Hombre, sin duda, dotado de genio creador, que habría podido figurar entre los más sabios de su época, de no haber carecido de esa disciplina mental que es indispensable a la formación del sabio. No obstante, se trata de una personalidad merecedora de que la posteridad le recuerde más de lo que la recuerda. “El afán de escalar de un golpe la celebridad, y lo diverso, y mejor, lo heterogéneo de las materias en que quiso ensayar sus aptitudes—afirma Cotarelo y Mori—, perjudicaron sin duda alguna a la perfección y madurez de sus escritos. Quiso ser político, legislador, moralista, geógrafo, economista, poeta y arqueólogo: no se dirá que se quedó corto en sus aspiraciones.”
Descendiente de noble y opulento linaje, nació Pedro Canel Acevedo en el lugar de Orto, de la aldea de Prelo (Boal), no en el año 1760, como asegura Fuertes Acevedo, sino el 1 de noviembre de 1763, como ha podido escribir Acevedo Huelves en Boal y su concejo, mejor documentado. Fueron sus padres don Pedro Díaz Canel Acevedo y doña Francisca Rodríguez Lavandera, de los que tomó a su arbitrio, como era costumbre entonces, los apellidos que fueron más de su agrado, prescindiendo de los maternos y del primero del padre, por lo general.
Comenzó a estudiar en la Universidad ovetense en 1779 Leyes y Cánones con extraordinarias muestras de capacidad, y recibió en la primera de esas Facultades los grados de bachiller en 1785 y de licenciado en el 88. Un año después fué recibido de abogado por los Reales Consejos y regresó a su casa paterna.
Poco más tarde contrae matrimonio con la señorita, también de noble estirpe, Ana María Infanzón, de Valdemoro, en el concejo de Tapia, y los desposados se quedan a vivir con los padres de ella, renunciando él, por su parte, a los señoríos que le correspondían de Orto y Coaña.
Pese a la afirmación de Fuertes Acevedo de que, por entonces, se haya dedicado a viajar por Europa con propósitos de estudio, parece lo más cierto que no salió de esa comarca, donde ejerció de algún modo su profesión de abogado y dedicó lo más del tiempo al cuidado de los intereses de su mujer y al cultivo de las letras, si bien las muestras que nos ha dejado de este ejercicio entonces son sumamente escasas. Nada se sabe de viajes suyos hasta algunos años después.
En 1793 acepta el desempeño con destino a Castropol de un cargo que le ha valido censuras y reproches: el de fiscalizar secretamente los actos del juez noble, “con la precaución necesaria para no equivocarse en materia tan importante y con seguridad de no ser descubierto”, dice el nombramiento, respecto al enganche en el ejército y la marina de los vagabundos y los presos. De sus ocupaciones en el decenio siguiente sabemos poca cosa.
En su escrito con el título de Extracto (número V), dice haber sido “tres veces alcalde mayor en los pueblos de Orto y Coaña y desempeñado en ambas jurisdicciones varios oficios honoríficos y de judicatura desinteresadamente”.
Sus amplios ocios los destina a las letras como historiador y poeta, pero sin dar publicidad a los escritos. En 1803 le encontramos ocupando otro destino público, como subdelegado de Montes en el concejo de Coaña.
Por entonces, el arreglo de un viejo asunto de intereses familiares le obliga a efectuar el viaje a que Fuertes Acevedo alude a destiempo y vagamente. La herencia cuantiosa de un tío materno, don Faustino Rodríguez Lavandera, fallecido años antes en la población de Salvatierra (Méjico), le lleva en 1804 a ese país.
Este asunto lo encuentra tan embrollado, que se ve en el caso de tener que darle una solución de verdadera quiebra. Al ir a posesionarse de los bienes del tío, descubre que el albacea y los administradores sucesivamente nombrados por éste habían fallecido, y de la fortuna elevada a más de cien mil pesos sólo quedaban las ruinas. Realizó éstas como pudo en tres mil pesos y con otros tres mil que le entregaron los descendientes del albacea para evitar la reclamación ante los Tribunales, se dió por liquidado.
Resuelto ese asunto, al año siguiente (1805) embarcó en el San Pablo rumbo a España; pero, apresado este buque por los ingleses—víctima de las contiendas navales de ese año—, Canel Acevedo se encontró desembarcado en Inglaterra y sujeto a prisión. Su permanencia en ese país se prolongó hasta junio del año siguiente, fecha en que embarcó con dirección a Portugal, y de aquí regresó por fin a su tierra. A estos viajes, no ciertamente de estudio, parece que quedan reducidos los que él mismo declara en el citado Extracto haber hecho con esa finalidad, y a los que alude Fuertes Acevedo.
