Abogado, político y escritor, en todo ilustre y de ejemplar conducta. Residió cerca de seis décadas en la República Argentina, donde brilló no sólo como una de las más descollantes personalidades de aquella colonia de españoles, sino del país, a pesar de que, por su condición de español, vivió al margen de la política argentina, con lo que no dispuso de la más Propicia de las plataformas para el abrillantamiento de una personalidad. Su obra Cincuenta años en América, que es un estudio autobiográfico, seguido por nosotros para el Presente, equivale a la historia de la colectividad española de esa República, con lo que dicho se queda la importancia de Rafael F. Calzada en ella.
No obstante el alejamiento en que vivió de España lo mejor de su vida, medió en las luchas políticas españolas como republicano fué como tal diputado’ a Cortes.
Nació Rafael F. Calzada en Navia el 23 de Enero de 1854, primogénito del prestigioso notario y paladín republicano de igual nombre don Rafael Fernández Calzada y doña Rosa Fernández Luengas.
Poco después de nacido, sus padres se trasladaron con él a residir en La Calzada, lugar de aquel término, donde vivió los primeros años en “una hermosa libertad aldeana”. Cuando los Padres volvieron a fijar la residencia en Navia, él pasaba lo más del tiempo en Talarén con los abuelos paternos.
Estudió la instrucción primaria en varias escuelas, abandonadas todas por deficientes, a excepción de la última, de la cual fué expulsado a causa de una travesura, entonces, dice él mismo, “tomó mi buena madre a su cargo mi instrucción; Pero yo creo que de aquel hermoso Sacrificio maternal resultó un serio daño para mí, Educado por ella desde que era una criatura en el temor de Dios, en el respeto a los mayores, en la modestia y en la verdadera humildad, concluí con aquellas santas lecciones por ser un verdadero infeliz. Toda noción de altivez, de orgullo, de propia estimación, esas que forman el verdadero carácter de los hombres, quedaron en mí totalmente anuladas.”
Después de haber estudiado lengua latina por espacio de dos años en Folgueras con el profesor José María Villamil, y en ocasión de inaugurarse en Tapia el Instituto de Casariego, comenzó a estudiar en esa villa el bachillerato, que cursó en sólo tres años con la aplicación que esto supone.
La efervescencia de las pasiones políticas de antes y después de la revolución de 1868 afirmaron y fortalecieron en él sus ideas republicanas incubadas en el hogar paterno y, estudiante en Tapia, tomó parte como orador por primera vez en un mitin celebrado en el pueblecillo de Salave. Ese mismo discurso, con variaciones, lo pronunció después en otras localidades de la comarca, hasta que el alcalde de Tapia prohibió en 1870 toda clase de propagandas políticas. Orgulloso el padre de tener tan fervoroso sucesor en el mantenimiento de sus ideales republicanos, dió a imprimir el discurso en setiembre del 69. Fué lo primero de Calzada que apareció en letras de imprenta.
En el citado año 1870 se trasladó a Madrid para cursar allí la carrera de Derecho. Estudió el primer año, prestando a la vez servicios de escribiente en el bufete de Pi y Margall, muy amigo del padre, como un medio de sujeción, Pero que no le impidió hacerlos primeros pinitos de escritor con algún artículo y alguna poesía. El segundo curso lo estudió en Barcelona. En ese tiempo, animada su vocación de comediógrafo y estimulada por algunos amigos, se decidió a ensayarse como autor dramático. “Empecé escribiendo —dice él mismo—un juguete cómico en un acto, titulado Escapando de un inglés. Lo llevé a la empresa del Teatro del Olimpo, pequeño coliseo de la calle de la Biblioteca, y se me dijo que la obra quedaba aceptada, que se representaría. Se eligió para ello un domingo, como fin de fiesta, después de darse el hermoso drama en catalán Las joyas de la Roser, precisamente del gran Pitarra. Vi mi nombre en los carteles, llegó el tan esperado día, y la obra se representó; pero como, sobre ser muy mediana, estaba pésimamente ensayada y parecía que los actores, más bien que en castellano, hablasen en Catalán, aquello fué un desastre. Hubo gritos, protestas, silbidos, leyeron en el escenario diferentes proyectiles lanzados «por los espectadores…, y yo, entre bastidores, oyendo y presenciando todo aquello, reí morirme.”
