ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

CEAN BERMUDEZ (Juan Agustín).

Se ha regateado la categoría intelectual de este ilustre investigador y publicista, acaso porque se ha tenido poco en cuenta la ya remota época de su florecimiento, desfavorable para investigación histórico-artística por falta de tradición en estos estudios. Casi pudiera decirse que la investigación en esa rama del saber erudito comienza en este gran trabajador intelectual, cuya consideración aumenta con el correr del tiempo.

Menéndez y Pelayo es acaso de los que con más reservas juzgan su personalidad y su labor. Al referirse a Ceán Bermúdez en el tomo VI de la Historia de las ideas estéticas en España, dice que “pertenecía a la clase de hombres laboriosos y medianos que, bajo la dirección e impulso de un hombre superior (alude a Jovellanos), desarrollan sus facultades en una dirección útil”. Le juzga “autor seco y sin imaginación alguna, pero escrupuloso y pacienzudo”. Y aun añade que “en la crítica estética, Ceán carece de toda iniciativa propia». Sorprende y desconcierta la autoridad de esta opinión, que tanto rebaja los méritos de Ceán Bermúdez, ya que el propio Menéndez y Pelayo se ve obligado a confesar que “si alguna vez llega a escribirse la historia de las artes españolas, a Llaguno y a Ceán deberemos siempre los fundamentos”. Y es tan cierta esta última afirmación de Menéndez y Pelayo que los diversos manuscritos de Ceán Bermúdez que se guardan en las Academias oficiales, especialmente la Historia de la pintura, han servido a muchos para entrar a saco en ellos, porque antes que él se ha escrito muy poco de verdadero mérito en esas materias.

Pese a todos los reparos, su labor de investigación resulta fundamental e insustituible, porque, como dice el fabulista, él es el que ha traído las gallinas… Esto es lo que hay que ver en Ceán Bermúdez sobre toda otra consideración, y así proceden en justicia quienes, como el también estudioso y documentado Ossorio y Bernard (Galería biográfica de artistas españoles del siglo XIX), estén conformes en asegurar que Ceán fué “una de las legítimas glorias de nuestra patria…, que consagró su vida a ilustrar la historia artística de España”.

En cuanto a que Ceán Bermúdez debe gran parte de su fama y gloria al apoyo encontrado en Jovellanos, nada más cierto. Pero resulta pueril aducir argumentos de esta naturaleza para rebajar los méritos de una personalidad, por aquello de que no hay hombre grande sin otro hombre grande. Es como si quisiéramos disminuir los altos merecimientos del propio Jovellanos, por ejemplo, en consideración al apoyo que tuvo en Cabarrús, Lo mejor será juzgar a los hombres por el rastro que han dejado de su vida. y en cuanto al dejado por Ceán Bermúdez sólo encomios se podrán escribir. Aunque Gijón, su patria, y Asturias hayan hecho poco por enaltecer su memoria, enalteciéndose con ello, Ceán Bermúdez es uno de los hombres egregios que sirven como timbre de orgullo a los pueblos.

Don Juan Agustín Ceán Bermúdez—de quien Cejador asegura que fué “pintor madrileño”—nació en Gijón el 17 de septiembre de 1749, hijo de don Francisco de esos apellidos y doña Manuela María de Cifuentes, que constituían un hogar de más escaseces que abundancias. Cursó en la villa natal las primeras letras y Latinidad con notable aprovechamiento. Pasó luego a Oviedo, al Colegio estableció allí por los jesuitas, en el que siguió los estudios llamados entonces de Filosofía, equivalentes al bachillerato. Pero la empresa de seguir una carrera universitaria suponía un esfuerzo superior a las posibilidades paternas, y tuvo que renunciar a ese propósito, por el momento, para entrar en calidad de paje al servicio de Jovellanos (que tenía cinco años más que Ceán Bermúdez), cuando este gran patricio terminaba sus estudios en Alcalá de Henares (1765).

