ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

GONZALEZ (Fr. Ceferino).

Sabio filósofo tomista del siglo XIX. Gloria de la Orden de Santo Domingo y una de las personalidades más descollantes de la literatura especulativa española de los tiempos modernos.

Su panegirista Alejandro Pidal y Mon, en un trabajo intitulado El Padre Ceferino. decía: “Es casi el nombre de un confesor de monjitas, y, sin embargo, como las viejas banderas españolas, este nombre ha dado la vuelta al mundo…” “El Padre Ceferino -dice Edmundo González Blanco – fué nuestra más respetada autoridad filosófica durante la segunda mitad de la pasada centuria…
Como publicista era uno de los polígrafos más aventajados y concienzudos; destacó principalmente por su sentido crítico excepcional y por sus vastos conocimientos de índole variadísima, que le colocaron siempre en un nivel científico muy superior al de los filósofos españoles de su tiempo”.

Le han achacado defectos de carácter, que Edmundo González Blanco se ha creído en el caso de rechazar. “Se le acusó —dice— de tener un carácter agrio, displicente, duro, casi montaraz, lo cual no es cierto. Lo es, en cambio, que buscó siempre el silencio y el retiro, para, en ellos, entregarse de lleno a la activa quietud de sus estudios. ¿Cómo un filósofo genuino no ha de ser un solitario impenitente? Pero al Padre Zeferino le ocurría lo que a todos los solitarios de esa índole, que son, a ratos y esporádicamente, los hombres más comunicativos del mundo”.

El citado Pidal, que fué su íntimo amigo, le retrata de esta manera: “un fraile joven, seco, de mediana estatura, de ojos vivos, mirada penetrante, morena tez, gesto adusto, frente concentrada y saliente, pelo negro, rostro barbilampiño y bronca y desapacible voz”. Y después de afirmar que era poco locuaz, pero que, inspirado por un tema grato, “lanza una palabra y aquella palabra es luz”, agrega: “Por eso el Padre Zeferino sorprende al principio, cautiva luego y admira al fin. Es como el tosco pedernal en que duerme oculta la chispa brillante y creadora”.

Nació Fr. Ceferino en San Nicolás de Villoria (Laviana) el 28 de enero de 1831 en modesto hogar de labradores. Desde muy niño estimulado por el ambiente familiar y por el ejemplo del hermano mayor José Ramón, fraile dominico, reveló una vocación profunda hacia el sacerdocio. Cursada la instrucción primaria, se preparó para seguir esa vocación con estudios de Latinidad en Ciaño, con uno de aquellos dómines que enseñaban a palos.

Sin tener la edad fijada para la toma de hábito, antes de los catorce años, el 28 de noviembre de 1844, ingresó como novicio en el 13 convento de Ocaña (Toledo), y en él hizo la profesión de votos el 13 de febrero del 46. Pero habiendo profesado sin cumplido la edad canónica, tuvo que renovar los votos el 9 de abril de 1848, adoptando entonces como nombre en religión el de Antonio de Florencia, que no trascendió ni a los actos de su vida ni a su obra. Con tan extraordinaria aplicación había seguido los estudios en esa casa, que aprobó antes de la edad acostumbrada los tres años de Filosofía de la carrera eclesiástica, (entre los compañeros de estudios se le distinguía con el sobrenombre de Tragalibros).

El 5 de junio de 1848 se le destinó a las misiones establecidas por la Orden en Filipinas, para donde se embarcó en Cádiz, a bordo de la fragata Fama Cubana. Este viaje duró más de ocho meses y fué una travesía llena de peripecias y calamidades, destacando como más graves los plantes e insubordinaciones de la tripulación, que culminaron en la atrocidad de prender fuego a la nave, salvándose de perecer abrasados los pasajeros gracias al auxilio de otro barco.

Llegó Fr. Ceferino a Manila el 9 de febrero de 1849. En el colegio de Santo Tomás de la capital filipina prosiguió los estudios eclesiásticos hasta ordenarse de presbítero en 1854. Desde mayo de 1851 fué, a la vez que colegial, profesor de Humanidades, y después, a partir del 12 de junio del 53, ejerció de lector de Filosofía. Ya sacerdote, por su demostrada competencia en el profesorado, se le elevó al cargo de rector. En 1858 o en 1859 se le nombró catedrático de Teología de la Universidad, puesto que desempeñó brillantemente por espacio de siete u ocho años. Al mismo tiempo ocupó cargos reglamentarios dentro de las atenciones de la Orden.

Sin perjuicio de atender con todo celo y entusiasmo a sus deberes docentes y religiosos, se entregó por esta época al estudio de diversas disciplinas de especulación científica, como lo acredita la disparidad de temas de los cuatro primeros trabajos publicados en volumen, anotados al final de este estudio. Poco después dió el primer paso en firme en su carrera de filósofo con la publicación de unos Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás. Esta obra, recibida con gran elogio por comentaristas españoles y extranjeros, fué la que echó el cimiento de su personalidad intelectual.

