ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

FLOREZ ESTRADA (Álvaro).

La excelsa mentalidad y la grandeza de alma de Flórez Estrada, aunque malogrado el fruto por las tempestades de la vida española en la primera mitad del siglo XIX, le dan rango de una de las figuras más beneméritas entre intelectuales asturianos, lo que equivale a situarse entre las más altas eminencias españolas. No desentona su nombre entre los de Campomanes, Jovellanos, Argüelles y algunos otros, con la ventaja sobre ellos de que su ideología es más actual, más del tiempo que vivimos.

“Modelo de lealtad, de patriotismo y de política—pondera Fuertes Acevedo en Biblioteca de escritores asturianos—, tan sabio como virtuoso, tan modesto como honrado; tales fueron las brillantes cualidades que distinguieron siempre durante su larga carrera política, a este sabio y esclarecido asturiano”. y puede añadirse a esto lo que no importa menos: que su talento concibió principios tan fundamentales para la convivencia política y social, que son esperanzas todavía, al cabo de un siglo, lo que le da otra categoría entre las anotadas: la de clarividente. Acaso nadie más que él de su época podría revivir sin tener que rectificar nada esencial en su ideario.

Cuando las intrincadas cuestiones conocidas por Economía política continuaban en España nutridas de empirismo, planteadas arbitrariamente y resueltas en teoría sin amplia mirada sobre el porvenir, él fué quien las encauzó en una ordenación científica y planteó soluciones a las que, a través de un siglo de reacción absolutista más o menos declarada, vamos todavía en marcha.

“Don Alvaro Flórez Estrada —dice Adolfo Álvarez Buylla en Economistas asturianos—ocupará siempre distinguido lugar entre los escritores en materias económicas, por las especiales dotes que en sus varios trabajos revela; en ellos se retrata el hombre reflexivo por naturaleza, razonador y crítico por temperamento, observador profundo, sistemático generalizador, argumentador sin rival, lógico hasta la exageración; poseía facultades excepcionales para dedicarse a los estudios económicos, sociales, antropológicos o morales y políticos, que son tanto más arduos cuanto que no se observa sobre materia inerte, no se experimenta sobre fenómenos que se reproducen con inquebrantable permanencia, no se investigan leyes que obran con una necesidad tan ciega que obligan al que las estudia a contemplarlas Inactivo, teniendo que permanecer, cruzado de brazos, ante los terribles efectos que muchas veces producen: sino que se analizan hechos variables al infinito, que ofrecen siempre mudanzas cuya explicación es dificilísima, regidos por leyes que obran de muy distinta suerte, según las determinadas influencias que en ellas ejercen las circunstancias de lugar y tiempo y según las modificaciones que en su manera de ver verifica la libre y plena actividad humana; influencias y modificaciones que, si bien no afectan a lo esencial de la ley, dan lugar a cambios y mudanzas que cuesta gran trabajo referir a su verdadero origen y motivo. Por eso es doblemente digno de alabanza el economista que, como Flórez Estrada, llega con habilidad poco común a analizar aquellos hechos y a indagar aquellos principios, y si bien peca algunas veces por exceso de espíritu de secta o por falta de criterio sintetizador, siempre veremos en él un celoso continuador de la obra de Smith, Ricardo, Malthus, Say, y será una gloria de la nación española.” Pero ese papel de continuador de la obra de los citados economistas ha de entenderse, dicho con palabras también de Álvarez Buylla, que lo desempeñó “contribuyendo por su lado con teorías originales, con concienzudas reflexiones y con notables desarrollos a su extensión y progreso”. De no haber sucedido así, no darían a Flórez Estrada el trato elogioso que le dan economistas extranjeros famosos, como hace Blanqui en su historia de la economía política en Europa.

Abunda en este sentido Joaquín Costa en su obra colectivismo agrario, cuando al enjuiciar a Wallace y su libro Nacionalización de la tierra: necesidad de ella y sus fines, escribe: “El ilustre economista norteamericano escribió su libro en 1877: cuarenta años antes, en 1837, publicaba el suyo, tan brillante también, Historia de la Economía Política en Europa, Adolfo Blanqui, director de la Escuela de Comercio, de París, y al ocuparse de nuestro coterráneo Flórez Estrada, después de encarecer los méritos de su Curso de Economía, haciendo resaltar los puntos de vista nuevos en que se apartaba de los grandes maestros, Adam Smith, Ricardo, Say, Sismondi, y con que había enriquecido la ciencia, y estimándolo como un complemento necesario de sus predecesores en aquella rama de las disciplinas humanas, concluía con las siguientes palabras: Tales son los títulos principales con que Flórez Estrada se recomienda al agradecimiento de los economistas, y hemos de deplorar que no haya abordado las cuestiones sociales, que ninguno podría ilustrar con tan viva luz como él. No habían corrido dos años de esta excitación, cuando Flórez Estrada dió a la estampa un opúsculo titulado La cuestión social, desarrollando una teoría análoga a la de Henry George sobre la propiedad territorial y sacando de ella la misma consecuencia: la nacionalización del suelo. Conocido el gran impulso que han recibido en España los estudios de Economía política, asombra y duele que ignoremos todavía los españoles este precedente nacional de la renombrada doctrina de George y Wallace; y más aún que tratándose de un economista tan renombrado en Europa, y que en 1851 había sido elegido correspondiente de la Academia francesa de Ciencias Morales y Políticas en sustitución de Federico Bastiat, no registren su nombre, al lado del de Colins, entre los fundadores del colectivismo agrario.” Costa llega a la conclusión de que el libro de George es una “brillante amplificación” del de Flórez Estrada.

Pertenecía éste como economista a la escuela materialista fundada por Adam Smith y conocida también por escuela industrial, ortodoxa y manchesteriana, para la que el hombre viene a ser como un instrumento de trabajo y producción y que se sintetiza en la frase de el trabajo es el origen único de toda riqueza. Flórez Estrada fundamentaba principalmente su teoría social en que “el derecho de propiedad es la cosa que más aprecia y necesita el hombre”; pero reconociendo que “la propiedad individual de la tierra, o sea el suelo, es contraria a la naturaleza y condenada por la ley natural y por sus resultados”. En apoyo de esta tesis, argumenta: “¿Sería justo que una clase social se apropiara las fuentes y los ríos, y que los desheredados tuvieran que pagar al dueño una renta sólo porque les dejara beber? Pues la tierra es un instrumento tan necesario a la vida humana como los ríos y las fuentes, y el monopolio de ella no constituye una usurpación menor.” y razona las consecuencias de esa secular usurpación diciendo que “por haberse apropiado de la tierra determinados individuos, la gran mayoría del género humano se ve en la imposibilidad de trabajar, no obtiene el trabajador la debida recompensa de su trabajo y viven en pugna los intereses de los asociados. Por punto general, la discordia de las sociedades humanas no reconoce otra causa que la miseria de las masas trabajadoras, nacida de las privaciones legales que sufren en el disfrute de las cosas producidas por ellas. Mientras el trabajador no goce del fruto íntegro de sus afanes, el derecho de propiedad no pasará de ser una falacia.”

Bastará la exposición de esta síntesis del ideario de Flórez Estrada para que se reconozca en él a un gran precursor de teorías que apenas si han comenzado a tener realización en el mundo. Como dice Costa en una nota marginal de su citado estudio, “de la misma teoría de Smith que sirve de punto de partida a Flórez Estrada para fundar un sistema colectivista, dedujo el suyo treinta años después el famoso Karl Marx”.

