ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

FERNANDEZ JUNCOS (Manuel).

Entre los abundantes casos de asturianos de formación intelectual autodidáctica en tierras de América, el de Fernández Juncos es de los más ilustres y memorables. No se suele en España, donde tanto abundan los galopines salidos de las Universidades, acoger con favorable disposición de ánimo a los hombres que no se forman en ellas y menos si la factura es americana.

Si no se han recibido estudios oficiales, si no se es por lo menos licenciado en algo, como si sólo en los libros de texto estuviera contenido todo el saber humano, supone un titánico esfuerzo hacerse respetar entre españoles como intelectual. Pero si ese intelectual se; ha improvisado en maestro de sí mismo en algún país americano y consigue atesorar una extraordinaria cultura, amén de otras condiciones que le hagan digno de respeto y admiración, será poco menos que un hecho insólito si los Mega a conquistar entre los intelectuales no emigrados, que tuvieron posibilidades de todo orden para su propia formación. Pero lo cierto es que ha tenido, tiene y tendrá siempre muchísimo más mérito el hombre que todo se lo debe a sí mismo en lucha con circunstancias adversas que quien debe lo que es a encontrarse en la vida con camino llano y amplio por delante. y ése es el caso de numerosos intelectuales españoles florecidos en América, desconocidos o desconsiderados en España, entre los qué figura como una de las personalidades más eminentes Fernández Juncos.

Hemos de añadir que Fernández Juncos no sólo fué un ingenioso y admirable literato, un tratadista documentadísimo en múltiples cuestiones, un escritor, en suma con méritos para que en España se le considerara entre los más nombrados, sino que fué, además un gran español, al que la patria debe innumerables servicios jamás reconocidos. Mientras políticos e intelectuales de formación peninsular cooperaban más o menos conscientemente al desastre de España con la pérdida de sus colonias en 1898, Fernández Juncos desarrolló por espacio de más de un cuarto de siglo en Puerto Rico una labor titánica, que nadie tuvo en cuenta, para convencer a los Gobiernos españoles de un cambio de táctica y conducta respecto a la administración colonial, que evitara lo que los intelectuales y políticos univerpios ni supieron ni pudieron evitar la hecatombe. Y es posible que su clarividencia se considerara como una actitud antipatriótica por los sabios de aquí, ninguno de los cuales ha dado tantas pruebas fehacientes y tangibles de patriotismo como él, cual se ha de ver en el presente estudio.

Nació Manuel Fernández Juncos en la aldea de Tresmonte (Ribadesella) el 11 de diciembre de 1846 en hogar de modestos labradores formado por don Ramón Fernández González y doña María Juncos Pando.

Asistió a la escuela pública de San Salvador de Moro, del mismo concejo, en la que reveló inteligencia y aplicación que le permitieron figurar en las clases correspondientes a muchachos de más edad que él. Esto, que otra sociedad mejor organizada habría aprovechado para abrirle un camino fácil en la vida, sólo le sirvió para que se adelantara el momento de huir de un medio sin horizontes, y con menos de once años de edad, en 1857. tomó pasaje en el barco de vela Eusebia en el puerto de Avilés, con rumbo a Puerto Rico. territorio entonces de la provincia española ultramarina las Antillas, en el que vivió y Murió octogenario. 

Residió primeramente en la ciudad de Ponce, cerca de unos parientes, dedicado al comercio en las horas hábiles y al enriquecimiento de su ilustración en las de descanso, con más vocación para esto que para las tareas comerciales. Así estudió idiomas y algunas asignaturas aplicables a la vida mercantil, más por presión de los familiares que por vocación propia para esas disciplinas. Una epidemia de fiebre amarilla, de la que fué víctima, le separó del trabajo y del estudio durante algún tiempo, que pasó reponiéndose del quebranto en Adjuntas y otros pueblos de la cordillera adonde el azote no había llegado. La vida libre, montaraz, que allí hizo le llevó a la compenetración con el ambiente rural, de cuyas observaciones habría de sacar excelente partido años adelante, al punto de brillar como el primer escritor costumbrista de Puerto Rico. Recuperada por completo la salud, continuó dedicado al comercio en Ponce y más tarde, por espacio de algunos años, en Vega Baja, donde contrajo matrimonio el 18 de junio de 1870 con doña Dolores Náter Marrero.

