ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

DIAZ MORODO (Gumersindo).

Escritor contemporáneo, más conocido por su seudónimo Borí, al que el autor de este Indice se ha complacido en testimoniarle su gratitud en el prólogo por los buenos servicios en cuanto a la adquisición de direcciones y noticias de escritores y artistas actuales de la villa y concejo donde él ha nacido y reside.

El último de ocho hermanos, nació Díaz Morodo en Cangas del Narcea el 13 de enero de 1886, hijo de don Antonio Díaz González y doña Josefa Morodo González, en hogar ni pobre ni rico. El padre, después de algunos años de emigrante en varios países americanos, regresó a España en 1872.

“Saturado el autor de mis días —nos ha dicho el propio biografiado—de ideales republicanos, al advenimiento de la primera República (1873), desempeñó la Alcaldía de este concejo, corriendo el peligro de ser fusilado por tropas carlistas, que invadieron la villa, por su negativa en facilitarles provisiones. Poco después se estableció en un pequeño comercio, y luchando por sus ideales republicanos siguió hasta su fallecimiento, ocurrido el 20 de enero de 1924.”

Los catorce primeros años de Díaz Morodo estuvieron dedicados a recibir la instrucción elemental, que fué esmerada por su gran aplicación, y algunas nociones de latín.

En 1900, como tantos y tantos muchachos de su tiempo, emprendió, la carrera que había seguido el y padre: la del emigrante a tierras americanas, y marchó a Cuba, donde ya residían los tres hermanos varones mayores que él. Dedicado estaba a las tareas entonces esclavizadoras del mostrador, en medio de una gran desilusión de sus sueños de emigrante, cuando a comienzos de mayo de 1902 unos mareos con alta fiebre le llevan a la quinta de salud La Covadonga. Su enfermedad constituyó un verdadero caso raro, que dicen los médicos, los cuales llegaron a dar por concluida aquella vida expirante. El doctor Bango, director entonces de esa casa de salud de los asturianos, había puesto toda su ciencia y todos sus entusiasmos en salvar la vida de aquel muchacho ya esquelético, exangüe, casi cadáver, hasta perder la última esperanza, cuando la brutalidad de un enfermero, contra todos los dictados de la Medicina, consiguió lo que la ciencia y los desvelos de todos no habían podido conseguir. La víspera del seguro fallecimiento, el médico ordenó que se le diera al presunto cadáver un baño bien templado. El baño bien templado, por descuido del enfermero, se convirtió en baño de agua hirviendo, y, poco después, mientras rumiaba su disgusto y el temor a perder el empleo, ya advertido de su error, el cadáver empezó a rebullirse en la cama y a cobrar algo de su perdida personalidad y a mejorar, hasta que volvió poco a poco a la vida normal.

Pero Díaz Morodo había salido de su lucha con la muerte totalmente sordo y en tal estado de debilidad, que los hermanos decidieron su repatriación con la esperanza del completo curamiento en Asturias. Regresó a la villa natal, en la que repuso fácilmente sus quebrantos físicos, menos el del oído, que ya no ha vuelto a recuperar. Este defecto fué causa de que refugiase su espíritu en la lectura y, como consecuencia de esto, se formó en él una segunda personalidad: la del hombre rebelde contra toda injusticia humana. Como él mismo dice, entonces nació Bori, seudónimo con que ha mantenido enhiesto y contra todo riesgo su ideal.