Por lo que atañe a otros aspectos parciales de sus estudios económicos, Adolfo Álvarez Buylla asegura que “donde puede decirse que brilla todo el talento y el reconocido ingenio de Flórez Estrada es en el estudio del debatido, problema de la libertad de cambios o de comercio”, cuestión sujeta hasta su época a no menos empíricas teorías que todas las demás por él analizadas y coordinadas.

Como no se remueven principios fundamentales de la sociedad sin la oposición, la protesta y hasta el espanto de los que van a gusto en el estado de cosas establecido, a Flórez Estrada se le combatió sañudamente en su tiempo y se le seguirá combatiendo ahora, pasado un siglo. Teorías como la de nacionalización de la tierra y la de dar a la sociedad una nueva estructura social, como fundamento inexcusable para una organización civil y política más justa, no se pueden lanzar con autoridad sin que se conmuevan muchas cosas, parecen teorías irrebatibles, pero siempre habrá quien las rebata. Entre los que entonces lo hicieron figura principalmente La Sagra, en unas lecciones de Economía social dadas en el Ateneo de Madrid. Pero si la controversia entra dentro de lo admisible y lo lógico, y resulta un efecto plausible, lo deplorable es que se produzca en torno a ideas posibles y viables el silencio por consecuencia del miedo. Y esto es lo que ocurrió y continúa ocurriendo con las ideas de Flórez Estrada, en pugna abierta hasta nuestros días con los intereses establecidos sobre las cosas y los conceptos imbuidos en los espíritus y no depende de otras causas que Flórez Estrada, que es una auténtica gloria nacional, brille con luz de penumbra y ni apenas se le recuerde ni se haga nada por recordarle. Deprime pensar que no se haya hecho un estudio de esta eximia personalidad en tiempos que tantos valores huecos encuentran biógrafos e intérpretes ni haya en ningún sitio un trozo de mármol o bronce que mantenga perdurable su recuerdo.

Como Joaquín Costa en lo que dejamos transcripto, Manuel Pedregal y Cañedo también ha tenido palabras para lamentar el olvido y el desconocimiento que rodean al sabio economista. “Tuvo fama europea, fama universaI.—dice— fué acatado y respetado por los sabios contemporáneos; más parecía un sabio extranjero, que un escritor nacional, por lo desconocido que era en muchas de sus obras, aun en su misma historia personal, en su biografía, por sus coetáneos, y por los que hoy le recuerdan como hombre de grandes merecimientos; aunque acaso no siempre se le estima en todo lo que vale.” 

Pero el mismo Pedregal había escrito antes en el mismo trabajo algo que cae bajo ese reproche. “Hay pocas figuras en nuestra historia contemporánea—asegura tan simpáticas y desgraciadamente tan desconocidas como la de don Álvaro Flórez Estrada; hasta sus extravíos en la ciencia acusan la preponderancia del amor intenso que él sentía por las colectividades.” No sólo descubre este juicio timidez al calificar de figura simpática a un hombre de fama universal, sino que se apuntan extravios en sus ideas sin advertir que habrá de considerárseles como errores de sabio, si no es que el error está en el ángulo desde donde se contemplan esas  ideas, acaso algunas de ellas rebasadas por la realidad después de vertido el juicio. De todos modos, se trata de especulaciones científicas sobre las que nadie ha dicho la última palabra y que a Flórez Estrada le permitieron concebir pensamientos y teorías que siguen tan vivas y en pie como cuando él los expuso.

Flórez Estrada es hijo de don Martín de esos apellidos, de noble abolengo, uno de los mayorazgos más ricos de Asturias y persona de gran predicamento en la región, y doña Ramona de la Pola Navia y Osorio, también de ilustre linaje.

Nació en la villa de Pola de Somiedo el 27 de febrero de 1766, y no en 1763, como se anota en varios sitios, ni en el 69, cual afirma Cejador, ni en el 76, al decir de Balbín de Unquera, Cabezas y otros, contradicciones que acusan la escasa atención puesta en trabajos que exigen la máxima exactitud. Según testimonio que gentilmente nos ha enviado el cura párroco de Pola de Somiedo, don Manuel Alfonso Rodríguez, fué bautizado el día 6 de Marzo con los nombres de Alvaro María.

Primogénito y, por lo mismo, dueño desde la cuna de fortuna cuantiosa, pudo haberse dedicado a la administración de sus intereses, como era costumbre entonces de los mayorazgos; pero la clara inteligencia y el gran amor al estudio revelados en la infancia y la esperanza del padre de aprovechar esas extraordinarias condiciones del hijo, decidieron que éste siguiera una Carrera literaria. Cursada la instrucción elemental en la villa de nacimiento, se trasladó a la de Grado, en la que estudió Latinidad y Humanidades hasta que, suficientemente preparado en estas disciplinas, pasó a Oviedo, en cuya Universidad siguió los estudios de las Facultades de Filosofía y Jurisprudencia, licenciándose en Leyes cuando apenas había cumplido los diecinueve años.

Profesores y condiscípulos admiraron su paso por la Universidad como el de una inteligencia nada común, por lo que todos coincidía en augurarle un porvenir brillante al hecho extraordinario de qué fuese investido de licenciado Con menos edad de la acostumbrada, sucedió seguidamente el de que ef Valladolid se le recibiera de abogado por la Chancillería cuando no había cumplido los veinte años. También quedó entonces habilitado para ejercer de abogado en los Consejos Reales.

Concluida la carrera y sin vocación para el ejercicio de ella, regresó a la villa natal. Muy poco después, no menos ardoroso y precoz para el amor que para todo lo demás, contrajo matrimonio con doña Juana Queipo de Llano de la familia de los condes de Toreno. Dice respecto a su matrimonio Manuel Pedregal y Cañedo que “el día mismo que se casó con doña Juana Queipo de Llano emprendió su viaje a Madrid, dejando en Somiedo a su esposa”. La autoridad de quien tal afirma nos mueve a aceptar hecho tan insólito, aunque nada se aduzca documentalmente en su apoyo. De todas maneras, lo cierto es que fué breve la estancia en Pola de Somiedo, porque los deseos del padre y los suyos propios se aunaban en el propósito de trasladarse a Madrid, donde no le habría de ser difícil conquistar un puesto relevante.

Brillaban entonces en la corte en todo su apogeo dos asturianos insignes, Campomanes y Jovellanos, muy amigos del padre de Flórez Estrada, y a los cuales llegó a Madrid recomendado. Advertidos de las sobresalientes facultades que adornaban al joven abogado, se prestaron a relacionarle en los círculos científicos y literarios y consiguieron del Gobierno que se le diera entrada en la Magistratura.

Ya precedido de la estimación de las personas doctas de la capital, se le confirió con general aplauso el entonces importante cargo de oidor de la Audiencia de Barcelona, y poco después el de alcalde de Casa y Corte. Pero en el desempeño de esos destinos se acabó de desperezar su espíritu en una actitud de protesta contra la corrupción en que se anegaba todo en aquel reinado funesto de Carlos IV, y esto unido a su natural despego por los cargos públicos y la falta de vocación para el ejercicio de la carrera, le determinaron a renunciar a la toga, con sorpresa y casi asombro de cuantos apetecían posición tan brillante como la por él conseguida fácilmente.

