Hombre dotado de extraordinarias facultades de organización y mando, que desarrolló su personalidad en Cuba, donde fué el último alcalde de la Habana bajo la dominación española y acaso el primero en méritos contraídos desde ese cargo.
Nació Díaz Álvarez el año 1858 en Villalegre (Avilés), hijo de don Clemente y doña Josefa, labradores acomodados que se ayudaban a vivir con la administración de un parador o venta. Sin más que la instrucción elemental, adquirida con aprovechamiento, emigró en la adolescencia a Cuba, donde comenzó la lucha por la vida en diferentes ocupaciones hasta que se estableció como agente de transportes, que entonces se efectuaban en carros tirados por mulas, lo cual fué base de la gran fortuna que llegó a reunir. Cultivó a la vez, cuando se lo permitían las ocupaciones, su gran apetencia de ilustración, y esto le llevó a participar en la política colonial con el ingreso en 1878, al concluirse la llamada guerra de los diez años, en el Partido Unión Constitucional, que representaba la política conservadora y antiautonomista, nutrida en buena medida por los que como él habían sido voluntarios en la citada guerra. Sentada plaza de voluntario en 1872, con sólo catorce años de edad, había asistido a algunos hechos de armas
Dentro del citado Partido Unión Constitucional, merced a la creciente ilustración que se procuraba sin desmayo y a la prosperidad de los negocios, que le habían consentido crear hogar propio en 1879 con doña María Gómez Martín de Lara, nacida en Tenerife, se fué destacando rápidamente su personalidad hasta figurar como uno de los elementos directivos más distinguidos.
En 1889 fué elevado al cargo de concejal del Ayuntamiento de la Habana, que desempeñó con ejemplar acierto y sin interrupción por espacio de cerca de diez años.
Cuantas comisiones le fueron confiadas por el Cabildo municipal, tantas llevó a cabo con acierto. En el desempeño de una de las tenencias de alcaldía tuvo a su cargo la Inspección de obras municipales, puesto que le dió ocasión para afirmar sus dotes de gobernante con las grandes mejoras introducidas en el embellecimiento de la Habana. De este progreso urbanístico dió cuenta públicamente en unos estados razonados que realzaban sus dotes administrativas.
Al estallar en 1894 la última revolución cubana contra el dominio español, Díaz Álvarez era comandante del cuarto batallón de voluntarios, Como tal, dos años después (1896), tuvo un rasgo que sirve como fiel retrato de su carácter.
Ante la actitud del Gobierno español de no enviar a Cuba “ni un hombre más ni una peseta más”, como había dicho Cánovas del Castillo, Díaz Álvarez corrió a ofrecerse al capitán general de la isla para salir a campaña con su batallón de voluntarios—que estaba destinado a obras y defensa de la capitaI.— lo que aceptó el general Weyler por lo mucho que podría servir el ejemplo como estímulo. Entonces, mientras Díaz Álvarez andaba en operaciones por La Trocha, el Ayuntamiento habanero aprovechó su ausencia y, reconocido a los grandes merecimientos del ausente, acordó en pleno concederle la medalla de concejal a perpetuidad.
Por entonces fué ascendido a la categoría de coronel y poco después, en septiembre de 1897, le era concedida la Gran Cruz del Mérito Militar por servicios prestados en Campaña.
El 1 de febrero de 1897 fué elevado al cargo de alcalde de la Habana. El nombramiento no dejó de ser combatido al principio por los adversarios en política, fundados en la escasa capacidad, según ellos, de la persona designada para tan alto puesto. Pero no fué preciso que transcurriera mucho tiempo para que todos reconocieran en él un alcalde como no recordaban otro. La administración municipal, que estaba en bancarrota, al punto de que se debían varios meses de sueldo a los funcionarios, se volvió floreciente; las calles habaneras cobraron nuevo valor por las medidas de higiene y ornato adoptadas; las obras municipales tomaron nuevos bríos de actividad; el mausoleo a los bomberos perecidos en la catástrofe del 17 de mayo de 1820—incendio de la ferretería de Isasi—, que estaba en trozos diseminados por el suelo en el cementerio de Colón, encontró manos que lo irguieran, lo cual valió al alcalde el nombramiento de coronel honorario del Cuerpo. Cuando Díaz Álvarez se hizo cargo de la Alcaldía una peste de viruela diezmaba desde tiempo atrás a la ciudad de la Habana. Las cifras oficiales acusaban entonces la de ocho mil Casos. Tres meses después, asistido de cuantas colaboraciones creyó útiles al propósito de acabar con el azote, se cantaba en la Catedral un Te-Deum en acción de gracias por la extirpación total de la peste.
