Religioso dominico, catedrático y escritor del siglo XIX, considerado como uno de los más brillantes ornamentos de la Orden en su época, con fama de sabio filósofo que ha trascendido de las fronteras españolas. “Filósofo profundo, poeta de altos vuelos, predicador incansable y elocuentisimo”, le califica el fraile agustino Fr. Fabián Rodríguez García. Por el poema que se indica en el número VIII, la Academia Imperial de Viena le dió un puesto en su Corporación. Sus trabajos sobre geología y topografía del archipiélago filipino merecieron la traducción al alemán. y como otro de los varios méritos que han realzado su personalidad está su polémica de brillante argumentación sobre filosofía tomista con Menéndez y Pelayo.
El que fué discípulo suyo, Fr. Vicente Peña, le recuerda con estas palabras: “En su vida particular parecíase a un cenobita, no obstante las cordiales relaciones que mantenía con todo el mundo. Pasaba horas tras horas sepultado en su celda estudiando o escribiendo, sentado a una mesa que desaparecía por completo debajo de los infolios, folletos, legajos de papeles que, ora formando enormes pilas, ora revueltos en espantosa confusión, caían por aquí, colgaban por allá y se desmoronaban por todas partes. Sólo él conocía el secreto de aquel laberinto. Gracias a su constitución física, solamente alterada alguna vez, más bien por exuberancia de vida que por debilidad, pasaba en el escritorio la mayor parte de la noche con una resistencia a muy pocos concedida.
Ni por eso faltaba jamás al coro con los otros religiosos a la oración mental de la mañana, ni a celebrar el santo oficio a primera hora. El camino más trillado para él era el que conducía de su celda a la biblioteca, camino que siempre andaba con precipitación, como hombre avaro de tiempo. En los ratos de la recreación común que se estila en los conventos, era el P. Fonseca el alma de la conversación. La suya siempre era amena, instructiva y escuchada con agrado… Cuantos le trataron, siquiera fuese por breve tiempo, y mejor aún cuantos con él vivieron se persuadirían que el P. Fonseca tenía todo el candor y sencillez de un niño. Jamás despertó de aquel ideal sueño de buena fe para con todos, en el que, al fin, era feliz. Ni su ilustración, ni su experiencia, ni sus viajes, ni el trato de gentes, ni desengaños recibidos bastaron para hacerle suspicaz ni receloso con persona alguna; y así, al bajar al sepulcro, llevó consigo su infantil sencillez, su joven y soñadora imaginación y su no cansado entendimiento. Aquel hombre que se internaba en los abismos de la Metafísica, que planteaba y resolvía los más difíciles problemas teológicos, —fllosóficos y políticos con meridiana claridad y certero aplomo; que, en su profunda abstracción del espíritu, llegaba hasta el punto de equivocar las puertas de las celdas y oficinas del convento…, ese hombre, digo, podía ser manejado, llevado o traído sin dificultad por cualquiera que supiese entenderle”…
Nació el P. Fonseca en San Esteban de Aramil o de los Caballeros (Siero) en hogar de acomodados labradores el 10 de noviembre de 1822, y no en el mes de mayo, como anota el citado Fr. Fabián Rodríguez. Según éste, “cursó las Humanidades con el célebre dómine don Vicente, el Cojo”. Su vocación le inclinaba a la vida religiosa y después de estudiar Latinidad, se trasladó a Ocaña e ingresó en la Orden de Santo Domingo, profesando en ella después del año de noviciado, el 5 de diciembre de 1841.
Poco después, el 18 de abril del año siguiente, se le destinó a las misiones establecidas por la Orden en Filipinas. En Manila continuó la carrera eclesiástica, y fué ordenado de subdiácono el 23 de diciembre de 1843 y de diácono y presbítero los días 24 y 26, respectivamente, de ese mismo mes del año siguiente.
Concluída brillantemente la carrera eclesiástica y sin abandonar los estudios, que continuó hasta doctorarse en Filosofía y Teología, fué destinado por los superiores en marzo de 1846 como lector de Humanidades de la Universidad de Santo Tomás, en la que desde el año siguiente explicó Filosofía y desde marzo del 51 Teología. De esa misma Universidad desempeñó el cargo de vicerrector desde 1855 hasta que el 59 se le destinó a San Carlos, en la provincia de Panga- Nisán, con lo que se abrió un paréntesis en sus actividades de profesor de robusto crédito de pedagogo.