Probablemente, dada su vocación de historiador, habrá efectuado en Méjico algunos estudios históricos y geográficos. Pero parece fuera de toda duda—y Cotarelo aduce pruebas concluyentes a este respecto—que no ha estado en la América inglesa, como el propio Canel Acevedo afirma. Y por consecuencia, si no negar, puede dudarse, con las mayores probabilidades de acierto, de su otra afirmación sobre haber tenido en prensa el primer volumen de una Historia de América, producto de las investigaciones por él efectuadas en los Estados Unidos, cuando sobrevino en España la invasión napoleónica, y con ella la destrucción de la imprenta y su trabajo, lo cual le desanimó a rehacerlo y proseguirlo.
En su afán de acumular méritos personales cuando, años después, lo estimó de utilidad, debió incurrir adrede en estas inexactitudes, De todos modos, ese viaje a Méjico le permitió concebir nuevas orientaciones sobre materias económicas, las que, por su demostrada capacidad, le valieron el ingresó en 1907 en la Sociedad Económica de Amigos del País, de Oviedo.
Ese viaje a América, desatándole de la vida sedentaria, y la invasión francesa, hiriéndole en sus sentimientos patrióticos, provocan un cambio bastante radical en la existencia de Pedro Canel Acevedo, al punto de ser en ella este momento como unión de dos etapas muy diferentes.
En el aprestamiento de la región a la defensa nacional contra los invasores toma parte muy activa.
Corre a ponerse a las órdenes de la Junta General del Principado, que le destina de comandante de las fuerzas militares de Navia, y desde el primer momento se distingue por su capacidad de organización y su entusiasmo patriótico.
En esto, como en todo, pone a tributo su inventiva con el estudio de los medios más eficaces para reforzar los recursos de defensa y ataque militares. Ensaya algunos inventos suyos, que luego propone para su adaptación y uso a la Junta Central en funciones de Regencia. Figuran entre ellos estos que refiere la Junta en su contestación: “la idea ingeniosa de simplificar la construcción del fusil y acelerar la carga…, el invento de los caballos de frisa y reglas para el uso de las púas chuzos y construcción de los cañones de madera.”
El empeño de que fuesen aceptadas esas iniciativas le mueve a trasladarse en los últimos días de 1808 a Cádiz y luego a Sevilla, cerca de la Junta Central, de la que sólo obtiene a ese respecto una laudatoria contestación de gracias en nombre del rey. Pero, prácticamente, consigue algo más: el nombramiento en marzo de 1810 de capitán de Alarmas del Principado para él y el de teniente de Infantería, al mes siguiente, para su primogénito José, de dieciséis años. Con dichos nombramientos regresa a Asturias por esos Mismos días de abril.
Alcanzó en el cumplimiento de su nuevo destino alabanzas generales, sin que faltaran entre ellas las de la Junta del Principado y de la propia Regencia. A la vez no descuidaba sus actividades de escritor, prontas a empeños de todas las disciplinas. Se trataba ahora, próximas a reunirse las Cortes, de coordinar una ley fundamental del Estado español, y él, improvisado en legislador, como antes en inventor, redactó un liberalismo proyecto de Constitución, que fué de los primeros, entre muchos, de los recibidos por la Junta Central. No se tiene otra noticia de tal proyecto más que la de haber sido acogido con estimación, que es la forma de no negar y quedar bien, muy a la española.
De esta época datan casi todos los trabajos publicados por Canel Acevedo, unos con su nombre y otros con el seudónimo de Eliseo Barcineo. Halagado en su liberalismo por la labor legislativa desarrollada por las Cortes en 1812, y siendo como era un notable latinista, publicó un canto a la Constitución (número I) en versos exámetros latinos, y seguidamente unos comentarios sobre la misma Constitución (número II), que le valieron parabienes calurosos de legisladores y juristas eminentes.
También publicó dos años después un canto al general inglés Wellington (número III), con el seudónimo antes indicado, que le conquistó alabanzas valiosas. Pero, ingenuo como todos los hombres verdaderamente liberales de su época y acaso de siempre, cayó en el error de cantar también a Fernando VII (número IV), el malvado, bien que de su maldad no había exteriorizado todavía las pruebas más patentes. Le cantó a su regreso del cautiverio, cautiverio del que el propio Canel habría de alegrarse muy pronto que no hubiese regresado el monarca por él enaltecido.
