Poeta inspirado y prosista del siglo XIX que floreció en Méjico, totalmente olvidado en el país de residencia y totalmente desconocido en el país de origen. Hijo de don Francisco Fuente Sánchez y doña Teresa Fernández y Fernández, labradores de modesta posición, nació en Tresgrandas (Llanes) el 12 de octubre de 1828.
Malamente aprendida la instrucción elemental y apenas adolescente, se lanzó a la aventura de la emigración en busca de un mejor porvenir del que con toda seguridad le esperaba pegado al terruño, y se trasladó a Méjico.
Ya en la edad de los desengaños su musa habría de inspirarle estos versos relacionados con esa mutación de su vida:
“yo planta soy selvática
del valle tresgrandino,
que el bárbaro destino
de su vergel sacó;
y bajo el sol del trópico,
su aroma, su fragancia,
su juvenil infancia,
su savia se agotó.”
Dedicado al comercio, aprovechó sus ratos de descanso en proporcionarse la ilustración de que carecía, y merced a este esfuerzo autodidáctico pudo independizarse como corredor de Comercio titulado. A la seguridad en sí mismo unía una intrépida imaginación y el escritor, particularmente el poeta, surgió espontáneamente en él.
Dedicado por el día a los negocios de calle y por la noche a las tareas de escritorio que los negocios le exigían, aún encontró tiempo para el cultivo de las letras como colaborador de numerosos periódicos, entre los que figuran El Monitor Republicano, El Pabellón Español y La Semana Mercantil. Solía emplear como firma de sus crónicas y poesías los anagramas de su nombre Romualdo Vedel Estufa y Renato Valdés del Fau.
Llegó a disfrutar como resultado de sus negocios de buena posición económica, pero, un poco bohemio, no acumulaba riquezas.
Cuenta su ahijado don Salvador Escandón Dosal que al contraer matrimonio con doña Maria Carvajal, invirtió cuanto poseía en la instalación del hogar, incluso con coche de caballos, y entregó el pequeño resto, una onza de oro, a la esposa, hasta que ganara más.
Casi en plena juventud, antes de los cuarenta años, tuvo la desgracia de quedar ciego. Escribía a la luz de un quinqué de petróleo una noche, cuando un ruido que partía de la calle le movió a abrir el balcón y asomarse a él. Cuando se retiró, el frío de la noche le había afectado fuertemente a la vista.
Unos cuatro meses después sus ojos quedaban apagados para siempre. La ceguera robusteció considerablemente su natural inspiración y entonces fué cuando compuso sus mejores poesías. Una de ellas alude a ese triste episodio de su vida:
“Murió un día la luz para mis ojos
y la materia en niebla sumergida
sólo miró ante sí duelos y abrojos
en el camino de futura vida.
Sugirióme Satán, en la balumba
de sus consejos torpes e infernales,
la idea de abrir yo mi propia tumba,
como único remedio de mis males;
mas la bondad de Dios, siempre infinita,
vino en mi ayuda, me tornó a la calma,
y al impregnar mi ser de fe bendita,
me dió otra luz mejor: la luz del alma.”
Infatigable lector, después de ciego tenía un ayudante solamente dedicado a la lectura en alta voz.
Por los años de 1878 al 80 llevó a cabo un viaje de recreo a España con su esposa y su hija, acompañados por el marido de ésta, el doctor Adrián Segura. En esa ocasión, movido por el patriotismo que siempre alentó en su espíritu y que para él era consustancial con la Monarquía, consiguió que el rey Alfonso XII le concediera una visita, El monarca premió sus ilusiones patrióticas con la Cruz de Carlos III.
Falleció Salvador de la Fuente al finalizar el siglo XIX.