ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

FERNANDEZ BARCIA (José F.).

Escritor contemporáneo, gijonés, nacido el 15 de marzo de 158/, hijo de don Celestino Fernández Díaz, alto empleado de una importante empresa fabril, y doña Rosalía Barcia Lombau.

Sin vocación al estudio y lleno el espíritu de ansias de libertad y aventura, en el año 1901, con catorce de edad, emigró a la Argentina. Acerca de su vida en América ha escrito un libro autobiográfico con el título de Andanzas, del que vamos a dar extracto, por lo cargada de interés que resulta esa primera época de la vida de José EF. Barcia.

El primer lugar de su residencia en la Argentina fué El Bragado, al amparo de unos tíos, que, llevados del deseo de dotarle de más amplia instrucción antes de dedicarle al trabajo, le matricularon en una Escuela de Comercio de esa Población. Pero Barcia no estaba dispuesto a seguir estudios sistematizados, sino los que él eligiera libremente, y abandonó la escuela para ocupar el puesto de Aprendiz a dependiente en un comercio de comestibles en Pehuajó (1902), que le Proporcionaron los tios. Trabajó luego en una fábrica de jabones que tenían los citados parientes en Chivilcoy, y pasó después a una estancia de los mismos en Los Toldos. Ocupó seguidamente otras varias y diversas colocaciones, todas ellas por breve tiempo. Refiriéndose él mismo al desvelo de los tíos por encauzarle en el trabajo, dice: “Es un match original, en el cual volcamos todos nuestro integro caudal de energías para la consecución de la victoria. La misión de ellos se reduce a buscarme empleos. La mía, a dejarlos.” Este ir y venir por varias provincias argentinas, particularmente la de Buenos Aires, de un destino a otro, duró cerca de tres años, hasta que en el de 1804 una aventura cambió el norte de su vida errante.

Concurrente en Buenos Aires con otros desocupados a un music-hall, conoció en él a una bailarina andaluza, a la que, enamorado y correspondido, no titubeó en seguir a Montevideo, adonde ella marchaba contratada. Entonces le ocurrió en la capital del Uruguay un episodio sorprendente, que dejaremos nos lo refiera él mismo. “Paseaba yo la otra noche matando el tiempo hasta la hora de ir a recoger a mi dama, cuando, al doblar una esquina, me dieron el alto tres individuos. La primera impresión fué de que eran tres atracadores; pero bien pronto tuve ocasión de cerciorarme de que eran soldados… Me condujeron hasta un cuartel, y una vez allí, se despidieron de mí con un hasta mañana, compañero, que me llegó al corazón. Pasé el resto de la noche en el cuerpo de guardia, y al día siguiente, muy de mañana, me tomaron la filiación, me entregaron un uniforme y un armamento, y me vi así convertido de golpe y  porrazo en una unidad más del tercer batallón de guardias nacionales.»

Tan insólito suceso lo explica él mismo de este modo: “Cuando las circunstancias lo requieren, es decir, cuando así lo exige la seguridad del país, según aquí se dice, aunque lo que peligre no sea otra cosa que el partido político que está en el poder, el parlamento dicta una ley estableciendo con carácter transitorio la Guardia nacional.” Los extranjeros que carezcan de documentación personal son enrolados en esas tropas, y Barcia carecía de ella. Días después salió a campaña y tuvo su “bautismo de fuego” en la defensa contra los revolucionarios de la ciudad El Salto. Siguió la campaña en diversos puntos de la república uruguaya, pasando por todas las penalidades propias de la guerra, durmiendo a la intemperie muchas noches de lluvia, en que “el agua corre por encima y por debajo de nosotros con entera libertad”.

“Después de unos meses de andar en continua peregrinación de un lado a otro de la República, como una tribu trashumante, comiendo muy mal y durmiendo peor”, Barcia quedó de guarnición en la ciudad fronteriza Rivera. La muerte de Aparicio Sarabia, jefe de los rebeldes, dió fin a la contienda, y apenas se encontró licenciado marchó a la Argentina y corrió a refugiarse al lado de los parientes en Chivilcoy, extenuado y casi desnudo.

En seguida volvió a las correrías de pueblo en pueblo, tan pronto colocado como cesante. estando en estas circunstancias en Buenos Aires (1905), le atrajo un anuncio que solicitaba hombres para cuidar del ganado a bordo en una expedición que saldría para Río Janeiro, y cuya ocupación se remuneraba con “cien pesos papel y el viaje de regreso”. Quedó admitido en este empleo, y cuidando ganado a bordo de un buque llegó a la capital del Brasil.

Una iniciación afortunada en el juego le arrastró a dedicarse a él como profesión, y del juego vivió espléndidamente una buena temporada en Río Janeiro; pero un día la fortuna le fué adversa; los días de pérdida se sucedieron como se habían sucedido los de ganancia, y llegó a encontrarse “sin más riquezas—dice él mismo—que las ropas que llevaba  puestas…, sin tener dónde dormir, ni dónde comer, ni a quién recurrir en demanda de socorro”. Apeló entonces a la argucia de acudir al cónsul de la Argentina fingiéndose argentino de nacimiento, y obtuvo de él pasaje y dinero para los gastos del viaje, y así fué como pudo llegar otra vez al refugio de sus tíos de Chivilcoy, en 1906.

Al finalizar ese año, reconociéndose decididamente sin la menor inclinación Por el comercio ni sumisión para la disciplina que sujeta a los emigrantes en América, decidió abandonar la Argentina.

