ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

FERNANDEZ AHUJA (José Antonio).

Sacerdote y escritor contemporáneo. Nacido en Cudillero hacia 1875, hijo de don Modesto de esos apellidos, que dirigió en esa villa El Defensor de Cudillero, contra la política caciquil entonces imperante, a costa de disgustos, contratiempos y amarguras. Estudió Fernández Ahuja la carrera eclesiástica en el Seminario conciliar de Oviedo, y la ejerció durante muchos años en Luarca como coadjutor de la parroquia de Santa Eulalia, y la ejerce actualmente como cura párroco de Navarró (Avilés).

Con los ejercicios del culto ha compartido el tiempo desde su juventud en actividades de escritor como periodista de pluma combativa y valiente contra todo lo que significase privilegio, abuso o injusticia, en copiosa colaboración en la prensa local y provincial de Asturias, casi siempre escudado en seudónimos ocasionales.

Durante su larga permanencia en Luarca colaboró asiduamente en los periódicos locales, sobre todo en La Semana Luarquesa, donde tuvo a su cargo una sección Con el título de Baratijas Sociales, con el seudónimo de pinchazos, en la que, según Manuel Méndez Suárez—El Progreso de Asturias, Habana, 30 de marzo de 1933—, se acreditó de periodista enérgico, que jamás dudó en levantar sus disciplinas sobre cualquier enfermedad social, cualquiera que fuese el enfermo, a cualquier categoría que perteneciese, aplicándole los reactivos más fuertes. Si pertenecía a la aristocracia del dinero,  tan en contraposición con la del trabajo y de la cultura. El deseo de completar esta deficiente información de personalidad tan interesante nos ha movido a pedirle, a falta de otras fuentes, que nos facilitara sus noticias biográficas. La contestación a una segunda carta ha sido rotundamente negativa, pero sin que deje de descubrir cualidades de carácter y méritos que nos decidan a transcribir uno de sus párrafos:

“Como yo he ejercitado la labor literaria” siempre—dice—, absolutamente siempre, por apostolado sincero brotado de lo más íntimo de mi alma, pensando en los que están alejados de la verdad, me propuse el mayor sigilo en mis siembras, persuadido de que la eficacia de la semilla no depende de la mano que la derrama. Por esto he tenido seudónimos por centenares, Yo no podría recordarlos todos. Y no pocas veces, al tropezarme con escritos míos, dudo de si aquel seudónimo era mío o se han apropiado mi escrito. No me importaría. Antes quedo agradecido a quien toma semillas de mi cosecha y las lleva a su campo los seudónimos que recuerdo me servirían de acusadores ante mis jefes jerárquicos, de cuyas orientaciones me he quejado cien veces, y contra las cuales he levantado no pocas tempestades con mi pluma, ¡Qué más quisieran sino que por documento público me declarase autor de muchos artículos cuya paternidad se desconocía en las mismas redacciones! Comprenda que no sólo es pedirme demasiado, sino que es poner en ridículo mi actuación tan reservada, para venir ahora a descorrer el velo con mi propia mano. Aún sintiendo mucho no complacer a usted, no tengo vocación para el autorretrato. Estoy contentisimo en la oscuridad, en el anónimo de las vidas del montón. ¡Para lo que valen las que se van destacando a fuerza de arrastrarse, de ponerse moños y tacones! Vaya, que no me sale, ya ve usted, en medio de mi yermo, riéndome un poquito de todas esas famas que tanto cuesta alcanzar y conservar. Se me antojan demasiado caras y no quiero comprarlas. Como que en unos Juegos Florales no me presenté a recibir el premio y en la campaña que hice con el seudónimo un cargador de San Juan de Nieva, fué preciso que de sus consecuencias se derivasen graves trastornos al director de Región para que yo me declarase legítimo cargador”

Acuciado nuestro deseo informativo con el interés de esa carta, nos permitimos volver a insistir cerca de Fernández Ahuja, y hubimos de contentarnos con las nuevas muestras de su vida y carácter que suponen las siguientes líneas:

“Créame usted que me interesa un comino—dice—el juicio que de mi formen los contemporáneos ni los venideros. La humanidad actual, y me temo que la venidera en mucho tiempo, no va a estar para enjuiciar a nadie. Apartado de la norma de la razón, que es ley de Dios, copio el juicio de Campoamor para decir que de los enemigos de la razón me gustan más los silbidos que los aplausos. Cuando, después de haberme dedicado en cuerpo y alma a servirle; cuando mis estudios todos y mi pluma en el campo social han ido ordenados a defender a los pobres, a los desvalidos, a guerrear contra la injusticia, sobre todo de los que no han hecho otros extravíos que los de su conveniencia egoísta, y cuando, después de mi campaña, más meritoria por más oculta, sólo por ser sacerdote me condenan al hambre, por el crimen gravísimo de no haberme metido a político, a traficante de obreros, a cambiar ideas por pesetas, ¿quiere usted que me importe su juicio? Dígale usted que le desprecio hasta donde no pueda ser manchada mi cualidad de discípulo del que murió clavado en cruz… Puede usted decir de mí lo que quiera. Mucho mejor si nada dijese. Vergüenza será haber vivido la época tan pequeña y ruin en la que han flotado tantos alcornoques. Yo me quedo con mi pluma, mi único tesoro, para fustigar donde pudiere y cuando pudiere a cuantos desde la cumbre de la Iglesia y del Estado se han burlado de su misión providencial, de los que han ido a la viña del Señor sólo por uvas y en el gobierno de nuestra patria sólo han atendido a mantener vivo el fuego para su puchero. Miro más alto; pongo mi afán en Dios y sólo por el trabajo. Por él soy todo para las campañas demoledoras de los pedestales de los ineptos de todos los campos. Y con la pluma, me quedan los instrumentos de mi oficio y los de mi labranza. A sembrar patatas estoy dedicado toda esta temporada. Celebre el nuevo régimen haber convertido en gañanes a los que poseemos títulos de doctor y apaleamos los premios obtenidos en reñidas oposiciones, por los que nada debo a la Iglesia ni al Estado: Niegue usted mi existencia. Conviene a una humanidad tan imbécil conocer a sus explotadores, los que la han descaminado: no le ha de importar saber de quienes, sin ostentación, ni distinciones ni garambainas, hemos sostenido en alto la cruz, aun en medio de la hoguera, a lo Juana de Arco.”