ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

CIENFUEGOS Y SIERRA (Álvaro).

De todas las grandes figuras asturianas que fueron ornamento del catolicismo, ninguna tan conspicua como la de este sabio teólogo y cardenal. Su saber y su virtud le elevaron a categoría de eminencia entre los hombres doctos de su época, no sólo de España, sino de Europa. Como eclesiástico escaló las más altas dignidades e incluso figura en el llamado Libro de San Pedro, del Vaticano, con votos para ocupar la silla pontificia. En cuanto a escritor ha merecido de sus coetáneos y de la posteridad unánimes y encendidos elogios. Baste decir que figuran ejemplos suyos en el Diccionario de Autoridades de la Academia de la Lengua.

El canónigo González de Posada, al reseñar esta personalidad en la Biblioteca Asturiana, dice que don Juan Lucas Cortés le tiene por “el mejor poeta de su tiempo” y que San Felipe, en la obra Palacio de Momo, le juzga de “autor insigne”.

Nada, sin embargo, de la labor poética que haya podido producir Cienfuegos y Sierra ha llegado a nosotros. El citado González de Posada le atribuye en Memorias históricas la siguiente composición, como Inscripción sepulcral al jabalí muerto a manos de una yegua de España en la caza.

Aquí yace un jabalí, a manos de una deidad; muriera de vanidad si otra vez volviera en sí.

Cazador que por aquí en busca de fieras vas, vuelve los pasos atrás ninguna hallarás con vida, que ésta murió de la herida, y de envidia las demás.

No es fácil ni apenas admisible que escribiera esta poesía Cienfuegos y Sierra, como no lo haya hecho en broma, porque, cuál Suárez Bárcena ha podido descubrir, se trata de un simple y desafortunado plagio de una décima de Juan de Salinas, muy anterior a don Álvaro, que lleva por título el de Epitafio al jabalí que mató la duquesa de Osuna, que fué hermosísima señora, y dice así: 

Un jabalí yace aquí,

muerto por una deidad;

muriera de vanidad

otra vez a estar en sí.

No fué sólo el jabalí

el muerto; que no hallarás

caminante que jamás

quede en la selva con vida;

que éste murió de la herida,

y de envidia las demás.

De todas maneras, la fama y gloria con que ha llegado el nombre de Cienfuegos y Sierra a la posteridad está sólidamente fundamentada en su sabiduría de historiador y teólogo, que ha permitido a Fuertes Acevedo afirmar en Biblioteca de escritores asturianos que se trata de un “teólogo eminente, una de las glorias más legítimas de Asturias, cuyo nombre era celebrado en las insignes academias de Salamanca y Valladolid y dignamente respetado por los sabios más distinguidos de la capital del orbe cristiano”.

Sobre los nombres de los padres y sus apellidos verdaderos se han estampado muy contradictorias Opiniones, que quisiéramos dejar dilucidadas aquí. González de Posada, en Memorias históricas, le antepone el apellido Díaz, cosa que otros repitieron luego. A esto opone Aquilino Suárez Bárcena que se hace “sin que sepamos por qué, pues ni se apellida así en sus obras ni corresponde con los nombres de sus padres”. Cierto que él no ha usado ese apellido Díaz; pero la afirmación de que no corresponde a los padres es infundada. El abuelo paterno del cardenal se llamaba don Pedro Díaz de Miranda, y el padre, del mismo nombre, ha usado en ocasiones ese apellido, A este respecto dice don Zoilo Méndez en la obra Los siglos de oro de Tuña (Luarca, 1932), apoyado en documentos auténticos por él examinados: “Hemos de notar que dicho don Álvaro usó indistintamente los apellidos Díaz, Taja, Miranda, Cienfuegos, y en un escrito de 1656 se le da también el apellido Rodríguez.” Parecen olvidarse los que han escrito acerca de la inadecuada aplicación del apellido Díaz que en esos siglos se tomaban de los antepasados sin norma establecida para el uso de ellos.