Jovellanos descubrió desde el primer momento en aquel muchacho de dieciséis años una inteligencia digna de cultivo, asociada a una gran apetencia de estudio, y le dispensó en seguida un trato más de amigo que de señor y una decidida protección que permitió al criado seguir en esa Universidad sus interrumpidos estudios. Así comenzó la cordialisima amistad que unió para toda la vida a estos dos personajes, y que permitió a Ceán Bermúdez la gloria de ser el mejor biógrafo del preclaro asturiano, con documentación y observación legítimas que luego aprovecharon otros plagiándole en muchos Casos.

Cuando en marzo de 1768 pasa Jovellanos a Sevilla a ocupar su destino de alcalde del crimen en la Audiencia, Ceán Bermúdez marcha también a la ciudad andaluza acompañando a su protector y amigo. Aquí fué donde despertaron en Ceán Bermúdez—mozo de dieciocho a diecinueve años—sus grandes aficiones por las artes, especialmente la pintura, que habría de durar lo que su vida. Recibió las primeras lecciones del pintor Juan Espinal y, con otros pintores en cierne de su edad, fundó una Academia de prácticas de dibujo y pintura, dedicada a la mutua Corrección y perfección de las obras de todos. No debió ser tan escasa como apuntan algunos su aptitud para la técnica pictórica, cuando, advertido Jovellanos de sus buenas disposiciones, le facilitó en 1776 el trasladó a Madrid. cerca del famoso pintor bohemio Rafael Mengs, del que recibió lecciones hasta la marcha de éste a Roma, dos años más tarde. Trató Mengs de llevarle consigo, cosa que también confirma su destreza para el arte; pero él prefirió regresar a Sevilla al lado de Jovellanos. Breve fué esta su segunda permanencia en Sevilla, porque destinado poco después Jovellanos como alcalde de Casa y Corte, le acompaña a Madrid en el mes de octubre de ese mismo año 1778. Desde antes y después de esta fecha Ceán Bermúdez consagra a la pintura sus más caras devociones, aunque sin la pretensión de conquistar el aplauso público. Los cuadros pintados por él entonces los destina a engalanar la casa paterna, la que habita Jovellanos en Madrid en la calle de Juanelo, la iglesia de Gijón donde había recibido las aguas bautismales y a obsequio de alguno que otro amigo.

En dicho año 1778 o el siguiente le fué conferida una plaza de oficial en la Secretaría del Banco Nacional de San Carlos, más tarde Banco de España, empleo del que ascendió a oficial mayor de la misma Secretaría en 1785. Esos cargos le proporcionaron la ocasión de recorrer, muy de su gusto, algunas ciudades de diversas regiones, especialmente de Valencia, Andalucía y Extremadura, viajes que le permitieron adquirir extensos conocimientos sobre el tesoro artístico nacional. Estas impresiones y los consiguientes frutos de sus estudios determinaron una evolución en sus aficiones por las Bellas Artes, en las que acabó por desaparecer el pintor para que surgiera el tratadista, influido en esto como en todo por el autorizado parecer de Jovellanos. Así fué como se dedicó en lo sucesivo a una disciplina escasamente cultivada antes, cual la investigación histórica del desenvolvimiento de las artes en España, ocupación en la que habría de alcanzar la más alta categoría intelectual de cuantos a ella se dedicaron en España hasta mucho tiempo después de hacerlo él.

Cuando más tarde, a fines de 1790, se le destinó a Sevilla para ordenar el Archivo de Indias, aprovechó todos los momentos que le dejaba libres su destino para ordenar y redactar con el tesoro de materiales que poseía su obra más famosa—joya de la bibliografía española—con el título de Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes de España. También escribió entonces algunas monografías, publicadas años después, unas, e inéditas todavía otras. En ese citado año le llegó el más antiguo honor de los que se sepan que han realzado su personalidad, testimonio a la vez de que no le tenía en olvido la villa natal, y fué el nombramiento de juez noble de Gijón, eximiéndole de la obligación de cumplir personalmente con los deberes de dicho cargo.