Se desarrollaba entonces el ciclo de la Revolución francesa, que tantos ideales nuevos y tantas ansiedades de progreso social despertó en Europa, y Flórez Estrada, nutrido de doctrina de los enciclopedistas, quiso tener la máxima libertad de movimientos para la protesta y la rebeldía contra las corrompidas o arcaicas instituciones políticas de su país. A fin de no   combatirlas sin la máxima autoridad que debe ser gala de todo reformador, venía consagrándose ahincadamente a ampliar sus estudios con el conocimiento profundo de cuantas materias concurren a la gobernación de los pueblos.

El luto por el fallecimiento de su esposa en Asturias vino, con el obligado recogimiento, a favorecer sus propósitos. Durante algún tiempo vivió recluido en su hogar más de lo que las actividades de orden político aconsejan, y se consagró al estudio profundo de Historia, Economía y Literatura, simultaneadas estas disciplinas como el perfeccionamiento de las lenguas francesa e inglesa y el aprendizaje del griego.

A esta época corresponde la más antigua actividad que conocemos del escritor, cuál es la traducción de la obra francesa de Goguet, origen de las leyes, artes y letras (Madrid, 1793).

Tales estudios acabaron de perfilar su formación intelectual dotándole de una gran autoridad en asuntos de economía política, de los que fué el primero en España a darles ordenación y soluciones científicas, especialmente por lo que se refiere al fomento de la agricultura, la industria y el comercio y a las tributaciones al Estado. Así fué que cuando volvió a reintegrarse plenamente al trato social, se encontró asistido entre gente joven y estudiosa de simpatías y adhesiones que le dieron rápidamente una personalidad directora de reformador. Las invencibles dificultades de que se llevaran a la deprimente realidad nacional innovaciones que eran una grave amenaza para el triunvirato de Carlos IV, Maria Luisa y el favorito Godoy, que detentaba los destinos del país, determinó a estos jóvenes a agruparse para perseverar en la consecución de sus ideales, cosa que llevaron a cabo con el éxito de ver que crecía sin cesar el número de adeptos, empujados por el malestar general y los crecientes anhelos de acabar con aquella era de envilecimiento.

Lo que comenzó siendo una tertulia de amigos llegó a tomar importancia de secta, y en este suceso, perdido en uno de los infinitos repliegues de la historia, tienen la de los partidos políticos y la de las sociedades secretas un estimable antecedente.

Este movimiento, de directrices tomadas donde las tomaron los gestores de la Revolución francesa, y en el que Flórez Estrada era, si no la primera, una de las figuras más descollantes, llegó a conocimiento de Godoy, y se apresuró éste a dispersar a los peligrosos indisciplinados, confinando a los más temibles a sus respectivas provincias de origen.

Flórez Estrada regresó a Pola de Somiedo y aquí residió bajo el peso de tal condena breve espacio de tiempo. Le fué conferido en esa villa el cargo de juez primero noble, que no ejerció por oposición del Padre, ilusionado con la esperanza de más altos destinos para el hijo.

Al parecer, don Martín no encontró graves obstáculos para que Godoy levantara la orden de destierro, y Flórez Estrada regresó a Madrid so pretexto de serle necesario proseguir los estudios. 

De nuevo en Madrid, tomó muy pronto en segundas nupcias con doña María Amalia Cornejo, hija del consejero de Castilla de ese apellido y dama de honor de la reina María Luisa. Esta boda auspiciada por los propios reyes dió a Flórez Estrada acceso a Palacio y a la Corte, cuyo ambiente había repudiado y combatido antes, y le proporcionó, por decisión del propio Godoy, el alto empleo (1796) de tesorero general del reino, con emolumentos que dicen se elevaban a cien mil pesetas anuales.

Sus amigos comenzaron a dudar y a temer de la entereza de carácter y la rectitud de conducta de que había dado ostensibles pruebas hasta entonces Flórez Estrada, pero se equivocaron. La introducción en aquella Corte, que él aborrecía, le sirvió para afirmarse en sus convicciones. Si visto ese ambiente de corrupción en perspectiva le había parecido odioso, de cerca le parecía abominable, y a los salones de Palacio y al trato de personajes encumbrados continuó prefiriendo los lugares donde fermentaba en secreto la rebeldía y a sus amigos conspiradores. si las circunstancias de la vida le empujaban por un camino que no era el suyo genuino, sus ideas, que eran y fueron siempre la razón primordial de su existencia, le impedirían caer en debilidades y convivencias profundamente repudiadas. A brillar por las regias mercedes prefería la lucha oscura por una patria mejor. Palacio le empujaba fatalmente a los círculos donde bullía el ansia de innovación y progresos políticos.

Advertido Godoy de esta conducta aparentemente contradictoria de su favorecido y no queriendo renunciar a los servicios que prestaba y podía continuar prestando hombre de tan esclarecida inteligencia, optó por amonestarle amigablemente para que renunciara a sus actividades de rebelde oposición al régimen político establecido. Pero Godoy se encontró con lo que no contaba, con la firmeza inconmovible de la posición ideológica de Flórez Estrada, que dió entonces una de las pruebas más patentes de su integridad moral renunciando al cargo de tesorero general del reino. No estaba dispuesto a vender lo que quisieran comprarle, y de nada valieron en tal sentido ni las insistencias de Godoy ni género alguno de consideraciones.

Esta posición ya de franca y ostensible rebeldía le creó un ambiente molesto hasta entre sus familiares y los de su esposa. Ellos sólo veían en tan gallarda actitud una ofuscación de graves consecuencias para el brillo y la prosperidad de ellos. La situación se presentó para él de una tirantez irreductible y tomó la determinación de retirarse a Asturias con su propia familia—mujer y dos hijos—anheloso de sosiego.

Era su propósito dedicarse a la vida privada y se estableció en la villa natal de Pola de Somiedo. Pero el predicamento de su ya relevante personalidad le vino a perturbar en parte la decisión. La Junta General del Principado le elevó muy pronto al más alto puesto de procurador general en 1798, que desempeñó con gran acierto. Posteriormente, la Junta General reunida en 1802, a la que concurrió como representante de cinco concejos, uno de ellos el de Grado, le confirió un puesto en la Diputación. Por otra parte, su temperamento de hombre activo y luchador le impedía resignarse a ser un mero administrador de sus intereses, y ya que el economista teórico en contraba invencibles dificultades, decidió convertirse en economista práctico, para lo que concibió y maduró el plan de establecer en la villa de Grado una fábrica de ferretería. 

Asistido de los conocimientos técnicos del ingeniero naval don Diego Cayón, estaba dedicado a los preliminares de esta empresa cuando vinieron a trastornársela los acontecimientos de la invasión napoleónica en mayo de 1808. Fué esta fecha en la vida de Flórez Estrada, hombre en la madurez de los cuarenta y dos años, con el punto de arranque de su inmortalidad. Apenas enterado de la irrupción sobre España del ejército francés y herido en su aguzada sensibilidad patriótica, dejó asuntos y familia y corrió a Oviedo, dispuesto a prestar su concurso en cualquier medida y puesto al movimiento de defensa nacional. En Oviedo le esperaba el destino más alto en aquella patriótica gesta cuando la Junta General del Principado se reunió en sesión el día 9 de mayo para nombrar sucesor como procurador general, en aquellos momentos dificilísimos, a don Gregorio Jove Valdés, todas las opiniones y todos los entusiasmos convergieron en considerar como candidato único a Flórez Estrada, designación que fué un rotundo acierto, porque ninguno de los reunidos, con haber entre ellos conspicuas personalidades, reunía tantas y tan sobresalientes condiciones para ese grave cometido. Su talento, su probidad y su patriotismo, ya de antes acreditados, adquirieron nuevos brillos en la interpretación de ese papel principalísimo de aquel gran drama nacional.

