ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

FERNANDEZ RODRIGUEZ (José).

Comerciante y escritor contemporáneo, formado intelectualmente en Cuba, donde ha residido por espacio de más de veinte años. Nació en El Rellán (Grado) el 12 de diciembre de 1891, hijo de don Manuel Fernández Miranda y doña María Rodríguez Ordóñez.

Todos sus estudios disciplinados los hizo primeramente en La Mata, aldea próxima a la de nacimiento, y más tarde en Grado, sin pasar de una instrucción elemental, aunque adquirida Con aprovechamiento.

Como las condiciones de vida familiares no consentían dar cauce a los anhelos que Fernández Rodriguez sentía de lustrarse y marchar por ese camino frente al porvenir, abrazó la ilusión, tan acariciada por los muchachos asturianos de su tiempo, de emigrar a América, ilusión que vino a satisfacer el requerimiento de un primo que tenía establecido en la capital de Méjico.

Cuando llegó a esta ciudad, el pariente había dejado el negocio, y todo lo que éste pudo hacer por el recién llegado fué colocarle en una tienda de abarrotes, como se dice allí a la de comestibles, en cuantía (Estado de Morelos). Vivió aquí obligadamente por espacio de algunos meses, los necesarios para reunir el importe del regreso a Méjico, sometido a la esclavitud de un trabajo sin reposo desde las cinco de la mañana hasta las doce de la noche, esclavitud en la que se amustiaron todas las ilusiones del emigrante. Pasó cuando pudo a la capital, donde trabajó por espacio también de algunos meses en condiciones más humanas.

Dejó Méjico a instancias de una hermana que vivía casada en la Habana, donde entró como aprendiz de dependiente en un comercio al detalle de tejidos y sedería, que al correr de los años él mismo habría de hacer famoso con el nombre de El Encanto. En esa casa, que fué su destino único mientras residió en la isla, pasó pronto de muchacho recadero a desempeñar funciones subalternas en el escritorio, que era campo más adecuado a la vigilancia celosa que ejercía sobre su propio espíritu con la observación inteligente, y el estudio y la lectura, nunca abandonados.

Entre las iniciativas que para el mejor desenvolvimiento del negocio se le fueron aceptando, hubo una que, además de redundar en provecho de aquél, dió a Fernández Rodríguez una fisonomía intelectual muy particular y de rara formación: la de redactor de anuncios.

Era Fernández Rodríguez el literato con ejecutoria desarrollada acertadamente en la revista Asturias y el Diario de la Marina, publicaciones ambas habaneras, cuando pensó en dar prestigio a los anuncios que El Encanto publicaba, aunque parcamente, en los periódicos habaneros, valiéndose de una agencia de publicidad.

Aceptada por la gerencia la proposición, pero condicionada a no aumentar los gastos, empezó por disminuir el tamaño de los anuncios, aumentando el número de ellos y dándoles un tono distinguido y atrayente. Uno de sus primeros éxitos lo alcanzó con un anuncio en que la casa felicitaba a la clientela con motivo de la fiesta de Navidad o de Año Nuevo. El director del Diario de la Marina, en su leidísima sección Actualidades, se hizo eco del acierto, y aunque los jefes de Fernández Rodríguez nada dijeron a éste, él pudo advertir desde entonces que se tomaba más en consideración su labor Publicitaria.

Si bien se advertía el provecho de ésta en beneficio del negocio, no dejaba de tener oposición “lo que se gastaba en anuncios”, por lo que él planteó la fórmula, que le fué aceptada, de que se le concediera con esa finalidad un pequeñísimo tanto por ciento de las ventas, en lugar de cantidades fijadas arbitrariamente. Entonces desenvolvió la publicidad con absoluta independencia de criterio, en forma que encontró en el comercio habanero oposiciones y detracciones, pero que acabó por ser aceptada como eficacísima por otros establecimientos.

Consistió principalmente ese sistema de publicidad en sostener una sección informativa en los periódicos, especialmente el citado Diario de la Marina, en la que se reflejaban cuantos sucesos de alguna importancia ocurrían en la isla de índole más o menos intelectual y artística. A estos elementos de público interés se juntaban otros más eficaces para el propósito perseguido, como la inserción de opiniones de damas distinguidas sobre exposiciones de modelos de trajes u otras prendas de vestir celebradas en los salones de El Encanto, La sección estaba dirigida con tal habilidad e inteligencia, Que llegó a ser popularísima y una de las más leídas de la prensa habanera. “La labor intelectual de José Fernández Rodriguez al frente de las propagandas literarias de El Encanto—nos dice Rafael Suárez Solís—, se demuestra en el Interés con que eran seguidas por todas las clases sociales, desde los intelectuales al público en general.

