El documentado biógrafo de esta personalidad don Rafael Fuertes Arias escribe el apellido Cosío con dos eses. Nosotros seguimos el uso general estableció de una ese sola,
Si no fuese grave falta secular de los españoles olvidarse fácilmente de los grandes hombres que dieron brillo y prestigio a nuestro país, para saber algo de lo mucho que fué y representó en su época don José del Campillo y Cosío nos bastaría acudir a cualquier manual de Historia de España, sin necesidad de tener que averiguarlo en tratados voluminosos, ni se daría el caso de que nuestras dos más monumentales Enciclopedias divulguen su memoria con cuatro pobres líneas llenas de inexactitudes. La Enciclopedia Espasa le hace natural de una imaginaria Peñaranda asturiana y le da por fallecido un año después de su muerte. y el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano ni siquiera sabe dónde ha nacido. confesando que es cosa ignorada. Y esto sucede con una de las vidas españolas más ilustres del siglo XVII.
Este caso, que es de los más excepcionales, tiene en parte una lógica explicación. El que poco menos que de la nada supo elevarse a ministro de Felipe V, como uno de los hombres de más claro talento y virtudes más acrisoladas de su siglo, que a su saber y dotes excepcionales de gobernante juntaba una conducta y un proceder rectilíneos en medio de un ambiente de intriga y corrupción, tenía por fuerza que granjearse, como derivación de la envidia, muchas malquerencias y persecuciones armadas de la difamación y la calumnia, como le ha sucedido a él, y sucedió, y sigue sucediendo, y sucederá con muchos grandes hombres de veras, por los siglos de los siglos. Y lo frecuente de este fenómeno es que se queden en la penumbra de la Historia no pocas personalidades más dignas del primer término en que aparecen otras con brillo prestado o ficticio.
En apoyo de esta opinión, por lo que a Campillo y Cosío se refiere, vamos a transcribir lo que dice el citado Fuertes Arias en su folleto biográfico: “Claro está—argumenta—que, con psicología tan rectilínea, sostenida en todo momento sin distingos de clases, no por soberbia 0 despótico orgullo, sino por ingénito deseo de proceder bien en todos sus actos, revestidos del mayor grado de justicia, nada tiene de extraño que, al chocar contra ciertos intereses, las gentes envidiosas levantaran contra él censuras, haciéndole objeto de amenazas por venganza vil. en parte debido a sus ideas reformistas… De ahí, pues, que no sea aventurado suponer que otro muy distinto hubiera sido el concepto con que su nombre hubiera pasado a la posteridad si, plegando su voluntad a las conveniencias sociales, fueran o no justas, hubiera vivido de la intriga empujada por la adulación, que a otros con menos méritos que él tanto les sirviera para su medro personal. Pero, en realidad, este procedimiento, impropio de toda alma grande, y como grande generosa en procurar la felicidad de su país, no podía convivir en la suya, disciplinada como estaba para la virtud de los grandes ideales por encima de sus propias conveniencias.”
Se da a Campillo y Cosío como nacido en Peñamellera, lo que supone una noticia de toda vaguedad, ya que Peñamellera es un término, dividido actualmente en dos municipios. Nació en Alles, capital del concejo de Valle Alto de Peñamellera. Sobre la fecha de nacimiento se anotan años distintos, siendo el 1697 el que se pretende pasar por verdadero. Contra esto hay el testimonio de su contemporáneo J. Antonio Trespalacios y Mier al decir que murió “teniendo poco más de cincuenta años de edad”, puesto que su fallecimiento ocurrió en 1743. Ramírez de Arellano, que da la impresión de haber manejado información auténtica, anota el año 1693.
Y hasta nosotros, guiados por testimonios tan falsos como los que sirvieron a otros, hemos dado la fecha de 1695 en el trabajo anotado al pie de este estudio. Término a toda duda ha venido a ponerlo el citado Fuertes Arias, que transcribe en un apéndice de su folleto la partida de nacimiento de Campillo y Cosío. Nació éste el 6 de enero de 1692, antes de lo que se dice y afirma, con lo cual quedan aclarados algunos hechos en la vida de esta personalidad.
Fueron sus padres don Toribio del Campillo y Mier y doña Magdalena de Cosío y Mier, de origen noble y humilde posición económica.