“Al estallar en 1808 la guerra contra el invasor—dice Alvaro de Albornoz—, Flórez Estrada, que no siente el patriotismo tradicional (el grito de independencia celtíbero), quiere darle un sentido Civil. Lo que ante todo le preocupa es la futura organización del Estado Español. Sin constitución—dice —no hay libertad. y sin libertad no hay patria. Procurador general de Asturias cuando el alzamiento de esta provincia, hizo que la Junta del Principado reclamase la libertad de imprenta, la libertad del Poder judicial y otras garantías Ciudadanas.” y Albornoz reafirma su tesis con esta frase: “La lucha contra el invasor no tiene sentido si no es al mismo tiempo una revolución política.”

Flórez Estrada, como tal procurador general del Principado, fué quien redactó la proclama (número I) de guerra que es lo más antiguo que conocemos suyo como escritor original. Se dice que, con el fin de enardecer el patriotismo de los que se mostraban remisos a incorporarse al movimiento, si falsificó dos cartas de Fernando VII, de acuerdo con otros miembros de la Junta, en las que el rey se mostraba quejoso de su suerte de secuestrado por Napoleón y pedía a todos los españoles el concurso de sus entusiasmos para rechazar al invasor y salvar a España de ese oprobio. El ardid, de ser cierto, podrá parecer poco noble en sí mismo, pero le salva la nobleza de la intención. También se debió a su pluma la famosa carta en demanda de auxilio dirigida al rey de Inglaterra, de la que fué portadora la Embajada enviada por la Junta a Londres y constituida por el conde de Toreno y Andrés Angel de la Vega Infanzón, a los que servía como secretario Fernando Álvarez de Miranda. Tanto aquella proclama como esta carta son dos documentos de alto valor histórico.

Toda su gestión de gobernante como procurador general está presidida por la clarividencia con que atendió a los graves problemas que las difíciles circunstancias sometieron a su solución: preparativos para la defensa contra el invasor, organización del ejército, reorganización de servicios y tributos públicos, extensión del movimiento a las provincias limítrofes, solicitud de auxilios a Inglaterra, relaciones con la Junta Central que vino luego a asumir la soberanía de la nación y cuantos asuntos derivan de estas grandes cuestiones.

Al llegar a Oviedo en 1809 el general marqués de la Romana, como mandatario de la Junta Central para la unificación de prestaciones y servicios con el mayor rendimiento para la defensa de la nación, ese movimiento patriótico presidido por Flórez Estrada fué gravemente perturbado por las extralimitaciones del general, quien procediendo con indiferencia o menosprecio para la gran labor realizada por la Junta General del Principado, puesta toda su atención en las pequeñas discordias que nunca faltan, procedió a la disolución de esa Junta, sustituida por otra a su capricho. La actitud de Flórez Estrada, ante el desmán cometido por el intruso y autoritario militarote, acaso fué la que mejor se produjo entre todos los aherrojados. Estuvo a la altura que correspondía a su cargo y su dignidad, protestando del atropello con toda energía, sin parar mientes en el riesgo personal que pudiera amenazarle. Pero si de su parte estaba la justicia, de parte del otro estaba la fuerza, contra la que nada podía la protesta. Entonces se trazó el secreto propósito de acudir a la Junta Suprema, a entablar queja y recurso ante ella contra el desafuero del marqués de la Romana, pero éste le negó con proceder injusto y maneras descorteses el pasaporte para salir de Asturias, y Flórez Estrada tuvo que recurrir a disfrazarse de pastor y huir a través de la región y de parte de Castilla, burlando por igual las vigilancias de las tropas de La Romana y de las francesas, hasta refugiarse en Portugal.

Poco después llegaba a Sevilla, donde la Junta Central, con el apoyo de los representantes por Asturias, Jovellanos y marqués de Camposagrado, se dispuso a atender sus justas quejas contra el general La Romana. Pero el inesperado fallecimiento de éste precipitó la solución del litigio, con lo que el desenvolvimiento de la vida y el gobierno del Principado quedaron en condiciones de volver al cauce de donde habían salido.

Flórez Estrada se dispuso a regresar a Asturias, pero se lo impidió el haber sido invadida la provincia por las tropas del general Ney, y decidió esperar en Sevilla ocasión más favorable.

Sevilla era entonces, no sólo el asilo de la Junta Central, sino de muchos hombres de gran valimiento y representación nacionales, entre los que Flórez Estrada tenía una reconocida personalidad, y con los que pronto comenzó a participar en las ideas y propósitos que entre ellos bullían. Muchos de ellos propugnaban la necesidad de convocar al país a la reunión de unas Cortes que reorganizaran los instrumentos de gobierno y administración destrozados por el invasoReferencias biográficas:r, y a esta idea sumó Flórez Estrada sus mejores arrestos, en contra de los designios de la mayoría de los miembros de la Junta y el parecer “de otros abundantes elementos reaccionarios, que temían las decisiones de una asamblea de esa importancia. Este ambiente de lucha iba muy bien al temperamento de Flórez Estrada, y posiblemente le llevó a renunciar por entonces al propósito de volver a Asturias.

Disuelta la Junta Central y constituída la Regencia, Flórez Estrada se trasladó con ésta a Cádiz y prosiguió cerca de ella batallando en favor de la reunión de cortes en esta ciudad desplegó con mayor asiduidad que hasta entonces actividades de escritor en sustentación de sus ideas reformadoras y liberales. “Liberal a machamartillo—dice Le Brun— parecía que el liberalismo había nacido en él.”

Agitada también entonces la idea de dotar a España de una Constitución política, Flórez Estrada fué uno de los varios escritores que redactaron proyectos de esa ley fundamental (número I). El citado Le Brun, que consagra su libro Retratos  políticos de la revolución de España como una diatriba a los hombres públicos de esa época, respeta por excepción a Flórez Estrada y aludiendo a su proyecto de Constitución, dice: “El señor Estrada escribió también la suya, que anda impresa, y por lo que hace a Principios, está que parece nacida para los españoles.” Es, como dice Albornoz, “uno de los documentos más importantes de la época.” Y aunque haya incurrido en él, enardecido por el sentimiento de ver el suelo patrio invadido por el extranjero, en el exceso de hacer de los pirineos una barrera infranqueable a Francia, considerando a este país secular enemigo de España, su proyecto de Constitución, asienta en principios liberales que aún no tenían circulación ni entre los que pudiéramos considerar como correligionarios de Flórez Estrada, como es el de proclamar soberano al Parlamento, sin ninguna otra soberanía sobre ésta, si bien reconociendo al rey en la más alta jerarquía del Estado, pero no soberano.

Su siembra de liberalismo. era prematura. En la Regencia y círculos próximos sus opiniones causaban desazón y apenas encontraban eco y acogida en los elementos afines. Decepcionado por la incomprensión ambiente y renacida en él la dedicación a los estudios económico-políticos, se trasladó a Inglaterra con la apetencia de un medio más favorable para proseguirlos.

En Londres publicó sus primeros trabajos en volumen, la citada constitución, la Introducción para la historia de la revolución de España y el examen imparcial de las disensiones de la América con España, obra ésta (número III) que afirmó su personalidad de economista y político de honda doctrina y clara visión del porvenir, ante la crítica española y extranjera. En ella se analizan las causas de las guerras de independencia que comenzaban a sostener contra España las colonias americanas y se plantean fórmulas para impedir que el desastre colonial fuera tan absoluto como resultó luego. La obra alcanzó repetidas ediciones en español y en inglés, pero el éxito del autor no impidió que las cosas derivaran por derroteros contrarios y catastróficos.