Esta época de su vida la caracteriza intelectualmente el poeta. Un poeta inspirado y de gran ternura que se da a conocer públicamente antes de acabar la carrera eclesiástica (número 1) en una ocasión solemne. Por espacio de veinte años su pluma apenas escribe más que versos. Cierra ese ciclo, sin que haya dejado de ser poeta, cuando otras materias requirieron su pluma docta, el canto épico que escribió cuando llegó a Manila la escuadra vencedora en el Callao (número X), y del que se entregó al comandante de la escuadra Casto Méndez Núñez un ejemplar impreso en caracteres dorados sobre papel vitela. Recuerda a este respecto el P. Peña que una poetisa, al felicitar al autor, comenzaba preguntándole: “¿Quién eres tú que si el cendal hermoso del gran Guzmán, el corazón guerrero abrigas de los héroes?”…Con cuyo motivo el P. Fonseca escribió un canto que ha quedado inédito y comenzaba con la siguiente contestación a esa pregunta: “Yo soy aquél que del Nalón undoso, nacido acaso en la ribera umbría, canto los Genios de la patria mía con pecho rudo y corazón brioso.”
En 1860 se le designó para el alto cargo de procurador general, que desempeñó con acierto durante los tres años que duró su mandato. Pero su saber y facultades encontraban mejor campo para el desarrollo en la enseñanza y volvió a la Universidad de Santo Tomás como regente de estudios y lector de Moral. Tres años después (julio de 1866) fué elevado nuevamente al cargo de vicerrector, y a la vez que este cometido continuó desarrollando actividades de profesor de varias asignaturas.
Por esta época sus facultades de escritor y orador se asociaron concurrentes a elevar el prestigio de su personalidad y entonces publicó en volumen sermones y discursos de apertura de estudios, que fueron muy encomiados. También corresponde a esta época una de las obras que le dieron más renombre (número XV), que es una historia de las misiones dominicas en Oriente, escrita sobre un manuscrito del P. Ferrando. También desenvolvió actuaciones en la vida civil como miembro de Juntas constituídas por el Gobernador de Filipinas para el estudio de reformas administrativas (números XVII y XIX.)
En 1874 regresó a la Península con destino al Colegio de Ocaña como profesor de Teología y regente de estudios, cargos que desempeñó durante dos años, hasta que pasó con ellos el 1 de octubre de 1876 al Colegio inaugurado entonces por la Orden en Ávila.
A los cuatro años de permanencia en España se le destinó nuevamente (1878) a Filipinas, designado rector de la Universidad de Manila, puesto que tuvo a su cuidado, así como el de cancelario, por tiempo de dos años. Entonces volvió a repatriarse y, destinado al Colegio de Corias (Cangas del Narcea), explicó aquí Sagrada Escritura y Derecho canónico hasta noviembre de 1885 en que, a su instancia, ya en los albores de la ancianidad, se le autorizó para trasladarse al Colegio de Ávila.
En este periodo de su profesorado en Corias fué cuando tuvo lugar la famosa polémica con Marcelino Menéndez y Pelayo. El citado Fray Vicente Peña recoge el comentario escrito por Chafarote a este respecto en el número extraordinario de El Siglo Futuro (19 de marzo – de 1925), que dice: “De este insigne dominico se ha dicho, con mucho fundamento, que conocía las obras de Santo Tomás mejor que el mismo Santo Tomás de Aquino.
La campaña que hizo el P. Fonseca en las páginas de El Siglo Futuro contra Menéndez y Pelayo, fué muy gloriosa para nuestro periódico y una de las campañas tomistas más famosas que ha habido en España. En el tomo tercero de La ciencia española publicó Menéndez y Pelayo dos artículos, conviene a saber: Contestación a un filósofo tomista y Réplica al P. Fonseca. Los que lean aquella contestación y esta réplica, no saben de la misa la media, como suele decirse, si no han leído la famosa Nota del P. Fonseca y el famosísimo, contundente y apabullante libro Contestación de un tomista a un filósofo del Renacimiento, que no es ni más ni menos que la colección de lo que el sapientísimo y gallardo dominico escribió en las columnas de nuestro periódico contra el gran polígrafo, del cual da pena decir que amase más a Luis Vives que a Santo Tomás de Aquino. Cuando comenzó a publicarse en El Siglo Futuro la contestación del P. Fonseca, me acuerdo que me dijo el P. José Vinuesa, varón ilustre y orador elocuentísimo de la Compañía de Jesús: “Huéleme” que va a haber “palus”, porque en esta contienda va a salir hecho polvo Menéndez y Pelayo. Este Fonseca se sabe de memoria y al dedillo a Santo Tomás. Menéndez y Pelayo no perdonó nunca a Ramón Nocedal ni a don Juan Manuel Ortí y Lara el haber publicado en La Ciencia Cristiana y en El Siglo Futuro la contestación magistral del gran tomista dominicano.”