“Siempre que el tiempo lo permitía—nos ha dicho él mismo—, con un cayado en la mano, algo de alimento en los bolsillos y unos libros bajo el brazo, escalaba las cumbres de las montañas que circundan la villa, y allí, en lo alto, cara al sol, en pleno contacto con la Naturaleza, leía y me forjaba un mundo de ilusión. Y al leer febril y conmovido las obras de los apóstoles de la justicia social, de Marx, Lassalle, Kropotkin, Bacounine, Reclus, Grave, Tolstoy, Víctor Hugo, Zola, etc., mi espíritu sufrió recia sacudida y me sentí por completo rebelde. Mirando al mundo sólo veía predominar la injusticia. Y aquí mismo, en este concejo, tenía la plena prueba, pues todo era miseria y desolación: media docena de señores y señoritos manejaban como señores feudales al resto de los habitantes, que desde hacía muchos años estaban privados hasta de la emisión en las urnas de su voluntad. Esclavos del terruño y esclavos del cacique; doble esclavitud que acrecentaba mi rebeldía. Leyendo a Carlos Fox había aprendido que el hombre tiene derecho a ser bien gobernado, e impaciente estaba yo por demostrar de no hay rincón en el mundo en el que no palpite su pensamiento. Y la casualidad vino en mi ayuda hacia 1908 . Dos años antes de esta fecha se había establecido en esta villa una imprenta moderna, en la que se editaba un semanario titulado El Narcea, sin matiz político alguno: un periódico que buscaba cubrir gastos en la suscripción, procurando estar bien con todos y enjabonando a aquellas personas que más le puedan favorecer. La imprenta cambió de local y se estableció muy cerca de mi domicilio. Me fuí acercando a ella con timidez al principio y curiosidad después, hasta encontrarme al poco tiempo y casi inconscientemente convertido en un regular tipógrafo, oficio que encaja admirablemente con mis gustos e inutilidad física. Los redactores de El Narcea se hallaban encantados con mi trabajo aunque mi intervención en el Periódico se limitaba al trabajo de tipógrafo, en el que ponía cuidado y entusiasmo. Si en contadas ocasiones llegaba algún escrito en el que yo viese palpitar un síntoma siquiera de rebeldía, daba expansión a mi propio pensamiento rebelde y aparecía el artículo tan transformado, que resultaba cosa nueva al firmante del mismo; Pero como la reforma agradaba al interesado, no había disgustos Por esa injerencia mía.” 

“Pero el semanario local — sigue Díaz Morodo—no servía para dar a mi espíritu toda la expansión que apetecía. Una circunstancia de política nacional provocó entonces mi lanzamiento a la lucha. Las proyectadas reformas de Canalejas en la cuestión religiosa provocaron la protesta de las gentes de iglesia, constituyéndose por todas partes Juntas tituladas católicas, encargadas de organizar manifestaciones. También aquí se constituyó una de esas Juntas, la cual repartió un manifiesto tan plagado de embustes, que ya no pude contenerme. Una noche me encerré en la imprenta, y a la mañana siguiente se repartió profusamente por la villa un manifiesto firmado por mi, en el cual, entre otros florilegios, calificaba de Comedia de farsas y ambiciones las tituladas Juntas católicas. El revuelo que se armó no es para descrito. La puntería había sido certera, y la manifestación proyectada fracasó en esta parte de la provincia. Mientras desde el púlpito se me dirigieron ataques por apóstata, hereje, renegado, vendido al demonio, etc., mi manifiesto fué reproducido y comentado en periódicos afectos a la política de Canalejas y en otros de matiz republicano, Lanzado, pues, a la lucha, en ella proseguí ya sin titubeos.”

Comenzó luego a colaborar en La Justicia, de Grado, semanario en el que sostuvo “campañas virulentas en el derrumbe de ídolos y redención de esclavos, en las que se pretendió el silencio, ya con ofrecimientos de dádivas, ya con amenazas, ya con el atentado personal, sin que los mismos irredentos estimaran esa actuación”. Pero Borí continuó arrojando a puñados la semilla, seguro de que alguna fructificaría, y extendió sus colaboraciones a La Aurora Social, de Oviedo, y otros periódicos de lucha.

En 1914 pasó a su propiedad una vieja imprenta de prensa a mano y tipos anticuados que se había desempolvado con motivo de la contienda electoral de entonces y el periódico editado en ella, El Distrito Cangués. “Yo era todo en éI.—nos ha dicho— lo componía, lo imprimía, lo administraba, lo distribuía, lo empaquetaba y hasta lo llevaba a correos. Y no digo que lo escribía porque, aparte de algo de colaboración, lo demás se componía sin cuartillas. No tenía tiempo que perder. Cuando más, unas concisas notas me servían de orientación para que, componedor en mano, saliesen de la caja el artículo o los artículos que deseaba, aunque pasasen del centenar de líneas.”

Desde el semanario El Distrito, y sin darle carácter de escandaloso, Borí sostuvo tenaces y valientes campañas en favor de cuanto significara mejoramiento social. Caciques y explotadores tenían en ese periódico la suma de todos sus desasosiegos y a no pocos les costó la pérdida del mal ganado predicamento. Pero también costó a su director y redactor único abundantes disgustos y contratiempos.

