ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

CARREÑO DE MIRANDA (Juan) (Hijo).

La personalidad más eminente entre los artistas asturianos de todos los tiempos. No sólo gloria de Asturias, sino de España. Tras la primera fila que forman en la pintura nacional los genios de Velázquez, Greco, Murillo y Goya, Ocupa Carreño de Miranda uno de los primeros puestos, y en la llamada en pintura escuela de Madrid, creada por Velázquez, es la figura más preeminente.

“Uno de los pocos pintores de mérito distinguido—dice José Caveda y Nava en Memoria de varones ilustres asturianos—que después de la muerte de Velázquez sostuvieron la reputación de la pintura española en su deplorable decadencia bajo Carlos II.” Y Mayer, en Historia de la pintura española, se expresa así: “El sucesor propiamente dicho de Velázquez en la Corte de Madrid fué don Juan Carreño de Miranda, sin duda el personaje artístico de mayor importancia en la segunda Mitad del siglo XVI.” Esta misma idea la desarrolla con mayor amplitud Bernardino de Pantorba al afirmar: “La figura de Carreño aparece en el segundo plano de nuestro arte, naturalmente ensombrecida por la luz que irradia el genio de Velázquez. Trátase de una figura simpática y valiosa, que pugna por sostener en sus manos la pintura de buena casta, la profunda pintura española que deja en pie el autor de Las Meninas, la honrada y noble pintura que aún aletea unos años y tiene su último defensor en Claudio Coello y cae herida al fin por la ramplonería borbónica, que no sabe proteger sino a la mediocridad extranjera. Mediocridad extranjera que se hunde merecidamente cuando suena otra vez, con Goya, la hora del genio español.”

Juan Carreño de Miranda es una de las poquísimas grandes figuras asturianas que han encontrado en nuestro tiempo su biógrafo. Para gloria de su nombre y recuerdo de sus méritos por la posteridad, Carreño de Miranda cuenta, por excepción, con una obra digna de todas las alabanzas como fuente de consulta y como alarde bibliográfico: «El pintor don Juan Carreño de Miranda: 1614-1685: Su vida y sus obras», de don Daniel Berjano Escobar, “obra excelente, honra de su autor, honor de Asturias y timbre de gloria para las artes y las letras españolas”, como la juzga el tan parco siempre en elogios como abundante en destempladas censuras don Julio Somoza.

Además de recoger esta obra rica documentación auténtica sobre la vida y la obra del célebre pintor, reproduce numerosos cuadros suyos en negro y a todo color. Es obra cara, de corta edición, que aún permite, para el mayor y más extenso conocimiento de este insigne artista, la publicación de un libro accesible a las modestas posibilidades.

De esa obra de Berjano Escobar nos servimos principalmente para esta información, porque nos da hecho con maestría lo que habríamos de ir espigando en Comentaristas diversos.

Berjano Escobar caracteriza de esta manera el arte de Carreño de Miranda: “La nota típica de Carreño de Miranda es la identificación y concordancia con todas las manifestaciones de la vida nacional coetánea, de la que fué la expresión más fiel, como excelso Pintor de la raza en aquella sazón; de tal manera, que para conocer y vivir su época tienen más fuerza reconstructiva sus cuadros que todos los documentos muertos y apilados en los archivos y los relatos fríos de los historiadores.»

«En cuanto a su acción artística en la esfera pictórica, apuntada sagazmente por el señor Sentenach, encontramos en él al Rembrandt español, salvando siempre sus características nacionales. Ambos cerraron el ciclo estático, llamado clásico, y con su arte, vivo y decorante, abrieron resueltamente la ruta al arte nuevo y dinámico, denominado barroco, siendo la omega de aquél y el alfa de éste.”