Por entonces ya se había dado a conocer con aplauso como escritor donoso al reflejar costumbres y tipos del país, producción de la que se conserva la mejor parte en los primeros libros por él publicados.

También estuvo propicia su pluma desde el comienzo de sus actividades de escritor a la defensa de toda causa levantada y justa, posición espiritual que le llevó a cooperar en el movimiento liberal español que culminó en el destronamiento de Isabel II en setiembre de 1868. Esta mutación en la política española tan cargada de esperanzas y el dolor de la guerra separatista iniciada en ese mismo año en Cuba, dieron a la pluma de Fernández Juncos bríos de combativa para luchar desde entonces y sin desmayo por la reforma profunda del régimen colonial español por medio de una fórmula autonomista que regulara el desbarajuste administrativo, que diera a los españoles nacidos en Las Antillas personalidad política y evitara luchas intestinas y el desastre final en un plazo más o menos Próximos. Alternadas producciones puramente literarias con artículos de índole política, sus escritos se insertaron por esta época en diversos periódicos, entre los que figuran La Razón, de Mayagüez, y La España Radical y Don Simplicio, de San Juan, la capital de la isla, Poco después comenzó una campaña en defensa de sus ideales en el Periódico El Agente.

Hacia 1875 fundó en San Juan el semanario El Buscapié, una de las Publicaciones de más éxito y fama de Puerto Rico, que vivió floreciente hasta que esa isla dejó de pertenecer al dominio de España en 1899, casi un cuarto de siglo. De este Periódico dice el escritor Portorriqueño J. Mercado: “No se recuerda en toda la América un Periódico tan original, tan ameno, tan ingenioso y de una sátira tan donosa y fina como la de este periódico, en el que—según frase gráfica de Corchano—aprendieron a leer dos generaciones de Puertorriqueños, Sus agudezas se repiten todavía en el país, se saben de memoria sus chispeantes epigramas, y un sin número de sus dichos ocurrentes se han hecho proverbiales y se transmiten como Por tradición. Puede decirse que Fernández Juncos, con su Buscapié, creó en el País el hábito de la lectura, que antes era privilegio de los hombres de cierta instrucción.

El éxito de El Buscapié trajo bien Pronto en torno de su director y redactor un núcleo de jóvenes inteligentes y aficionados a la literatura, que encontraron en Fernández Juncos un consejero, un mecenas, un maestro inteligente y bondadoso, un verdadero protector. Sabía él por experiencia o trabajoso que es aprender a escribir sin medios educativos, sin libros siquiera, sin estímulos y sin ambiente propicio para este género de trabajo, y no quiso nunca negarles sus consejos ni su enseñanza a los jóvenes de talento que acudían a su oficina o a su tertulia sedientos de lectura o de enseñanza. Ambas cosas daba en abundancia el maestro, como le llamábamos todos con orgullo.” 

La falange de nuevos escritores que se fué formando en el ambiente intelectual que giraba en torno suyo no tenía en El Buscapié espacio suficiente para dar a conocer al público sus producciones, y Fernández Juncos, animado a la vez por el éxito de ese semanario jocoserio, decidió fundar una publicación ilustrada de gran empeño, que tal fué la prestigiosa Revista Portorriqueña, ensalzada por Menéndez y Pelayo en la Antología de poetas hispanoamericanos como una de las mejores publicaciones literarias americanas: Además de la propia labor de publicista desarrollada en esos dos periódicos que dirigía, colaboraba en otros, particularmente en el ya citado diario El Agente y en El Clamor del País, en seguimiento de sus doctrinas de política antillana, con pluma liberal y enérgica, llevado del deseo de que España no perdiera el resto que le quedaba de su imperio colonial americano. Defensor de España a la vez que de los intereses morales y legítimos de Puerto Rico, donde el maduro espíritu democrático estaba sojuzgado por una absurda administración española. Así fué como pudo conquistarse una estimación general, rayana en el cariño, de nativos y españoles residentes en la isla, y no se limitó en sus campañas a la actitud cómoda y descansada del escritor. 