Atento al desarrollo de los sucesos políticos de España y cuando observó que las cortes reunidas en Cádiz se aprestaban a dotar al país de una Constitución política, se apresuró a ultimar los estudios y asuntos que ya le retenían en Londres, y regresó a España en 1812. Fundó entonces en Cádiz bajo su dirección el periódico El Tribuno del Pueblo Español que, si bien de corta vida, pues sólo duró seis meses, prestó eminentes servicios a la opinión liberal del país, por la altura y profundidad de la doctrina divulgada desde sus columnas. No sólo conquistó entonces el aplauso de los liberales, sino también el frecuente asentimiento de la Regencia y las Cortes.

No tenía Flórez Estrada cargo ni representación oficial en aquel movimiento, por lo que el Gobierno buscaba una ocasión para aprovecharse de su sabiduría, lo que llevó a cabo nombrándole en 1813 intendente militar de todo el territorio de Andalucía, dividido entonces en cuatro reinos. Este destino le dió nuevas ocasiones para fortalecer su ya bien cimentado crédito de gran reformador. Fué una de ellas la formación de una estadística de ese extenso territorio, práctica desconocida entonces en España como base fundamental para ulteriores medidas de gobierno, que se tradujeron en otros tantos aciertos. Como fruto de su estudio en tal destino de intendente publicó entonces un volumen (número IV) nutrido de sabias doctrinas económicas, que fué muy celebrado y que dió a Luis Vidal (prólogo a Vida y escritos del marqués de Santa Cruz de Marcenado, de Fuertes Acevedo) para proclamar a Flórez Estrada como “el precursor del ilustre Roeder en las novísimas ideas sobre organización del Ejército”.

El anulamiento de la obra liberal y la situación de perseguidos en que quedaron sus gestores, muy poco después de poner Fernando VII los pies en España, en mayo de 1814, obligaron a Flórez Estrada al abandono de su cargo y a expatriarse, para huir de las regias persecuciones ya desatadas. Coincidente con esto, al restablecerse en Asturias la Junta General del Principado con sus antiguas prerrogativas, se le nombró nuevamente procurador general, pero no llegó a ocupar el Cargo por encontrarse ya emigrado y bajo el peso de nada menos que de una sentencia de muerte, de no ser abundantes los casos de sentencias tan graves sobre personas que no tuvieron participación directa en las tareas legislativas de las. Cortes de Cádiz, no tendría fácil explicación la recaída sobre Flórez Estrada. A busca de una causa en que pudiera justificarla el monstruoso proceder de Fernando VII, Morayta indica en La masonería en España: “por haber sido elegido en tiempo de las Cortes presidente de la reunión del café Apolo, en Cádiz”, aun cuando, según el propio Morayta, Flórez Estrada no llegó a tomar posesión de esa presidencia.

Cristóbal de Castro abunda en esa conjetura. Según él, Flórez Estrada “se relaciona con las logias y ejerce en los capítulos y tenidas la incontrastable influencia de lo genial. Viajero infatigable, como su espíritu, su cuerpo corre España en exploración. Una logia de Cádiz nómbralo presidente y se lo oficia; la delación intenta encadenarle; el autor de la Economía política (obra que, dicho sea de paso, no había escrito todavía) es condenado a muerte por este hecho, y Flórez Estrada escapa a Londres”.

Sus relaciones con la Masonería ya entonces parecen un hecho cierto; pero que en eso se haya fundamentado la sentencia de muerte es cosa que no debería asegurarse sin la prueba incontrastable de tal aseveración. Si ni como legisladoir ni gobernante parece que haya dado motivos para tal castigo, bastaba su firme y acreditado liberalismo para que Fernando VII no tuviera inconveniente en dictar ese fallo, y seguramente que ésa fué la causa verdadera para que se le sentenciase a muerte.

Refugiado en Londres, donde residieron entonces emigrados numerosos españoles, algunos, de los más prestigiosos de la época, fué entre ellos seguramente el que más se distinguió con la pluma y la gestión personal en la defensa de las atropelladas libertades políticas españolas. Animado de este fervor viajó por el continente en busca de apoyos y concursos que llevaran al ánimo de Fernando VII la necesidad de restablecer las normas y garantías políticas legisladas por las Cortes de Cádiz. Tomó parte en conspiraciones y preparativos para conseguir por la fuerza lo que no parecía posible por la persuasión.

Comisionado por los emigrados en Londres, estuvo en Roma para ofrecer el apoyo de éstos a Carlos IV.—¡tan próximo a bajar al Sepulcro!—, si aceptaba una restauración en el trono con régimen Constitucional.

Entretanto, en España fracasaban varios intentos insurreccionales, y, aunque la causa de las libertades públicas se extendía cada vez más por el ámbito nacional, no cundía menos el desaliento ante los fracasos y el predominio por momentos más fuerte de los medios represivos sistematizados por el absolutismo. Entonces fué cuando a fines de 1818 redactó su enérgica y famosa Representación al rey en defensa de las Cortes (número V), que circuló por casi toda Europa, leída con emoción, y que en España produjo efecto de viril llamamiento a la reconquista de los derechos ciudadanos. Morayta califica esta carta de “prólogo del Alzamiento”, muy acertadamente, Porque seguramente sin ella no se habría producido el capitaneado por Rafael del Riego en enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan o no habría encontrado el favorable ambiente que abrió a éste el camino del triunfo para el restablecimiento del régimen constitucional.

Se trata de un escrito henchido de poderosos argumentos, en el que “con el mayor respeto—dice—; pero con toda la firmeza necesaria”, denuncia al rey los males que está causando con su conducta mal aconsejada. Contiene párrafos tan enérgicos como éste: “Para que no se dude aún del descontento, ¿será necesario que yo intercale en este escrito la lista de los muchos que, sin más crimen que el de acercarse a pensar y establecer lo mismo que en las naciones más ilustradas, gimen en calabozos, de cuya descripción se horroriza la humanidad; ocupan los presidios destinados para los criminales más infames o, sin patria, sin fortuna y sin ninguno de los encantos de la vida, en premios y servicios los más relevantes mendigan en países extranjeros una subsistencia escasa, precaria y llena de tribulaciones y amarguras? ¿Se ignora que en los cuatro años de vuestro reinado se ha derramado la sangre de varios héroes que, no pudiendo resistir más tiempo un poder absoluto e ilegal, se habían puesto al frente de varios partidos para restablecer el imperio de la ley, del orden y de la razón que todos habíamos jurado defender, y sin el cual un rey ni puede ser poderoso ni dejar de convertirse en tirano?” El escrito concluye con varias peticiones que fijan, en conclusión, el restablecimiento del régimen constitucional con todas las prerrogativas inherentes al mismo.

Un año transcurrió sin que esta Representación pesara con sus poderosas razones en el ánimo del rey para moverle a un cambio en los procedimientos, y fué preciso que les diera validez con la espada el general Riego en tierras de Sevilla.

Ya jurada por Fernando VII la Constitución de 1812 y dispuestas las cosas para el pleno restablecimiento del régimen constitucional, Flórez Estrada, como otros muchos ilustres políticos, regresó a España.