Con la elevación de Jovellanos en 1797 a ministro de Gracia y Justicia obtuvo Ceán Bermúdez, propuesto por su amigo al rey, una plaza de oficial de la Secretaría de Indias de ese Ministerio, cargo que ocupó con gran satisfacción, no sólo por servir a Jovellanos desde un puesto de confianza, sino porque le permitía fijar de nuevo en Madrid su residencia, cosa que le era necesaria y útil para sus proyectos. Figuraba como el primero y principal de éstos el de presentar a la Academia de Bellas Artes de San Fernando su Diccionario manuscrito, como así lo hizo. Advertida la Academia del extraordinario mérito de esta obra. se apresuró a imprimirla por su cuenta, lo que hizo en seis tomos de tamaño octavo en 1800. La publicación de este libro fuente insustituible para el estudio del desarrollo de las Bellas Artes en España, dió a Ceán Bermúdez un creciente renombre en los círculos intelectuales y artísticos, y desde entonces su personalidad estuvo rodeada de todas las consideraciones.

Por contraste con este prestigio, en la esfera de sus actividades al servicio del Estado se hacía caso omiso de tan bien ganado predicamento. Como consecuencia de la persecución desatada contra Jovellanos, preso y desterrado a Baleares en marzo de 1801, la situación para Ceán Bermúdez, ya angustiosa por este ensañamiento con su amigo, se hizo difícil, y hubo de renunciar a su cargo oficial y marchar a Sevilla. Se dice que fué confinado a residir en esta ciudad, desatadas contra él las furias que llevaron a caer en desgracia a su protector; pero no hemos podido comprobar tal extremo. Lo probable es que haya ido a Sevilla, desolado por el infortunio de su amigo y ex jefe, como refugio predilecto que era para él la ciudad del Betis. En ella prosigue sus estudios y producciones de carácter histórico-artístico, algunas de las cuales fueron publicadas por entonces (1804) con laudatorios juicios críticos, como las intituladas Descripción artística de la catedral de Sevilla y Descripción artística del Hospital de la Sangre, de Sevilla. De esta época son, además, algunos de los trabajos que han quedado manuscritos y la monografía número V.

En 1808, ya levantado el confinamiento de Jovellanos, y acaso invadida ya España por los franceses, Ceán Bermúdez retorna a Madrid, donde vuelve a ocupar su destino del Ministerio de Gracia y Justicia. Sorprende bastante que no haya rastros de que el gran episodio nacional de la invasión napoleónica influyera en la vida de Ceán Bermúdez. No debió de reaccionar en el sentido de la mayoría de los españoles. Por lo menos, no sólo no se sabe nada de que haya participado de alguna manera en ese movimiento nacional, sino que los indicios llevan a suponer lo contrario. Cosa que contrasta con la conducta de su amigo y mentor, Jovellanos. Mientras éste rehúsa cuantos cargos y honores le ofrecen el invasor o los afectos a los franceses, él vuelve a ocupar su cargo oficial.

Su vida, realmente, ahora como antes, aparece absorbida por sus actividades de investigador. Su ocupación principal por entonces, miembro ya de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, es de colaboración en las tareas de este Instituto. Poco más tarde comparte esas actuaciones con las de miembro de la Academia de la Historia, que le da ingresó el 5 de junio de 1812, con cuyo motivo leyó a manera de discurso de recepción su estudio Vida de Juan de Herrera, considerado como Soldado de Carlos I, insigne arquitecto de Felipe I y uno de los mejores matemáticos de su tiempo, que permaneció inédito en la citada Academia hasta que cincuenta y ocho años más tarde lo recogió en un volumen con otros estudios (número XI) don Manuel Remón Zarco del Valle.

En esta última etapa de su vida residió Ceán Bermúdez habitualmente en Madrid, entregado a las tareas académicas especialmente. En la de Bellas Artes desempeñó el cargo de conciliar, y en la de la Historia, los de tesorero (1818) y de censor (1825). También fué miembro correspondiente de las Academias de San Luis, de Zaragoza, y de San Carlos, de Valencia, y numerario, además de fundador, de la de Bellas Artes, de Sevilla.