Otra duda hay sobre el verdadero nombre de la madre. Don Senén Alvarez de la Ribera, en una amplia nota marginal dedicada al estudio genealógico de este purpurado en el Libro de recepciones del Colegio de San Pelayo, de Salamanca, llega a la conclusión de que la madre se llamaba doña María de Villazón o Queipo Villazón.

Sin embargo, desde Trelles Villademoros acá, todos están contentos en asegurar que la madre se llamaba doña Inés de Sierra, apellido éste que figura generalmente como el segundo de don Álvaro.

Esto permite la sospecha de si el padre habrá contraído dos veces matrimonio, sospecha que nosotros no hemos podido aclarar.

También sobre el lugar y la fecha del nacimiento de Cienfuegos y Sierra se han escrito errores.

González de Posada en Biblioteca asturiana anota por lugar el de Aguera en el concejo de Grado, donde no existe ninguno de ese nombre, si bien aparece rectificado esto acertadamente en Memorias históricas. Y don Faustino Arévalo, en un manuscrito anotado en el Ensayo para una Biblioteca, de Gallardo, le lleva a nacer en un imaginario Agüero y le da por fecha de nacimiento el 12 de febrero, cinco días antes de la verdadera.

Podemos, pues, anotar en conclusión que don Álvaro Cienfuegos y Sierra nació en la aldea de Agüerina, del concejo de Miranda, el día 27 de febrero de 1657, hijo de don Álvaro Cienfuegos Taja (apellidos más usados por él), señor de Miranda, y doña Inés de Sierra, ambos descendientes de nobles linajes.

Ya en los estudios de la instrucción elemental y en los de Latinidad reveló Cienfuegos y Sierra una esclarecida inteligencia, que disciplinó luego brillantemente con los de Teología y Cánones en la Universidad de Oviedo. Sin concluirlos, se trasladó a Salamanca, donde el 3 de octubre de 1672 ocupó la beca de capellán en el Colegio Mayor de San Pelayo.

En el citado Libro de recepciones de ese Colegio se anota lo siguiente: “Sujeto de la mayor nobilidad e ingenio que cuantos habitaban en su tiempo esta gran Universidad e insigne Colegio, en el cual estuvo algunos años, hasta que, conociendo los peligros del mundo, se resolvió a tomar puerto seguro en la docta religión del ¡gran Ignacio.”

Acerca de su determinación a tomar el hábito de la Compañía de Jesús se refiere la siguiente anécdota: Ampliaban los jesuitas su residencia con una construcción que causaba daños materiales e inconvenientes al Colegio de San Pelayo, lo cual provocó creciente protesta por parte de los colegiales. Los ánimos se excitaron de tal modo entre ellos y con tal calor tomó Cienfuegos y Sierra la defensa de los intereses hollados que, en una de las algaradas producidas, llegó en su actitud a sostener un serio altercado con el sobrestánte de la construcción, que lo era el coadjutor de los jesuitas. Y se dice que si, en el calor de la contienda, don Álvaro llegó a disparar un tiro de escopeta sobre su contrincante. Entonces, el rector del Colegio, como castigo, lo envió a los jesuítas en calidad de residente, para que practicara con ellos las reglas de la humildad. El resultado de tales prácticas fué que ellos se quedaron con él o él con ellos, ingresando en la Compañía. Cualidades muy extraordinarias apreciarían en el colegial de San Pelayo cuando le retuvieron para siempre dentro de la comunidad.

Sin embargo, no le fueron concedidos los cuatro votos de la profesión completa de los jesuitas hasta el 24 de agosto de 1692, bastantes años después de su ingresó y a los treinta y cinco de edad.

Pero no fué esto causa para que se dejara de aprovechar su saber y su talento dentro de la Compañía, a la vez que él llegaba al término de su carrera. Poco tiempo después de tomar el hábito jesuítico fué destinado con el cargo de lector en Artes a Santiago de Compostela, donde permaneció algunos años en el ejercicio de la enseñanza asociado al de los propios estudios. Regresó luego a Salamanca como maestro de estudiantes y, entretanto, acabó los estudios de Teología y recibió el grado de doctor en esta disciplina.

