ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

FERNANDEZ CUE (Baltasar).

Escritor contemporáneo, muchos años residente en América, donde ha formado su personalidad literaria. Nacido en Llanes el 26 de setiembre de 1878, hijo del procurador de los Tribunales don Benigno Fernández Varela, más conocido por Benigno Pola, y doña Ana Cué Fernández, El apellido Pola aplicado al padre, y usado por éste y otros hermanos suyos, tuvo origen en que se le puso como apodo al padre de ellos por ser originario de Pola de Lena: También los nietos y biznietos de este último, como Demetrio y Angel Pola, incluídos en esta obra, siguieron la adopción de ese apellido, a excepción de Baltasar, si bien no ha bastado el uso siempre de los apellidos verdaderos para que se le deje de conocer en la Comarca de Llanes como Baltasar Pola.

Después de estudiar la enseñanza elemental en varias escuelas de Llanes, ingresó a los nueve años de edad en el Colegio de la Encarnación, de la misma villa, donde cursó el bachillerato con exámenes en el Instituto de Oviedo, en el que obtuvo el grado correspondiente en 1893. Pasó luego a Bayona (Francia) como internó del colegio sostenido por los hermanos de la Doctrina Cristiana, en el que permaneció dos años estudiando francés y ampliando los estudios de bachillerato. Trasladado luego a Londres, estudió aquí la carrera de ingeniero civil, o sea de caminos, canales y puertos, que concluyó en julio de 1901.

Había seguido esos estudios contra su vocación verdadera, que era literaria, y no científica, por satisfacer los deseos de un tío materno y protector, don Manuel, que deseaba un sobrino ingeniero para establecer una industria que sirviera de provecho a toda la numerosa familia. Pero fallecido el tío poco antes de terminar Baltasar la carrera de ingeniero, se encontró éste con una profesión opuesta a sus inclinaciones, y determinó emigrar a Méjico, lo que llevó a cabo en noviembre de ese mismo año 1901.

Su vocación literaria se inicia con unos versos escritos en la clase de Geometría para celebrar, con tres años de anticipación, la entrega por su tío don Manuel de un reloj cuando acabara el bachillerato. Unas amonestaciones paternas por el desvío advertido en el muchacho hacía ejercicios improductivos ahogan por entonces esa afición en el futuro ingeniero.

Esa contenida inclinación de su espíritu le empuja en años sucesivos a preferir los libros de literatura a los de estudio, pero limitándose a esto. ya estaba a punto de concluir la carrera de ingeniero y frisaba ya en los veinte años cuando se volvió a revelar su oculta vocación. El profesor de Química encargó a sus numerosos discípulos para una fecha determinada que escribieran un ensayo sobre la historia química del agua, y el mejor de los trabajos presentados, aún cuando la mayor parte de los redactados lo estaban por ingleses, fué el de Fernández Cué.

Lo particular del caso es que, habiendo otros a igual altura en méritos científicos, sólo el suyo los tenía tan subidos por la forma literaria, lo que le valió una efusiva felicitación del director del colegio, llamado expresamente por él para expresársela. En el verano del año siguiente (1899), de vacaciones en Llanes, fundó con otros cuatro estudiantes un periodiquillo de tono humorístico con el título de La Tijera. Como los redactores perseguían solamente un medio para matar la ociosidad y querían ocultar sus nombres, a Fernández Cué se le ocurrió presentar el periódico como escrito por una tertulia que tenían en la caseta de Salvamento de Náufragos algunos personajes de la villa, entre los que figuraba Su padre. El éxito del periodiquillo, aunque sólo tuvo un número de vida, fué rotundo, y Fernández Cué, con ese artículo de presentación, quedó en la verdadera ruta de Su mentalidad, como escritor caracterizado de ironista y travieso: Acaso confiaba más en su ingenio que en Sus conocimientos científicos cuando emigró a Méjico.

Sin embargo, en Méjico hubo de recurrir a su profesión de ingeniero, comenzando a prestar servicios inmediatamente en los negocios establecidos allí por el capitalista asturiano don Iñigo Noriega. Luego fué asesor técnico de un contratista ruso que se dedicaba a hacer pozos artesianos. Una amistad íntima establecida poco después con el ingeniero de minas don Andrés Aldasoro, a la sazón subsecretario de Fomento, le valió que éste le diera a escoger, con sorpresa para Fernández Cué, uno de los varios cargos técnicos vacantes entonces en el Ministerio del ramo. Pudo el favorecido escoger un puesto importante, pero prefirió otro modesto, por estar más en armonía con sus aficiones y el deseo de conocer el país, que fué el de ingeniero inspector de Ríos y Concesiones, que desempeño desde comienzos de julio de 1904 hasta el 91 (?) de febrero de 1913, fecha en que tomó posesión de la Presidencia de la República el usurpador Victoriano Huerta, a quien Fernández Cue no quiso servir.