No obstante el descalabro, perseveró en él la idea de hacerse dramaturgo. Poco después estrenaba con éxito la comedia en un acto Empleados y cesantes. Escribió luego dos más, en verso, una en un acto con el título de ¡Ladrones, ladrones!, y otra en dos titulada El médico de mi mujer, de las que no llegó a las diligencias de colocación y estreno porque los exámenes estaban muy próximos y todo el tiempo era necesario para aprobar las asignaturas. Apercibido del sacrificio que suponía para su padre costearle la carrera, decidió concluirla en el curso siguiente, con lo cual quedaban reducidos los estudios a tres años. Se trasladó a Madrid nuevamente, y en la Universidad Central estudió el resto de la carrera en el plazo fijado. Iba a concluirlos estudios para no poder ejercer la carrera por no tener la edad legal; pero el caso era concluirlos. No obstante el esfuerzo que suponía cumplir ese compromiso, en ese mismo curso (1872-73) dispuso de tiempo para contribuir con otros estudiantes a la redacción de un periódico titulado La Unión Escolar y trabajar en el bufete de Pi y Margall como pasante. Ya proclamada la República, en febrero del 73, fundó con don Saturnino Milego, estudiante como él, un semanario antimonárquico bajo el título de El Rey H, de corta vida. Poco después, Pi y Margall le proporcionó un puesto de redactor en el diario republicano La Democracia, con cien pesetas mensuales. Multiplicando el tiempo para atender a todas esas obligaciones y vocaciones, sólo dejó pendiente de examen una asignatura de las que le faltaban para licenciarse en Derecho. Pero tal esfuerzo causó serio quebranto en su salud, al punto de que, en edad de cumplir el servicio militar, entonces 4 los diecinueve años, los médicos le declararon inútil creyéndole tuberculoso. Pero de esa extenuación consiguió reponerse rápidamente con una vida de holganza montaraz en la tierra natal.
Su nativa vocación poética se sintió fortalecida por entonces, y publicó algunas composiciones en periódicos ovetenses, entre ellas varias doloras, siguiendo la escuela de su paisano Campoamor.
Además comenzó a escribir una novela con el título de La torre de Talarén, que no llegó a concluir.
En el mes de junio de 1875 aprobó en la Universidad de Oviedo la asignatura todavía no calificada, Ampliación del Derecho civil, y sufrió el examen de reválida, en el que alcanzó la nota de sobresaliente. Investido de licenciado, pero impedido por la edad para ejercer de abogado y para hacer Oposiciones a cuerpos del Estado, decidió probar entretanto su suerte en América, y en setiembre de 1875 embarcaba en La Coruña con rumbo a la Argentina.
En noviembre, después de breve estada en Montevideo, llegó a Buenos Aires, y el resultado de la prueba fué que vivió en la Argentina el resto de sus años, señalando de esta Manera el camino de Un porvenir más seguro que en España a varios de sus hermanos, como los dos inmediatamente anteriores reseñados aquí.
Semanas después de llegado a Buenos Aires comenzaba a prestar servicios en el bufete del famoso jurisconsulto argentino don José María Moreno. Con las tareas jurídicas alternó desde los Primeros tiempos las periodísticas en El Correo Español, de reciente Creación, y también otras de carácter más literario, de las que fué fruto el juguete cómico en un acto Don Tiburcio, representado con éxito en la sociedad española de recreo La Marina.
El afán de querer conocer a fondo la legislación argentina Con el deseo de ejercer la abogacía en Buenos Aires, no obstante las grandes deferencias que para él tenía su jefe, produjo en su salud serios trastornos con un peligroso proceso de neurastenía. Por fin, repuesto del padecimiento, al año justo de su llegada a Buenos Aires (noviembre de 1876), quedó declarado apto para ejercer de abogado, después del consiguiente examen de reválida.
Por entonces dirigía con el poeta argentino Luis S. Ocampo el semanario La Joven América, que señala uno de sus primeros éxitos de escritor en ese país. También contribuyeron a darle crédito de tal unas crónicas combatiendo la pena de muerte publicadas en El Diario Español, fundado poco antes. Y concluyó de afirmar su personalidad que el jefe, señor Moreno, le confiara la Dirección de La Revista de Legislación y Jurisprudencia, En ese mismo año(1877), solicitado ya personalmente para la intervención en asuntos jurídicos, decidió abrir bufete propio. Poco después, el consulado español le confería el cargo de abogado consultor.