Seguidamente formó parte del Claustro de profesores de la Universidad salmantina como catedrático de Vísperas de Teología y de otras asignaturas.

A partir de este momento empieza la fama de Cienfuegos y Sierra, conquistada en sus actividades de profesor y publicista, reconocido por todos como un sabio, al punto de ser “consultado como oráculo por los mayores próceres de Castilla”, cual se afirma en el mencionado Libro de recepciones. En otros sitios se le califica de “oráculo de forasteros y domésticos”. Latinista, humanista, historiador teóloso, y en todo eminente. dotado además de fino talento y pluma de magistral estilo, vivió rodeado de las más altas y extensas consideraciones, por todos alabado. El P. Diego del Castillo y Sarmiento —citado por el P. Feijóo en Teatro crítico universal—le pondera como “águila de los ingenios, pico de oro de la elocuencia y sapientísimo de los prelados”. En cuanto a poeta, ya hemos visto lo férvidamente que le ensalza don Juan Lucas Cortés (Franckenan), como el mejor poeta de su tiempo, aunque la falta de testimonios no nos permitan apreciarle en esa facultad.

De ese desconocimiento posterior de su labor poética y acaso de parte de sus obras de prosista —producción que estará adjudicada a otros autores, si es que no se ha perdido—, ha sido causante probablemente el propio Cienfuegos y Sierra, que solía dar a la publicidad sus obras con nombre supuesto o en forma más anónima, como ha sucedido con las dos más antiguas que se conocen suyas, La vida del V. P. Juan Nieto (1693) y La Leopoldina o Historia de Leopoldo I de Austria (1696), que figuran como suyas gracias a eruditas investigaciones efectuadas a fin de consignarles la verdadera paternidad.

Alcanzó don Álvaro por ese tiempo una decidida protección, en lazo de amistad fuerte y perdurable, del gran almirante de Castilla, don Juan Tomás Enríquez, quien le proporcionó en 1695 el trasladó a Madrid, donde le hizo objeto de grandes distinciones y consultor en los más graves asuntos de interés nacional. Tuvo allí entre otros cargos el de miembro de la llamada Junta de Medios.

Rápidamente conquistó en Madrid nuevos brillos entre la gente docta, por su gran saber y esclarecido talento.

Al estallar la guerra de Sucesión, por vacante del Trono a la muerte de Carlos II en 1700, entre Felipe de Borbón, que vino a ocuparlo, y Carlos, el archiduque de Austria, Cienfuegos y Sierra siguió la causa de este último, que era también la de su gran protector y amigo el almirante de Castilla. Tal adhesión incondicional a este magnate, que le arrastró a defender la causa menos noble, como era la del archiduque, determinó en la vida de don Álvaro un cambio radical y violento, al que debió que su personalidad cobrara vuelos de fama universal, pero a costa del dolor de vivir expatriado en lo sucesivo.

Al caer en desgracia el almirante, su amigo, y tener éste que huir a refugiarse en Portugal, país en el bando de los que apoyaban al archiduque, don Álvaro—de quien dicen algunos que volvió a residir una temporada en Salamanca hacia 1702—, decidió acompañar en las vicisitudes del destierro a don Juan Tomás Enríquez, último almirante de Castilla, y a su lado y servicio vivió en Portugal hasta que el 29 de junio de 1705 la muerte puso fin a las desventuras del caído.

Don Álvaro Cienfuegos y Sierra continuó en Lisboa en calidad de embajador del archiduque de Austria. Cuando éste pasó a ocupar el trono de Alemania, titulado Carlos IV, por muerte del emperador José I en el año 1711, no olvidó los servicios y la lealtad prestados por su representante en el reino lusitano, y le llamó a su lado con el propósito de premiarlos. Al tiempo le encomendó que, de camino, resolviera importantes comisiones cerca de las Cortes de Inglaterra y Holanda, desempeñadas a satisfacción del emperador, y llegó a Viena en 1715.

