fecunda y noble inteligencia; le trajo a este rincón la Providencia, para que Cudillero tenga nombre en el mundo del arte y de la ciencia.

Piensa y siente con cara muy de risa alto y hondo; parece distraído; más fijo en su labor, siempre de prisa, sin ser, en muchos casos, comprendido, el bien por el bien mismo es su divisa.

Ejerce si se tercia el magisterio; el mortero al dejar, la pluma toma, dicta a Roque un artículo de broma y escribe sobre ciencia muy en serio y vivo ingenio en su labor asoma.

Cuanto de progreso material y moral contó Cudillero en vida de él tuvo en don Agustín Bravo casi siempre al gestor principal: dotación de Telégrafos, cuartel de la Guardia Civil, ensanche del cementerio, organización de una banda municipal de música (1895), introducción del arte escénico, instalación de luz eléctrica (1901) y otras mejoras y adelantos.

Al tiempo, lo que no importa menos, el nombre de Cudillero, tan dilecto para él, conquistaba fama y prestigio en Asturias y fuera de la región vibraba su pluma de emoción y de gracia al evocar y exaltar las virtudes y bellezas de la villa y sus aledaños.

Desde su asiento en Cudillero, los ratos libres que le dejaban el estudio ininterrumpido de las más diversas materias y las ocupaciones habituales los dedicaba a ejercicios de escritor, de los que dejó una muy copiosa producción periodística. Su pluma, tan pronto humorística como seria, unas veces en prosa y otras en verso en ambos aspectos, firmando con su nombre y apellidos o más frecuentemente con su famoso seudónimo de Roque, prestó durante muchos años colaboración a diversas publicaciones asturianas y de fuera de Asturias. Entre esos periódicos figuran principalmente El Carbayón y los Almanaques de este diario, Las Libertades y El Correo de Asturias, todos de Oviedo; los diarios gijoneses El Comercio y El Noroeste; El Correo Gallego, Crónica Europea y Americana y algunas revistas asturianas editadas en Cuba, como la intitulada Asturias, de La Habana. También escribió abundantemente en los periódicos comarcanos, entre ellos El Nalón, Brisas del Nalón y otros, algunos fundados y dirigidos por él mismo, como La Avispa (1887).

Si supo conquistarse la admiración de las personas ilustradas por su vasta cultura e inteligente razonamiento al abordar temas científicos o literarios, aun debió más parte en la fama de su nombre a la gracia y el ingenio derrochados como escritor festivo, que fueron cimiento de su verdadera popularidad.

En los primeros tiempos de sus colaboraciones enviadas desde Cudillero a El Carbayón, bajo el epígrafe de Brisas de Cudillero y con el seudónimo de Roque, sucedió un episodio digno de ser referido y que contribuyó no poco a su renombre. Por su ideología liberal le hizo blanco predilecto de burlas y pullas el periódico católico, también ovetense, La Cruz de la Victoria, siempre a vueltas con el boticario de Cudillero, al que insistía en presentar como un escritorzuelo de poco más o menos. Agustín Bravo, sordo a los ataques, no por eso desechó el deseo de cobrarse bien cobrados los palmetazos que recibía, y se valió para ello de una muy ingeniosa jugarreta. Fingiéndose un sabio norteamericano. que viajaba por España con propósitos científicos, y anunciándole al director de La Cruz de la Victoria una próxima visita, le envió unas crónicas muy enjundiosas, en las que desarrollaba novedosas cuestiones científicas, con la firma de Timoteo Herque. La Cruz de la Victoria, a la vez que acogía con todo honor los trabajos, sacó del Diccionario las mejores galas para acoger al ilustre visitante extranjero y derramó sobre el nombre de Timoleo Herque multitud de adjetivos encomiásticos. Muy pronto se hizo público que Timoteo Herque era un simple anagrama de Hoy te temo Roque, y La Cruz de la Victoria quedó con el chasco en el mayor ridículo. El suceso, comentadísimo en toda la provincia, fué de un enorme descrédito para el diario ovetense, que no desapareció a consecuencia de esto, como alguien afirma, sino que contribuyó a su desaparición, poco después, motivada en sanciones impuestas por el obispo a su director, el sacerdote don Angel Rodríguez Alonso.