Pero a él no le animaba ningún medro personal en política, y regresó por París y Barcelona en plan de estudios, deteniéndose algún tiempo en la capital de Cataluña a estudiar cuestiones industriales, que le interesaban como certificación de sus teorías de economista y no menos para sus proyectos fabriles en Asturias, que no había abandonado. Pero se encontró, sin esperarlo, electo diputado por Asturias a las cortes convocadas para ese mismo año 1820, y la política volvió a ser su campo de acción.

Fué en el Congreso, aun cuando carecía de facultades oratorias, una de las personalidades más brillantes que tomaron asiento en él, como correspondía, dicho con palabras de Cristóbal de Castro, a un “hombre extraordinario, precursor de la Economía y el Colectivismo, talento el más preclaro de su época y director espiritual de la revolución”. Fué, además del más sólido prestigio, el cerebro del núcleo de los liberales exaltados que tenían en Romero Alpuente al hombre de acción. En la obra Condiciones y semblanzas de los diputados a Cortes: 1820-21, se dice de él: “Libertad de imprenta, libertad política, libertad civil, libertad de Aduanas, libertad de comercio, libertad de hablar y libertad de todo será su eterno y más dulce cantar.”

“Su paso por las Cortes—afirma Cristóbal de Castro—es silencioso, pero firme. Desde las primeras sesiones es el hombre creador más que el hombre crítico. Agregado a las Comisiones más importantes, se ve su huella luminosa en dictámenes como el de Aranceles, como el de exportación, como el del empréstito…

“Alguna vez—continúa Castro—, como en la discusión de vinculaciones, la atildada silueta se levantaba del banco noblemente. Entonces el Congreso está expectante. ¿Va a decir un discurso Flórez Estrada? En los bancos se aquietan los impulsivos; las tribunas aguardan con impaciencia; el Gobierno se dispone a oír. Flórez Estrada, correcto y firme, saca un papel de la casaca… y la voz que sonaba ronca de ira en el destierro, pronuncia clara y elegantemente estas palabras: No queriendo fiar a lo fortuito de la memoria algunas meditaciones sobre el caso, las he fijado en el papel. y el Diario de Cortes anota en un paréntesis: (Leyó).”

No fué tan silencioso su paso en las Cortes como insinúa Cristóbal de Castro. Intervino en numerosas discusiones de carácter económico y en no pocas de orden político, en este aspecto situado siempre frente a cuantas medidas, que no fueron pocas, se tomaron en debilitamiento del régimen que las propias Cortes deseaban mantener y fortalecer. Contra el proyecto de abolir las llamadas Sociedades patrióticas —que si en ocasiones perturbaron el orden público, eran un gran sustentáculo del régimen constitucional.—, Flórez Estrada leyó estas bellas frases de hondo sentido liberal: “El primer paso hacia la esclavitud es atacar la libertad de la prensa e impedir las reuniones libres de los ciudadanos, sin las cuales, desengañémonos, jamás existió Mi puede existir sólidamente el imperio de la ley… La voluntad general del pueblo debe ser siempre el norte que dirija las resoluciones de sus representantes, y de ningún Modo puede expresarse con más acierto esta voluntad que reuniéndose los ciudadanos para manifestarla al cuerpo representativo por medio de solicitudes que sean el frutos de sus discusiones.” Concluido el mandato de esas Cortes en el verano de 1821, Flórez Estrada se retiró a Pola de Somiedo y Grado con el empeño de realizar sus empresas industriales; Pero su prestigio político le ataba ya fuertemente a la vida pública, y regresó meses después a Madrid.

Aunque no tenía representación Parlamentaria, creyó su deber prestar al régimen constitucional, rodeado de amenazas, su Concurso y Apoyo, y en este sentido desplegó valiosas actividades. Entre ellas merece especial mención haber redactado en 1822 el primer proyecto de código penal español con el también insigne asturiano Francisco Martínez Marina y José María Calatrava. Pocos meses más tarde, el 3 de marzo de 1823 se le designó ministro de Estado. Durante su breve ministerio, que sólo duró hasta el 23 de abril, pasó por el dolor de ver invadido nuevamente el suelo español por los franceses. Esta irrupción de Los cien mil hijos de San Luis al mando del duque de Angulema (mandato de la Santa Alianza en secreto acuerdo con Fernando VII), obligó con su empuje al Gobierno español a refugiarse en Sevilla y más tarde en Cádiz. En el momento de trasladarse a esta última ciudad, Flórez Estrada dejó el Ministerio de Estado y se trasladó a Granada, con ánimo de prestar alientos al general Ballesteros, que mandaba en jefe las fuerzas aprestadas en la vertiente del Mediterráneo contra el invasor. Pero hasta estos recursos supremos llegaban tarde para sostener el régimen ya en ruinas. y al volver a manos del rey todos los instrumentos del Gobierno reaccionario, Flórez Estrada, como tantos otros, se vió impelido a buscar nuevamente el camino de la emigración. Después de no pocas peripecias y calamidades, pudo llegar a Gibraltar, donde embarcó para Inglaterra.

Es curioso y digno de comentario lo que, llegado este momento de la vida de Flórez Estrada, anota la Enciclopedia Espasa. Dice que “durante el turbulento reinado de Fernando VII, hubo de refugiarse por dos veces en Inglaterra, por su intransigencia ante las medidas que tomaba el monarca”. De donde se colige que la intransigencia estaba con los que se desvelaban por conseguir el progreso y el bienestar del pueblo español y no de parte del rey que lo juzgaba despóticamente. ¡Así se escribe la historia!

También ahora, en 1823, como al sobrevenir la otra reacción absolutista de 1814, Flórez Estrada fué sentenciado a muerte. Sentenciado y no condenado, puesto que no se llegó a ejecutar la pena como aseguran Carmen de Burgos en su libro Gloriosa vida y desdichada muerte de don Rafael del Riego y Manuel Ciges Aparicio en España bajo la dinastía de los Borbones. Como la vez anterior, se libró del peso de tal sentencia huyendo a Inglaterra.

Esta nueva expatriación iba a ser más larga, habría de durar lo que duró la vida del rey perjuro, algo más de un decenio. Durante esa década Flórez Estrada estuvo atento siempre a provocar los medios que trajeran un cambio profundo y definitivo en la vida pública española; pero lo más y lo mejor de sus actividades estuvo dedicado a continuar sus profundos estudios económico-políticos.

A ellos se consagró “el sabio economista—dicho con palabras de Aramburu, tomadas de la Monografía de Asturias —y liberal convencido, que sabía iluminar los negros días de la emigración con los brillos de su privilegiado entendimiento”.

Por entonces afianzó su fama ya europea con la publicación de los estudios sobre el descenso del valor de la plata y la crisis del comercio inglés (números VI y VII), pero la obra que le situó definitivamente entre los sabios economistas de la época fué su Curso completo de Economía política (número VIII), traducida a todos los idiomas cultos y muchas veces reeditada. Sólo en lengua originaria y en el término de veinte años (1828 a 1848) alcanzó seis ediciones, todas ellas superadas sobre la anterior con ampliaciones. El nombre de Flórez Estrada dejó Cimentada en esa obra su inmortalidad como uno de los más sabios economistas de todos los tiempos. No obstante haber transcurrido más de un siglo, tiempo que ha dejado hondas mudanzas en la vida de los pueblos, y muy especialmente por lo que se refiere al progreso científico en todos sus aspectos, es obra que se continúa consultando con gran provecho.

