ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

CONCEPCION (Ana María de la).

Monja bernarda del siglo XVII, de la que sólo se sabe que haya escrito unas memorias de su vida, y a la que varios autores dedican importantes estudios biográficos, entre ellos González de Posada en sus Memorias históricas, obligándonos, ya sea extractándolos, a dedicarle mayor espacio del que, en nuestro concepto, merece.

Nació esta monja en Outeiro, parroquia de Barres (Castropol), el 11 de junio de 1667. Fué hija de don Diego Bermúdez de Mon, a quien otros denominan don Diego Diaz de Mon y Menéndez de Donlebún, “y una doncella noble del mismo país, estando entrambos solteros”, según González de Posada. Se la bautizó con el nombre de María, que trocó por el de Ana al tomar el hábito de la Orden del Cister en el convento de Valladolid muchos años después.

“Jamás mujer alguna—asegura el citado autor—hizo tantas diligencias para ahogar en su seno el concepto como la madre de la que tratamos, de suerte que el haberla librado Dios de tantos peligros antes de nacer fué un presagio de su vida portentosa. Desde que nació mostró gran cariño a su abuelo paterno, don Francisco Bermúdez y Díaz, que había sido instrumento de su salud; hombre prudente, religioso y piadoso, que la amó desde antes que saliera a luz, evitando su muerte y la de su madre; que la crió en su casa como nieta legítima; que la hizo reconocer a su hijo por única heredera.”

”Al mismo paso que amaba tanto al abuelo—continúa González de Posada—, mostraba desvío y como aversión a su padre, sin admitir sus caricias ni querer acercarse a él, aunque a los cinco años de edad, estando enfermo, le asistió y sirvió con lo que le pedía para su alivio, y acabados estos pequeños oficios, en que ya ejercía la caridad y piedad, se retiraba de su presencia.”

Seguimos a González de Posada en este minucioso relato, porque nos parece que no falta interés en esta su inclinación—seguramente, en daño de la veracidad—a dar carácter providencial a los asuntos.

“Siendo de ocho a nueve años —continúa—, acometida de un pariente que, con pretexto de afecto natural, quiso ajar su candidez, fué arrebatada de sus brazos por una mano invisible, que la trasladó en un momento al lado del abuelo. No sólo en esto manifestaba Dios en ‘aquellos pocos años que la quería para sí toda, pero aun en los más tiernos la había prevenido con las bendiciones de su dulzura…”

Tocada María Bermúdez—que tal se llamó en el mundo—de la gracia divina, “no obstante de que, muerto su padre—continúa Posada—, quedó por su testamento heredera universal de todos sus bienes libres y vinculados, que eran cuantiosos, se ocupaba en barrer, lavar, fregar, servir a los criados (a quienes siempre tuvo por mejores que ella). guardar y apacentar ganado, cultivar la tierra y hacer, en fin, cuanto discurría que la podía humillar”. Era la suya una vida de penitente, llena de privaciones y castigos, “aunque en más de setenta y ocho que ha vivió no cometió pecado mortal”.

En fin, que, después de haberse sometido a las más duras pruebas de humildad, “corrida de los muchachos, llena de injurias, tratada como loca, tonta, borracha, hechicera, endemoniada, etc.”, tomó el hábito de la Orden de San Bernardo en el convento de Santa Ana, de Valladolid, el 13 de marzo de 1694, muerto ya su abuelo.

Después de monja profesa continuó llevando una vida de mortificación y renunciamiento, dando singular esplendor a todas las virtudes que la adornaban, y fué tal su exaltación religiosa, “que tuvo innumerables visiones, revelaciones, raptos, éxtasis y aquellos fervores celestiales que gozan en la tierra las más escogidas fieles esposas de Jesucristo; y que este Señor obró por ella muchos milagros en favor del género humano, en cuya caridad se abrasaba”. Esto hasta su fallecimiento en dicho convento el 8 de julio de 1746.

González de Posada sigue en sus anotaciones lo que se dice de esta monja—en parte escrito por ella misma-—en la médula histórica cisterciense, de Fr. Roberto Muñiz Alvarez Baragaña, extractando lo allí expuesto, y nosotros extractándole a él, a fin de no quebrantar demasiado nuestro método de atenernos a lo rigurosamente histórico.

Parece que esta monja, guiada por el consejo de su confesor, escribió su propia vida, cuyo manuscrito quedó archivado en dicho convento de Santa Ana, y del cual  fray Roberto Muñiz transcribe algunos trozos en su citada obra.

También escribieron sobre la vida de esta monja Fr. Basilio Mendoza, contemporáneo suyo; el jesuita P, Mucientes, sor Angela de la Cruz, sor Mariana de Jesús y otros. Todos ellos son panegiristas exaltados de la piedad y la caridad de esta monja. Y esto, que no precisa de explicación cuando son religiosos los que escriben, ya se explica menos cuando el escritor es seglar, como en el caso de don Miguel García Teijeiro. Puede asegurarse que por exceso de providencialismo con que se rodea esta figura se la oscurece y queda desconsiderada en sus posibles méritos auténticos.

 

Referencias biográficas:

C. G. P. — Los asturianos de ayer: Sor Ana de la Concepción. (En el diario El Carbayón, Oviedo, 30 de julio de 1886.)

García Teijeiro (Miguel). —Celebridades asturianas: Sor Ana Maria de la Concepción, del Outeiro de Barres. (Luarca, 1894; opúsculo reproducido luego en el folleto del mismo autor Siluetas: Hombres célebres del occidente de Asturias, Lugo, 1906.)