Poco antes había formado una empresa de negocios de ingeniería con los también ingenieros, mejicanos ambos, don Eduardo Hay y don Manuel Pardo, a la que se propuso dedicar sus esfuerzos después de renunciar al cargo oficial.

Se negó a la aceptación de otros puestos más importantes al servicio del Estado mejicano. Por esta actitud, y también, seguramente, porque, su socio Hay se lanzó a la revolución dirigida contra el presidente Huerta por don Venustiano Carranza, Fernández Cué se encontró en situación de perseguido, al punto de que le fué necesario esconderse contra el acoso y luego huir a España, lo que llevó a cabo en marzo de 1914. Pero retornó a los pocos meses, llamado por su socio, que había alcanzado la categoría de oficial mayor de Guerra con el triunfo de Carranza, y con él pasó como secretario en una misión de agente confidencial que el Gobierno le había conferido en América del Sur.

Este cometido de Hay y Fernández Cué duró cerca de año y medio, desde diciembre de 1914 a abril de 1916, y lo desenvolvieron en un recorrido con permanencias más o menos dilatadas en La Habana, Nueva Orleans, Nueva york, Colón, Panamá, Lima, Santiago de Chile, Estrecho de Magallanes, Buenos Aires, Río de Janeiro, Lisboa, Madrid y Santander, con retorno a Veracruz, de donde habían partido.

De regreso en Méjico, Fernández Cué volvió a desempeñar cargos oficiales bajo el Gobierno de Carranza. Primeramente, el de ingeniero inspector de la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación, y después el de gerente de la Empresa Abastecedora de Aguas de Torreón. Volvió por entonces también al servicio de don Iñigó Noriega como asesor para gestionar la devolución de los bienes de que había sido despojado totalmente por la revolución.

Por esta época se pone al frente como director-gerente de El Heraldo de México, en el que, de acuerdo con Carranza, defendió la política civilista de éste contra el militarismo representado por el general Obregón, el cual trató de atraerse a Fernández Cué a sus filas y tuvo con él una entrevista privada, pero sin lograr el objeto perseguido, ya que una de las características de Fernández Cué ha sido siempre la lealtad. Ese cargo de director de El Heraldo de México fué el último desempeñado por él durante su permanencia de cerca de veinte años en la República mejicana, testigo cuando no actor en el avispero revolucionario agitado desde 1910. El 20 de noviembre de 1920 le sorprende la Policía secreta, le secuestra, le conduce al día siguiente a la frontera, donde permanece en espera de la orden de expulsión del país, que se lleva con él a cabo el día 3 de febrero de 1921. Se le acusaba de haber excitado a varios generales a la rebelión para restaurar en el poder al partido del ya muerto don Venustiano Carranza.

Durante esa larga permanencia en Méjico de Fernández Cué no estuvo nunca ociosa su pluma. La tuvo siempre al servicio del prestigio de España y de la prosperidad de la colonia española establecida en ese país, en lucha abierta contra el caciquismo que florecía en ella. También los intereses legítimos del país, que llegó a Conocer perfectamente merced a sus frecuentes viajes, tuvieron en él un defensor propicio. Con esta labor periodística alternó la puramente literaria de poeta, cronista y cuentista. Son numerosos los Periódicos, casi todos editados en la Capital, a los que prestó su diversa colaboración, entre los que figuran como más importantes El Correo Español, El Demócrata, Excélsior, Revista de Revistas, La Vanguardia, El Universal Gráfico, El Nacional, A B C, las revistas Iberia y Novedades y el diario La Opinión, de Veracruz. Antes de ser director de El Heraldo de México también colaboró asiduamente en este diario.

Por los años 1908-9 se hizo cargo de la dirección de El Rivero, editado en Méjico para la defensa de los intereses de los llaniscos establecidos en el país y de Llanes mismo.

Además de su nombre y apellidos ha solido emplear algunos seudónimos, tales como Juan Zumbón y J. del Garuñu, éste como alusión a la Punta del Garuñu, de Llanes, y más adelante los de Don Q y Peneque.

También desarrolló actividades oratorias como conferenciante, tanto con la pluma como con la palabra supo acreditarse de combativo y de ironista, cuando no mordaz.