Acerca de la formación artística, oponiéndose en este aspecto a la opinión circulante como más autorizada, Berjano Escobar escribe: “La definitiva y consolidada formación, el cuaje, digámoslo así, de su personalidad artística, fué obra suya, de su fuerza rácica, como sucedió con Velázquez, Zurbarán y Murillo, y más tarde con Goya, verdaderas autodidactas, estudiando por sí las obras maestras de los grandes pintores flamencos e italianos que atesoraban los palacios reales, los que fueron sus consejeros e inspiradores, no por mudos menos comprendidos y escuchados que sus maestros directos. Todos los críticos de arte, excepción hecha del malogrado Beruete y Moret, Wyzewa e, incidentalmente, Mayer, coinciden en señalar como maestros ideales de Carreño a Rubens, Van-Dyck y Velázquez, prefiriendo, en nuestra opinión, el más decisivo, al que suministró a su retina la solera de su cromatismo y a sus pinceles la técnica del colorido por capas decrecientes, en que los matices se funden melódicamente, que fué el gran Tiziano… Sobre ese fondo y a su calor fundidos agrúpanse luego, selectivamente depurados, la áurea amplitud rubeniana, la suma elegancia de Van-Dyck y el supremo verismo de Velázquez, que fue el decisivo forjador de su estilo y manera final, conservando, no obstante, en toda su evolución, su definida personalidad y carácter.

En apoyo de esa observación sobre la influencia de Tiziano en Carreño aduce el mencionado biógrafo rastros que la señalan en algunos lienzos, y hasta cita una copia del cuadro El Sepulcro. Trae además a colación un juicio de Jovellanos sobre una Concepción de Carreño, “cuyo colorido puede competir con lo mejor de Tiziano”. También le estima influido por Zurbarán, sobre todo en los temas religiosos. Y, por último, considera también a Murillo maestro suyo: “Nosotros llamaríamos a Carreño el Murillo castellano, y A Murillo, el Carreño andaluz.”

“Fué el artista peninsular—prosigue Berjano—más naturalista, más culto, en el sentido léxico que a este adjetivo otorgaban a: la sazón Lope de Vega y Gracián; más llano, aunque jamás vulgar, y menos ceremonioso de su tiempo.”

Por lo que se refiere a la vocación de Carreño por su arte dice: “No fué nunca Carreño pintor por ganarse la vida, ni con ánimo de lucro, ni aun siquiera por pasión de gloria y aura popular. Carreño pintó por íntimo placer, como cantan los pájaros y florecen los rosales, por movimiento natural de su ser, enamorado de la verdad y de la belleza, profesando su arte como los monjes su regla.

«Por eso son sus obras a manera de oraciones, como laúdes y salmos entonados para la glorificación de la naturaleza divina en Su reflejo de lo contingente: para él, en la creación, no hay diferencias, ni categorías, ni precedencias. En sus cuadros presta igual atención a la figura principal que a los más humildes accesorios;con la misma verdad y acabamiento pinta la Virgen niña aprendiendo a leer con sus padres Santa Ana y San Joaquín, en el cuadro que hizo para el convento de San Martín, y que hoy conserva el Museo del Prado, que el tapiz en que asienta sus pies; con el mismo esmero y donaire retrata a la altiva y lujosa marquesa de Santa Cruz que a la idiota y monstruosa enana Eugenia Martínez; al rey, que al bufón Bazán.”

Sobre la preferencia por el retrato como tema pictórico expone su biógrafo: “Fué siempre en Carreño afición primaria la del retrato…, y esa afición perduró en él hasta la vejez, porque de ella son precisamente sus mejores retratos: el del embajador moscovita lleva la fecha de 1682; el de Carlos II con armadura, del Museo del Greco, de 1683, y el del nuncio monseñor Millini, propiedad antes del señor Beruete, hoy en Londres, la de 1684, a los sesenta y un años de su vida y uno antes de su muerte. Lo mismo en el de Diego Valentin Díaz, que es el más antiguo que conocemos, que en los tres expresados, y  en todos, en fin, los que de él se conservan, presenta las mismas características de objetividad, porque Carreño abstrae y esfuma su personalidad en la de la persona retratada, a la que imprime de tal manera su carácter y fisonomía, que nos parece estar contemplando el propio original revivido. Es un espejo, pero con la ventaja sobre el cristal de saber recoger lo que pudiéramos llamar el momento psicológico del modelo, Veraz hasta la exageración, y tan justo, que excluye la más mínima adulación o favorecimiento si éste ha de obstar a la exactitud de la reproducción, No le han impedido estas cualidades, sin embargo, presentar al retratado en la actitud más habitual, con la innata elegancia y simpatía que fluye de sus pinceles.”