Al intelectual se juntaba en él el hombre de acción dotado de férrea voluntad. Limitado a vivir estrechamente con las escasas rentas de su esposa y con lo poco que había ganado en el comercio, como dice Mercado, fué un propulsor filántropo en la realización de sus ideas, “y cuanto ganaba con la pluma lo empleaba en su campaña de progreso y de cultura”. Puso todo su esfuerzo en la fundación de la Biblioteca Municipal de San Juan y fué donante de libros a ésta y otras bibliotecas públicas y escuelas de instrucción popular de la isla. Todo movimiento de carácter cultural o benéfico le tenía de iniciador o alentador. “La actividad mentaI —dice Mercado— y la bondad de corazón de este asturiano admirable no tienen límites. En medio de todo este cúmulo de trabajos, no se sabe de dónde sacaba tiempo para realizar obras trascendentales y humanitarias. Fué de los primeros en pedir, organizar y fomentar el Instituto civil de segunda enseñanza, que tanto bien ha producido a la juventud puertorriqueña, auxiliado por Pando y Valle—un influyente y laborioso paisano suyo, residente en Madrid—, y por el general Marqués de Estella; fundó en Puerto Rico la Cruz Roja (1895), que tantos beneficios hizo a las tropas españolas que pasaban para la guerra de Cuba sin buen material sanitario y hasta sin abrigo, y que llenó de hospitales y de ambulancias la ciudad de San Juan durante las horas luctuosas del bombardeo; fomentó el amor al estudio de Cervantes por medio de un certamen famoso; salvó varias veces al Ateneo Puertorriqueño en épocas de grandes crisis fundó y propagó entre las más altas intelectualidades del país y Alianza Latina, de acuerdo con Victor Hugo y Mistral, que estuvieron a la cabeza de este generoso movimiento; fundó la Institución de Enseñanza Popular, a que acudían en San Juan más de quinientos obreros todas las noches a oír explicaciones utilísimas de Moral, de Higiene, de Derecho, de Historia y Geografía, de artes manuales…”

No movía a Fernández Junco nunca en sus actividades afán a medro ni de lucimiento personal, cosa reñida con el desinterés y la afabilidad de su carácter; pero sus valimientos y méritos le colocaban siempre en lugar preeminente, y así las actuaciones políticas le llevaron a presidir el Partido Autonomista Histórico, primero, y la Liga de Republicanos Españoles, después. En el campo de la política, como en el de las letras, si se puede decir que España y más la España oficial le desconoció, tuvo siempre el aprecio de ilustres individualidades, como las de Juan Valera y Jacinto Octavio Picón, Pi y Margall, Castelar y Labra, si bien acaso se le distinguió más en otros países que en el Propio. Entre otros cargos honoríficos debe contarse el de presidente de la Sociedad de Escritores y Artistas de Puerto Rico, prueba de la estimación que le tenían los Naturales del país y prueba patente de que servía para polarizar en un sentimiento de concordia y armonía a españoles y puertorriqueños. En cambio, siempre se mostró renuente a desempeñar cargos de carácter oficial; solamente cuando comenzaba a brillar su personalidad (1878) aceptó la representación de diputado provincial por el distrito de San Juan.