Desde entonces, su crédito de abogado y su predicamento en la colonia española crecieron paralelos rápidamente, al punto de que muy pronto alcanzó en el foro argentino y en las Sociedades españolas la altura de uno de sus elementos más conspicuos, que ya no le abandonó por muchos años hasta su muerte. En el citado año 1877 fué electo miembro del Directorio del Club Español con atribuciones de presidente por turno, y desde entonces apenas hubo velada patriótica ni fiesta de Juegos Florales, ni iniciativa de carácter patriótico o cultural ni sociedad española de la que no fuese él uno de los principales propulsores. En 1879 inició la fundación del Ateneo Español, del que redactó el reglamento y fue secretario. En esta institución Cultural pronunció una conferencia sobre el divorcio, “que produjo un verdadero escándalo—asegura Él Mismo—en la buena sociedad porteña, no acostumbrada a la divulgación de tan disolventes teorías”.
Una de las primeras distinciones honoríficas recibidas la tuvo entonces con la designación de Socio de Honor del Colegio de Escribanos, galardón que sólo poseían muy altas personalidades del foro bonaerense. En las esferas oficiales no se escatimaban diligencias Y esfuerzos por conseguir que Calzada se nacionalizara como ciudadano argentino, contra lo que él se resistió siempre, no obstante convenirle grandemente para su porvenir.
Un suceso inesperado le dió motivo en 1880 para regresar a España, anhelo en él latente que sólo esperaba un motivo a justificarlo. Fué éste el asesinato cometido en un tío paterno en Cuba, que dejaba cuantiosa fortuna, lo cual obligaría al padre a trasladarse a esa isla en calidad de heredero inmediato. Quiso él sustituirle en un viaje tan arriesgado para un anciano y, sin pérdida de tiempo, se trasladó a España con ese fin. Una vez en su tierra, se convenció de lo que no quería convencerse que había hecho el viaje sin la utilidad buscada, sino más bien por el placer de hacerlo. Aprovechó entonces la permanencia en España para estrechar relaciones de amistad con las personalidades descollantes del republicanismo español. Poco después de su regreso a Buenos Aires, en noviembre de 1881, le centra nuevamente en la esfera de sus actividades la fundación con don Serafín Álvarez de la Revista de los Tribunales.
En 1883 alcanza uno de sus más notables éxitos de abogado. Merece la pena recoger el caso y nada más propio que emplear sus mismas palabras. “Una banda de desalmados—dice—sustrajo de un panteón de las Recoletas, el día 21 de agosto de aquel año, el cadáver de la millonaria señora Inés Indarte de Dorrego, recién inhumada, y se dirigió a la familia pidiendo una fuerte suma por su rescate, con la amenaza de profanar y dispersar aquellos restos en caso de no Ser atendida. La comunicación, llevando por sello una calavera, dos puñales en cruz, etc., estaba firmada por Los Caballeros de la Noche, que no tardaron en caer en poder de la Policía y que estaban dirigidos por los individuos apellidados, uno, Muñiz, español, y el otro, Peñaranda, belga. El relato de la sustracción del cadáver, de las diligencias para dar con él y de la captura de los tales caballeros, que eran catorce, ocupó durante cerca de una semana planas enteras de los principales periódicos, y no es de extrañar, porque aquel hecho abominable no reconocía precedentes en la criminalidad de ninguno de estos países; y siendo así, ya se supondrá todo el interés que despertaría en la opinión el proceso seguido contra aquellos malhechores, su director principal, Muñiz, que había sido protegido por la señora de Dorrego y que fué el verdadero inspirador del atentado, por saber cuánto los suyos la veneraban, me encomendó su defensa, que acepté y que me atreví a plantear en esta forma: Los Caballeros de la Noche, aun siendo execrable Jo que hicieron, no han cometido delito. Según el Código Penal, sólo pueden ser castigados los hechos previstos y penados; y pues el robo de restos humanos no está previsto ni castigado, los tales caballeros deben ser absueltos y Puestos en libertad.
Los defensores de los demás procesados, alguno de los cuales pedía al juez no impusiese a su defendido más de diez años de penitenciaría, porque sería bastante castigo, se manifestaron sorprendidos de aquel arranque mío, se adhirieron todos a mi petición, y los fúnebres ladrones fueron puestos en la calle, no obstante pedir el fiscal se les condenase a penitenciaría por tiempo indeterminado.