Su elevación de miras, actividad inteligente, espíritu de justicia y conducta honesta, adornadas por un carácter afable y acogedor, concluyeron por ser reconocidos con aplauso por los adversarios, que elogiaron la breve etapa de su mando como digna lección de gobernante. El Diario de la Marina, que le había combatido desde campo opuesto, decía (11 de mayo de 1897) “Nobleza obliga, y la conducta del señor Díaz, que tantos beneficios reporta a la cultura, la higiene y al ornato de la Habana, borra para nosotros las diferencias políticas que nos separan de él, y nos impulsa a dedicarle sinceros aplausos con la misma buena voluntad y satisfacción con que daríamos nuestros plácemes a un correligionario nuestro.” En parecidos términos se expresaba El País, de ideología más liberal, autonomista. Por su parte, El Diario del Ejército (3 de junio del 97) comentaba: “El mejor elogio que puede hacerse del señor Díaz en manifestar que sus adversarios políticos, aquellos que le consideraban incompetente para dirigir la primera Corporación de la isla, son los que hoy le aplauden con mayor entusiasmo y los que a diario le felicitan con gran regocijo.”
Los alcaldes de barrio de la Habana le rindieron un homenaje que consistió en el regalo de un bastón de mando. Bastón de mando que, como la medalla de concejal perpetuo, se guardan actualmente en el tesoro de la basílica de Covadonga, depositados allí, atendiendo a lo que dejó dispuesto, por su primogénito, don Francisco, en dos diferentes ocasiones.
Su mando de alcalde de la Habana sólo duró un año y breves días. Dejó de serlo el 15 de febrero de 1898. Con motivo de rendir cuentas a la superioridad de sus gestiones municipales, redactó y publicó una Memoria (número l), en la que se hace historia de la vida municipal habanera desde los más remotos tiempos y es obra única en su género acerca del gobierno y la administración coloniales de la isla de Cuba.
Al ser proclamada la independencia de esta provincia ultramarina, Díaz Álvarez regresó a España. Aunque mermada su fortuna por los sucesos desastrosos de esa guerra, estaba en posesión de un gran capital. Hombre para quien el descanso y la ociosidad resultaban inadmisibles, se entregó en España a los negocios, compartidos con actividades de orden político, una de sus primeras y más importantes empresas industriales fué la de levantar a un gran florecimiento la arruinada fábrica azucarera de La Poveda (Madrid). En este mismo sitio, y como negocio enlazado al azucarero, instaló una granja agrícola de gran importancia, provista de todos los adelantos en maquinaria y procedimientos de cultivo, que fué motivo de grandes admiraciones de cuantos le visitaron. Entretanto, el político, militante en el campo liberal de la Monarquía, tuvo la representación como senador electo en 1901 por la provincia de Teruel. El Gobierno presidido por don Antonio Maura, algunos años después (1909), le concedió el nombramiento de senador vitalicio. Estaba en posesión de varias condecoraciones militares y civiles, entre ellas, desde 1905, de la Gran Cruz de Isabel la Católica, además de la otra Gran Cruz aludida.
Dejó de existir Díaz Álvarez en Madrid el 30 de enero de 1928.
Obras publicadas en volumen:
I.—Memoria acerca del estado y adelantos del Excmo. Ayuntamiento de la Habana, presentada por el alcalde municipal, en 30 de junio de 1897, (Habana, 1897; un tomo en cuarto.)
Referencias biográficas:
Anónimo.—Una información. (En ABC, Madrid, 13 de febrero de 1931.
Canel (Eva). — Nombres que vuelven, (En Diario de la Marina, Habana, 20 de marzo de 1929.
Romero (Tomás).—Don Miguel Díaz Álvarez. (En El Liberal, Madrid, 29 de marzo de 1903.)
ídem.—Un día en La Poveda. (En ídem, 5 de julio de 1905.)
X.—Don Miguel Díaz Álvarez. (En Asturias, órgano del Centro Asturiano, Madrid, mayo de 1903.)