Enfermo de algún cuidado, a causa del exceso de trabajo y estudio, se le concedió licencia para regresar a España en 8 de diciembre de 1866.

Llegó a Madrid precedido de fama y prestigio en los medios intelectuales, renombre que robusteció muy pronto un hecho imprevisto. Había acudido al Ateneo a oír una conferencia del político liberal don Segismundo Moret sobre temas filosóficos, y disconforme con las argumentaciones y consecuencias del disertante, solicitó que se le permitiera discutirlas, cosa que le fué concedida, y rebatió aquellos juicios con tal caudal de conocimientos y tan ardorosa palabra, que obtuvo sobre el contrincante un triunfo subrayado con la aprobación unánime del auditorio.

Contribuyen también por entonces a consagrar su personalidad las colaboraciones en varias publicaciones religiosas, como: La Ciudad de Dios, La Ciencia Cristiana, La Cruzada, La Defensa de la Sociedad y otras, entre ellas algunas extranjeras. Pero su producción científico-literaria culminó en esta época con la publicación de la obra en tres tomos en latín Philosophia elementaria (número VII), refundida y abreviada de texto y puesta en castellano por él mismo años adelante, numerosas veces reeditada en ambas formas.

En 1868 los superiores le destinaron a regentar el colegio de Ocaña. En los tres años reglamentarios que desempeñó el puesto, este centro de enseñanza de la Orden alcanzó un esplendor que no había tenido nunca. “Aplicando la filosofía a la administración —dice Pidal y Mon—, hizo subir las rentas del colegio, y aplicando las rentas a la filosofía, montó cátedras de lenguas vivas y muertas, gabinetes de Física, Química e Historia natural, y a la enseñanza sólida de la ciencia antigua unió el conocimiento de la moderna”.

El cumplimiento de sus deberes en Ocaña no interrumpió sus dedicaciones de publicista y en ese tiempo, además de algunos trabajos destinados a los periódicos, editó cinco folletos (número VII al XI) sobre diversos temas filosóficos. Al dejar el rectorado en noviembre de 1871 y establecido nuevamente en Madrid, se consagró con asiduidad a sus especulaciones filosóficas, primer fruto de lo cual fué la obra Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales (número XII), que recoge algunos trabajos publicados sueltos anteriormente y otros inéditos hasta entonces. Publicó también la refundición castellana (número XIV) de la Philosophia elenmentaria.

Ya se le consideraba por este tiempo una gloria de la Orden de Predicadores, y en Roma se pensaba en él para ocupar puestos de alto dignatario de la Iglesia, a lo que se oponían su empeño de consagrar todo el tiempo a los estudios y una absoluta falta de ambición. Sucesivamente renunció a las mitras de Astorga (1873) y Málaga (1874) y, como dice Angel María Segovia, “hasta buscó el apoyo de importantes personajes para lograr que no se turbasen sus meditaciones con el peso de tamaños cargos”. Pero en 1875 hubo de aceptar el obispado de Córdoba. A la oposición de cuantos temieron que las atenciones pastorales impidieran al fraile continuar su obra, el papa opuso: “Por lo que escribió le hice obispo; que lo sea y que escriba además”. Y en efecto, fué obispo, un buen obispo, y además continuó escribiendo.

Sus cartas pastorales están reputadas de admirables piezas filosóficas. De la que escribió al tomar posesión de la silla episcopal de Córdoba, rica en concepto y de forma bella, dice el citado Segovia que “reproducida por los periódicos, arrebatada de las manos, pedida de todas partes, fué preciso ordenar su reimpresión para satisfacer el general deseo de poseerla”, Y siendo obispo de Córdoba publicó otra de sus obras más importantes, Historia de la Filosofía (número XVII).

Su episcopado en Córdoba fué uno de los más brillantes de esa Sede. Entre sus más importantes iniciativas figura la reunión del Sínodo y la fundación del Seminario de San José.

En marzo de 1883 pasó a ocupar el arzobispado de Sevilla. En este mismo año fué recibido como académico de número de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Como tal arzobispo le correspondía el cargo de senador por derecho propio, pero él renunció a este derecho, llevado como en otras ocasiones de su modestia y exclusiva dedicación a las actividades religiosas e intelectuales. El 10 de noviembre de 1884 fué investido de la alta jerarquía de cardenal y el 27 de marzo del año siguiente se le designó para regir la iglesia metropolitana de Toledo. Como esta dignidad le obligaba al desempeño de otros elevados y brillantes cometidos, como los de patriarca de las Indias, capellán mayor del rey, vicario del Ejército y de la Armada y otros, lo que exigía de él esfuerzo y atención mayores de lo que consentía su salud ya un tanto delicada. renunció a ese arzobispado para volver en enero de 1886 al de Sevilla, población de clima y ambiente más de acuerdo con su Salud y sus gustos.