Fué preciso, para que volviera a ocupar un puesto oficial, que se viera en la necesidad de servir A Su patria en un momento dificultoso. Ese momento se presentó cuando España, a la vista del desastre que se avecinaba, concedió Por fin el régimen de gobierno autónomo a Puerto Rico en 1898. Entonces Fernández Juncos fué designado uno de los miembros de ese Gobierno, pero no para la Secretaría de Instrucción Pública, la más adecuada a su preparación intelectual, sino la de Hacienda. “Indicaciones del Gobierno metropolitano—dice Mercado—le llevaron al Ministerio de Hacienda de este País en circunstancias excepcionales. 

Sobrevino la guerra con los Estados Unidos poco después de constituído el Gobierno autónomo; cerróse la principal y casi única fuente del Tesoro, que eran las Aduanas, con motivo del bloqueo y se encontró Fernández Juncos con un Tesoro casi exhausto, con un gran presupuesto de gastos ordinarios imprescindibles, y además con seis batallones de tropa de línea a doble paga por motivo de la guerra, tres barcos de la Armada en ¡iguales condiciones, y con los gastos extraordinarios de los trabajos de defensa de la plaza y de la isla, amén de los crecidos gastos de movilización de fuerzas.

Como si esto no fuera bastante, la usura de algunas altas casas de banca, sobre todo las alemanas, hizo subir en quince días el giro por cable sobre el exterior, único medio disponible entonces de Cubrir los vencimientos comerciales, a más del 170 por 100 de cambio. El conflicto era enorme y no parecía tener solución. Los más expertos en ciencia económica y en combinaciones financieras compadecían al asturiano insigne, lanzado por la fuerza de las circunstancias en aquel callejón sin salida. Parecían inminentes la ruina del comercio y del país a poco que durara la guerra, y el hambre y la desesperación de las fuerzas militares de la defensa, cuando una mañana fueron invitados a la Secretaría de Hacienda los dueños de casas de banca y los comerciantes importadores más opulentos de la ciudad, y Fernández Juncos les ofreció en nombre del Gobierno, con absoluta garantía de seguridad, giros a la vista cobrables en cualquiera de los grandes Bancos de Europa, a Un tipo de cambio no mayor del 22 por 100, que era el establecido antes de la guerra por diferencia de moneda entre la especial del país y la nacional. Hubo al principio dudas; la cosa parecía increíble dado el pánico que las circunstancias iban fomentando en el país; pero el pago inmediato de giros que como a manera de ensayo le tomaron, restableció en dos días la confianza más completa, y bien pronto en la Tesorería de Puerto Rico empezaron a formar cola los peticionarios de giros por cable. Resultado, que en Mayo mismo, bajo el terrible fuego de las granadas de la escuadra yanqui, había más de un millón de pesos de sobrante en el Tesoro de Puerto Rico, estaban pagadas todas las atenciones y continuaba el comercio tomando giros oficiales con la mayor confianza. Solamente demostraban su disgusto las casas de banca que pensaban hacer su agosto a favor de la crisis determinada por el bloqueo. ¿Cómo se había realizado este doble milagro? Todavía vive por fortuna el señor Moret, se escribía este trabajo en 1910, que podrá explicarlo mejor que yo, porque él felicitó en expresivo mensaje al señor Fernández Juncos en nombre del Gobierno de Madrid. El que hasta entonces había sido considerado como un costumbrista admirable, como un literato meritísimo, como un humorista de sutil ingenio, como un escritor político de primer orden, como un filántropo y como un gran corazón, fué proclamado además un hacendista ilustre.”