Al decir de su hija Elvira, Agustín Bravo “era republicano de pura cepa, defensor siempre de las ideas democráticas y de todo lo que significara justicia y progreso. Sus entusiasmos los desahogaba silbando La Marsellesa. Tal dicen que fué su recurso de hombre de acción fracasado, como buen intelectual, cuando el fusilamiento de Francisco Ferrer (1909), al que por defender como inocente de los sucesos de la semana trágica de Barcelona, frente a la Opinión dominante entre sus amigos, éstos le censuraban de anarquista, y él ponía término a las charlas y discusiones silbando La Marsellesa.

No actuó en política activamente por repugnancia espiritual, a pesar de las sugestiones y atracciones que sobre él pesaron para que abandonara la abstención.

Siempre rehusó puestos y cargos de esa índole, únicamente, por su gran amistad con el diputado a Cortes del distrito, don Julián Suárez Inclán, y por estimar que acaso podría desplegar prácticamente los anhelos de progreso que apetecía para Cudillero, aceptó la Alcaldía en 1894, Sobre sus pasivas actividades políticas nos dice su hija Elvira: “En una ocasión, y costándole muchos afanes, presentó o hizo que se presentase diputado republicano Pepe Bances, y sólo le votaron tres; él y otros dos eran los únicos republicanos del pueblo.

Otra actividad de orden intelectual de Agustín Bravo fué la de profesor en el Colegio de San Dionisio, en el que explicó algunas disciplinas, entre ellas la de Agricultura, en la que llegó a poseer vastos conocimientos teóricos y prácticos, con gran provecho para los agricultores de la comarca.

Como escritor, no sólo abordó desde el periódico los más diversos temas científicos y literarios, entre estos últimos la crítica de arte y musical con verdadera autoridad, sino que acometió otros empeños menos volanderos que los periodísticos, si bien hemos de lamentar que casi toda su producción haya venido a perderse, diseminada en colecciones raras de periódicos y revistas. Ensayó el teatro (número I), concibió normas para el ejercicio profesional (número II), trazó programas de alta política (número II), ofició de historiador (número IV) y dió a conocer frutos de alta especulación científica (número V) en su obra, ya comentada, Materia y fuerza, publicada por el Cuerpo Farmacéutico de España con el aplauso de la crítica más docta.

La pluma era para él un mero instrumento dedicado a solaz del espíritu, y ni le produjo beneficios crematísticos ni habría consentido en obtenerlos con ella, porque equivalía a profanarla, según pensaba y decía. Por eso le fué necesario ingeniar medios industriosos para vivir. No bastaba para esto la farmacia, a pesar del extenso crédito que gozaba en la profesión y de no limitar ésta al oficio rutinario, cual lo prueba la preparación, con inventiva propia, de algunos medicamentos, Como los preparados con hígado del pescado llamado lija. Tuvo también una fábrica de jabón, y fué corresponsal en Cudillero de algunos Bancos, entre ellos el de España; representante de algunas Compañías de Seguros, la de El Fénix entre otras, y director-gerente de la Compañía Eléctrica de Cudillero durante ocho o diez años, empresa en la que, lejos de obtener ingresos, perdió algunos miles de pesetas.

Fué Agustín Bravo un hombre fundamentalmente bueno, acogedor y generoso, propicio a la vez, Como ya se ha visto, a chanzas y travesuras. Se cuentan de él en este sentido abundantes anécdotas.

Una de ellas, en sus años mozos, es la siguiente: Era dueño de una fonda de Cudillero un hombre extravagante que tenía para las grandes solemnidades un traje de rara confección que estimaba en mucho. Agustín Bravo consiguió sustraérselo y se lo dió a vestir a un mozo del pueblo, sin imponerle el secreto, al que envió al dueño de la fonda con una carta. Cuando el hostelero vió al recadista vestido con su amado traje se puso de tal modo furioso, que faltó poco para que dejara en paños menores y a la intemperie al portador de la misiva en blanco.

