Uno de los principales dirigentes del proletariado asturiano dentro del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores. De mucha mayor actividad oratoria que literaria. Nacido en hogar de obreros, formado por don Mauro José González Flórez y doña Damiana Peña Camino, en el barrio de la Calleja de Mieres el 11 de julio de 1888.
No fueron sus estudios más allá de los escasos y deficientes que estaban permitidos al hijo de familia pobre. Cuatro años de escuela desde los seis de edad, más aprovechados por su buena disposición para el estudio que por la asiduidad, ya que tenía que servir frecuentemente de niñero de sus hermanos menores mientras la madre contribuía en otros menesteres al sostenimiento del hogar.
A los diez años de edad comenzó su lucha por la vida como peón en los trabajos de cimentación de la central eléctrica de la Fábrica de Mieres. Doce horas de trabajo retribuídas con una peseta y diez céntimos. De la primera jornada salió extenuado y con desolladuras en un hombro. Le reparó en parte del estrago un sueño de más de treinta horas. Pero el suceso dejó en su espíritu todavía infantil un sedimento de rebeldía contra toda injusticia, que fue como el cimiento del revolucionario que ha palpitado siempre en González Peña.
El padre consiguió semanas después redimirle de aquel trabajo abrumador. “Fue trasladado al interior de la fábrica – dice Víctor Salazar -, con el encargo de acarrear el carbón en un carretillo para alimento de una caldera. Y como el rendimiento del chico no era tan grande como de él se exigía, todos los días hacía Mauro una escapada hasta donde se hallaba el pequeño y con un carretillo grande realizaba unos cuantos viajes compensatorios”. Algún tiempo después, favorecido por los adelantos escolares que, sin embargo, había conseguido, y por su despierta inteligencia, se le destinó al depósito general de carbones de la fábrica para anotar las entradas de vagonetas que llevaban los caballistas,, a los que daba como justificante una chapa de zinc. “El cargo era descansado – sigue diciendo Salazar – pero ofrecía sus incovenientes. El servicio estaba cedido en contrata y los caballistas exigían a Ramón chapas en cantidad mayor que vagones aportados. Se defendía el muchacho tercamente, alcanzando más de una bofetada como premio a su perfía. Expuso con reiteración sus quejas al encargado, mas éste optó por inhibirse. El cargo se había convertido en un suplicio. Hasta que un hijo del encargado, amigo de Ramón, que le había precedido en el puesto, le comunicó su experiencia. Era preciso abandonar la rigidez y hacer un poco la vista gorda, único modo de ahorrarse los golpes.. y disponer de tabaco. Este saludable consejo convirtió el empleo en una pequeña canonjía. Desde entonces González Peña se hizo fumador.”
Dos años después pasó a trabajar en los talleres de laminación, en los que al poco tiempo fue víctima de una grave quemadura a lo largo de la pierna izquierda con un troncho de hierro incandescente, a consecuencia de la que estuvo hospitalizado siete meses. Cuando volvió al trabajo le destinaron a los trenes de laminación en fino, trabajo en el que permaneció hasta 1906, fecha ésta que es uno de los hitos principales de su vida.
Desde que comenzó a trabajar, todavía un chiquillo, su padre, que era en Mieres un luchador en pro de la sindicación obrera, le inscribió en el Centro Obrero. Poco después, al constituirse en Ablaña una sección de la Juventud Socialista en 1900, figuró entre los asociados y prestó desde el primer momento su concurso a la cuasa de las reivindicaciones societarias como agente distribuidor de periódicos socialistas y obreros y también de folletos revolucionarios. Desde entonces vivió atento a robustecer su ilustración en sentido revolucionario y a participar con todos sus fervores en la lucha social. Su verdadera iniciación tuvo lugar en 1906. Una huelga de la que, al cabo de tres meses, salió triunfante la Empresa de la Fábrica, dio por resultado la eliminación de sus puestos de cuantos obreros figuraban como más significados en el socialismo. Entre ellos estaban los Valdunos, apodo con que era conocida la familia de González Peña. Por fin, pasados algunos meses, consiguió ser repuesto en su plaza.
Por entonces (1907), contra inconvenientes y dificultades de toda índole, decidió hacer los estudios de la Escuela de Capataces Facultativos de Minas establecida en Mieres, a lo que dedicó buena parte de sus horas de descanso, si bien se lo impedían no poco sus participaciones en la propaganda y organización obrerista.