”Aquella mi defensa—continúa el propio Calzada—tuvo consecuencias muy serias, que yo mismo no pude sospechar siquiera. Yo sólo buscaba la absolución de Muñiz (que no pasó siquiera a darme las gracias cuando se vió libre), pero la cosa fué mucho más allá.
Cuando el Código penal fué reformado por la ley de 25 de noviembre de 1886, se le agregó el artículo 195, que decía: “El que robase cadáveres para hacerse pagar su devolución, sufrirá de tres a seis años de penitenciaría, si consiguiese su objeto, y prisión por uno o tres años si no lo consiguiese.”
En ese mismo año (1883) efectuó un viaje a Inglaterra con una comisión particular de carácter financiero. No obstante sus diversas actividades como escritor y conferenciante, siempre solicitadisimo, y de los viajes a Europa, todos motivos para que su bufete sufriera quebrantos, el crédito suyo iba tan en aumento, que se vió obligado a incorporar a sus tareas al abogado español Jenaro L. Osorio.
En enero de 1886 fué proclamado presidente del Club Español, sociedad que bajo su mandato alcanzó gran prestigio y que acometió empresas patrióticas como la del socorro pecuniario a los pueblos asturianos damnificados en ese invierno por una gran tormenta de nieve, Otros cargos vinieron por entonces a requerir su concurso, como el de abogado consultor de la Sociedad Española de Beneficencia, cuyos estatutos hubo de reformar, y el de vocal de la Cámara Española de Comercio, al constituirse ésta en enero de 1887. Hay que anotar también su participación en el congreso celebrado ese año por las 149 sociedades españolas que entonces radicaban en la Argentina, con el deseo de constituirse en federación.
La fortuna tuvo para él una sonrisa al año siguiente, agraciándole con el resultado de una rifa: un collar de brillantes valorado en cincuenta mil pesos argentinos.
Arrastrado por “la fiebre de los negocios, que era la nota característica de aquellos tiempos”, y animado por el húngaro Hans Knees, contribuyó con éste a la fundación : en ese citado año del Banco Nacional Inmobiliario y redactó los Estatutos de dicha Sociedad, de la que fué nombrado vicepresidente; pero una gran crisis económica desatada en el país poco después obligó al citado Banco a liquidar sus negocios. Proyectó también por ese tiempo un Banco de Seguros Comerciales, pero el proyecto no llegó a su total realización, por efecto de la misma crisis, Entre las múltiples facetas de la Personalidad de Rafael F. Calzada hay una muy simpática y es la protección que dispensaba a los españoles pobres a su arribo a la Argentina. Vale por todos los testimonios la siguiente anécdota: Tenía Calzada su estudio de abogado y habitaciones particulares en una Casa lujosa con escalera de mármol que se bifurcaba en dos ramas, una de las cuales conducía a su piso y la otra al gabinete de los odontólogos norteamericanos Newland Hermanos. Estos señores acudieron a juez en demanda de que el señor Calzada desalojara la casa, que no era de ninguno de los dos inquilinos. Proceder tan desusado y perjudicial para el demandado se fundaba en que “los señores Newland Empezaron a perder muchos clientes, especialmente señoras de la mejor sociedad porteña, que sintieron repugnancia de ir a efectuar sus curaciones en una Casa cuyas escaleras, por lujosas que fuesen, estaban a cada paso Ocupadas ¡por docenas de infelices, con mucha frecuencia mal vestidos y mal olientes, que se sentaban en ellas horas y horas, en espera de que se abriese el escritorio de aquel señor para el cual traían recomendaciones. Sobre todo, cuando llegaba paquete (buque) de Europa, aquella escalera se llenaba a veces de hombres, mujeres y chiquillos, en forma que realmente impresionaba”. No obstante el trastorno y perjuicio de aquella mudanza súbita para su bufete, no dejó de atender a los españoles emigrados, “con la bondad a que tiene siempre derecho el desvalido, sobre todo si se encuentra en tierra extraña”.
Continuaba requerida su siempre entusiasta actividad para el desempeño de cargos sociales, entre ellos, los de vocal de la Confederación de Sociedades Españolas de Socorros Mutuos y de la Asociación de la Prensa. Y, por si eran pocas esas ocupaciones, ante la ruina inminente del diario El Correo Español, quiso evitar la desaparición de ese baluarte patriótico de la colonia, y adquirió su propiedad en setiembre de 1890, asumiendo él mismo la dirección.