De un escrito suyo de descargo sobre un proceso que le fué instruido por la Inquisición de Logroño, y redactado en 1726, podemos sacar noticias de los primeros años de su vida. Comienza diciendo que nació “en una casa tan pobre como honrada”, respecto de lo cual advierte el citado Trespalacios y Mier que “fué un hombre noble, que en nuestro lenguaje tanto quiere decir como hijodalgo de padre y madre”. Sigue diciendo Campillo y Cosio: “A los ocho años, por puro acto de voluntad mía, me dediqué al estudio de la Gramática, y a los diez y medio poseía la lengua latina con la misma franqueza que la española… Habiendo faltado mi padre, y soltando su muerte los eslabones de mi libertad, me resolví a dejar la patria, entregándome a la casualidad, y paré en Córdoba el año de ocho.” Campillo y Cosío entró en esa ciudad al servicio como paje del canónigo y escritor don Antonio Maldonado. Advertido éste de las extraordinarias facultades del muchacho para el estudio, le relevó de tal servidumbre y le puso a estudiar en el Colegio de San Pelayo, donde cursó por espacio de cinco años Filosofía y Teología con aprovechamiento que le proporcionó “ser distinguido entre todos los discípulos”. La intención del canónigo (obispo, según Fuertes Arias) era encauzar la vocación de su protegido hacia el sacerdocio; pero no iba por ahí la inclinación del estudiante, y resistió todas las sugestiones al punto de abandonar la casa en 1713, cuando, según propia confesión, “tenía entonces diez y ocho años”.
Como puede observarse en este dato, es falsa la cronología que se viene siguiendo, El propio Fuertes Arias acepta esto sin reparar en la contradicción. En 1713, Campillo y Cosío no podía tener diez y Ocho años, aunque lo asegure él mismo, si nació en 1692. Por haber tomado como irrecusable el testimonio del propio interesado, caímos nosotros en el error de llevarle a nacer en 1695. No basta, como se ve, que el interesado diga una cosa para que los investigadores acepten el dato como incontrovertible. Campillo y Cosío tenía entonces veintiún años, y esto puede explicarnos que haya sido menos precoz de lo que parece,
Dos años después de haber dejado la casa del canónigo cordobés (1715) entró a servir en Córdoba mismo, en calidad de criado, al intendente general de Aduanas don Francisco de Ocio, quien le confiaba pocos meses después la Secretaría, cargo que Campillo desempeña tan a satisfacción del jefe, que al ser éste relevado dos años después en el destino, quiso llevarse con él a Madrid al subordinado.
Pero Campillo tenía ya trazado un plan de vida para lo futuro: el de seguir la carrera administrativa de la Marina de Guerra, en lo que se inició bajo la protección del sucesor de Ocio, muy recomendado por éste.
Ya encauzado como funcionario del Estado en ese ramo, desempeñó con acierto cargos y comisiones delicadas, primero en Sevilla, después en Santoña, de donde fué trasladado al real sitio de Guarnizo (también en la provincia de Santander) en el mes de marzo de 1726. Todos estos traslados significaron para él ascensos, como testimonio de «creciente aprecio del rey y de los ministros, “sin haber dado un memorial ni escrito una carta para ello”, como él mismo asegura.
Destinado en Guarnizo, la ojeriza de un subalterno suyo—don Zenón de Somodevilla, después marqués de la Ensenada— con el concurso de “un mal sacerdote y cuatro frailes, que entienden más de refectorio que de doctrina”, promovió contra él la formación de un proceso por la Inquisición de Logroño, en la primavera de ese mismo año (1726). Se le acusaba de leer libros prohibidos y de trato con herejes. Contra tales imputaciones se defiende el propio Campillo en carta particular y en un escrito oficial dirigidos al inquisidor, coterráneo suyo, don Antonio Jerónimo de Mier. En el primero de esos documentos dice en su descargo con gracioso desenfado: “Libros prohibidos no había yo oído que obligasen a más que entregarse; y esperaba que antes se preguntase si había o no licencia, que tengo y está virgen como el señor inquisidor general la parió, sin que yo haya usado de ella.” Y por lo que se refiere al supuesto pecado de herejía, dice en el segundo escrito: “Con herejes, si no lo fueren los autores de esta maldita calumnia, jamás he tratado.” Resultado de ese proceso inquisitorial fué que no se pudieran probar las acusaciones y que acabaran procesados los denunciantes. El honor de Campillo y Cosío, que éste custodiaba con extremado celo, salió indemne de la prueba, y sirvió ésta para que se consolidara su crédito de hombre de conducta pulera, además de talentoso. Pero sirvió no menos para vigorizar la envidia que tuvo en tal suceso el primer brote.