Una grave afección a la laringe, que al cabo le acarreó la muerte, obligó a Fr. Ceferino al abandono de gran parte de sus actividades, y así en diciembre de 1889 renunció al arzobispado y a todos sus honores y dignidades, excepto la de cardenal, retirándose a Madrid.

En estos últimos años le llegaron otros testimonios del universal reconocimiento de su talento y sabiduría. La Academia romana de Santo Tomás le incorporó a su seno; el Ayuntamiento de Manila (1885) le declaró hijo adoptivo, y otras entidades y corporaciones le concedieron parecidos honores. Después de abandonar Sevilla continuó la exaltación de su nombre: el Gobierno español le concedió en 1891 las insignias del Collar de la Orden de Carlos III; la Academia de la Lengua le eligió en febrero de 1893 académico de número, plaza de la que no llegó a tomar posesión.

Por este tiempo publicó (número XXII) otra de sus más importantes obras, La Biblia y la ciencia, empeño de conciliación del que salió airoso merced a su flexible espíritu crítico y predominio de las disciplinas que le sirvieron de auxiliares. Refiriéndose a esta producción escribe Edmundo González Blanco: “Nuestro filósofo se mostró tan docto como imparcial y tan enterado del estilo de la cuestión es independiente en su criterio. Intentó la conciliación que buscaba, pero sin sacrificar la ciencia a la Biblia. Ateniéndose noblemente a la primera, rechazó el sentido literal de la cosmogonía Mosaica; aceptó la de Laplace sin distingos ni reservas; hizo todas las concesiones posibles a la Geología y a la Paleontología de la época; criticó el darwinismo, pero sin rechazarlo, y hasta mirando a armonizarlo con la narración bíblica en el mismo orden antropológico; si demostró científicamente la unidad de la especie humana, desestimó la antigüedad que le había atribuido la tradición de la Iglesia; por último negó de plano la universalidad geográfica del Diluvio”.

En Madrid, Fr. Ceferino González se retiró a vivir en una modesta casa del entonces naciente barrio de Salamanca, buscando reposo y alivio a su mal. Pero la enfermedad siguió su curso, degenerando en un cáncer. Ya muy grave, trasladó su residencia a la Procuración dominicana de la Pasión, donde falleció el 29 de noviembre de 1894.

Su muerte tuvo consideraciones de luto nacional. Se rindieron a su cadáver honores de capitán general del Ejército y fué conducido, por expresa voluntad suya, a Ocaña, donde tiempo después se le erigió un monumental panteón.

Se celebraron en su honor funerales y veladas fúnebres en numerosas poblaciones españolas. El Ayuntamiento de Oviedo puso nombre, pocos días después del fallecimiento, a una calle de la ciudad.

 

Obras publicadas en volumen:

I.—Los temblores de tierra. (Manila. 1857; folleto).

II—La electricidad atmosférica y sus principales manifestaciones. (Manila, 1857; folleto).

III.—Sermón de Santo Tomás de Aquino. (Manila, 1862).

IV.—La Economía política y el Cristianismo. (Manila,1862)

V.—Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás. (Manila, 1864; obra reimpresa en Madrid en 1886; tres tomos en cuarto).

VI.—Reglamento del Colegio de Santa Catalina de Sena, de Manila. (Madrid, 1866).

VI. —Philosophia elementaria, ad usum academiae ac paa Ml tam eclesiasticae juventutis, opera et estudio. (Madrid, 1868; obra en latín en tres tomos, que alcanzó nueve ediciones. Refundida en castellano, número XIV).

VII.—La inmortalidad del alma. (Ocaña, 1869; opúsculo).

IX.—Biblioteca de teólogos españoles. (Ocaña, 1869; opúsculo),

X.—La definición de la infalibilidad pontificia. (Ocaña, 1870; Opúsculo).

XI.—Filosofía de la historia. (Ocaña, 1870; opúsculo).

XII—El positivismo materialista. (Ocaña, 1872; opúsculo).

XIII- Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales. (Madrid, 1873 : obra en dos volúmenes que recoge muchos trabajos menores Publicados antes; prólogo de Alejandro Pidal y Mon).

XIV.—Filosofía elemental. (Madrid, 1873; refundición y traducción efectuadas por el propio autor de la obra número VII; siete ediciones posteriores).

XV.—La filosofía católica y la racionalista. (Madrid, 1874?).

XVI.—Pastoral de su entrada en Córdoba. (Madrid, 1875).

XVIL.— Historia de la Filosofía. (Madrid, 1878; tres volúmenes en cuarto; obra reimpresa en 1886 y en 1907).