Berjano Escobar recoge en su obra opiniones sintéticas sobre Carreño de Miranda de los críticos y tratadistas españoles Madrazo, Araújo Sánchez, quien afirma que es uno de los pintores “mejores que ha habido en España”; Mélida, Ceán Bermúdez, Cossio, Sentenach, Domenech, Tormo, Sánchez Cantón y Beruete y Moret, y de los extranjeros Viardot, Siret, Burger, Solcay, Wizewa, Leford, Gillet y Calver.

Como juicio propio de Berjano Escobar, vale por todos esta reflexión: “Justa y consoladora ironía de la realidad: los soberbios; los intrigantes, los ambiciosos, los fatuos palaciegos que menospreciaban a Carreño y, considerándolo poco más que a un: menestral, dificultaban el pago de sus obras, pasaron al montón anónimo de la nada; el humilde pintor, sufrido, callado y apostemado, vive la vida perenne y gloriosa del Arte y es más conocido y apreciado que los mismos reyes y magnates a quienes, generoso, dió relativa perpetuidad con su pincel, que de otra manera no hubieran obtenido.”

Procedía Carreño de noble alcurnia, condición de la que no se sabe que haya hecho uso nunca, ni menos ostentación, por impedírselo su carácter sencillo y el cifrar en su arte la suma de todos sus orgullos. Desde muy remotos tiempos (1288) gozaban sus antepasados del privilegio, otorgado a Garci Fernández de Carreño por Sancho IV el Bravo, de recibir todos los años el traje que vistiera el rey en Viernes Santo. Posteriormente, los reyes concedieron otras mercedes importantes a la familia.

Aunque siempre dentro del año 1614, se anotan muy diversas fechas del nacimiento de Carreño de Miranda, que tuvo lugar el 25 de marzo en la villa de Avilés. Nada sabemos de su infancia hasta que, viudo el padre, de igual nombre y apellidos, de doña Catalina Fernández Bermúdez, se trasladó a Madrid en edad de nueve años (1623).

Dice Ceán Bermúdez en Historia de la pintura que, observando el padre que al muchacho “nada le llamaba tanto la atención como la pintura, determinó ponerlo en la escuela de Pedro de las Cuevas, adonde concurrían los hijos de los caballeros. Pero antes quiso que estudiase la Latinidad y las Matemáticas, como se efectuó, sin dejar de frecuentar la casa de los Desamparados, donde Cuevas tenía su escuela, llevado de su inclinación. Muy pronto dió señales de su talento y disposición para ser un gran profesor, pues hizo progresos en poco tiempo en el dibujo que fueron la admiración de los inteligentes. Para comenzar a pintar pasó a casa de Bartolomé Román, buen colorista… Con tan buenos maestros, con su genio y aplicación, el joven Carreño, a los veinte años de edad, pintó cuatro cuadros de composición para los ángulos del claustro del Colegio de Doña María de Aragón, que le acreditaron en la corte de pintor consumado”.

Sobre esta primera época de la vida artística de Carreño, Palomino—contemporáneo suyo y a quien Ceán habrá seguido en muchos pormenores, como le siguen todos—indica que sostuvo la vocación de pintor “contra la voluntad de su padre”, cosa probable, seguramente cierta, pagado como era éste de su alcurnia. También dice Palomino que a esa edad de veinte años “dió muestras en las Academias de esta Corte de su habilidad y aprovechamiento”, y  las obras citadas por Ceán Bermúdez agrega otras para el convento del Rosario. Cuatro años después de muerto Felipe IV (27 de septiembre de 1669, según Ceán Bermúdez), la Regencia le nombra pintor de Su Majestad. “Sentada plaza de palaciego—dice Berjano—, le otorgan a la muerte de Manuel Herrera, el 17 de diciembre del mismo año (1869), el empleo que éste desempeñaba de ayuda de la furriera, o sea uno de los que tienen a su cargo las llaves y muebles del Palacio Real y van delante del rey abriéndole las puertas, que también desempeñó su cooperador Francisco Rizi, y después de él Claudio Coello, pintor del rey y de Cámara. Dos años después, y por muerte de Sebastián Herrera, consigue el suspirado cargo, único, de pintor de cámara del rey Carlos Il, que le otorga su madre, la reina regente, motu proprio y sin consulta, pero con molestia por ello de la Cámara y Consejo de Castilla.” La fecha de este nombramiento la fija Ceán el 11 de abril de 1671.