Por entonces su personalidad comienza a cobrar altos vuelos. Es de suponer que no fuese ajeno a ello don José Patiño, aquel excelente ministro de Felipe V que desempeñaba a la sazón las Secretarías de Marina y Hacienda, entre otros elevados cargos, y que en sus acertadas medidas de gobernante estuvo la de ocupar los destinos del Estado con personas idóneas. Lo cierto es que dos años después del referido suceso anecdótico alcanzaba la categoría de comisario ordenador de Marina, con destino de superintendente en la Fábrica de Bajeles, de Cantabria (1728). En ese mismo año, en febrero, recibió una regia gracia en la investidura del Hábito de Santiago. Poco después se le confiaron importantes servicios en los Astilleros de la Habana. Antes de su regreso a España, una vez cumplida su misión, contrajo matrimonio allí con la señorita santanderina Leonor Ambudioli y Arriola.
Un nuevo ascenso en su Carrera tuvo lugar en 1734, al serle conferido el cargo de intendente del ejército destinado a Italia bajo el mando general del duque de Montemar. De su gestión y conducta en Italia dice don Jorge Astrudi—protegido de Campillo allí y después su secretario—que “este Ejército no pudo estar mejor asistido en todo, a costa de sus fatigas e imponderables desvelos”.
Al darse por liquidada por entonces la campaña de Italia, en 1737, Campillo regresó a España. Viudo de su primera esposa, contrajo matrimonio con la noble señorita María Benitez de Rozas y Drumond, hija de los duques de Castel Blanco y San Andrés.
Le fué conferido después el cargo de intendente general del Ejército de Aragón, con residencia en Zaragoza, donde acabó de confirmar sus excelentes dotes de gobernante, tanto por lo que se refiere a la administración militar, misión más directamente ligada a su destino, como en el acometimiento de múltiples obras de utilidad pública, tales que la navegación por el Ebro, la apertura de nuevos caminos terrestres, reedificación del puente sobre el Gállego, explotando de una cantera de mármol y otras varias empresas, todas provechosas al enriquecimiento del Erario a la vez que al progreso de la región.
No obstante, fué combatido. Provocaba el combate, al parecer, su carácter rígido y algo propenso a la irritabilidad. Fueron principales enemigos suyos el arzobispo de Zaragoza, que sentía mermados sus privilegios, y el ministro de Hacienda, que le había usurpado el puesto mediante intrigas, y a quien Campillo, despechado, daba en las correspondencias oficiales el simple tratamiento de “Señor mío”.
A este ministro de Hacienda, que lo era don Fernando Verdes Montenegro, procuró Campillo atacarle por todos los medios, algunos, dicha sea toda la verdad, poco nobles. Tal vez lo fuera la causa, de atenerse por sobre toda consideración a las conveniencias del país frente a la ineptitud de un gobernante; pero el procedimiento le rebajaba al plano en que se había puesto aquél para conseguir usurparle el puesto de ministro. Contra las disposiciones dictadas por Verdes Montenegro para restaurar la empobrecida Hacienda, Campillo envió una secreta representación al rey y otro escrito de carácter particular al marqués de Scoti. Poco más tarde remitió a dicho marqués, su amigo particular, para que éste diera cuenta confidencial a la reina, con cuya simpática acogida contaban ambos, una extensa exposición de proyectos para remediar los males todos de la Hacienda pública y el modo de poder enviar a Italia un ejército de cincuenta mil hombres, bien alimentados, vestidos y pertrechados, para restaurar los Estados de Milán, Parma y Plasencia. Tan risueños augurios halagaron a los reyes y a varios de los ministros, y Campillo acabó por ser encargado de la Secretaría (Ministerio) de Hacienda en 1739.