Al amparo del cambio político operado en España con el fallecimiento de Fernando VII, Flórez Estrada. pudo repasar con los demás emigrados políticos el camino de la patria en 1834. Al instituirse el Estamento de Procuradores, como sustitución del Congreso de los Diputados, tuvo representación por Asturias en ese organismo legislador y lo continuó teniendo posteriormente en el Congreso hasta 1840. No es cierto que entonces se retirara de la política a vivir en Asturias, como afirman algunos ligeramente.

Volvió en esta época a brillar el parlamentario liberal y reformador como uno de los más clarividentes.

Escasas veces con la palabra, casi siempre con la pluma, dentro y fuera del Parlamento, fué entonces el más distinguido e ilustre propulsor de las reformas que trajeran como consecuencia una organización social más equitativa y justa. Pero el terreno no estaba dispuesto para que en él germinaran postulados de un marxismo sin Marx todavía. Sus opiniones y alegatos—aún hoy subversivos—, de que la tierra no puede constituir propiedad de nadie y que el Producto de ella sólo puede pertenecer a quien la cultiva, contribuían a formar una nueva mentalidad entre algunos elementos ilustrados que propugnaban ideas reformistas; pero eran el espanto del sector más grande de la sociedad.

Con opúsculos como el relativo a la enajenación de los bienes nacionales y el citado al comienzo de este estudio, La cuestión social (números IX y XI) y trabajos de menor empeño publicados en El Español y otros periódicos cooperaba al sostenimiento en las Cortes de sus ideales político-económicos, mantenidos con fortaleza y tesón de apostolado, firme contra las censuras y los ataques. 

Desde 1835 consagró sus mejores esfuerzos a propugnar la necesidad de una profunda reforma Agraria en provecho de los trabajadores de la tierra, reforma que Planteaba él a base de repartir en enfiteusis los ochenta y nueve millones de aranzadas de baldíos y Manos muertas, como principal recurso para asegurar la paz, el bienestar y el progreso a la masa más numerosa del pueblo español. Pero esta clara solución a uno de los más graves problemas nacionales, que comienzan a resolverse al cabo de un siglo, encontró como todos sus proyectos la misma esterilidad de los intereses creados y las mismas irritadas oposiciones. Vencido al fin por una realidad inconmovible, decidió retirarse de la lucha al sosiego de la vida privada, de que tan apetente estaba su espíritu de septuagenario, dolorido y decepcionado. “Cuando se retiró de la vida pública—dice Pedregal y Cañedo—, lo hizo porque le agobiaban, más que los años, los sinsabores que en su ánimo había producido la derrota sufrida al desechar las Cortes el proyecto, tan acariciado por él, de que los baldíos y bienes de manos muertas se distribuyesen, en enfiteusis, entre los cultivadores”.

Viudo otra vez y solo—sus hijos se habían emancipado—, trasladó su residencia, con propósito de hacerla definitiva, a la villa de Noreña, donde su parienta doña Concepción Acevedo le ofreció en el palacio de Miraflores el bien ganado refugio a quien tornaba de tan larga campaña pobre, desengañado y achacoso.

Pero, como siempre, contra esas decisiones de apartarse de la vida pública, su prestigio y predicamento políticos le arrastraban a ella. A consecuencia del triunfo político de los enemigos del regente Espartero, en las revueltas políticas de aquellos días, se instituyó en Oviedo una Junta provisional de Gobierno para regir los destinos de la provincia, en 1843, al frente de la cual se puso a Flórez Estrada. Al quedar restablecido en 1846 el Senado por disposición de la Constitución puesta en vigor entonces, se le designó en diciembre de ese año senador vitalicio, y esto le obligó a regresar a Madrid y a tomar parte en las deliberaciones de esa cámara colegisladora.

Pero ya su fortaleza física, con más de ochenta años, y su salud decaída no le toleraban derroches de energías, y le fué preciso volver a Noreña, dedicándose aquí, sin dejarse vencer totalmente por los achaques, a la ordenación de sus papeles y repaso de sus estudios.

Refiriéndose a esas postrimerías de su vida, dice de él Protasio González Solís: “Habiéndonos cabido la distinción de tratar en vida al señor Flórez Estrada, de cuya buena amistad merecimos el favor de encargarnos de la edición última de su preciosa Economía política, tuvimos a placer aproximarnos al castillo de Miraflores, en Noreña, con el objeto de saludarle, dándole de paso cuenta del estado de la impresión de su obra. ¿y en qué pensarán nuestros lectores que hallamos ocupado a aquel laborioso y venerable anciano en los últimos días de su larga y fructuosa existencia, cuando un mal crónico le tenía paralítico, aunque tan vigoroso de razón como en su lozana juventud? Estaba contestando a varias dudas que, sobre puntos intrincados de la ciencia que tanto él dominaba, proponía a la resolución de su sabiduría y experiencia el presidente del Instituto de Ciencias en la Argelia francesa, cuyo respetable cuerpo le nombraba, a la vez, vicepresidente honorario.”

Dejó de existir Alvaro Flórez Estrada en Noreña el día 16 de diciembre de 1853. También sobre este suceso, como sobre su nacimiento, se incurre en numerosas contradicciones. Fermín Canella y Secades y con él Juan A. Cabezas, anotan el año 1851; Antonio Balbín de Unquera, el 52; el Diccionario enciclopédico hispano-americano, el 6 de diciembre de 1854; las Enciclopedia Espasa y Julio Cejador, el 56.

No obstante haber sido uno de los hombres más eminentes de su tiempo, la muerte de Flórez Estrada fué en España un suceso poco menos que anónimo; se produjo en medio de una glacial indiferencia. Como sus compatriotas no le entendían o no quisieron, por conveniencia, entenderle, se fué de entre ellos sin dejar ningún vacío. Los galardones y honores que pudo ostentar en vida, de fuera le llegaron, como el nombramiento, en 1851, de miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, de París. No existía aún en España la similar de esa Corporación, pero las otras corporaciones no parece que hayan tenido nada que premiar en esa vida y esa labor de todos sentidos ejemplar, aunque una de ellas se haya servido de él para incluirle en el Diccionario de Autoridades de la lengua. Nada hubo, en resumen, que le dulcificara la senectud con el reconocimiento de sus méritos. Con razón dice Fuertes Acevedo que “recogió en premio de tan noble conducta el olvido de los suyos y la veneración y el respeto de los extraños”. La indiferencia, y quién sabe si el menosprecio, ni siquiera puso una simple indicación de su nombre sobre la tumba del cementerio de Noreña. Refiere el citado Cabezas que algún tiempo después del fallecimiento del insigne economista, “el sociólogo Augusto Blanqui, de paso en Gijón, se fué en un caballo hasta Noreña para ver la tumba de Flórez Estrada, sorprendiéndose cuando el enterrador le mostró un poco de tierra sin señal alguna. Tal fué su congoja, que arrodillándose en el suelo besó el Musgo que cubría la tierra señalada por el enterrador, bajo la cual reposaba el maestro”.

Las pocas voces que sonaron en su alabanza se perdieron y si hubo algún noble intento para que el recuerdo de él fuera perdurable de Una manera ostensible, resultó iniciativa malograda.

Pocos años después de su muerte, en 1860, Juan de Llano Ponte propuso desde El Faro Asturiano, de Oviedo, que se rindiera algún tributo a la excelsa memoria de Flórez Estrada, conformándose con que se levantara un sencillo panteón en el cementerio de Noreña.