Por entonces, obligado como estaba a pintar a los miembros de la real familia y altos personajes palatinos, se fortaleció grandemente la aptitud de Carreño de Miranda como retratista, que es la modalidad en que ha producido más y mejores obras y la que permite apreciar aquella sociedad aludida en la siguiente copla anónima:

 

Rey inocente,

reina traidora,

pueblo cobarde,

grandes sin honra.

 

De Carlos II y de su madre, doña Mariana de Austria, ha dejado varios retratos en diversas posturas y ocasiones. Pintando uno del primero, niño todavía, fué cuando tuvo lugar aquella conocida anécdota reveladora del orgullo que cifraba Carreño en su arte, y que anota su contemporáneo y discípulo don Juan Palomino de esta manera: “En la menor edad, retratándole en presencia de la reina nuestra señora, su madre, dijo Su Majestad cómo había conocido diferentes pintores de cámara y a Velázquez, que había sido del hábito de Santiago, y entonces dijo el rey: —Y tú, Carreño, ¿de qué hábito eres?—. Y él respondió: —Yo, señor, no tengo más hábito que el de ser, señor, de Vuestra Majestad. —Pues ¿por qué no te lo pones?—replicó el rey con la sencillez de aquella edad. Y dijo el Almirante, padre, que estaba presente: —Ya se lo pondrá, señor—. Y pareciéndole al Almirante que ésta era merced redonda, le envió a Carreño una venera muy rica de su hábito, que era de Santiago, diciéndole que, ya que se había de poner el hábito, por la merced que Su Majestad le había hecho, que se holgaría fuese el suyo. A lo que respondió Carreño, después de estimar la honra que le hacía el Almirante, que él no había menester más hábito que la honra de criado de Su Majestad. Instado de algunos amigos, diciéndole que siquiera por dar ese honor a la pintura se lo pusiese, respondía: Que la pintura no necesitaba que nadie le diese honores, que ella era capaz de darlos a todo el mundo.”

Este orgullo de su propio valer convivía en Carreño con la modestia y generosidad más puras, como descubre esta otra anécdota, recogida también por Palomino y, como la anterior, recordada por Berjano Escobar. “A un pintor de muy corta habilidad de aquella era, llamado Gregorio Utande, le mandaron hacer un cuadro; hízolo como supo y pidió por él cien ducados; pareció demasiado precio a los dueños de la obra, y después de varios debates se convino Utande en traerlo a Madrid y que ellos nombrasen quien lo tasara. Convenidos en esto, vino a Madrid a toda prisa nuestro Gregorio con su lienzo y una cantarilla de miel, la cual entregó a Carreño para paladearle, pidiéndole que se sirviese retocar aquel cuadro, sin manifestarle el motivo. Carreño, con su gran bondad y honrado genio, lo hizo tan bien, que todo el cuadro revolcó de arriba abajo, porque otro retoque no tenía. En esto nombraron los dueños para tasadores a Carreño y Sebastián de Herrera. Carreño, que no se podía descubrir, calló, y, llegado el caso, dijo que él no podía tasar aquel cuadro porque el que lo había hecho era muy íntimo amigo suyo y no quería aparecer apasionado, y así se conformaría con lo que dijese su compañero. Herrera, que conoció la carta y supo el cuento, tan sólo en doscientos ducados, los cuales, o poco menos, le dieron por el cuadro al buen Utande; pero a los tasadores sólo les dió las gracias de palabra, sin que el pobre Carreño, que lo había trabajado, le valiese más que la dicha cantarilla de miel, del cual supe yo todo este cuento a la letra—dice Palomino—, que lo contaba con mil gracias; y es tan notorio en Alcalá, que todos los del arte y aficionados le llaman a aquella pintura el cuadro de la cantarilla de miel.”