A consecuencia de un artículo Suyo en el que abogaba por la expurgación de los errores hispanófobos contenidos en los textos escolares de historia argentina, el 25 de mayo de 1891, por la noche, fué asaltada la imprenta y destrozada en buena parte por una turba de patrioteros intransigentes.
El exceso de trabajo y de preocupaciones debilitó su salud, provocando en él otro estado de neurastenia delicado, que le obligó al abandono absoluto de sus múltiples tareas. Para mejor lograr esa finalidad, decidió trasladarse a la República de Paraguay. En este País residió una larga temporada, agasajado incesantemente por españoles y nativos, objeto de distinciones y honores, incluso del presidente de la República, González Peña, con una de cuyas hijas, Celiña, dejaba establecido compromiso de matrimonio cuando regresó a Buenos Aires. En diciembre de ese mismo año (1891) volvió a la Asunción a efectuar la boda, que se celebró con toda solemnidad el día 26,
Después de casado quiso hacer una vida más suya, dedicado al bufete y al hogar, para lo cual renunció a cargos y hasta traspasó la propiedad de El Correo Español, Pero la vida de relación continuó sosteniéndole en el plano que le había asignado, y siguieron llegándole deberes y compromisos a cumplir. Al constituirse en 1896 la Asociación Patriótica Española, entidad llamada a levantadas empresas, fué designado uno de sus miembros directivos y de la Comisión encargada de redactar los estatutos, que concluyeron siendo labor personal suya.
En 1899 hizo un viaje de placer y de estudio a Chile, país que recorrió agasajado y aplaudido, y del que habría de ser luego, como conferenciante, un gran exaltador de sus valores. Otro viaje a España lo llevó a cabo el año siguiente (1900), como delegado de la Asociación Patriótica Española al Congreso Hispano-Americano de Madrid. Al reunirse este Congreso fué designado presidente honorario y recibió el encargo de contestar al discurso de salutación a las naciones americanas que pronunciaría don Rafael María de Labra, lo cual le proporcionó un enorme éxito oratorio. No menos brillantes fueron sus intervenciones en las tareas del Congreso, con lo que alcanzó extensas y valiosas estimaciones. En el reparto de cruces y honores, de ritual en estas solemnidades, él rehusó el ofrecimiento de una condecoración, porque, republicano de toda la vida, “no quería cruces de la Corona, fuese cual fuese el motivo”.
La aureola de elocuencia alcanzada en torno al Congreso atrajo sobre él muchas solicitudes para que se dejase oír en centros culturales, y en enero de 1901 dió en la Sociedad Geográfica una conferencia sobre el desenvolvimiento de la vida en la República Argentina, muy celebrada, y otra al mes siguiente sobre la Araucana, fruto de sus estudios en el viaje a Chile.
Puso entonces en desarrollo la idea de reunir en un álbum a todo lujo, con hojas de vitela y riquísima encuadernación guarnecida de oro, autógrafos de las más conspicuas personalidades españolas: poesías, pensamientos, dibujos, notas musicales. Se proponía hacer con él un homenaje a su esposa, como dijo Balart en una de las páginas:
«Este álbum, joya rica y primorosa,
es fineza galana
que un ferviente español hace a su esposa,
ferviente americana.”
El pensamiento de Calzada se completaba con el deseo de reproducir el álbum en facsímil para Obsequiar a los autores con un ejemplar a cada uno. Pero esta última parte del propósito quedó interrumpida por una larga enfermedad suya, primero, y otras causas después, y sólo pudo ser realidad ya fallecido y cuando tampoco vivían ya muchos de los autores.
Esa estancia en España la aprovechó para efectuar con su esposa un viaje en torno del Mediterráneo, adentrándose en los más de los países que lo circundan, viaje que duró algunos meses y del que tuvo el propósito de hacer un libro que no llegó a escribir por completo.
De regreso en España de esa excursión, hizo dentro de la Península algunos viajes, siempre entre honores y agasajos. Merece recordarse que en La Coruña el Ayuntamiento le dispensó la atención de que presidiera una sesión del Cabildo municipal; en Gijón hubo de presidir la velada necrológica celebrada al finalizar el año 1901 a la memoria de Pi y Margall; en Navia presidió asimismo otra velada necrológica, iniciativa suya, con motivo del primer aniversario, en febrero 12 de 1902, de la muerte de Campoamor.