Por cuenta propia, el P. Peña escribe lo siguiente: “Una de las Cosas que más renombre dieron al P. Fonseca, fué su famosa polémica con el señor Menéndez y Pelayo, por habérselas con un sabio a quien la opinión general tenía por omnisciente e invulnerable. El Padre Fonseca procedió en este negocio sin ningún humano miramiento, y sí únicamente con el fin de rectificar afirmaciones erróneas que dejaban mal parada la doctrina de Santo Tomás y poco menos la autoridad del sabio pontífice León XIII, que acababa de declarar al Doctor Angélico patrono universal de las escuelas, y sus doctrinas más sólidas y seguras y Oportunas que las de ningún otro autor Católico.
«Los beligerantes—sigue el Padre Peña—no se conocían mutuamente; viéronse por vez primera en el Real Monasterio de El Escorial en mayo de 1887, adonde habían concurrido, como otros tantos sabios, invitados por los Padres Agustinos con motivo de las fiestas del XV Centenario de la conversión del Santo Obispo de Hipona. Con la estudiada intención de darles una sorpresa, hicieron que los célebres polemistas se encontraran en medio de un claustro, al pasar en dirección opuesta. Al tropezarse cara a cara y ser por los de una y otra parte presentados, diéronse un fraternal abrazo, celebrando ambos aquella ocasión de verse y hablarse. Sin embargo, por lo que al Padre Fonseca se refiere, podemos asegurar los que por aquellos días veíamos sus lecciones que siempre hablaba de su adversario con el mayor elogio. Por lo demás, quien haya seguido el curso de aquella polémica, o quien haya leído todas las piezas del proceso, se habrá convencido por sí mismo de que el P. Fonseca demostró cumplidamente su tesis.”
Retirado al Colegio de Ávila, como dejamos dicho más atrás, continuó en él sus dedicaciones de profesor. Pero sus arrestos iban ya decadentes, abundaron los achaques y padecimientos y en Ávila falleció el 18 de enero de 1890.
Obras publicadas en volumen:
I.—Oda gratulatoria. (Manila, 1846; dedicada en nombre del Colegio de Santo Tomás a la exaltación de Fr. José Aranguren a la silla arzobispal de Manila.)
II.—Batalla de Lepanto, (Manila, 1854; canto épico dedicado a la Virgen del Rosario en conmemoración de esa derrota infligida por los cristianos a los musulmanes.)
III. — Oda épico-gratulatoria. (Manila, 1854; dedicada en nombre de la Universidad al general Novaliches para conmemorar su toma de posesión del Gobierno de Filipinas.)
IV.—La soledad. (Manila, 1856; oda filosófica a imitación de la de Horacio intitulada Beatus ille qui procul negotiis.)
V.—El Rosario. (Manila, 1857; poema en tres cantos varias veces reimpreso en volumen y en periódicos.)
VI—Oda a Santa Rosa de Lima. (Manila, 1857; en octavas reales.)
VII.—Oda a la soledad de la Virgen. (Manila, 1857.)
VIII.—Luzonia o los Genios de Pasig. (Viena, 1862; fragmentos de un poema publicados en alemán a expensas de la Academia Imperial de Viena.)
IX.—Oda gratulatoria. (Manila, 1862; dedicada en nombre del Claustro universitario a don Gregorio Melitón Martínez para celebrar su toma de posesión del arzobispado de Manila.)
X.—El bombardeo del Callao. (Manila, 1865; canto épico dedicado a los vencedores de esa famosa batalla y especialmente al que la dirigió, el almirante Méndez Núñez.)
XI.—Panegírico del gran Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino. (Manila, 1865.)
XII.—Objeto de la ciencia. (Manila, 1867; discurso de apertura de estudios en la Universidad.)
XIII.—El mundo, el hombre, Dios. (Manila, 1868; ídem id.)
XIV.—Oración fúnebre por los náufragos de Malaspina. (Manila, 1868.)
XV.—Historia de los Padres Dominicos en las islas Filipinas y en sus misiones de Japón, China, Tung-King y Formosa. (Madrid, 1870-72; seis tomos en 4.”; obra escrita en principio por el P. Ferrando y totalmente refundida y ampliada por el P. Fonseca.)
XVI.—Himno a Pío IX. (Manila, 1871; cantado en el aniversario del pontificado de este papa; varias veces reimpreso.)