Al pasar Puerto Rico de la soberanía española a la norteamericana, Fernández Juncos se inscribió en el consulado español para conservar su nacionalidad, dejó de publicar el Buscapié, con daño de su economía, y se alejó de toda efervescencia Política; pero habría sido una mutación imposible, dado su temperamento de hombre activo, colocarse en situación pasiva, y continuó con la pluma y la palabra y también con altruistas iniciativas al servicio de los intereses morales de Puerto Rico y de España. Había que defender sobre todo el idioma, amenazado de plantación por el inglés hasta en las escuelas, por falta de textos ajustados a la moderna metodología y a las leyes norteamericanas, y Fernández Juncos ensayó entonces un nuevo género literario, el de textos escolares, en lo que alcanzó el mismo éxito que los anteriormente ensayados. En parangón con este servicio prestado 4 la instrucción popular está el de carácter económico que llevó a cabo con éxito cerca del Congreso de Washington como representante de la Cámara de Comercio de Puerto Rico sobre reforma de los Aranceles de Aduanas. y cuenta como la más eminente de sus últimas iniciativas, la fundación y dirección en Santurce del Refugio de Niños Desamparados, “modelo sorprendente—le juzga Mercado de educación, moralización y disciplina infantil, aplicado a redimir niños lanzados ya en el precipicio que conduce a la criminalidad”. En el orden de la cultura superior cuenta en el haber también de la última época de su vida la fundación y presidencia de la Academia Antillana de la Lengua.

En cuanto a las muestras reiteradas de excelente patriota, con sentimiento tanto más hondo cuanto que le acompañaba una absoluta consciencia, descuella la que dió también en las postrimerías de su vida. Dirigía la Biblioteca Insular, refundida bajo su dirección en la Biblioteca Carnegie—centro   al que prestó muy valiosos servicios—, cuando, en virtud de haber sido reformada en 1917 la Carta Constitucional de Puerto Rico, que exigía ser ciudadano norteamericano para desempeñar Cargos públicos, presentó la renuncia de ese destino por no dejar de Ser español, aun cuando tenía en su desempeño la principal fuente de ingresos pecuniarios.

Su prestigio intelectual le dió acceso a numerosas instituciones culturales puertorriqueñas y del extranjero. Entre éstas figuran la Academia Cervantina Española, la American Academy of Political and Social Sciences, el Instituto Geográfico Argentino y el Liceo Hidalgo, de Méjico.

Puerto Rico tuvo para él honores y exaltaciones cual si se tratase de uno de sus hijos más eminentes. Por tal se le tenía, porque una residencia de más de setenta años, solamente interrumpida por un viaje de placer a España en 1911, consagrada al bien del país, le daba derecho a ello. La época de máxima exaltación de su figura la inicia en 1907 el Ateneo Portorriqueño organizando con toda solemnidad la coronación de Fernández Juncos, tomándole como símbolo de fraternidad entre Puerto Rico y España, y Para cuyo acto el Casino Español encargó a España una corona de oro maciza, labrada por artistas expertos. Todas las plumas le cantaron alabanzas entonces, y brilló la grandilocuencia en el momento de la coronación del orador Portorriqueño don Juan Hernández López y del español don Antonio Álvarez Nava. 

Algunos años después, junio de 1916, recibía otro gran homenaje, que consistió en que la Universidad portorriqueña le nombraba, honoris causa, doctor en Letras, y ya en las postrimerías de su vida, el Municipio de San Juan le dió el nombramiento de hijo adoptivo. En plena glorificación de Su figura, varias escuelas públicas se honraron poniendo su nombre en el frontispicio, y además bajo su nombre se constituyó una prestigiosa sociedad literaria. También pueden considerarse otros tantos honores que haya representado como cónsul en Puerto Rico a las Repúblicas de Venezuela y El Salvador.

Por todo lo dicho se comprenderá que no hay hipérbole en las siguientes palabras de Mercado, escritas en vida de Fernández Juncos: “Este es el nombre—dice—que en Puerto Rico es querido y respetado por todos en términos que parecerán fabulosos allí donde no se tenga conocimiento exacto de ellos. Durante los últimos cincuenta años raro fué el libro publicado en la isla que no tuviera al frente un prólogo de Fernández Juncos, ni se inicia una obra de progreso o de bien público que no reciba su cooperación decidida y entusiasta. No hay en el país escritor o poeta de las dos últimas generaciones que no le dé el cariñoso dictado de Maestro, ni hombre de la alta sociedad del  pueblo que no se descubra al pasar esta amable y gloriosa personificación del hombre de bien. El fallecimiento de Fernández Juncos, ocurrido el 18 de agosto de 1928, fué un verdadero luto nacional en Puerto Rico. Formaron el  cortejo fúnebre muchos millares de personas y fué despedido el duelo por el presidente del Supremo.