Al restaurarse en España el régimen absolutista con la llegada de Fernando VII (1814), Canel Acevedo se retiró a Coaña con ánimo de aislarse de la vida pública y dedicarse a sus estudios y administración de sus intereses. Entonces sintió fortalecida otra vieja vocación suya: la de arqueólogo.
Como resultado de unas excavaciones hechas en una mina abandonada de Boal, que se considera de origen ibero-romano, encontró una inscripción de piedra, de la que transmitió copia y estudio a la Academia de la Historia. Algo más tarde realizó investigaciones y estudios sobre el origen de la villa de Navia, como la probable Noega milenaria, y, aunque sobre la consiguiente disertación enviada a dicha Academia, ésta no aceptó sus teorías y deducciones, recibió de ella, en comunicación de 25 de septiembre de 1818, el nombramiento de académico correspondiente, “reconociendo en su disertación pruebas nada equívocas de ingenio, erudición y vasta lectura”.
El año anterior llegó a perturbar su vida lugareña la calificación de impío y hereje de la Inquisición por las ideas vertidas en sus libros.
Al ser reeditadas en 1817 las Reflexiones críticas sobre la Constitución española, el Santo Oficio prohibió este trabajo y hasta se asegura—extremo que no hemos podido comprobar—que se hizo un auto de fe público en Oviedo con un ejemplar de dicha obra.
Contra esta actitud del Santo Oficio, Canel Acevedo elevó una enérgica protesta a los inquisidores de Valladolid, que eran los que entendieron en el asunto, A esa protesta sucedió entre las dos partes un cambio de escritos, enérgicos los de él, firmemente mantenido en todas sus convicciones liberales con gallardía e integridad aleccionadoras, y arrostrando los inminentes peligros de tan temeraria actitud en una época de acentuada reacción como la que va de 1814 a 1820. En su posición de resuelta lucha con todas las argumentaciones y apelaciones posibles, consiguió en Roma, por la fuerza persuasiva de sus asertos, autorización para publicar sus alegatos contra la Inquisición española, siempre hermética a toda novedad.
Pero los Inquisidores españoles eran casi tan potentes como la Santa Sede misma, y en 1819 desataron contra Canel una sañuda persecución que le amargaba la existencia. Afortunadamente para él, colocado ya en situación peligrosa, sobrevinieron la revolución del año 20 y la restauración constitucional, que pusieron término al pleito.
La transformación del sistema político le animó de nuevo a intervenir en la vida pública, y en el mes de julio de ese mismo año se trasladó a Madrid. lgnoramos cuáles serían sus aspiraciones y propósitos; pero se deduce que los tenía, tal vez elevados, en relación con la política, porque entonces solicita el ingreso, que consigue, en la Asociación Constitucional de Patriotas Honrados de Asturias, organizada en Oviedo, y publica en Madrid un folleto, el ya aludido Extracto (número V), con la relación de todos sus méritos, como exposición de quien aspira a recompensas o mercedes.
En ese Extracto, presentado al Consejo de Estado con finalidad no averiguada, Canel Acevedo falta reiteradamente a la verdad, acaso por descuido en algunos Casos, como al afirmar que en la fecha del escrito (julio de 1820) tenía cincuenta y cinco años, cuando 25 lo cierto que frisaba en los cincuenta y siete, Otras inexactitudes, algunas de las cuales quedan aludidas antes, parecen producidas exprofesamente, como la de callar el verdadero motivo de su viaje a Méjico, para asegurar que “en 1804 pasó con Real permiso a recorrer la América septentrional, donde se instruyó a fondo de sus producciones, gobierno y costumbres, para formar una historia general de aquellos países, con sus cartas geográficas”. Mas, aunque se haya excedido en anotar como merecimientos algunos imaginarios, no cabe duda que los tenía auténticos y notorios; pero no se sabe que le haya valido la exposición de ellos ninguna recompensa. Por lo menos, no llega a ocupar ningún cargo público, que bien merecido se lo tenía, si es que a él aspiraba.
Al restablecerse nuevamente el absolutismo de Fernando VII en 1823, Canel Acevedo regresa a su refugio solariego de Coaña. Ya en los albores de la ancianidad, no muy bien de salud y cargado de decepciones, se acoge al consuelo que le proporcionan sus estudios.