“Su desinterés y desprendimiento—comenta su hija—rayaban en la prodigalidad. En tiempos de epidemias, cuando otros hacían negocio, él decía que era inhumano apuntar los medicamentos vendidos; que ya pagaría el que buenamente pudiese.” De la despreocupación como administrador de sus intereses y caudales sirve también de ejemplo que al poco de casado gastó los recursos de que disponía en determinado momento, doce o catorce duros, en adquirir una nueva edición del Quijote, con lo cual tuvo que pasar unas semanas casi de penuria.

No obstante su carencia de ambiciones materiales y estar siempre dispuesto a servir al prójimo con su consejo y a la colectividad con toda clase de entusiasmos, tuvo enemigos, todos personas de levantada posición social, a los que la envidia no les permitía apreciar el desinterés y la bondad del farmacéutico escritor. Alentaban esta malquerencia su carácter independiente, sus ideas liberales y el hecho de que cuantas personalidades llegaban a Cudillero buscaban como refugios la casa y el espíritu del escritor farmacéutico, que eran lo único que les interesaba como ambiente moral. Los intelectuales que llegaban a la villa tenían que preferir a un hombre que contemplaba frecuentemente las estrellas al que cuida por sobre todo de sacar la mayor renta a colonos e inquilinos.

Su temperamento era obstinado cuando le asistían convicciones. El caso que más le acredita en este punto fué lo sucedido con motivo del primer trazado del ferrocarril de El Ferrol a Gijón, que a él le pareció disparatado en lo que se relacionaba con la villa de Pravia.

Pensando en la necesidad de una intensa campaña de prensa para combatir el proyecto, y asistido de la cooperación de don Jesús V. Bango, fundó en 1925 un periódico con el título de Pravia, dedicado casi exclusivamente a la defensa de esa opinión, contraria a la defendida por los principales periódicos asturianos, del trazado sin enmienda. Todos consideraron perdida la campaña, menos él, que la vió triunfar contra todos, y el trazado se corrigió, favoreciendo a Pravia, como pretendía. El Ayuntamiento de esta villa, que era el primer interesado en el éxito de la campaña, tan pronto se enteró del triunfo, envió una notificación a su mantenedor, a Cudillero, con banda de música y cohetes para festejarle, y luego puso su nombre a una de las calles principales.

Cumplida la misión del periódico Pravia, éste fué reemplazado por otro, en sociedad con don Emilio F. Corugedo, intitulado El Sol de Pravia, en 1927. Pero sobrevivió muy poco a esta su última empresa periodística, porque dejó de existir el 5 de diciembre de ese mismo año.

La villa de Cudillero, que él consideraba como el lugar natal, pagó sus devociones dedicando al recuerdo de su nombre ilustre una de sus calles.

 

Obras publicadas en volumen:

I.— Artistas de Cudillero. (Pravia, 1895; apropósito cómico-lírico, con música de Manuel Revilla.)

II.— Un proyecto de reforma en el ejercicio de la Farmacia. (Madrid, 1901; folleto.)

III.— La verdadera política. (Luarca, 1907; folleto.)

IV.—Materia y fuerza: Apuntes para una teoría nueva, (Madrid, 1912; prólogo de don Jacinto Baranguán.)

V.—A la concha de Artedo.(Pravia, 1925; poema en un pliego suelto.)

 

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—Cudillero. (En el tomo llI de la obra Asturias, Gijón, 1900, dirigida por Octavio Bellmunt y Fermín Canella y Secades; monografía histórico-geográfica.)

 

Referencias biográficas:

Baranguán (Jacinto).—Prólogo a la obra indicada en el número IV.

Marqués (Robustiano).—Biografía de don Agustín Bravo Fernández, “Roque”. (En La Voz de Asturias, Buenos Aires, 16, 23 y 30 de diciembre de 1933.) ,