A esta última y más fecunda época de Carreño de Miranda corresponden, además de algunos cuadros de asunto religioso, los más famosos retratos que salieron de su paleta: varios de los reyes, los de la marquesa de Santa Cruz, don Juan de Austria, el privado don Fernando Valenzuela, el patriarca Benavides, el bufón Bazán, el embajador ruso Ivanowitz Potemkin, la enana Eugenia Martínez, vestida y desnuda; el duque de Pastrana y Otros.

Fué hombre de gran laboriosidad, del que se puede afirmar que sólo vivió para su arte. El tantas veces citado Berjano Escobar alude a esto de manera precisa: “Le vemos afanoso, trabajando, hasta que la enfermedad le rinde, en su taller instalado en el Palacio Real, en el Cuarto del Príncipe, en la bóveda llamada del Tigre, con vistas al Campo del Moro y a la lejana sierra del Guadarrama, y le contemplamos luego en su hogar, feliz; en el altillo de Palacio, en la casa de la marquesa de Villatorre, decoradas sus estancias con lienzos suyos, unos originales, otros copias de Sus maestros predilectos, ocupando preferente lugar en su estrado, amén de algunos relicarios, un grupo escultórico de la Asunción de la Virgen, de madera estofada; rodeado de su familia y acompañado de sus camaradas, los jefes de servicios palatinos, y de sus discípulos Y admiradores, entre los que se destacan, por su asiduidad y afecto, los pintores Palomino, Jerónimo Ezquerra y el humilde Juan López, el Mudo, galardonados estos dos últimos por la viuda del maestro, el primero, con la espada y daga que él usara, y el último, con el coleto de ante que abrigara su torso.”

Además de los citados, contaba entre sus discípulos a Mateo Cerezo, Juan Martin Cabezalero, José Jiménez Donoso, Francisco Ruiz de la Iglesia, José Ledesma, Bartolomé de Vicente y Luis Sotomayor.

Como demostración de que vivía profundamente entregado a su arte, refiere Palomino la anécdota siguiente: “A don Juan Carreño, cuando estaba pintando, era menester llamarle a comer media hora antes y repetirlo muchas veces para que llegase a tiempo; y un día de ayuno, habiéndole sacado chocolate por la mañana, estando divertido en su pintura, y hallándose allí dos amigos de buen humor, díxole a la criada lo pusiese sobre un bufete que estaba cerca de uno de los amigos, el cual, viendo a Carreño tan divertido en su pintura y que sin duda se le había olvidado el chocolate, pulsó la jícara, y, hallándola ya templada, se la sorbió con disimulo y la volvió a sentar en el plato; vino la criada, y, hallando desocupada la jícara, llevábasela, y su amo le dijo: —¿Adónde vas, si aun no lo he tomado? —¿Cómo no—dijo la criada—, si la jícara está vacía?…—. Y volviendo a los circunstantes Carreño dijo: —Con efecto, señores, ¿lo he tomado?— Los cuales le aseguraron que si con todo disimulo; y respondió: —Les aseguro a vuesas mercedes con toda verdad que estaba tan divertido que no me acordaba…—. Y habiendo pasado un buen rato le desengañaron; con que se resarció del daño y se celebró el chiste.”

