ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

CAÑEDO Y VIGIL (Alonso).

Obispo que ha dejado perdurable recuerdo de su vida, consagrada a la caridad y la piedad de tan ejemplar manera, que murió en la más completa pobreza. Hombre de talento, empañado algunas veces por su extremada intransigencia religiosa. Se le acredita de sobrino de Jovellanos. En el Libro de recepciones del Colegio de San Pelayo de Salamanca se le antepone a esos apellidos el de García, que no hemos visto empleado en-otro sitio ni parece que hayan llevado sus padres.

Nació Cañedo y Vigil en Grullos, capital del concejo de Candamo, el 21 ó el 22 de enero de 1760, hijo de opulento matrimonio formado por don Fernando Cañedo y doña Francisca Teresa Vigil Jove Ramírez,

Decidida su vocación por la vida eclesiástica, pasó a estudiar Leyes y Cánones a la Universidad de Oviedo, en la que se graduó de bachiller en ambas disciplinas. Marchó luego a Salamanca a completar estudios con los grados mayores e ingresó en el Colegio de San Pelayo el 6 de octubre de 1781, en el que ocupó la beca de Cánones hasta el 1 de diciembre de 1785, y la de Regencia posteriormente. En ese mismo Colegio, llamado de los verdes por el color de los manteos, pasó de discípulo, por su ejemplaridad de hombre estudioso y virtuoso, a profesor de varias asignaturas, recibió las órdenes sacerdotales y fué rector algún tiempo. Preparado para oposiciones en la carrera eclesiástica, obtuvo en 1790 con brillantes ejercicios la canonjía con dignidad de lectoral en el obispado de Badajoz.

Acreditado por su saber e inteligencia, el obispo de la diócesis le dió el encargo de trasladarse a Madrid al cuidado de un importante pleito que sostenía el Obispado, y fué tan completo el éxito alcanzado por Cañedo y Vigil, que el obispo le nombró en premio provisor.

Su permanencia en Madrid le sirvió para conquistarse respeto y admiraciones entre los hombres más representativos de esa época, que le sirvieron de valedores en sus gestiones y le facilitaron el medio de prosperar en su carrera.

Como consecuencia de eso, Obtuvo de Carlos IV el nombramiento de vicario de la catedral de Toledo en julio de 1798, y no en 1800, como afirma Fuertes Acevedo, si no es que relaciona esa fecha con la toma de posesión, aun cuando es mucho el tiempo transcurrido entre las dos para que no se tenga como improbable.

En ese cargo de vicario sirvió al cardenal ¡primado en arduas cuestiones de carácter teológico con dictámenes muy celebrados. El Cabildo catedralicio le nombró poco después rector del Colegio de Doncellas Nobles, puesto que desempeñaba con general aplauso cuando vino a trastornar Su vida, como la de todos los españoles, la invasión francesa de 1808.

Un año después, visto en la necesidad de huir en busca de algún refugio seguro, regresó a Asturias, por parecerle lugar de mayores seguridades la propia Casa: Pero en su tierra no encontró nada que pudiera tener como suyo; hasta la propia casa paterna estaba convertida en alojamiento de los invasores. Esto le obligó a proseguir algo más adelante en su dolorosa peregrinación, hasta el concejo de Somiedo, donde unos parientes de su hermano don Gregorio—militar en campaña—le dieron albergue.

En 1810 comenzaron a levantarse los abatidos prestigios de Cañedo y Vigil con la designación por la Junta General del Principado de diputado a las Cortes que se habían convocado en Cádiz. Fué el único diputado a ellas por nombramiento; los otros nueve lo fueron por elección. Con tal encomienda embarcó en Castropol en dirección a la ciudad mediterránea.

Su actuación en las Cortes (1810-13) fué de orador elocuente, pero defensor tan acérrimo de los principios religiosos hasta la intransigencia, en lo que le acompañaba otro obispo asturiano, Inguanzo Y Rivero, que su claro talento Se eclipsaba ante toda iniciativa de carácter liberal. No obstante, por su saber y su patriotismo gozó de grandes estimaciones  en aquellas ilustres Asambleas, de las que fué designado varias veces presidente en las votaciones mensuales, y formó parte de la Comisión encargada de redactar el proyecto de Constitución política. 

De sus intervenciones en el Congreso da don Senén Alvarez de la Rivera, en nota marginal al citado Libro de recepciones, la siguiente referencia: “Podemos señalar Como sus más notables discursos los que pronunció sobre las siguientes materias: organización de las provincias, testamentos, reglamento del Consejo de Regencia, títulos de nobleza, reformas de Ultramar, dispensa de edad, venta de baldíos, plan de Hacienda, inversión de la manda forzosa de los testamentos, prebendas eclesiásticas, reglamento del Poder judicial, señoríos, dispensa de nobleza, proyecto de Constitución, delitos de traición, abolición de la Inquisición, etc.”