El día 6 de abril de ese mismo año, el Ayuntamiento de Navia, a solicitud firmada ¡por todo el vecindario, le nombró Hijo Predilecto de la villa y se puso el nombre de Doctor Calzada a una de las calles, todo lo cual dió lugar a un homenaje oficial y popular memorable en esa población. En el mes siguiente, como reconocimiento por el donativo que había hecho a la Universidad de un microscopio, el profesorado le agasajó con una comida en el propio claustro y además se le nombró Doctor Honoris Causa. Por su parte, dió en Oviedo y Gijón conferencias sobre y problemas hispanoamericanos que fueron largamente comentadas.
De nuevo en Madrid, ya en plan de despedida, se le obsequió con un banquete, el 25 de junio, por los republicanos del Círculo Federal. Y al cabo de dos años de permanencia en España regresó a la Argentina, donde continuó la serie de agasajos, con veladas y banquetes, ahora como demostración de bienvenida.
Una de sus primeras atenciones en Buenos Aires fué la de impedir la desaparición de El Correo Español, que atravesaba una existencia ruinosa, para lo cual constituyó una Sociedad anónima, de cuyo Directorio fue elegido presidente.
El éxito alcanzado por los republicanos en España con motivo de las elecciones a diputados a cortes en abril de 1903 causó el natural entusiasmo entre los republicanos residentes en Buenos Aires, y animado por éstos Calzada fundó la Liga Republicana Española, de la que fué proclamado presidente. De entonces arranca verdaderamente su actuación política como republicano, privado antes de instrumento adecuado para ello. “La Liga Republicana—dice él mismo—llegó a ser rápidamente una verdadera fuerza de opinión, que alarmó a las gentes del gobierno español… La mejor prueba de que se nos creyó gente de cuidado es que los políticos de la monarquía hicieron que a los pocos meses de constituida la Liga apareciese aquí un pasquín indecente, con buenas caricaturas, titulado Gedeón, que se ensañaba con la Liga y sus directores.”
Tal vez fué la preponderancia, sin embargo de esa institución política radicada en Buenos Aires, que llegó a convertirse en una Federación Republicana Española de América con Delegaciones en muchos países americanos, siempre bajo la Presidencia de Calzada.
En 1905 se le presentó candidato republicano por Madrid a las elecciones de diputados, y, habiendo resultado electo, se dió el acta a otro republicano, don Luis Morote, debido a una de esas combinaciones electorales tan frecuentes entonces planeada por Canalejas y conde de Romanones, componenda que dió lugar a una ruidosa campaña de prensa. Pero en las elecciones de abril de 1907 triunfó de nuevo su candidatura y fué proclamado diputado a Cortes por Madrid con Pérez Galdós y Morote.
Tal éxito fué un gran motivo de regocijo para la colonia española de Buenos Aires, que 10 celebró con veladas, banquetes y recepciones en honor del diputado. Este demoró algún tiempo, contra su deseo, el viaje a España para tomar posesión del cargo. Le retuvieron asuntos del bufete y la falta de numerario, aunque hombre rico ya como terrateniente. Le fué preciso enajenar en subasta pública un terreno de más de una legua cuadrada de extensión para los gastos de viaje y permanencia en Madrid.
Antes de salir para España tuvo ocasión de efectuar uno de los rasgos de generosidad característicos en él, y fué la donación en Rosario de Santa Fe de terreno suficiente para levantar el edificio proyectado del Hospital Español. También por entonces fundó, en un territorio suyo de 25.000 hectáreas en la provincia de San Luis, la Colonia Calzada, y proyectó el planteamiento de una población con el nombre de Navia, que no pudo llevarse a cabo por la imposibilidad de abastecerla de agua, con lo que el lugar quedó reducido a una estación del ferrocarril.
Por fin, en noviembre de 1907 emprendió el viaje a España para tomar posesión del cargo de diputado a Cortes. Su entrada en Madrid fué aprovechada por los republicanos para una manifestación pública, por lo que esperaba a Calzada en la estación una verdadera muchedumbre de personas. “Cuando subí al carruaje—refiere él mismo—, lo que fué bastante difícil por la aglomeración de gente, el griterío era ensordecedor y las aclamaciones fueron delirantes. Mi marcha se hizo imposible durante un rato, no obstante los esfuerzos de la policía a caballo para despejar la gran avenida. La multitud siguió mi coche, rodeándole, gritando contra la policía, pidiéndome la mano, aclamándome locamente.” Al decir de los periódicos, había en torno a la estación unas diez mil personas preparadas para seguir al nuevo diputado en manifestación, que se encargó la Policía de dispersar con cargas de las que resultaron algunos heridos.