Cuentan que a su paso por Londres enfermó de alguna gravedad y que, como en la convalecencia alguien aludiese a su probable sentimiento de morir entre protestantes, dicen que dijo: “Lo que es eso ya lo tengo prevenido; mando que me hagan la sepultura un poco más honda y un entierro entre católicos.” Para que más de doscientos años después no nos parezca pueril la contestación, e impropia de una esclarecida mentalidad, será preciso que no olvidemos su condición de sacerdote y la ideología predominante entonces sobre extremos teológico-religiosos.

Parece que en Viena, tal vez desengañado de las luchas políticas y escasamente interesado por las de un país que no era el propio, vivió apartado de la vida pública, .no obstante la protección del emperador, consagrado a las prácticas y ejercicios de la Compañía de Jesús y a proseguir sus tareas de publicista, de lo que dió allí un espléndido fruto en 1717 con la impresión de una de sus obras más famosas, el Enigma theologicum, en dos tomos de tamaño de folio.

También en Viena conquistó rápidamente un gran predicamento y su fama empezó a trascender a los principales países de Europa.

Este prestigio le dió acceso a elevados cargos eclesiásticos y también al de figurar como consejero de Estado, que ganó por su fidelidad de consejero privado del emperador.

En correspondencia a su talento, servicios y «merecimientos, Carlos IV le propuso al papa Clemente XI para la investidura de cardenal. Mientras unos aseguran que le fué concedida dos meses después de solicitada—rapidez insólita de tramitación, entonces. en los asuntos de la Santa Sede—, otros. y entre ellos Moreri, aseguran que, por contener su obra Enigma theologicum proposiciones dudosas en opinión de la curia romana, se demoró algún tiempo la concesión del capelo cardenalicio. Lo cierto es que fué elevado en esa alta dignidad eclesiástica con el título de cardenal de San Bartolomé in insula en diciembre de 1720. Por su parte, Carlos IV le concedió simultáneamente la mitra de Catania y el condado Mesecuculi, según unos, o de Mascallo, al decir de otros, ambos señoríos en el reino de Sicilia.

A la muerte de Clemente XI en 1721 y elección de nuevo pontífice, don Álvaro se trasladó a Roma, por su condición de cardenal, para concurrir a las reuniones del Cónclave. Tales fueron las muestras claras y patentes de saber y virtud que dió allí durante las ceremonias y la elección de nuevo papa, que obtuvo algunos votos para ocupar la Silla de San Pedro, otorgada a Inocencio XIII.

En 1722 el emperador le nombró ministro plenipotenciario cerca del Vaticano, donde permaneció hasta que, con la dimisión del cardenal Gindice, pasó en 1725 a ocupar el arzobispado de Montreal, en Sicilia, y, como consecuencia del fallecimiento del dimitente en ese mismo año, obtuvo la categoría de cardenal primado de ese reino y el cargo honorífico de protector de Sicilia y Malta.

Esas graves ocupaciones no le impidieron continuar sus trabajos literarios. En está época publicó en latín y castellano algunas de sus obras más encomiadas, entre ellas la intitulada Christus hospos stabile (número VI), con el seudónimo de Federico Granvosca.

En esta postrera etapa de su vida se acumularon sobre él otras preeminencias y dignidades, como las de miembro de la Congregación de Ritos, de la Congregación de Inmunidad de Obispos Regulares y de la dedicada a examen de prelados. Las deferencias de Carlos IV, nunca entibiadas, le elevaron últimamente al rango de protector de Alemania y los reinos y dominios del Imperio y, además, a testamentario del emperador. Para nada se tuvo en cuenta ni en Italia ni en Alemania su condición de extranjero.

En cambio, no parece que él se haya extranjerizado por completo, porque fué siempre en ambos países un gran protector de españoles y de los intereses morales de España, a cuyo intercambio de relaciones culturales contribuyó en buena medida. Favoreció también cuanto pudo al obispado de Oviedo y tuvo para la iglesia de Agüerina, la aldea natal, una deferencia muy estimada por los católicos, cual la donación de una sagrada reliquia, consistente en el cuerpo de San Fructuoso.