Entre las obras publicadas entonces merece especial mención la hermosa y documentada biografía de Jovellanos, fundamento de todas las escritas posteriormente.

Las otras, didácticas o históricas sobre aspectos diversos de las Bellas Artes, constituyen otras tantas fuentes para el conocimiento y la historia de esas disciplinas. Es digno de anotación con elogio un suceso de esta última época de su vida, por lo que afirma de un modo ejemplar su pureza de espíritu. Don Eugenio Llaguno y Amirola poseía copiosos materiales, frutos de paciencia y perseverante estudio, sobre el arte de la arquitectura en España, excluido a propio intento por Ceán de su Diccionario. Creyendo Llaguno que Ceán era la persona más indicada para aprovechar esos materiales, por su capacidad de tratadista, se los donó graciosamente. Y, en efecto, Ceán utilizó el voluminoso manuscrito en provecho de la cultura española; pero fué tal su probidad, que, después de ordenar y corregir esas apuntaciones y enriquecerlas con su propio caudal de conocimientos, dió al público la obra (número IX) bajo el nombre de Eugenio Llaguno y Amirola. Gran lección desaprovechada por cuantos han plagiado al propio Ceán Bermúdez. Ese fué el último trabajo publicado antes de su fallecimiento, ocurrido en Madrid, a los ochenta años de nacido, el 3 de diciembre de 1829. 

El mayor volumen de su producción ha quedado y continúa inédito. El trabajo más importante, seguramente, publicado después de su muerte, es el Sumario de las antigüedades romanas que hay en España, en especial las pertenecientes a las Bellas Artes, impreso por real orden de 1832. No merecían menor gracia los varios manuscritos de este insigne tratadista que han permanecido inéditos en las Academias de Bellas Artes y de la Historia, hasta que, agotados como fuentes por otros investigadores, vinieron a quedar en recuerdos históricos y literarios de su ilustre pluma.

 

Obras publicadas en volumen: 

I.—Cartas a don Gaspar Melchor de Jovellanos. (Madrid, 1795; reproducidas en Obras de Jovellanos, edición de Rivadeneyra.) 

II.—Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes de España. (Madrid, 1800; obra publicada por la Academia de San Fernando, de Madrid, y de la que, con materiales para una segunda edición, publicó el conde de la Viñaza unas Adiciones en cuatro tomos.)

III.—Descripción artística de la catedral de Sevilla. (Sevilla, 1804; obra que alcanzó dos ediciones en vida del autor y otras dos póstumas.) 

IV— Descripción artística del Hospital de la Sangre, de Sevilla.(Valencia, 1804; folleto.)

V.—Carta de don Juan A. Ceán Bermúdez a un amigo suyo sobre el estilo y gusto de la pintura de la escuela sevillana y sobre el grado de perfección a que la elevó Bartolomé Esteban Murillo, cuya vida se inserta y se describen sus obras en Sevilla. (Cádiz, 1806.)

VI.—Memorias para la vida del excelentísimo señor don Gaspar Melchor de Jove-Llanos y noticias analíticas de sus obras. (Madrid, 1814.)

VII.—Diálogo sobre el arte de la pintura. (Sevilla, 1817.)

VIlI.—Colección de cuadros del rey de España que se conservan en los Reales Palacios, Museo y Academia de San Fernando, con inclusión de los del Real Monasterio del Escorial. (Madrid, 182628.)

IX.—Noticia de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración, por el excelentísimo señor don Eugenio Llaguno y Amirola, ilustradas y acrecentadas con notas, adiciones y documentos. (Madrid, 1829; cuatro tomos en cuarto.)

X.—Sumario de las antigüedades romanas que hay en España, en especial las pertenecientes a las Bellas Artes. (Madrid, 1882; obra póstuma, impresa de Real orden en ese año.) 