Los manifestantes acudieron entonces a la Puerta del Sol, donde estaba el hotel a que se dirigía el viajero, y a fin de dar por terminada aquella manifestación de republicanismo, Calzada hubo de pedir desde un balcón del hotel, a ruegos del jefe de Policía, que se retiraran todos pacíficamente. Aprovechándose los republicanos de esta efervescencia producida por el recibimiento a Calzada, intensificaron la propaganda desde la tribuna con mítines en provincias, a los que él concurrió como orador. Entretanto, en el Parlamento tuvo ocasión de mostrar sus dotes de orador documentado y persuadiente, y fué iniciador de una histórica obstrucción parlamentaria sostenida por los republicanos contra la aprobación de la ley de Administración Local de don Antonio Maura, tocándole hacer uso de la palabra unas quinientas veces. Tal fué el entusiasmo despertado en el republicanismo por su creciente prestigio, que se pensó en elevarle a jefe de grupo. Pero él se opuso a esto resueltamente, por temor a que “la jefatura me llevaría—dice él mismo—muy pronto al fracaso, y, a la larga, probablemente a la ruina; y a mis años no estaba yo dispuesto a afrontar ni el uno ni la otra”. Hombre hecho a ver las cosas con toda objetividad, vió que el republicanismo entonces era cosa de grupo, y no de masas, lo que permitía esperanzas a muy largo plazo. Con el fin de atender sus asuntos, durante las vacaciones parlamentarias de 1908 regresó a la Argentina, con la promesa de retornar para proseguir la lucha política, pero seguramente deseoso de que algo se lo impidiera, Porque, no obstante haber recogido en todas partes elogios y aclamaciones, es posible que en el fondo del alma llevara bastantes decepciones, al ver cuán pocos son los hombres que se mueven en la política con afanes desinteresados y nobles. El caso es que regresó en agosto a Buenos Aires y no volvió a su escaño de diputado.
En julio de 1909 tuvo lugar la fundación, a veintiún kilómetros de Buenos Aires, de Villa Calzada, población comunicada con la capital con buen número de trenes diarios y a cuyo progreso y engrandecimiento aplicó él sus mejores entusiasmos. En esa población de su nombre levantó un hotel con el de su esposa, La Celina, al que trasladó su residencia en 1911 y donde vivió el resto de sus años. También al finalizar el año 1909, con motivo de la urbanización de unos terrenos suyos en Rosario de Santa Fe para ensanche de la población, se puso su nombre a la nueva barriada.
Desde su traslado a Villa Calzada se propuso que su vida fuese menos agitada, consagrado al bufete y a ordenar sus producciones literarias y periodísticas de tantos años de activa producción, con el propósito de recoger en volúmenes las que no lo habían sido y andaban desperdigadas por periódicos y revistas. Pero no fué la apetecida una tranquilidad sin quiebras. Se le continuaba solicitando para actos y cargos en Sociedades. En octubre de 1920, con motivo de una fiesta a bordo del crucero español Reina Regente, en noche destemplada, contrajo una bronconeumonía que puso en grave trance su vida, impidiéndole dedicarse en bastante tiempo al trabajo habitual. La convalecencia fué larga y exigió cambio de aires, con lo que llevó a cabo un viaje a Paraguay, patria de su esposa, y a España, la suya. Aquí tuvo que resistir con toda energía las excitaciones ajenas y los deseos propios para actuar en la vida pública, porque ante todo era preciso recuperar la salud perdida.
En junio de 1924 acometió la acariciada empresa de publicar la colección de sus obras completas, de la que sólo se editaron los cinco primeros volúmenes.
El 19 de noviembre de 1925 celebró sus bodas de oro como residente en la Argentina, y el suceso fué reseñado por toda la prensa del país como si tuviera las proporciones de un gran acontecimiento, al que contribuyeron con demostraciones de afecto los organismos oficiales.
Pocos años después, transcurridos en una ancianidad dichosa, dejaba de existir en su hotel de villa Calzada, el día 4 de noviembre de 1929.
Rafael F. Calzada figuraba como miembro de honor de muchas instituciones españolas y argentinas, entre las primeras, como académico correspondiente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación, y socio de honor de la Sociedad Geográfica y de la de Escritores y Artistas, todas de Madrid.