Después de muerto, el Municipio de San Juan, de Puerto Rico, puso su nombre (1930) a una de las principales avenidas, y Ribadesella, que se considera cuna de Fernández Juncos, dió su nombre también a una de sus mejores calles y lo puso además a una Escuela graduada, concedido el honor, a petición del Ayuntamiento, por Real orden de 30 de agosto de 1928, pocos días después de fallecido el homenajeado.

 

Obras Publicadas en volumen:

I.—Cuentos y narraciones. (San Juan de Puerto Rico, …; la segunda edición, de 1926.)

II.—Galería puertorriqueña: Tipos y caracteres. (San Juan de PRRS 1882.)

III.— Galería puertorriqueña: Costumbres y tradiciones. (San Juan de P. R,, 1883.)

IV.—Don Bernardo de Balbuena, obispo de Puerto Rico. Estudio biográfico y crítico. (San Juan de P.R, 1884.)

V.—Varias cosas: Colección de artículos, narraciones, sátiras y juicios literarios. (San Juan de BR 1884.)

VI.— Habana y Nueva york. (San Juan de P. R., 1886;  estudio de viaje.)

VII.—De Puerto Rico a Madrid. (San Juan de P. R.; 1886; estudio de viaje.)

VIII.—Semblanzas puertorriqueñas: Manuel Alonso, Acosta, A. Tapia, J.P. Morales, S. Brau y M. Corchado. (San: Juan de P. Rs; 1888.)

IX.—Los primeros pasos en castellano. (San Juan de P. R,, 1900 y 1501, dos tomos.)

X.—Canciones populares. (San Juan de P. R., 1902; dos series.)

XI.—Libros de Primero a Cuarto de lectura graduada. (Nueva Kork, 1903?; en colaboración con MISS Isabel K. Mcdermott; cuatro t07 mos.)

XlI.—La lengua castellana en Puerto Rico. (San Juan de P. R, 1903?)

XIII. — Compendio de Moral. (San Juan de P. R., 1904.)

XIV.—Hostos, como educador (San Juan de P. R., 1904?)

XV.—The Vision of sir Laufal: (Nueva york, 1905; estudio crítico en colaboración con Miss Mary E. Beckwith.)

XVI — Antología portorriqueña (San Juan de P. R., 1907.)

XVII.—Lecturas escogidas. (San Juan de P. R., 1910.)

XVIII — Aromas del terruño: Nuevo libro de D. Virgilio Dávila. boceto crítico. (San Juan de P. R. 1916; opúsculo.)

XIX. — Clemencia Real. (San Juan de P. R., 1920.)

XX.—Epístola satírica en verso: (San Juan de P. R., 1926.)

XXI—La última hornada. (San Juan de P. R., 1929; cuentos y crónicas.)

 

Trabajos sin formar volumen: 

1.—En el libro Aquella nube…con otros escritores.

2.—En el álbum del centenario de Puerto Rico. 

3.—La vida en Puerto Rico. (En la revista Nuestro Tiempo, Madrid, enero de 1902.)

4.—Prólogo a Cosas de antaño y cosas de hogaño, de M. Gonzá lez García. (Caguas, P. Rico, 1918.) 

 

Referencias biográficas:

Anónimo.—Unas notas biográficas. (En La Ilustración Artística, Barcelona, 4 de abril de 1898.)

ídem.—Una necrología. (En El Popular, Cangas de Onís, 30 de agosto de 1928.)

Mercado (J.).—Los asturianos de hoy: D. Manuel Fernández Juncos. (En Asturias, órgano del Centro Asturiano, Madrid, mayo de 1914; biografía premiada y publicada en Puerto Rico en 1910.)

Pérez Losada (J.) —Asturianos ejemplares. (En Norte, Madrid, agosto de 1930.)