Abogado y escritor del siglo XIX. Algunos escriben Ballina, con be. Su apellido materno es Bustamante.
Nació Cantalicio de la Vallina en Oviedo el 8 de mayo de 1798. Pasó la infancia y cursó los estudios elementales en la ciudad natal durante los azarosos primeros años del siglo XIX. Al finalizar la guerra de Independencia contra Napoleón se trasladó a Santiago de Compostela e ingresó en la Escuela Militar allí establecida entonces, de la que salió como cadete a servir en el regimiento de Aragón; pero abandonó pronto la carrera de las armas, para la que no sentía vocación, y regresó a Oviedo.
Su familia pensó entonces dedicarle al sacerdocio; pero, sin vocación tampoco para la disciplina eclesiástica, decidió seguir la carrera de abogado, lo que hizo en la Facultad de Derecho de la Universidad ovetense. Licenciado en , 1822, en ese mismo año ingresó en | el Colegio de Abogados de esa ciudad. Empezó a ejercer la profesión en los bufetes de jurisconsultos tan acreditados allí como don Juan Argüelles Toral, primero, y don Felipe Suárez, después.
Cuando el movimiento constitucionalista del año 1820 tomó entusiasta participación en la compañía de Literarios que se formó en la población universitaria. Coincidiendo con ese brote de liberalismo, iniciado por Riego en tierras sevillanas, hizo sus primeras armas de escritor en El Ciudadano, efímero periódico de apoyo a esos ideales de libertad política.
Desde entonces cultivó el periodismo en la prensa ovetense, nunca con una gran asiduidad y entre intervalos de silencio.
También a las luchas políticas dedicó algún tiempo del que le dejaba libre la abogacía, y en 1823 figuró por primera vez como miembro de la Corporación municipal con el cargo de alcalde segundo.
Por todo eso, al advenir nuevamente en ese año la reacción absolutista, se encontró en situación de perseguido, entre otras razones por haber Perteneció a la compañía de Literarios, y, sujeto a procesamiento, huyó de Oviedo como medio de escapar a las severas sanciones que gustaba dictar a Fernando VII. Con otros varios que fueron sus condiscípulos y eran sus amigos, como Alejandro Mon, Pedro José Pidal y José Caveda y Nava, permaneció oculto algún tiempo, hasta que, algo atenuada la represión contra los liberales, pudo regresar a Oviedo.
Continuó luego por muchos años distribuyendo sus actividades entre la abogacía, el periodismo y la administración municipal. La política absorbía buena parte de su vocación. Al ser proclamada reina Isabel II formó parte de la Milicia Nacional de Oviedo con el grado de capitán y prestó servicios en favor de la legitimidad de esa reina contra las aspiraciones de su tio don Carlos de Borbón.
Aunque algunos amigos de la Universidad que brillaban ya en Madrid quisieron atraerle con ofrecimientos que le aseguraban un porvenir halagador, él rehusó todas las insinuaciones y todos los ofrecimientos, encariñado con la idea de no abandonar el país natal. Sólo apetecía la intervención en la vida ovetense con el deseo de prestar su concurso a la prosperidad y el progreso colectivos, y únicamente aceptó el cargo de administrador de Bienes Nacionales.
Su máximo interés se cifraba en pertenecer al Ayuntamiento de la ciudad natal, y, cuando más, a los organismos del gobierno provincial.
Fué algún tiempo alcalde de la villa de Salas, en la que se granjeó por su conducta una gran estimación. Y representó a ese concejo como diputado al restablecer se en 1834 la antigua Junta General del Principado. Años después de la sustitución de este histórico y asturianisimo organismo por la Diputación provincial fué varias veces diputado: en 1867, por Grandas de Salime; en 1875, 1877 y en otras ocasiones posteriores, por Salas. Ejerció en esa Corporación funciones de presidente interino.
Entretanto, su pluma, atenta siempre a propulsar el adelanto en todas las manifestaciones de la vida, colaboraba frecuentemente en los periódicos ovetenses, entre ellos El Faro Asturiano, El Porvenir de Asturias, El Trabajo y El Carbayón. Sus temas favoritos, divulgador o iniciador, eran los relacionados con la agricultura y las obras públicas.
Al Ayuntamiento de Oviedo perteneció numerosas veces, y siempre dejó de sus gestiones la huella de una conducta inteligente y honesta. Además, desempeñó múltiples cargos oficiales y privados, siempre con acierto. Como un resumen de sus actividades múltiples en pro de los intereses materiales y morales de la ciudad y la región, tomamos lo siguiente de la necrología anotada al pie de este estudio: “Perteneció también a juntas y comisiones de todos géneros: de Ciencias, Beneficencia, Sanidad, Instrucción Pública, Banco Agrícola, Caja de Ahorros y Monte de Piedad, Consejo provincial de Agricultura, Industria y Comercio, Asociación de Ganaderos, exposiciones universales, nacionales y la provincial de 1876, y otras especiales, Como la de socorros a los heridos de África—que fué brillante y memorable gracias a su asiduo trabajo—, recepción de reyes, Panteón de asturianos ilustres y tantas más que fuera prolijo enumerar. Los jefes todos de la provincia, en situaciones diferentes, contaron siempre con el concurso importante del señor Vallína en cuanto se pensara del progreso y el bienestar de Asturias.”
Por sus numerosos merecimientos, el Gobierno le concedió en 1880 la Gran Cruz de Isabel la Católica.
También prestó muy entusiasta concurso a: la Sociedad Económica de Amigos del País y a la Academia de Bellas Artes de San Salvador; de la primera era vicepresidente y de la segunda presidente desde 1887 cuando su fallecimiento el 26 de mayo de 1892.
Trabajos sin formar volumen:
- — Discurso de apertura del curso 1881-82: Academia de Bellas Artes. (Oviedo, 1881; en la Memoria de la Academia correspondiente a ese año.)
Referencias biográficas:
Anónimo.—Necrología: Don Félix C. de la Vallína. (En el diario El Carbayón, Oviedo, junio 29 de 1892; trabajo reproducido en Asturias, Madrid, julio del mismo año.)