Entre las poesías anónimas que antiguamente circulaban manuscritas con chismorreos políticos, después albergados en los periódicos. Circuló en esa ocasión una—se conserva una copia en la Biblioteca Nacional de Madrid—, alusiva a la salida de Montemar y entrada de Campillo y Cosío, que comienza así:
“Salimos de Montemar,
y al entrar en un Campillo,
para poder ir al grano, echamos
por esos trigos.”
Sin embargo de esta pesimista predicción, tanto en la Secretaría de Hacienda como en la de Guerra, Marina e Indias, que también tuvo a su cargo, Campillo fué digno sucesor de Patiño, el otro gran ministro de Felipe V, y a cuya altura no rayaron otros gobernantes desde Alfonso de Quintanilla con los Reyes Católicos hasta Floridablanca y los condes de Aranda y Campomanes en tiempo de Carlos III.
Saneó la Hacienda en la máxima medida que las deplorables circunstancias de la economía nacional consentían y gobernó con talento, rectitud y probidad ejemplares, adelantándose en conocimientos y normas en algunas décadas a los que habrían de prevalecer como sistema de gobierno.
Además, cumplió lo que había ofrecido respecto de la segunda campaña a desarrollar en Italia, acometida el 5 de noviembre de 1741, fecha en que salió por tierra el ejército de operaciones, al mando, como general en jefe, del duque de Montemar, que ya había dirigido las de 1734.
Ya en camino Montemar, recibió éste un nuevo plan de campaña hecho por el ministro Campillo de acuerdo con el rey. Fuertes Arias alude al suceso de esta forma: “Molestado Montemar por la imposición del plan Campillo y por las órdenes recibidas de éste, se negó a cumplirlo apoyándose en el parecer del Consejo de Oficiales Generales que reuniera aquél en el Campo de Fuente Urbano el 9 de julio de 1742, y por ésta y otras causas fué relevado del mando y desterrado a España. Es casi seguro que providencia tan rigurosa no la habría tomado el rey de no estar justificada dentro del terreno oficial. Por otra parte, las órdenes dadas por el ministro Campillo no podían ser de su iniciativa personal, sino de antemano refrendadas por la augusta voluntad de S. M. como soberano absoluto. En todo orden de consideraciones conviene advertir que entre Campillo y Montemar, de caracteres opuestos… había resentimientos y marcado antagonismo, recrudecido en la guerra anterior de Italia.” La verdad es que si Campillo y Cosío consiguió, como parece, trazar un nuevo plan de campaña más acertado, habrá sentido una gran satisfacción en anular el que llevaba el duque adversario suyo, anulando también la autoridad y el mando de éste, ya que estaba a sus órdenes.
Este incidente fué causa de que, según Fuertes Arias, se “malograran los comienzos de la campaña”. Pero después el teniente general don Juan de Gages, sustituto de Montemar, “con los elementos que recibiera de éste y cumpliendo las órdenes de atacar que le envió la Corte, que Montemar incumpliera, sacó airosas las armas españolas en la batalla de Camposanto”.
A esta última etapa de su vida corresponden los más de los estudios económico-administrativos que conocemos suyos, ninguno de los cuales alcanzó en vida de él la publicación. Continúan los más de ellos inéditos, ya tal vez para siempre. Unos y otros le acreditan de escritor enjundioso y uno de los más ilustres hacendistas de su siglo. Del estudio Nuevo sistema de gobierno económico para la América, que fué cReferencias biográficas:omo un clarín de alarma despido, que sólo tuvo resonancias en las ideas del conde de Aranda, dice don Manuel Colmeiro: “Es un libro de corto volumen, pero de altísima importancia, nutrido de excelente doctrina en punto a la agricultura, industria y comercio de las naciones y Huía muy seguro para conocer a fondo la funesta política del Gobierno español en cuanto al aprovechamiento de sus colonias.”
Economistas tan eminentes como Cabarrús y Canga Argúelles reconocen en él elevados méritos. El primero, que le combate por las duras medidas tomadas contra los absentistas y otras, dice de él: “Ingenio más singular que grande, más irritable que firme, más capaz que ningún otro, por su vigor, de destruir los abusos y restablecer la Monarquía, pero incapaz por la inquietud y turbulencia de su carácter, de aquella juiciosa y lenta meditación que produce la verdadera actividad.” Canga Argüelles le acredita de gobernante enérgico y muy conocedor de los negocios públicos.
