Hombre de Leyes, gala de la Magistratura española de su tiempo, que gozó de generales estimaciones por su rectitud y probidad. Una vida digna de que se la rescate del olvido en que ha caído.
Nació Díaz del Villar en Ruenes (Valle Alto de Peñamellera) el 14 de junio de 1839—y no el año 1838, como se ha escrito a su fallecimiento— en hogar acomodado, hijo de don Anselmo Díaz Fernández y doña Escolástica del Villar Obio. Los arraigados sentimientos religiosos que le habían inculcado sus padres le determinaron a seguir la carrera eclesiástica, Pero, cuando estaba próximo a terminarla, se reconoció falto de la suficiente vocación para sacerdote y desistió del propósito.
Entonces cursó la carrera de Leyes en la Universidad de Oviedo, en la que obtuvo con brillantes estudios y exámenes el grado de licenciado en Derecho civil y canónico.
Apenas concluida la carrera, el famoso político José Posada Herrera, que conocía las cualidades de Díaz del Villar, le llevó a su lado como secretario. Permaneció en este destino algunos años, pero el natural deseo de abrirse un más amplio horizonte le determinó a marchar a Cuba, donde ya tenía dos hermanos dedicados a ocupaciones judiciales: Antonio, procurador de la Audiencia de la Habana, y Venancio, escribano de actuaciones. Fijó su residencia en Matanzas, donde abrió bufete de abogado, y en Matanzas tuvo su residencia muchos años. Allí contrajo matrimonio hacia 1868 con doña Angeles Rodríguez, de la que no tuvo sucesión, y allí conquistó una de las más sólidas reputaciones de jurisconsulto de la isla en esa época y abrillantó su personalidad con el respeto, la admiración y la simpatía hasta de los que pudieran considerarse sus adversarios. Los tuvo, desde luego, porque, hombre dinámico y de un ferviente amor a la patria, no podía mostrarse pasivo ante los acontecimientos de la llamada guerra grande de Cuba, comenzada en el año anteriormente anotado y concluida en 1878. En la defensa de España contra la insurrección tomó una actitud de cerrada intransigencia que, si puede considerarse equivocada, tenía el mérito de la sinceridad y la nobleza con que la había adoptado. En todo acto de carácter patriótico aparecía asociado el nombre de Díaz del Villar con entusiasmo y el dispendio que fuera necesario, Con la pluma defendió tenazmente su ideal desde La Voz de Cuba, que dirigía Gonzalo Castañón, La Unión Constitucional y otros periódicos íntegramente españoles. El fué el autor del himno que comienza: “El que diga que Cuba se pierde mientras Covadonga se venere aquí”, que compuso con motivo de unas fiestas celebradas en Matanzas bajo la advocación de la Virgen de Covadonga y que se hizo famoso en Cuba por aquella época.
Elegido diputado a Cortes por Matanzas en 1887, regresó a España para participar en las tareas del Congreso de los Diputados, y en él se acreditó de orador documentado y persuasivo, militante en la política conservadora. Debido a sus gestiones cosechó algunos beneficios la comarca natal, uno de los cuales, el que más obliga a su recuerdo en ella, consistió en dar remate a las discordias entre dos zonas del concejo, para lo que consiguió con el beneplácito de todos sus paisanos que fuese delimitado en dos municipios, que se denominan desde entonces (1889) Valle Alto de Peñamellera o Peñamellera Alta y Valle Bajo de Peñamellera. Concluído ese mandato electoral regresó a Cuba. Entonces liquidó los negocios de su bufete en Matanzas para dedicarse a la Magistratura, carrera que comenzó con el cargo de abogado fiscal de la Audiencia de la Habana y del que pasó después a magistrado de ella.
Con amplio crédito por su saber y dignidad, ejerció de magistrado hasta la independencia de Cuba, en cuya ocasión se repatrió con el propósito de establecerse en España. Su patriotismo no se avenía a continuar viviendo en una tierra que la había estimado como un trozo inseparable de la patria misma.
Poco después (1899) se le nombró juez municipal del distrito de Gracia, en Barcelona, que desempeñó con acierto hasta que se le confirió una plaza de magistrado de la Audiencia de Las Palmas (Canarias), que ocupó hasta su jubilación en diciembre de 1909.
Posteriormente volvió a Cuba, patria de su esposa, a la cual perdió poco después de la llegada a Matanzas, donde había nacido ella.
Viudo y sin hijos, determinó procurarse el descanso de los últimos años en la tierra natal, y fijó su residencia en Alles, capital del concejo en que había nacido y donde dejó de existir el día 15 de enero de 1913.