Tal es la vida de este purpurado asturiano hasta su fallecimiento en Roma el 19 de marzo de 1739, y de quien el también sabio asturiano Caveda y Nava escribe que fué “muy versado en las letras sagradas y en la historia profana, poeta y humanista, excelente latino, hábil político y uno de los mayores ingenios de su tiempo”.

 

Obras publicadas en volumen:

I.—La vida del V. P. Juan Nieto. (Salamanca, 1693; obra publicada anónimamente y acreditada de Cienfuegos por Moreri y Pol Weiss.)

II.—La Leopoldina o Historia de Leopoldo I de Austria. (Milán, 1696; tres tomos en folio.)

III.—La heroica vida, virtudes Y milagros del gran San Francisco de Borja, antes duque cuarto de Gandía y después tercer general de la Compañía de Jesús. (Madrid, 1709; obra reeditada en Madrid en 1717 y 1720 y en Barcelona en 1754.)

IV.—Enigma theologicum, seu potius enigmatum, obscurissimarum quoestionum compendium nunquan hactenus prorsus solutum, nec solis viribis ingenii plane solvendum, expeditissime enodatur modo, nova quandam via et singulari cogitatione. (Viena, 1717; dos tomos en folio.)

V.—Dictamen sobre el defensorio de la religiosidad de los caballeros militares, por el conde de Aguilar. (Roma, 1727.)

VI.—Vita abscondita, seu speciebus, Eucharusticis velata, per potissimas Sensuum operationes de facto a Christo-Domino ibídem indesimenter exercita circa objeta altari, et amore civina. (Roma, 1728.)

VII.—Christus hospos stabile, beneficio, Eucharistiag apud selectissimas animas ponens domicilium… (Nápoles, 1732; obra publicada con el seudónimo de Federico Granvosca.)

VIII. — Epistola ad Eclesiam quinque eclesiensen. (Roma, 1737.)

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—Prólogo a antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, del P. Luis Alfonso de Carballo. (Madrid, 1695; atribuido por Fuertes Acevedo a Cienfuegos y Sierra, contra lo que el P. Uriarte afirma que nada hay “que autorice su aserto, ni aun siquiera lo haga probable”.)

2.—Carta dirigida a D. Gregorio Mayans y Siscar. (En la obra Cartas morales, militares, civiles y literarias, 1773; lleva fecha en Roma a 12 de junio de 1732.)

 

Obras inéditas:

—De Theologia tractatus varli proesertim de scientia media perfectionibus Christi, voto et sinovia. (MS. de nueve tomos en 4.”)

—Philosophia aristotelica, (MS. de dos tomos en 4.)

—De perfectionibus Christi servatoris nostri. (MS.)

—De scientia Dei (MS.)

—De scientia media. (MS.)

 

Referencias biográficas:

Anónimo.—Elogio del cardenal Cienfuegos. (En el tomo X de Rerum Italiarum Scriptores.)

ídem.—El cardenal Cienfuegos. (En El Independiente, Oviedo, 0ctubre y noviembre de 1856.)

G. P.—Los asturianos de ayer: El cardenal Cienfuegos, de Aglierina. (En El Carbayón, Oviedo, octubre 2 y 5 de 1886.)

Murillo (E.) y Valdés y López (F.).—Algunos datos biográficos. (En la monografía Miranda. Belmonte, tomo Il de la obra Asturias, dirigida por O. Bellmunt y F. Canella y Secades, Gijón, 1897.)

Sandoval y Abellán (Arturo). —Los jesuitas en Oviedo: Distinguidos jesuitas asturianos: El P. Cienfuegos y Sierra. (En El Carbayón, Oviedo, 18 de agosto de 1886.)

Suárez, Españolito (Constantino).—Asturianos de antaño: Álvaro Cienfuegos y Sierra. (En el Diario de la Marina, Habana, 14 de agosto de 1932.)

Suárez Bárcena (Aquilino). —Biografía. El Eminentísimo cardenal D. Álvaro Cienfuegos. (En la Revista de Instrucción Pública, Madrid, 1857, números 15, 17, 19 y 21; posteriormente en Revista Universitaria, de Madrid, y en Revista de Asturias, Oviedo, 1883, números 2 y 3.)