No obstante la soberbia y fácil irritabilidad que se le achacan defectos a los que son propensos los hombres que se lo deben todo a sí mismos—, fué persona de trato afable y sencillo, de conducta democrática y amante de las clases desamparadas, por cuya instrucción y bienestar veló cuanto le fué posible. Como a las notables prendas morales que le adornaban se unían los aludidos defectos idiosincrásicos, éstos contribuyeron, en parte al menos, a que viviera siempre rodeado de enemigos que le combatían acerbamente. Y esta inquina le acechó hasta los postreros días de su vida. Pocos meses antes de su fallecimiento, en el de diciembre de 1742, recibió un amenazador anónimo concebido en estos términos: “Si Campillo no cumple exactamente todas las ofertas que hizo para entrar en el Ministerio, será castigado con la muerte hasta en su misma cama; igualmente su secretario si le oculta esta carta, lo que se sabrá. Sirvales este aviso de gobierno.” Cierto que él, por su parte, sabía también mantener vivos sus resquemores, y no desperdiciaba ocasión para vengar agravios, Un episodio ocurrido por esos meses confirma esta aseveración. Era embajador de España en Francia el príncipe de Campoflorido, de quien Campillo guardaba viejos resentimientos, y con la disculpa de que todo el dinero de la Hacienda era necesario para la nueva campaña de Italia y otros asuntos, a COmienzos de 1743 se le adeudaban al embajador las pagas de dieciocho meses, y parece que el ministro estaba dispuesto a que se le debieran muchas más. El príncipe de Campoflorido, empeñado por falta de recursos y no encontrando medio posible de que el ministro ordenara el pago de sus emolumentos, aprovechó el encargo de unas joyas de la reina a París para incluir con disimulo en el importe de la factura el de sus sueldos. Pero Campillo demoró cuanto pudo el pago de la factura, firme en el deseo de aburrir al embajador. Este acudió entonces con sus quejas a la reina por medio del ministro de Estado, y enterado por ella el rey de que Campillo continuaba negado a pagar las joyas de la reina, ordenó, sin conocimiento del ministro de Hacienda, que se abonara la deuda de los fondos que tuviesen los administradores generales de la renta del tabaco. Campillo acudió entonces al rey con excusas, pero también con quejas por el desaire de que se creía objeto. Enojado el rey, le envió secreta amonestación, una hora después de la entrevista. Esto causó a Campillo y Cosio muy honda preocupación, por parecerle que podría costarle la carrera. Sin embargo, entre sus íntimos comentaba el caso festivamente diciendo: “En fin, yo soy el sastre del entremés: tras de cornudo, apaleado.” Pero gran daño debió de ocasionarle el efecto final de la venganza tomada con el príncipe de Campoflorido, porque muy breves días después, en pleno vigor físico, el 11 de abril de 1743, dejaba de existir poco menos que repentinamente.
Quien pudo serlo todo en vida, incluso potentado sin grandes esfuerzos ni riesgos, murió casi en la pobreza, que no es uno de sus menores méritos. Sólo poseía las cosas de comodidad y ornamento de su casa.
Felipe V había premiado los servicios de Campillo con honores excepcionales en varias ocasiones.
Entre ellos le confirió el nombramiento de comendador de la Oliva, de la Orden de Santiago, con cargo efectivo en esa comarca leonesa. También le nombró superintendente general del Cetro y lugarteniente general del infante don Felipe en el Almirantazgo de España e Indias. Y, por último, al fallecer Campillo sin sucesión de ninguno de sus dos matrimonios, y como reconocimiento de los servicios prestados a la Monarquía, otorgó al hermano del difunto ministro, don Francisco, un señorío en el término de Medina del Campo.