XVII. —Informe presentado el 18 de diciembre de 1870 al Excelentisimo Sr, Gobernador de Filipinas por la Junta de reformas económicas, creada al efecto por la misma autoridad superior, acerca de las que son necesarios en el sistema rentístico. (Binondo, Manila, 1871; firmado también por los otros miembros de la Junta.)
XVIII.—Sermón sobre los prodigios de Soriano en 1870. (Manila, 1871.)
XIX.—Proyecto de ley para la organización, gobierno y administración de las provincias, presentado al Excmo. Sr. Gobernador superior de Filipinas por la Comisión de Reformas administrativas. (Manila, 1872; firmado también por los otros individuos de la Comisión.)
XX.—Sermón predicado en la Catedral de Manila en la fiesta cívico-religiosa de 30 de noviembre. (Manila, 1872.)
XXI—Himno a la Virgen del Rosario. (Manila, 1872; musicado a toda orquesta; reeditado varias veces en volumen y en periódicos.)
XXII.—Santo Tomás de Aquino en presencia de Alberto Magno 9 Los genios de Pasig. (Manila, 1874; poema dialogado.)
XXIlI.—Los mártires dominicos del Extremo Oriente. Corona poética. (Milán, 1877; poema en tres cantos dedicado a Pío IX con motivo del quincuagésimo aniversario de su pontificado; impreso entonces en español e italiano; varias veces reeditado; en 1878, solamente en español, en Madrid.)
XXIV.—Sermón de Nuestra Señora del Rosario. (Manila, 1879.)
XXV.—Himno a San José. (Manila, 1879; escrito a solicitud de la institución La Josefina, de esa capital; varias veces reeditado.)
XXVI.—Sermón de la Inmaculada, predicado en el Colegio de Corias. (Vergara, 1879.)
XXVII.—La Catedral de Manila, o sea reseña cronológica de su origen y restauraciones sucesivas, desde su primitiva fundación hasta su restauración actual, bendecida e inaugurada en los días 7 y 8 de diciembre de 1879. (Manta, 1880; folleto.)
XXVIII. —Contestación de un tomista a un filósofo del Renacimiento. (Madrid, 1882; compilación de los artículos de polémica con Menéndez y Pelayo, publicados antes en El Siglo Futuro y La Ciencia Cristiana.)
XXIX.—Santo Domingo, autor del Rosario. (Madrid, 1883.)
XXX.—Himno a la Virgen del Acebo, (Publicado en una hoja suelta, en 1884, con motivo de una peregrinación a ese santuario.)
XXXI.—Sermón de Nuestra Señora de Covadonga. (Oviedo, 1885; predicado en ese santuario el 5 de setiembre de ese año.)
XXXII. — Discurso inaugural. (Madrid, 1888; pronunciado en la apertura del curso 1888-89 del Colegio de Ávila.)
Trabajos sin formar volumen:
1.—La Virgen del Rosario. (Canto en octavas reales, en varios periódicos de Manila, 1847.)
2.—Oda gratulatoria. (En el Album poético con que se celebró en Manila el nacimiento del principe Alfonso, después rey Alfonso XIl, Manila, 1856.)
3.—A la memoria de un amigo. (Oda fúnebre publicada en varios periódicos de Manila, 1861.)
4.—Manila y el Pasig. (En La Cruzada, Madrid, 1868; diálogo entre la ciudad y el río de esos nombres.)
5.—La revolución española de 1868. (En el periódico La Civilización, Madrid, 1869; diatriba en verso.)
6.—Himno a Santo Tomás. (Impreso al final del volumen número XXII.)
7.—El siglo XIX. (En el diario El Siglo Futuro, Madrid, 1876; oda execrativa.)
8.—Al inmortal Camoens. (En la Corona poética dedicada a ese autor, Hong-Kong, 1880.)
9.— Panegirico del Angélico Doctor Santo Tomás. (En el volumen Ramillete literario dedicado a Santo Tomás por los PP. dominicos de Corias, con motivo del Patronato universal adjudicado por León XIII, Oviedo, 1881.)
10.—Oda a la Virgen del Rosario. (En El Siglo Futuro y La Ciencia Cristiana, 1884.)
Referencias biográficas:
Anónimo.—Un boceto biográfico. (En La Victoria de la Cruz, Oviedo, 1890.)
Balbín de Unquera (Antonio).—Los asturianos de ayer: El P. Fonseca. (En la revista Asturias, Madrid, noviembre de 1890.)
Peña (Fr. Vicente).—Un estudio bio-bibliográfico. (MS. en poder del autor.)