Momentos hubo de tener que defenderse pistola en mano, mientras llegaba el auxilio pedido a la Guardia civil, contra intentos de asalto a la imprenta para apoderarse de la edición del periódico. Menudearon las denuncias y los procesamientos, si bien todos fueron sobreseídos a falta de verdadera materia punible. Las multas llegaron a alcanzar la suma de cien mil pesetas. Algunas veces se llegó al atropello de la ley y se encarceló al director. Este, sin embargo, continuó impertérrito en la lucha. “De todo lo que ocurría en el concejo —dice Borí—resultaba yo el único responsable. Llegaba con mucho aparato el Juzgado a la imprenta, y se desarrollaban diálogos lacónicos, sin apenas palabras, como éste: “¿Edición? Agotada. ¿Moldes? En las cajas.” Si pedían el original o las cuartillas, señalaba mi cabeza, y si se persistía en la demanda, presentaba un cuchillo al juez y, doblando el cuello, invitaba al corte para que se llevase el original.” El combate era demasiado desigual para él, y no le valió de nada el marcharse con imprenta y periódico al Puerto de Leitariegos.

Un auto de procesamiento con embargo de imprenta y Periódico, sin dar tiempo para el depósito de fianza, acabó con el temible enemigo. Sin periódico propio, se acogió a las columnas de El Noroeste, de Gijón, donde continuó sus campañas.

Cuando la huelga revolucionaria de agosto de 1917, se encontró en situación de perseguido y tuvo que huir, permaneciendo huido unos dos meses. “Más tarde supe que se me acusaba—dice—nada menos que de haberme hecho dueño (¡yo solo, sin ayuda de nadie!) del cuartel de la Guardia civil al ausentarse las fuerzas, y de haber intervenido la oficina de telégrafos e impedido la concentración de tropas. La verdad es que yo no me suponía tan héroe. Al regreso a la villa pasé a ocupar una celda en la cárcel, que ya me era bastante conocida.”

Libre de ese contratiempo, volvió a sus campañas desde El Noroeste, con lo que se renovó la serie de denuncias y procesos. En abril de 1918 se ordena por medio de exhorto desde Gijón que sea detenido, “Pasan días y días—son sus palabras—y nadie sabe por qué estoy preso. El juez de aquí (Cangas del Narcea), todo un buen juez, don Rodrigo Valdés Peón protesta airado contra el atropello, protesta a la que se unen muy pronto El Noroeste y los periódicos de izquierda de Madrid. El maestro Castrovido se indigna en El País; Nakens me envía una recomendación para el infierno; El Socialista protesta también… Como el asunto provocaba escándalo, el Gobierno ordenó al juez de Gijón que me pusiese inmediatamente en libertad. habían pasado veintiséis días, y al salir de la cárcel me encontré tan ignorante del motivo o pretexto de la prisión como al entrar en ella. Pero no concluyó ahí el asunto. En la sesión del Congreso del 26 de junio de ese año, un diputado de izquierda se dirigió a Romanones—ministro de Justicia en aquel Gobierno que, presidido por Maura, se llamó NacionaI— exponiéndole lo que aquí había pasado. Intervino don Augusto Barcia considerando grave el caso y anunciando una interpelación. Ante el nublado que se le venía encima, el ministro prometió proceder sin contemplaciones, haciendo justicia. Y, efectivamente, Romanones hizo justicia: se trasladó al gobernador a otra provincia y al juez de Gijón a otro Juzgado, con ascenso. No se podía exigir más.”

Continuó sus campañas periodísticas en el citado diario gijonés, en revistas asturianas editadas en la Habana, como El Progreso de Asturias, y en otros periódicos, hasta que sobrevino en 1923 la Dictadura impuesta por el general Primo de Rivera. Entonces el delegado gubernativo le prohibió escribir para los periódicos so pena de desterrarle, y Borí aprovechó la ocasión para desterrarse voluntariamente en viajes por España, que invirtió en consolidar sus ideas políticas y sociales. Nuevamente en Cangas, como continuaba la prohibición de que escribiera, se propuso seguir la lucha prácticamente, y, después de algunas conferencias, consiguió en 1927 constituir la agrupación obrera Nueva Vida, afecta a la Unión General de Trabajadores de España. Pero la Dictadura clausuró la sociedad a los. pocos meses, por considerarla un foco revolucionario, prohibiéndole a él toda clase de actuaciones en tal sentido. En 1930 volvió a renacer esa agrupación, y desde entonces Díaz Morodo le ha consagrado sus mejores esfuerzos, que han dado como resultado algunas mejoras en los salarios percibidos por los obreros cangueses.

Tan resueltamente ha venido considerando en sí mismo una nueva personalidad conocida por Borí, que ha construido un panteón con esa sola inscripción en el cementerio civil de Cangas del Narcea, la villa natal.