Sus campañas y polémicas le proporcionaron enemigos en uno de los bandos contendientes sobre el campo de la revolución mejicana, y sobre todo entre los combatidos magnates de la colonia española. A su expulsión de Méjico seguramente cooperaron ambas aversiones. Inflamó la una su oración fúnebre a la muerte de Carranza, trabajo muy reproducido por la prensa, y llenó de ira la otra haber hecho fracasar un anunciado banquete al general Obregón que los negociantes españoles, y con fines interesados, se habían propuesto ofrecerle como un acto de adhesión de la colonia española. Acaso fué una suerte para Fernández Cué que se le expulsara, pues, como años después le dijo el ex presidente Huerta, que había firmado la orden, sirvió ésta para evitar que se le fusilara.

Ya en territorio de Norteamérica, se dispuso a recomenzar su vida. En San Antonio, del Estado de Texas, estableció una Escuela de Español, que sólo consiguió tener abierta por espacio de unos meses. Al año siguiente (1922), los apremios económicos le obligaron a aceptar en El Paso (Texas) el empleo que, a falta de otra cosa que ofrecerle, le brindaron unos paisanos y amigos, entre los que figuraba el escritor C. Martínez Riestra, en un establecimiento de papelería y librería que tenían abierto allí.

En 1924, dejándose llevar por las promesas engañosas de un amigo y paisano, aceptó el cargo de ingeniero-gerente de una empresa de riegos en el Estado mejicano de Sinaloa, y pasó a territorio de Méjico, con riesgo de su vida por continuar pesando sobre él la expulsión decretada por el presidente Obregón. Regresó pronto a los Estados Unidos, en julio del citado año, y se estableció en Los Angeles (California), nuevamente como profesor de español, en lo que tampoco esta vez consiguió defender su vida.

Entonces fué cuando determinó hacerse cronista especializado en cinematografía, para lo que el medio en que vivía le era sumamente favorable. Así fué como su nombre cruzó varias fronteras, buscado con delectación por las personas amantes del más apasionante espectáculo de nuestros días. Sus Crónicas se desparramaron por numerosos periódicos de América y España, entre los que figuran el diario El Sol y la revista La Pantalla, de Madrid; Excelsior, Jueves de Excélsior y Revista de Revistas, de Méjico; Cine Mundial, de Nueva York; Mercurio, de Santiago de Chile, y Excelsior, de Manila.

El crédito ganado en esta ocupación le proporcionó en 1929 un contrato para adaptar películas de idioma inglés al castellano con una empresa a la que se vió obligado a desobedecer órdenes y dar motivos para rescisión del contrato, debido a la orientación antiespañolista que dicha empresa seguía. Pasó entonces a los Estudios de la R. K. O., como jefe de publicidad extranjera para todos los países, incluso España, empresa que dejó a comienzos de 1930 para dedicarse exclusivamente por su cuenta a adaptaciones de obras a películas en español, y adaptó las obras siguientes, para diferentes empresas: El hombre malo, Los que danzan, En nombre de la amistad, La voluntad del muerto, Oriente y Occidente, Drácula, Don Juan diplomático y Resurrección.

Toda esa labor la venía desarrollando en Hollywood, la más famosa ciudad del mundo como entro cinematográfico, en la que Fernández Cué supo y pudo conquistar merecido renombre en sus diversas actividades de concurso a la industria cinematográfica. Como adaptador de obras literarias al cinematógrafo llegó a ser el más solicitado y mejor remunerado de los escritores españoles dedicados en Hollywood a esa ocupación, al punto de que la empresa La Universal le llevó a sus estudios como jefe del Departamento Español con un contrato de quinientos dólares a la semana, vedándole trabajar para otras empresas. Pero Fernández Cué, convencido de que los inconvenientes y las circunstancias desfavorables de todo género imposibilitaban el verdadero progreso de la producción cinematográfica en español, acabó por renunciar a sus empeños y esperanzas y abandonó las actividades que le ocupaban en Hollywood y su residencia aquí en marzo de 1931.

Posteriormente, Fernández Cué viajó por toda América, hasta que en febrero de 1933 llegó a Madrid, donde tiene fijada su residencia desde entonces. Aunque el abandono de sus actividades cinematográficas tuvo propósito de definitivo, en febrero de 1935 se vió obligado a aceptar de la empresa Hispano-Americana Films, la filial española de La Universal de Hollywood, la supervisión del doblaje (traducción al español) de la película El hombre invisible, cometido del que, por falta de asistencia a su criterio, declinó toda responsabilidad. Su deseo y ocupación casi únicos son los de cultivar las letras sin aplicación al cinematógrafo, lo que viene haciendo en castellano y en inglés, idioma que domina con toda perfección.