El que en Cuba editaba un libro, pronunciaba una conferencia; las compañías de teatro, los artistas que abrían exposiciones, los personajes de todo orden, políticos, economistas, hombres de ciencia, Cubanos y extranjeros, acudían con su visita y su solicitud a José Fernández Rodríguez para verse citado al día siguiente en sus secciones de propaganda periodística. y no principalmente por la divulgación que ello suponía, sino por la agudeza del juicio, la amenidad literaria, la autoridad intelectual con que la cita llegaba a los lectores. Era una forma de consagración superior en responsabilidad a la que pudiera otorgar otra crítica Cualquiera del efecto de esta original y eficaz publicidad da la medida que haya sido el elemento más poderoso para elevar las ventas mensuales de El Encanto desde la Cifra de treinta y cinco mil pesos, que se había celebrado con una fiesta, es la de más de cuatrocientos mil y otra medida es que el propio Fernández Rodríguez haya llegado a participar en las utilidades como uno de los gerentes de la casa, esperándose de ella al fin con un considerable capital con especial consideración el prestigio espiritual o intelectual que el establecimiento alcanzó en Cuba como consecuencia de esa labor publicitaria. El Encanto llegó a ser un centro importante de la sociedad distinguida: con diversos motivos las juntas de damas celebraban sus reuniones preferentemente en el Salón verde del establecimiento y los intelectuales y artistas formaban en torno de él como un círculo de simpatías de que no gozaban otras importantes entidades esencialmente culturales,

La inquietud sinceramente intelectual y desinteresada de Fernández Rodríguez que promovía todo esto, estaba llamada a dar frutos más nobles que el inmediato y utilitario del negocio que defendía, y así fué como surgió en él la plausible iniciativa de crear la Institución Hispanocubana de Cultura, de la que fué alma en la sombra proyectada por el ilustre cubano Fernando Ortiz. Esa Institución fundada con el propósito de dar a conocer en Cuba a los más altos valores intelectuales de España y exaltar al mismo tiempo a intelectuales cubanos, tuvo en Fernández Rodríguez y en Ortiz la eficacia y el brillo con las asistencias entusiastas de la Prensa y la intelectualidad cubanas que podían descarse, para que el Prestigio de España cobrara altos vuelos en la isla con el paso por ella como conferenciantes de intelectuales tan eminentes como Fernando de los Ríos, Zulueta, Novoa Santos, Marañón, Blas Cabrera, Américo Castro, María de Maeztu y otros.

El recato de penumbra con que Fernández Rodríguez promovió y Propulsó esas elevadas actividades de la Institución Hispanocubana de Cultura, no consiguió ser tan completo que se le dejara de reconocer por todos los que apoyaron al éxito de la obra y los que actuaron con el prestigio de su saber en ella, como el alma de ese movimiento, certificado esto más tarde con la designación de socio de honor, primero y único hasta ahora.

A la labor netamente publicitaria desarrollada en El Encanto, acreditada de “fino ejercicio literario” por el filósofo cubano don Enrique José Varona, y que tomó diversas e ingeniosas maneras, ha de añadirse el aspecto educativo o didáctico que desarrolló Fernández Rodríguez con destino al numeroso personal de la casa en trabajos literarios acerca de la cortesía, de la técnica del mostrador, de la psicología del cliente, métodos de trabajo, de organización general, de sistemas de compra y venta, etcétera. Al mismo tiempo, aunque de modo intermitente, continuaba cultivando la literatura desinteresada en algunas publicaciones habaneras. De estos ejercicios de cronista merece especial mención el que desarrolló durante el año 1924 en viajes efectuados por varias regiones españolas, de los que fueron fruto numerosos trabajos publicados en el Diario de la Marina exaltadores de las bellezas arqueológicas o artísticas y del interés histórico de los lugares visitados en sus andanzas. Años después, al repatriarse (1931) continuó como colaborador del citado diario habanero.

Hombre de acción que necesita la actividad constante como función vital, poco después de repatriado se estableció en Madrid con un importante comercio de sedería, acreditado rápidamente.