Entre las honras póstumas recibidas cuentan la colocación de una lápida, en el verano de 1930, en la casa donde nació, en Navia, y la hermosa lápida de bronce puesta en ese mismo año por el Hospital Español, de Rosario de Santa Fe, sobre su tumba en Villa Calzada.
Obras publicadas en volumen:
I.— Concordancias y jurisprudencia del Código civil argentino: (Buenos Aires, 1881; en colaboración con don Serafín Álvarez.)
II.—Carta a D. Victor M. Molina sobre nacionalización de extranjeros. (B. Aires, 1890; opúsculo.)
III.—Galería de españoles ilustres. (B. Aires, 1893; dos tomos en «cuarto.)
IV.—Discursos. (B. Aires, 1900; prólogo del doctor don Calixto Oyuela.)
V.—Homenaje a la memoria de Giovanni Bovio, jefe del partido republicano italiano. (B. Aires, 1903; discurso.)
VI.—Los republicanos españoles de América. (B. Aires, 1907.)
VII.—Notas biográficas de Manuel Pedro de Peña, El Ciudadano Paraguayo, en el centenario de su nacimiento: 1811-1911. (Buenos Aires, 1911.)
VIII. — Rasgos biográficos de José Segundo Decoud: Homenaje en el cuarto aniversario de su fallecimiento. (B. Aires, 1913.)
IX.—Narraciones. (B. Aires, 1914; prólogo de Salvador Rueda; segunda edición, en 1925, Como tomo ll de las Obras Completas; uno de los cuentos de esta colección, el intitulado Caruncho, y reproducido en el libro Cuentistas asturianos del autor de este Índice.)
X.—La patria de Colón. (Buenos Aires, 1920; segunda edición, en 1926, como tomo II de las Obras completas. )
XI.—Katara: Recuerdos de Hana-Hiva. (B. Aires, 1924; narración polinésica; tomo I de las Obras Completas.)
XII.— Cincuenta años de América: Notas autobiográficas. (Buenos Aires, 1926-27; tomos IV y V de las Obras Completas.)
Trabajos sin formar volumen:
1.—El divorcio, (En los diarios La Nación y El Correo Español, Buenos Aires, 1879; conferencia Pronunciada en la Sociedad La Marina.)
2.—Prólogo al libro de poesías Flores y nubes, de don Carlos M. de Egozcue, (B. Aires, 1881.)
3.— Introducción a la Reseña histórica del Club Español, de don Emilio F, Villegas, (Buenos Aires, 1912.)
4.—Prólogo a Carácter de la revolución americana, de don José León Suárez, Segunda edición. (B. Aires, 1917.)
5.—El día de la patria. (En el libro de varios autores Del alma española, (B, Aires, 1917.)
6.—Pérez Villamil y el alcalde de Móstoles. (En el Diario Español, B, Aires, Mayo 2 de 1918.)
Referencias biográficas:
Anónimo, — Los asturianos de hoy: Rafael Calzada. (En el Boletín del Centro de Asturianos, Madrid, junio de 1886; reproducido de Don Quijote, Buenos Aires, abril del mismo año.)
Anónimo.—Un estudio biográfico-crítico. (En la revista Ef Correo de España, Buenos Aires, 1900; reproducido por El Carbayón, Oviedo, 9 de noviembre de 1900.)
Anónimo.—Navia a su hijo predilecto Rafael Calzada. (Madrid, 1902, folleto.)
Calzada (Rafael F.).—Cincuenta años de América: Notas autobiográficas. (Buenos Aires, 192627; dos tomos.)
Campoamor (Francisco).—Testimonio de gratitud a Rafael Calzada. (En El Carbayón, Oviedo, 12 de abril de 1902.)
Carqué de la Parra (E.).—Galería republicana: Calzada y República. (Barcelona, s. a.; folleto.)
Carrillo (Rafael). — Galería de españoles notables del Río de la Plata. (Buenos Aires, 1889.)
Oyuela (Calixto). — Prólogo al libro Discursos, de Rafael F. Calzada. (Buenos Aires, 1900.)
Robledal (Narciso). — Con el doctor Rafael Calzada. (En la revista Rojo y Gualda, Buenos Aires, 1927.) ,
Suárez, Españolito (Constantino).—Una semblanza. (En el libro Cuentistas asturianos, Madrid, 1930.)
Varios. — Homenaje al doctor don Rafael Calzada: Banquete celebrado en su honor el 19 de agosto de 1900 en el Club Español. (Buenos Aires, 1900.)