Pintor contemporáneo, especializado en el retrato, de lo que hay bellas muestras en este tomo, como las del pintor Telesforo Fernández Cuevas y el escritor Rafael Fernández Calzada, que acompañan a los estudios respectivos.
Nació José Feito en Barzanicas (Tineo) el 31 de julio de 1891, en hogar modesto, formado por don Joaquín Feito Fernández, que libraba la existencia unas veces como carpintero y otras como albañil, y doña Manuela Fernández y Río.
Su formación artística, a través de una existencia de lucha contra adversidades, ha sido esencialmente autodidáctica. Dejemos que nos refiera él mismo alguna parte de su vida: “Asistí a la escuela—dice de maestros lacianiegos (aficionados sin título que llegaban de Laceana), y no recuerdo ninguna muestra o barrunto artístico de mi infancia, a no ser algunos monigotes hechos con tizones por las paredes de mi casa. Niño todavía, murió mi madre y buscáronme para servir de criado, especialmente para cuidar del ganado, dada mi corta edad, en lo que me ocupé hasta los quince años. Entonces marché a Madrid llamado por un tendero de comestibles establecido en la calle de Olózaga, oriundo de mi pueblo. Pasado algún tiempo, en los escasísimos ratos de ocio —diecisiete horas diarias de trabajo—di en copiar con lápiz las cabezas de hermosas mujeres que traían los almanaques y las figuras de los papeles de modas que había para envolver. Unos tres años pasé dedicado a la vida tenderil, y aburrido de ésta la dejé para entrar en la casa de una parroquiana de mozo de comedor. Disponía en mi nueva ocupación de algo más de tiempo, que dediqué a atiborrarme de lecturas—poesía y filosofía, sobre todo—en libros que encontré allí y otros que adquiría en los puestos de lance. Con esto fué apoderándose de mí una enorme ansiedad de saber, de ser alguien, Asistí una temporada a una Academia de francés, aprendí a escribir a máquina, iba al teatro casi todas las noches después de dejar el trabajo… El teatro me tiraba de tal manera, que decidí ingresar en la sociedad Camino del Arte, que hacía sus ensayos en los sótanos del Ateneo, y asistí a un curso de la Escuela de Declamación que sostenía el Ayuntamiento en el Teatro Español.” No obstante, la vocación más honda era para las artes plásticas y en especial el dibujo y la pintura.
Su más vivo deseo era ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, pero las horas de clase coincidían con las de sus ocupaciones y el cambio de destino tampoco era fácil. Entonces se matriculó en la clase de dibujo que sostenía en su plantel de estudios el muchos años después desaparecido Centro Asturiano, donde obtuvo, por su brillante aprovechamiento, un premio extraordinario y matrícula de honor. Provisto de un certificado de aptitud en dibujo, consiguió un pase de artista para trabajar como copista en el Museo Nacional de Pintura, del Paseo del Prado, cosa que figuraba entre las más sentidas ansiedades. Así, durante los meses estivales de varios años, aprovechándose de la ausencia por veraneo de los señores a quienes servía, Feito Fernández se dedicó con toda vocación a interpretar como copista a sus pintores favoritos: Velázquez, Goya, Murillo y Tiziano. También hizo algunos viajes por la provincia de Madrid y otras próximas, Cuenca y Toledo entre ellas, dedicándose a pintar paisajes del natural.
A medida que enriquecía su ilustración y sensibilidad artística, iba aborreciendo las dedicaciones de mozo de comedor, y un día abandonó la casa donde servía como tal. No había buscado previamente otro destino y se puso a buscarlo entonces, con lo que empezaron para él los azares de una vida bohemia. Entró de corista en la compañía de Casimiro Ortas, que actuaba en el Circo de Price, a la que dejó al poco tiempo. Después de otros intentos frustrados por encontrar algún empleo y falto de recursos económicos, decidió poner en venta las copias que guardaba de cuadros del Museo del Prado como se guarda un tesoro, y con este deseo recorrió las varias casas que en Madrid se dedican a la venta de cuadros, pero en todas, como si estuviesen de acuerdo, recibía la misma contestación negativa a su oferta: que no eran las copias de una firma cotizable… Poco después consiguió una colocación que despertó en él algunas ilusiones: la de vendedor de pastas por bares y tabernas; pero las ilusiones se esfumaron pronto, porque tal comisión no le daba ni para malcomer, y hubo de abandonarla. “Pasé entonces—dice él mismo—una temporada de cruda bohemia… Anduve sableando a algunos paisanos, literatos y políticos, más los primeros parece que estaban tan sin blanca como yo, y los políticos se descolgaban con dos realitos al por mayor…”
El dolor y la amargura de esta vida, tanto o más que la falta de lo indispensable para el sostenimiento del organismo, acabaron por quebrantar su salud seriamente, y determinó regresar a la aldea natal, cosa que llevó a cabo en el verano de 1917. Desde entonces reside en Asturias dedicado a ejecutar los retratos que frecuentemente le encargan, y motivos de paisaje cuando los encargos escasean, gozando de un bien afirmado crédito de pintor en los pueblos de la parte occidental de la región.
Han contribuido a este renombre sus éxitos de prensa Con motivo de algunas exposiciones en las que se pudieron apreciar públicamente los méritos de Feito Fernández. En 1928 concurrió a una exposición colectiva celebrada en Luarca. En marzo del año siguiente tuvo abierta al público ovetense una exposición de sus obras en el Salón Masaveu, con la que conquistó grandes elogios de crítica y de público, que fueron como la consagración de su personalidad. Los entusiasmos que despertó entonces entre las personas inteligentes le animaron a solicitar de la diputación provincial una de las becas establecidas por ella para viajes de estudio en el extranjero, pero Feito Fernández solamente contaba en su apoyo con los méritos artísticos, sin valedores que avalaran su petición, y se quedó sin la beca.
En el año 1930 volvió a residir breve tiempo en Madrid, y entonces concurrió a la Exposición Nacional de Bellas Artes con el cuadro Una calle de Oviedo y al Salón de Otoño con otro intitulado Estudio, una cabeza que fué adquirida por míster Stoon.
Referencias biográficas:
Mori (Manuel G.).— Un gran pintor asturiano en Luanco. (En el diario Región, Oviedo, 29 de octubre de 1931.)