No tuvo Carreño descendencia de doña María de Medina, y este desconsuelo del matrimonio vino a atenuarlo en la última época el haber recogido a la puerta de la casa a una niña recién nacida, que llamaron María Josefa y que criaron con solicitud de verdaderos padres hasta la edad de ocho años que tenía cuando falleció el pintor. El matrimonio vivió rodeado de estrecheces hasta el último momento. “Al morir Carreño—dice Berjano—constituían todo su Capital los créditos que le adeudaban los reyes por sus trabajos, y para pagar su entierro y sepultura en San Gil, cuyo solar forma hoy parte de la plaza de España, tuvo su viuda que pedir prestados dos mil reales, por carecer de numerario para ello.” Hizo Carreño su testamento el día 2 de octubre, y falleció el siguiente, del año 1685. Están equivocadas cuantas fechas se anotan de su óbito, aunque todas dentro del año verdadero.

“Yo le vi expirar—escribe Palomino—, a cuyo tiempo arrojó una postema por la boca, que en los que frecuentan los palacios con la modestia de Carreño no es maravilla que se traguen postemas de muchas cosas que no se pueden digerir.”

En Avilés se ha honrado su Memoria rotulando con su nombre hace algunos lustros la calle en que se supone nació el pintor, y poniendo también su nombre en 1934 al Instituto de Segunda Enseñanza al pasar de la categoría de local a nacional. Además se agita la idea en estos últimos años de erigirle un monumento.

La obra de Berjano Escobar da a conocer un catálogo bastante extenso de la producción de Carreño, producción como pocas muy desperdigada por provincias y el Extranjero, en daño de quienes quisieran apreciar y estudiar seriamente a este insigne artista. De ese catálogo, nosotros nos hemos de limitar a la lista de los que se conservan en el Museo del Prado y los existentes en Asturias.

En el aludido Museo se guardan los siguientes:

Retrato de Carlos III, niño, de cuerpo entero.

ídem ídem, de medio cuerpo.

ídem de doña Mariana de Austria, de cuerpo entero.

ídem del bufón Bazán, de cuerpo entero.

ídem del embajador moscovita Potemkine, de cuerpo entero.

ídem de la enana Eugenia Martínez, vestida, de cuerpo entero.

ídem del duque de Pastrana, de cuerpo entero.

Santa Ana enseñando a leer a la Virgen niña.

San Sebastián.

Juicio de un alma.

Asunto místico.

 

Los cuadros que se sabe existen en Asturias son:

Retrato de Carlos II (Palacio de los Selgas, El Pito, Cudillero.)

La Magdalena penitente. (Casa solariega de los Jovellanos, Gijón.)

Además, en el Instituto de Jovellanos, de esa villa, se conservan seis bocetos a lápiz negro y rojo.

 

Referencias biográficas:

Anónimo.—Una hermosa y simpática iniciativa en marcha. (En el diario El Comercio, Gijón, 15 de agosto de 1931; con motivo de la idea de erigir a Carreño de Miranda un monumento en Avilés.)

Berjano Escobar (Daniel). —El pintor don Juan Carreño de Miranda: 1614-1685, Su vida y Sus obras. (Madrid, s. a. 1925; un tomo en cuarto con 52 láminas en negro y colores.)

Canella y Secades (Fermín.)—Noticias del pintor asturiano Juan Carreño de Miranda. (Avilés, 1870; folleto incluído después en el libro del mismo autor Estudios asturianos.)

Ceán Bermúdez (Juan Agustín).—Historia del arte de la pintura. (MS. de 1824, tomo VI, en la Academia de la Historia.)

Palomino de Velasco (Juan).—Vidas de pintores y escultores españoles. (Madrid, 1715.)

Pantorba (Bernardino de).—Los grandes pintores asturianos: Juan Carreño de Miranda. (En la revista Norte, Madrid, abril de 1931.)

Salmeán (A.) —Nuestros artistas: Don Juan Carreño de Miranda. (En la revista Asturias, Órgano del Centro Asturiano, Madrid, enero de 1899.)

Santamarina (Crisanto). — Un estudio. (En el Boletín del Centro de Estudios Asturianos, Oviedo, enero de 1925.)

Tormo (Elías). — Sobre Delacroix, Velázquez y Carreño. (En el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, Madrid, 1916.)

ídem. — Las Anunciaciones de Carreño y Claudio Coello. (En ídem, 1920.)

C.—Carreño de Miranda. (En El Artista, Madrid, 1836.)