El salto de la frontera mejicana al instalarse en los Estados Unidos como expulsado de Méjico supuso para Fernández Cué un radical cambio de vida. Aunque su pluma no estuvo nunca inactiva, estaba muy lejos de pensar que habría de ser su mejor instrumento desde entonces. Al establecerse en Los Angeles, indiferente a la vida de Hollywood, barrio de esa población, el arte de escribir seguía teniendo para él escasa aplicación. Entonces escribió y estrenó una obra teatral a base de la vida del bandido conocido por El Rayo de Sinaloa, a la que puso el título de El amigo de los pobres, y que firmó con el seudónimo de Gabriel Argüelles, seudónimo que utilizó más adelante con dos películas de circunstancias, Parlez vous? y Marie, Marie. y estaba tan lejos de vislumbrar su ¡porvenir como escritor para el arte de la pantalla, que se propuso recoger en un libro un estudio del ambiente español y la herencia española que caracteriza a esa comarca norteamericana, trabajo que ofreció en una serie de artículos a ¡periódicos de habla española, los cuales le contestaron que eso no interesaba y que lo interesante para el mundo entero estaba en la vida de las estrellas cinematográficas de Hollywood. Entonces, Fernández Cué aceptó la indicación, se fué a la capital de la cinematografía, y, en efecto, el interés despertado por sus colaboraciones desde allí en aquellos periódicos y sus trabajos posteriores en los estudios le permitieron ganar mucho más dinero que si hubiese continuado dedicado a la ingeniería. Produjo entonces Fernández Cué una copiosisima labor literaria, que Se extendió a numerosos periódicos: los anteriormente citados y otros muchos, entre los que también pueden recordarse La Prensa, de Nueva york; el periódico «del mismo nombre de San Antonio (Texas); El Heraldo de México y El Eco de México, de Los Ángeles (California); El Diario Ilustrado, de Santiago de Chile, y el semanario La Tribuna, de Nueva york. Además, dirigió en Hollywood (1930-31) The Hollywood Bulletin, periódico dedicado a la publicidad de los artistas de habla española. También fueron numerosos los periódicos de América y España que publicaron trabajos de Fernández Cué, reproducidos sin contarle como colaborador.

Después de repatriado colaboró en los periódicos locales El Oriente de Asturias y El Pueblo, ambos de Llanes; el diario Informaciones y las revistas Blanco y Negro y Nuevo Mundo, de Madrid, y algunos de los anteriormente citados.

Pero sus trabajos más importantes tal vez han sido los escritos en inglés y publicados por el semanario The Kinematograph Weekly, de Londres.

Por lo que tiene de valor anecdótico, merece recuerdo el hecho de que, residente en Madrid, resucitó el antiguo y fracasado periódico La Tijera (1933-34), que tomó la forma de una hoja impresa en multígrafo, dedicada a la defensa de los intereses llaniscos, enviada gratuitamente a los vecinos de Llanes. Estaba íntegramente redactada por Fermández Cué, oculto detrás de algunos de los seudónimos citados más arriba y otros ocasionales.

 

Obras publicadas en volumen: 

I.—Los españoles y el nacionalismo mejicano. (Méjico, 1917; conferencia en el salón de actos del Museo Nacional; opúsculo.)

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—El apache Huerta. (Méjico, marzo de 1914; una hoja suelta.) 

2.—Epílogo al libro de Alfonso Camín De la Asturias simbólica, segunda edición. (Méjico, 1918.) 

3.—Prólogo al libro La mio tierrina, de C. Martinez Riestra. (El Paso, Texas, 1919.)

4.—Oración fúnebre en el entierro de don Venustiano Carranza. (En los diarios de Méjico Excelsior, Universal y El Heraldo de México; mayo de 1920; reproducida por otros periódicos de fuera de la República.)

5.—El verdadero Rodolfo Valentino. (En Cine Mundial, Nueva york, 1930?; diez artículos.)

6.—Hacia otra reconquista: Asturias, nunca a la zaga. (En Humanitas, Méjico, 19 de marzo de 1932; conferencia en la inauguración del Grupo Jovellanos del Centro Asturiano.)

7.— Lo español en California. Cómo llegué a cronista en Hollywood. (En Blanco y Negro, Madrid, marzo de 1933.)

 

Referencias biográficas:

Avecilla (Ceferino R.).—Un estudio. (En La Libertad, Madrid, marzo de 1934.)

Valdés (José C.).—La deportación de Fernández Cué. (En La Opinión, Los Ángeles (California), 23 de diciembre de 1934.)