Como carecía de dinero, se metió de polizón en el transatlántico Lafayette, que partía con rumbo a Marsella. Descubierto ya en alta mar, fué destinado a trabajar entre los fogoneros, en cuya extenuadora ocupación llegó a Francia vestido de harapos y falto de todo recurso económico. Cinco días pasó en Marsella “vagando sin dirección fija por calles y plazas, sin probar alimento y maldurmiendo en los quicios de las Puertas de los barrios pobres, donde la vigilancia nocturna era menos severa”, hasta que la protección fortuita de un obrero italiano le puso en camino de reintegrarse a la vida social, proporcionándole trabajo en la fábrica de aceites donde él estaba de operario,

La preparación cultural de Barcia, superior a la de los otros obreros, le dió pronto un ascendiente que aprovechó para iniciar la lucha en favor del mejoramiento de una clase obrera inicuamente explotada hasta entonces, y, de acuerdo con el sindicalismo marsellés, fundó el Sindicato de los Obreros del Aceite. “Con perseverancia y tenacidad—dice—fuí formando adeptos para la causa y, antes de seis meses de propaganda, ya estaban afiliados al Sindicato más de la mitad de los obreros aceiteros. Como mi condición de ciudadano extranjero me impedía ocupar la Presidencia de nuestro sindicato, me sirvió de testaferro un boticario italiano, naturalizado francés, y yo figuré como secretario.” Esto sucedía en 1908.

Las condiciones de trabajo de la industria aceitera allí entonces era, sin duda, un oprobio: “Trabajábamos de seis a seis, una semana de noche y otra de día, alternativamente. De esas doce horas se nos daba una y media de descanso para desayunar y almorzar, o merendar y cenar, según trabajásemos de día o de noche. Nos quedaba, pues, una jornada diaria de tarea bestial, por el irrisorio estipendio de cuatro francos. Es decir, que nos matábamos trabajando para apenas ganar con qué malcomer.”

La primera batalla sindical contra los patronos aceiteros preparada por Barcia fué la de pedir cincuenta céntimos más de jornal y ocho horas de jornada en tres equipos de obreros. Hubo que recurrir a la huelga, que duró mes y medio, tiempo que los huelguistas pudieron resistir gracias a la ayuda de los otros oficios sindicados, al cabo de cuyo tiempo los patronos decidieron aceptar las condiciones exigidas.

Pero estas luchas crearon a Barcia un enemigo encarnizado en el elemento patronal, y al año siguiente se vió obligado a marchar de Marsella, donde ya le era materialmente imposible vivir, y satisfizo con ello un ya viejo deseo de regresar a España. Pero permaneció poco tiempo en su país. En ese mismo año decidió trasladarse a Alemania. En Hamburgo fué profesor de español en la Escuela Berlitz, puesto que hubo de aceptar con la mezquina retribución de treinta y seis marcos semanales y que cambió poco después (1912) por otro mucho mejor retribuido, que fué el de jefe de correspondencia española en una importante casa de exportaciones. En ella prestaba servicios cuando, al estallar la guerra mundial de 1914, se vió precisado a regresar a España y refugiarse en Gijón.

También duró poco esta segunda permanencia en la villa natal, pues al año siguiente resolvió regresar a Hamburgo afrontando toda clase de dificultades y riesgos en Hamburgo se encontró con que ya no existía la casa donde había trabajado, pero sus conocimientos en el comercio de esa plaza le facilitaron pronto ocupación. Fué esta la gerencia de una casa de comercio en Barranquilla (Colombia), lo cual le dió ocasión para volver a América cuando menos lo esperaba. Concibió entonces por primera vez en su vida la idea de reunir un capital que le consintiera vivir con entera independencia; pero el clima y, sobre todo, los mosquitos de Colombia, le pusieron en el trance de abandonar el país, y al año siguiente pasó a los Estados Unidos (1917), donde concluye este período aventurero de la vida de Barcia, relatado detalladamente en el libro Andanzas.

Su vida posteriormente ha sido pacífica y casi sedentaria, sobre todo desde su matrimonio en Oviedo con la señorita Victorina Fernández Álvarez, en febrero de 1920. Actualmente (1934) desempeña un cargo de funcionario en la Junta de Obras del Puerto de Gijón.

Su iniciación como escritor data desde los quince años, poco después de su llegada a la Argentina, y ha recogido sus primeros escritos el Diario Español de Buenos Aires. Después, aunque sin asiduidad, escribió en numerosas publicaciones. De El Noroeste, de Gijón, fué más constante colaborador con crónicas de viaje desde distintos países. Luego fué algún tiempo redactor de ese diario.

También merece recuerdo la sección fija Filosofía trasnochada que redactó en el semanario humorístico gijonés Epiplón.

Además del libro citado ha editado otro, en forma de novela, de ambiente gijonés (número 1), por el que, a causa de su tendencia satírica, fué combatido por desafecto a la villa natal, y en este sentido se publicó un folleto contra él, redactado por pluma o plumas intransigentes que hacen del patriotismo un amor ciego.

 

Obras publicadas en volumen:

I.— Andanzas. (Gijón, 1924; memorias en forma de cartas de su vida en el extranjero.)

II.—Sonatina gijonesa. (Madrid, 1929; novela de ambiente local.) 

 

Referencias biográficas:

Barcia (José F.). — Andanzas. (Gijón, 1924; memorias.)