¿Un hombre taI.—preguntaba.— no merecía al menos que cuando llegue el día, que no puede menos de llegar, porque le llegó a Cervantes y a otros, de buscar sus restos, se supiese dónde estaban?

Para todo hay suscripciones, para todo hay dinero, y para honrar una gloria nacional, para una inestabilidad asturiana, sólo hubo siete pies de tierra en el humilde cementerio de Noreña. España toda, Pero sobre todo Asturias, estaba en el caso de procurar que no se borrase de la memoria la existencia de este grande hombre.”

La iniciativa de Llano Ponte encontró eco y entusiasmo, aparentes al menos, en los centros oficiales, pero, acaso por esto mismo, fracasó rotundamente. Como suele ocurrir con frecuencia, lo mejor es enemigo de lo bueno. Se creó una comisión presidida por el gobernador civil, que dió a la sencilla iniciativa vuelos desmesurados convirtiéndola en el proyecto de construir un panteón destinado a perpetuar la memoria de los hombres asturianos, a quienes se considere dignos de esta honrosa demostración”, se dice en el proyecto, y en esta idea tan amplia naufragó la otra tan sencilla, porque nunca se llevó a cabo ese gran panteón, pero tampoco el pequeñito, y, como Llano Ponte presentía, se perdieron los restos de Flórez Estrada.

Iban transcurridos cerca de ochenta años de su fallecimiento, cuando surgió nuevamente la iniciativa de reparar, ya fuese modestamente, una de las mayores injusticias cometidas por los asturianos y los españoles con sus glorias auténticas, y la villa de Noreña le dedicó, en setiembre de 1930, una lápida en la pared del cementerio, “en desagravio del inmerecido olvido de las generaciones pasadas y por gratitud de las presentes a las virtudes del insigne patricio” y unos bárbaros o unos borrachos destrozaron en la noche del 11 de diciembre de 1932 ese fervoroso y modestísimo monumento, en un país que los prodiga a personajes de relumbrón.

Antes de concluir esta reseña biográfica indicaremos que hemos encontrado atribuidas a Flórez Estrada dos obras, no incluídas en la sección de bibliografía que va a continuación, porque no pudimos comprobar, no sólo su existencia, sino la verosimilitud de que hayan existido. Son éstas: Plan para formar la Estadística de la provincia de Sevilla, citada por F. Canella y Secades en Historia de la Universidad de Oviedo, y Paralelo del clero protestante y del clero católico, en ocho volúmenes, anotada por Julio Cejador en Historia de la lengua y literatura castellana.

Tomar para referencias biográficas las más importantes del estudio independiente inédito.

 

Obras publicadas en volumen:

I.—Constitución de la nación española. Presentada a S. M. la Junta Suprema Gubernativa de España e Indias en 1 de noviembre de 1809, (Birmingham, 1810.)

II.—Introducción para la historia de la revolución de España. (Londres, 1810.)

III.—Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su recíproco interés y de la utilidad de la España. (Londres, 1811; la segunda edición, Cádiz, 1812, lleva el título muy modificado: Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su reconciliación y de la prosperidad de todas las naciones.)

IV.—Constitución política de la nación española por lo tocante a la parte militar. (Cádiz, 1813.)

IV bis – Plan para formar la estadística de la provincia de Sevilla. (Sevilla, 1814)

V.—Representación hecha a S. M. C. el señor D. Fernando VIH en defensa de las Cortes. (Londres, 1819; trabajo que constituye un documento de alto valor histórico, traducido a varios idiomas y varias veces reimpreso.)

V bis – Carta dirigida al rey desde Londres (Sevilla, 1820; opúsculo de 6 págs)

VI.—Efectos producidos en Europa por la baja en el producto de las minas de plata, (Londres, 1824.)

VII.—Examen de la crisis comercial de Inglaterra. (Londres, 1826.)

VII bis – Reflexiones acerca del mal extraordinario que en el día aflija a la Inglaterra y que más o menos incómoda ya a las naciones más industriosas de la Europa. (Londres, 1828; folleto de 8º)

VIII.—Curso completo de Economía política. (Londres, 1828; dos tomos en cuarto; obra traducida a varios idiomas y muchas veces reimpresa; cinco ediciones en vida del autor hasta 1852, en castellano.)

IX.—Sobre la enajenación de los bienes nacionales, (Madrid, 1836.)

X.—Contestación a las impugnaciones hechas a su escrito sobre el uso que deba hacerse de los bienes nacionales. (Madrid, 1836.)

XI.—La cuestión social, o sea origen, latitud y efectos del derecho de propiedad. (Madrid, 1839; folleto incluido luego en la quinta edición del Curso de Economía.)

XII.—Contestación al artículo publicado en el número 194 de “El Corresponsal”, en que se impugnó por el señor D. Ramón La Sagra su escrito sobre la cuestión social. (Madrid, 1840.)

XIII.—Elementos de Economía Política, (Madrid, 1841.)

XIV. — Propiedad. (Madrid, 1843, traducción con notas del trabajo publicado en la Enciclopedia británica, 1820; el original con cartas relacionadas con este trabajo se conserva en la Biblioteca Nacional, de Madrid.)

 

Trabajos sin formar volumen: 

1.—Proclama de la Junta General del Principado. (Apéndice número 24 de la obra Memorias del levantamiento de Asturias en 1806, de Ramón Álvarez Valdés.) 

 

Referencias biográficas:

Albornoz (Alvaro de).—Flórez Estrada y los exaltados de 1820. (En la obra El gran collar de la justicia, Madrid, 1930.)

Álvarez Buylla (Adolfo).—Elogio de Flórez Estrada. (Oviedo, 1880; discurso inaugural de la Academia de Jurisprudencia.)

ídem.—Economistas asturianos: Flórez Estrada. (Madrid, 1885; folleto; trabajo publicado antes en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, de Madrid.)

Arias de Miranda (José).—Algunos datos biográficos. (En El Fomento de Asturias, Oviedo, enero de 1854.)

Balbin de Unquera (Antonio)..—Los asturianos de ayer: D. Alvaro Flórez Estrada. (En la revista Asturias, órgano del Centro Asturiano, Madrid, junio de 1903.)

-Caballero (Fermín). Una semblanza. (En fisonomía natural y política de los procuradores en las Cortes de 1834, 1835, 1836; Madrid, 1836; folleto publicado como anónimo)

Cabezas (Juan Antonio).—Glosario provinciano: Flórez Estrada, precursor olvidado. (En El Sol, Madrid, 25 de marzo de 1936.)

Castro (Cristóbal de). — Una Semblanza. (En la obra Antología de las Cortes de 1820, Madrid, 1910.)

Costa (Joaquin).—Alvaro Flórez Estrada. (Capítulo 11 de la Obra Colectivismo agrario en España, Madrid, 1898.)

Faes Valdés (Antonio m.).—Un bosquejo biográfico. (En El Fomento de Asturias, Oviedo, enero de 1854.)

Monte (Amaro). —Salvajada en Noreña: La lápida de Flórez Estrada. (En la revista Norte, Madrid, noviembre de 1932.)

Pedregal y Cañedo (Manuel) .— D. Alvaro Flórez Estrada: La organización industrial y mercantil de la España antigua. (Conferencia incluida en el tomo IIl de la colección La España del siglo XIX, Publicada por el Ateneo, de Madrid, en 1886.) .

Suárez  Españolito (Constantino).—Asturianos de antaño: Alvaro Flórez Estrada. (En el Diario de la Marina, Habana, 2 de marzo de 1932,