Lo que hay de más y de menos en España para que sea lo que debe ser y no lo que es (Madrid, S.A.; 1899; extracto de 32 páginas, del manuscrito de ese título, con prólogo de José del Castillo y Soriano dirigido a Julio Nombelos en la colección Biblioteca Popular Ilustrada). Dice este autor que deseoso de comprobar si realmente no se había publicado esa obra, encontró en el índice de una Biblioteca particular, “Un manual de lo que hay de más y de menos en España, por el orden alfabético; su autor Juan José de Arechaga y Landa impreso en Madrid el año 1842, en el Colegio Nacional de Sordomudos, y que consta de 140 páginas en 4º. Este Manual no es más que una copia sol pedem literae de la mayor parte del manuscrito de Campillo, cifras y presupuestos de muy dudosa exactitud, consignador en los Elementos de Geografía, de Antillón, respecto de la población de España, lo único verdaderamente original que contiene esta obra es la advertencia inserta el respaldo de la portada, declarando, En propiedad del autor, quien perseguirá ante la ley al que la reimprima sin su consentimiento”.
Obras publicadas en volumen:
I.—Nuevo sistema de gobierno económico para la América. Con tos males y daños que causa el que hoy tiene, de los que participa copiosamente la España. Y remedios universales para que la primera tenga ventajas considerables y la segunda mayores intereses. (Madrid, 1789; obra póstuma; el manuscrito, fechado el año 1743, en la Biblioteca Nacional, de Madrid.)
Trabajos sin formar volumen:
1.—Cartas que escribió D… al Sr. D. Antonio Jerónimo Mier, inquisidor de Logroño. (En el tomo XXIV del Semanario Erudito, de Valladares, y en el libro Patiño y Campillo, de don Antonio Rodríguez Villa, Madrid, 1882.)
Obras inéditas:
—Extracto de un tomo de cartas a don José Patiño sobre las Expediciones en Italia, mandadas por el conde de Montemar desde 1734 a 1736. (MS. en la Biblioteca de El Escorial.)
—Inspección de las seis Secretarías de Estado y calidades de sus secretarios. (MS. fechado en 17309, depositado en la Biblioteca Nacional, de Madrid.)
—Cuál de los capitanes de mar y tierra debe tener más aplicación y estudio para las respectivas funciones de sus encargos. (MS. de 1740.)
—Lo que hay de más y de menos en España, para que sea lo que debe ser y no lo que es. (MS. de 1741, depositado en la Biblioteca Nacional, de Madrid, y una copia en el Instituto de Jovellanos, de Gijón, en 197 folios.)
—España, despierta. (MS. de 1741, trabajo escrito como continuación del anterior; copia de 113 folios en el Instituto de Jovellanos, de Gijón.)
Referencias biográficas:
Anónimo.—Una glosa poética alusiva a Campillo como ministro. (MS. en el tomo XII de Varias poesías, en la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional, de Madrid.)
Anónimo.—Tres poesías a Sus gestiones Como hombre público. (MS. en el tomo LXX de Papeles curiosos, de ídem.)
Campillo y Cosío (José del)..— Representación de D… en forma de inventiva, o escrito apologético en defensa propia, sobre cierta calumnia con que le trataron, o la Inquisición suponiéndole haber hecho proposiciones heréticas y erróneas y conservar libros prohibidos. (MS. en la Biblioteca Nacional, de Madrid.)
Concepción (Fr. Juan de la).— Oración fúnebre. (Madrid, 1744.)
Fuertes Arias (Rafael) .—Ensayo biográfico acerca del Excelentísimo señor don… (Madrid, 1927; folleto.)
Laverde (Gumersindo).—Un estudio biográfico. (En la Ilustración Gallega y Asturiana, Madrid, julio 30 de 1879; reproducido por El Carbayón, Oviedo, mayo 3 de 1886.)
Pacios (P. de).—Los asturianos de ayer: Don José del Campillo y Cosío. (En la revista Asturias, Órgano del Centro Asturiano, de Madrid, enero de 1906.)
Rodríguez Villa (Antonio). —Patiño y Campillo. Reseña histórico-biográfica de estos dos ministros de Felipe V. (Madrid, 1882.)
Suárez, Españolito (Constantino).—Asturianos de antaño: José del Campillo y Cosío. (En el Diario de la Marina, Habana, 28 de diciembre de 1932.)
Téllez (Tello). —Un ministro asturiano del siglo XVIII. (En El Carbayón, Oviedo, 28 de agosto de 1897.)