XI.—Ocios sobre Bellas Artes. (Madrid, 1870; volumen editado por don Manuel Ramón Zarco del Valle, que contiene la Vida de Juan de Herrera, escrita en 1812; Respuesta a M. H. Le Bas, arquitecto de París, escrita en 1819, y Tres diálogos entre Juan de Herrera, arquitecto de Felipe H, y Bautista Antonelli, su ingeniero, sobre las grandes obras que ejecutaron y lo mal premiados que por ellas fueron.) 

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—Traducción con notas e ilustraciones de la obra Arte de ver en las Bellas Artes del diseño, según los principios de Sulzer y Mengs, escrito en italiano por Francisco de Milizia. (Madrid, 1827.)

2.—Juicio crítico acerca de Pablo de Céspedes. (En el tomo XXXII de la Biblioteca de Autores Españoles.)

3.— Apéndice a las Memorias para la vida del excelentísimo señor don Gaspar Melchor de Jovellanos, de lo que dejó de publicarse en las impresas en Madrid. (En la obra de Julio Somoza Jovellanos, nuevos datos para su biografía, Madrid, 1885.)

4.—Extracto de unos diarios en que escribió Jovelllanos desde 20 de agosto de 1799 hasta 20 de enero de 1801. (En ídem ídem.) 

 

Obras inéditas:

—Apuntamientos sobre las primeras expediciones hechas por los españoles al Malaco, sacadas de los documentos originales que se guardan en el Archivo de Indias de Sevilla, (MS., en la Academia de la Historia.)

—Diálogos sobre el origen, formas y progresos de la escultura entre los antiguos. (MS. de 1822, en la Academia de San Fernando.) 

—Diálogos sobre el estado de perfección a que elevaron la escultura los griegos y de su decadencia en el imperio de los romanos. (MS. de 1822, en ídem.)

—Carta sobre el conocimiento de las pinturas originales y de las copias. (MS., en ídem.) —Análisis de un bajo-relieve atribuido a Torrigiano. (MS., ídem.) 

—Noticia histórica del famoso cuadro llamado “El pasmo de Sicilia”, de Rafael de Urbino. (Manuscrito, ídem.)

—Ilustración sobre la custodia de la catedral de Sevilla fabricada por el célebre Juan de Arfe y Villajañé, con la historia de las alteraciones que se hicieron en el plan y forma de aquella preciosa joya. (MS., ídem.)

—Sobre el nombre, forma, progresos y decadencia del churriguerismo. (MS., en la Academia de la Historia.)

—Historia general de la pintura. (MS., en ídem.)

—Catálogo de las pinturas y esculturas que se conservan en la Academia de San Fernando. (Manuscrito de 1824, en esa Academia.)

—Descripción de las primeras cuarenta y seis estatuas de la “Colección litográfica” de cuadros del Museo de Pintura. (MS., en la Academia de San Fernando.) 

—Catálogo razonado, dividido por escuelas, de la preciosa colección de estatuas del Museo Nacional. (MS., ídem.)

—Diálogos entre los retratos del cardenal Espinosa y el pintor Carreño y entre los célebres pintores Mengs y Murillo. (MS. de 1821, en la Academia de la Historia.) 

—Diálogo sobre la primacia entre la pintura y la escultura. (MS., en la Academia de San Fernando.) 

 

Referencias biográficas:

Anónimo. — Los asturianos de ayer: Don Juan Agustín Ceán Bermúdez. (En El Correo Español, de Buenos Aires, reproducido por El Carbayón, de Oviedo, 19 de diciembre de 1892, y por Asturias, órgano del Centro Asturiano, Madrid, enero de 1893.)

Miñano (Domingo Sebastián de). — Vie de Ceán Bermúdez. (1814.)

Reinoso (F. J.).—Elegía… (En La Estafeta de San Sebastián, 1831.)

Seoane (Rafael). — Correspondencia epistolar entre don José Vargas Ponce y don Juan Agustín Ceán Bermúdez. (Madrid, 1905.)

Suárez, Españolito (Constantino).—Asturianos de antaño: Juan Agustín Ceán Bermúdez. (En el Diario de la Marina, Habana, 18 de agosto de 1932.)