Algunos de los manuscritos que se conocen de él corresponden a esta época de su vida. Entre los trabajos que produce su fecundidad de polígrafo hay dos del mavor interés, que llevan estos títulos: Moral universal, o Catecismo de la Naturaleza para uso de las escuelas nacionales y Reflexiones para el fomento de la Agricultura y las Artes.
Su larga vejez—vivió setenta y siete años—parece que no fué lo apacible a que era acreedor. El carácter se tornó agrio y vidrioso, y esto creó continuos estados de inquietud y sobresalto que perturbaban su vida y la de sus familiares. Trasladado en los últimos tiempos a la aldea de Salave (Tapia), en ella falleció el 12 de agosto de 1840, cual afirma Cotarelo, y no el día 13, que anota Acevedo Huelves, pues esta fecha corresponde al sepelio. Desde luego, es errónea la fecha que da Fuertes Acevedo de 1839, y que otros han tomado sin comprobación, por lo que subsiste el error bastante extendido.
Tal es la vida de este escritor de fuerte pensamiento, estilo robusto y admirable desentado, que habría subido a las más altas cunas en las letras españolas de no haber tenido una mentalidad fácil a la dispersión.
Obras publicadas en volumen:
I.—Fidelitatis sacramentum Constitutioni hispanic emissStun, oblatum chus comitiis (vulgo, Cortes soberanas) et Europe culte exilbitum… (Oviedo, 1812; contiene 520 versos exámetros en latín.)
II—Reflexiones críticas sobre la Constitución española, Cortes nacionales y estado de la presente guerra. (Oviedo, 1812; obra reeditada en 1817 y prohibida entonces por la Inquisición.)
III. —Wellington, caudillo de tres naciones sobre la antigua Mantua Carpetana, (Oviedo, 1814; canto firmado con el seudónimo de Eliseo Barcineo.)
IV.—Oda al regreso del ansiado monarca Fernando VII, después de su largo cautiverio. (Oviedo, 1814; con la firma de Eliseo Barcinco.)
V.—Extracto de los méritos del licenciado don Pedro Canel Acevedo. (Madrid, 1820; reproducido en el Boletín del Centro de Asturianos, Madrid, octubre de 1887.)
Obras inéditas:
—Disertación histórica sobre el estado de la legislación española, necesidad de su reforma y plan de unas instituciones de Derecho Real para la escuela y el foro. (MS. de 1785, en la Academia de Santa Bárbara, de Madrid.)
—Proyecto sobre el modo de hacer la guerra para concluir brevemente con las tropas francesas. (Manuscrito de 1810; informe presentado al Consejo Supremo de la Regencia y tomado en consideración con orden de formar expediente sobre el caso.)
—Proyecto de Constitución española. (MS. de 1810 enviado a la Junta Central.)
—Inscripción hallada en Boal en unas excavaciones antiguas de minas. (MS. enviado a la Academia de la Historia.)
—Origen de la antigua Noega (hoy, Navia), en el Principado de Asturias. (MS. de 1818 enviado a la Academia de la Historia.) —Principios de la Moral universal, o Catecismo de la Naturaleza, para uso de las escuelas del reino. (MS. de paradero desconocido.)
—Reflexiones para el fomento de la Agricultura y las Artes. (Manuscrito de 1818, de paradero desconocido.)
—Servitius hispanic profligata libertasque restituta. (MS. de paradero desconocido.)
— Informe sobre los medios de destruir la enfermedad del maíz conocida con el nombre de “El Pintón””, y los medios de fomentar la ganadería de Asturias. (MS. de 1832, archivado en la Sociedad Económica de Amigos del País, de Oviedo.)
Referencias biográficas:
Canel Acevedo (Pedro). — Extracto de los méritos del licenciado D… (Madrid, 1820; reproducido en el Boletín del Centro de Asturianos, Madrid, octubre de 1887.)
Cotarelo y Mori (Emilio).Apuntes biográficos de D. Pedro Canel y Acevedo. (En el diario El Carbayón, Oviedo, 31 de mayo a 3 de junio de 1892.)
Suárez, Españolito (Constantino).—Vida y andanzas extraordinarias de D. Pedro Canel Acevedo. (En el Diario de la Marina, Habana, 12 de junio de 1932; reproducido por Río Navia, Navia, 20 y 31 de julio de ese mismo año.)