XVII. —Pastoral sobre la encíclica “Aeternis patris”. (Córdoba, 1879).

XIX.—La negación de Dios que entraña el principio racionalista perjudica a la marcha regular de la sociedad. (Madrid, 1883; discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas).

XX.—Pastoral de su entrada solemne en Sevilla. (Sevilla, 1883).

XXI—La antigüedad del hombre y de la Prehistoria. (Madrid, 1889: discurso en el Congreso Católico).

XXIL—La Biblia y la ciencia. (Madrid, 1891; dos tomos; Segunda edición, Sevilla, 1892).

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—La moral independiente. (En La Defensa de la Sociedad, enero de 1875).

2.—Observaciones a una carta del señor Salmerón. (En idem, junio de 1875).

3.—El lenguaje y la unidad de la especie humana. (En La España Moderna, Madrid, noviembre de 1890; tomo 23).

4.—Los místicos. (En Memorias de la Academia de la Lengua, 1896; discurso escrito para su ingreso en esta Corporación).

 

Referencias biográficas:

Alonso (Fr. Manuel).—Necrología. (En el Diario de Manila, 1894,).

Alonso Morgado (José).—Dos apuntaciones biográficas. (En la obra Prelados sevillanos o Episcopologio de la Santa Iglesia metropolitana y patriarcal de Sevilla. Sevilla, 1899-1904).

Alvarez (Fernando).—Contestación al Discurso de ingreso de Fr. Ceferino González en la Academia de Ciencias Morales y Políticas: (Madrid, 1883; en el mismo volumen que el discurso).

Alvarez (Fr. Paulino).—Un panegírico. (En el tomo II de la obra Santos, bienaventurados, venerables de la Orden de Predicadores, Vergara, 1922).

Anónimo.—Efemérides de su pontificado. (En el Boletín Oficial del Obispado, Córdoba, marzo de 1883).

Idem.—El P. Ceferino González. (En el diario El Día, Madrid, 1884. Trabajo reproducido en El Carbayón, Oviedo, 4 de diciembre de 1884).

Idem.—Una semblanza. (En El Carbayón, Oviedo, 13 de abril de 1890).

Idem.—Los asturianos de hoy: Fray Zeferino González, cardenal de la Santa Iglesia Romana. (En Asturias, órgano del Centro de Asturianos, Madrid, mayo de 1890).

Idem.—Una necrología. (En El Carbayón, Oviedo, 30 de noviembre de 1894).

Bermúdez de Cañas (F.)—Discurso necrológico del Excmo. Y Rvdmo. Sr. D. Fray Ceferino González y Díaz Tuñón. (Sevilla, 1895: opúsculo).

Clarín.—Una semblanza. (En El Imparcial, Madrid, 1901).

García Cienfuegos (Fr. Cayetano).—Discurso necrológico sobre el cardenal Ceferino González en el Ateneo de Madrid. (Madrid, 1895)

González Blanco (Edmundo).—De la Asturias pensadora: El Padre Ceferino González. (En la revista Norte, Madrid, abril de 1930).

Idem.—De Laviana a la Giralda: El P. Zeferino en Sevilla. (En Norte, Madrid, febrero de 1931). .

Mestre y Alonso (Antonio).—El P. Ceferino. (En la Revista de España, Madrid, 28 de agosto y 13 y 28 de setiembre de 1883; tomos XCIII y XCIV).

Martínez Vigil (Fr. Ramón).—Oración fúnebre del Excmo. :sefor don Fray Ceferino González Tuñón, de la Orden de Predicadores. (Madrid. 1894: opúsculo).

Pidal y Mon (Alejandro).—El Padre Zeferino. (En el libro Discursos y artículos literarios, Madrid. 1887; publicado antes en La Ilustración Gallega y Asturiana, Madrid. 1880, y después, ligeramente reformado en el tomo 1 de la obra Asturias, Gijón. 1894, dirigida por Octavio Bellmunt y Fermín Canella y Secades).

Segovia (Angel María).—Excmo. e Ilmo. Sr. D. Ceferino González, obispo de Córdoba. (En el tomo VI de la obra Figuras Y figurones, Segunda edición. Madrid, 1881).

Varios. —Certamen Científico-Literario y velada. (Manila,1885).

Varios.—Crónicas y poesías. (En Asturias, órgano del Centro Asturiano, Madrid. diciembre de 1894: número especial dedicado al fallecimiento de Fr. Ceferino González).

Idem.—Panegíricos y semblanzas. (En La Opinión de Asturias, Oviedo, diciembre de 1894: número especial dedicado a la memoria de Fr. Ceferino González).

Idem.— Artículos y poesías. (En la revista Laviana, de esta villa, Junio de 1896; número especial).

X. Z.—Una semblanza. (En El Carbayón, Oviedo, 29 de noviembre de 1906).