En 1813, concluída su misión como diputado, regresó a Asturias, dedicándose a las funciones sacerdotales, compartidas con sus estudios predilectos en las horas libres. Vivió sometido a grandes privaciones, debido a la ruina total de su patrimonio y a que, por patriotismo, había renunciado a sus dietas de diputado a Cortes.

En esta situación, acaso agravada por su posición reaccionaria, le encontró la protección de Fernando VII al ser restaurado por éste el absolutismo en 1814, por lo que su actitud vino a favorecerle Y compensarle de los quebrantos que le había ocasionado antes. En 1815, el rey, atento a su fidelidad, le confirió el obispado de Málaga, con lo cual Cañedo y Vigil volvió a levantarse al rango que por otras prendas y circunstancias tenía bien merecido.

Regentó esa diócesis por espacio de unos seis años, con reiteradas muestras de amor al bien común, que sus diocesanos le pagaron con el respeto y el cariño generales. Fué un decidido protector de las instituciones benéficas, fundó un nuevo Seminario y prestó su más decidido concurso a la desecación del pantano de Fuente Piedra, foco epidémico que diezmaba la población. En todas sus laudables iniciativas iban por delante sus disponibilidades económicas, reservándose sólo lo preciso para vivir modestamente.

Fiel a sus convicciones políticas, negó el concurso de apoyo a la situación constitucional establecida en 1820, y esto le valió una orden de destierro dictada contra él al año siguiente. Y a tal punto vivía pobremente—cuando podría desenvolverse en la abundancia, como es regla general entre dignatarios de la Iglesia—, que hubo necesidad de que amigos y diocesanos acudieran con su socorro pecuniario para que pudiera marchar a cumplir la orden de destierro. De este modo llegó a disponer de setenta mil reales para atender al sostenimiento durante su permanencia en Gibraltar, sitio adonde había sido confinado.

Convendrá, por lo que a esto respecta, salir al encuentro de la difamación, aunque apenas conocida, lanzada por Le Brun, que le atribuye haberse ausentado de Málaga fingiéndose perseguido, para andarse bajo ese título divirtiendo por la sierra de Ronda y otros pueblos”, a fin de acreditar esto con Fernando VII como méritos para conseguir un obispado donde “hubiera más diezmos y más que dar y recibir”. Para esto sería preciso que Cañedo y Vigil supiera de antemano hasta cuándo iba a durar el régimen constitucional nuevamente estableció y lo que habría de ocurrir después. Escrito ese libro de Le Brun (relación general de fuentes del primer tomo de este Indice) en 1826, era fácil establecer predicciones… sobre sucesos pretéritos.

Al transmutarse nuevamente el sistema de gobierno de constitucional en absolutista, con el apoyo de la segunda invasión francesa (1823), el rey repuso a Cañedo y Vigil en el obispado de Málaga, y al año siguiente, en el mes de agosto, le confirió el arzobispado de Burgos.

No aceptó este trasladó y ascenso sino muy a pesar suyo, tanto por lo que el cambio de clima afectaría a su salud, algo delicada, como por lo bienquisto que se encontraba en Málaga. De esto da idea que los vecinos de Fuente Piedra se prestaron espontáneamente y rivalizando en entusiasmo para dar escolta a caballo al Obispo hasta Toledo. Contra la tenaz resistencia del obispo, que huía de homenajes, tuvo que aceptar la escolta de seis jinetes.

De paso por Madrid, hubo de rehusar sugestiones de amigos y paisanos que se brindaron de valedores para obtenerle allí algún alto empleo que le permitiera quedarse entre ellos, y siguió viaje a ocupar la archidiócesis burgalesa, de la que se hizo cargo en junio de 1825.

En Burgos, como antes en Málaga, supo conquistarse el aprecio general por sus buenas medidas e iniciativas múltiples e inteligentes en pro del bienestar de todos. Entre las principales actuaciones suyas figuran la restauración del Colegio de Saldaña y la extirpación de la mendicidad. En mayo de 1828 le fué concedida como galardón por sus méritos la Gran Cruz de Carlos Ill.

Efectivamente, el crudo clima invernal de Burgos no probó bien a su salud, delicada ya en los albores de los setenta años, y el 21 de septiembre de 1829 dejaba de existir. Falleció tan pobre, que, Según dicen, hubo de ser enterrado de limosna. Su cadáver fué depositado bajo el crucero de la catedral.

Además de los dos discursos anotados más abajo, se citan de él sermones, pastorales y otros escritos que acaso quedaron inéditos y se han extraviado. También se alude a un Reglamento sobre los medios de extirpar la mendicidad.

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—Discurso en contra de la Cámara única. (En el Diario de las Sesiones, septiembre 13 de 1812.)

2.—Discurso en favor de la Inquisición. (En ídem, enero 7 de 1813.)

 

Referencias biográficas:

Fuertes Acevedo (Máximo).—Los asturianos de ayer: Don Alonso Cañedo y Vigil. (En el diario El Carbayón, Oviedo, octubre 14 y 16 de 1886.)

Gutiérrez (Luis) —Oración fúnebre. (Madrid, 1829.)