Las represalias y la actitud de extremada intransigencia de atadas por la Empresa después de la huelga de 1906 dieron a la lucha obrera bríos y fortaleza para dar la batalla política a los caciques que servían los designios de aquella. Aliados los socialistas con republicanos y liberales en las elecciones de diputados a Cortes de 1910, consiguieron el triunfo del entonces destacado y en auge político republicane Melquiades Alvarez, con lo que la situación quedó en favor de la masa obrera, pero no sin que el triunfo dejara de ser defendido contra el amaño por medio de la violencia. Mieres fué ese día de las elecciones por unas horas campo de sangrienta refriega, de la que salieron triunfantes los que con Gonzélez Peña se vieron arrastrados a defender a tiros la legalidad del sufragio.
En ese misma año 1910 el cumplimiento del servicio militar vino a separar a González Peña de sus estudios de capataz y de las luchas sociales. Cumplió ese deber ciudadano en el regimiento de Infantería de guarnición en Santoña (Santander), en el que llegó a la graduación de sargento, con la que fue licenciado al finalizar el año 1912.
Se le admitió sin dificultad en su trabajo de la fábrica, por que, como dice Salazar, «acaso pensaron los directores de ella que la permanencia en filas le había curado de sus pasadas rebeldías se habían equivocado. En el cuartel fué propagandista de esas rebeldías a pesar de la disciplina y la vigilancia. Y poco después de su regreso a Mieres confirmó que no había experimentado retroceso en tal sentido su participación improvisada como orador en un acto anunciado para disertante forastero que no llegó a presentarse. Con esta su iniciación afortunada de orador coincidieron sus actividades, compartidas con Manuel Vigil Montoto y otros destacados elementos, en la fundación del Sindicato Metalúrgico asturiano y la reorganización de la Juventud Socialista.
Los directores de la fábrica quedaron pronto avisados del engaño que habían padecido. El deseo de alejar al agitador lo consiguieron pronto inesperadamente. Con motivo de una huelga ferroviaria, González Peña fué llamado nuevamente a filas. Cuando regresó a Mieres un mes más tarde se encontró eliminado de su puesto. Todas las gestiones para que fuera reparada la injusticia resultaron infructuosas.
Privado de ese forme del diario sustento, González Peña tuvo que recurrir a un puesto en trabajos de reparación de caminos concedido por el Ayuntamiento, gracias a que en él predominaban los concejales republicano-socialistas. Reducido el jornal solamente a los días de buen tiempo, fué este momento uno de los más precarios de su vida. Sin embargo, fué entonces también cuando decidió crear el hogar propio en matrimonio con doña concha Fueyo Rodriguez. El suceso es de los más reveladores de su carácter. Hombre que no se arredra por nada. Fue una lucha larga con episodios sangrientos, que necesitó apoyarse en la solidaridad de los obreros de Puertollano, conseguida por el propio González Peña. “La huelga general de Puertollano–recuerda Salazar– produjo en las alturas el efecto de una bomba. No habían transcurrido cuarenta y ocho horas cuando el jefe de Minas de la provincia, por encargo del Gobierno, buscaba a González Peña para buscar una fórmula que pusiese fin al paro. Al mismo tiempo Llaneza era requerido con igual designio por el conde de Romanones”. Por fin la Empresa de Peñayroya tuvo que admitir las reclamaciones obreras y aumentar el salario en cincuenta céntimos…
“La soberbia de la Empresa extranjera – palabras de Salazar – sufrió un golpe rudísimo. Y,en tanto, se proyectó una aureola de gloria sobre el hombre venido de Asturias para vencerla.
Poco después, en 1920, vino a realzar su personalidad que se le designara uno de los cuatro representantes de la industria minera en el Instituto de Reformas Sociales, con Llaneza, Marcos y Turiel .Desde ese puesto dio muy pronto,en el verano de ese mismo año, una rotunda muestra de su capacidad técnica puesta al servicio de las luchas sociales. Le proporcionó la ocasión un accidente en la mina La Virgen de Araceli, de La Carolina, en el que, perecieron veintitrés mineros. Se designaron oficialmente tres técnicos para la dilucidación de las causas de la hecatombe: dos ingenieros como representantes por el Instituto y por los patronos y a González Peña en representación de los obreros, que emitieron separadamente sus informes,contradictorios. El Instituto aprobó por unanimidad el de González Peña, acordando además su publicación. El diario madrileño El Socialista lo insertó íntegro, realzando con este motivo la personalidad del autor.
La mayor parte de su labor político-social por esta época la dedicaba al Sindicato Minero Asturiano, en el que era colaborador del secretario, Manuel Llaneza, y al que sucedió en el cargo a la muerte de éste. Desde 1920 fué el representante de sus compañeros de Sindicato en todos los Congresos de la Unión General de Trabajadores y en una buena parte de los celebrados por el Partido Socialista. De la primera entidad fué en el Comité nacional, primero suplente y luego vocal, como representante de la Federación de Mineros.También representé a ésta en el Congreso Internacional de Mineros celebrado en Praga en 1924 y a la Unión General de Trabajadores, en 1927, en la reunión celebrada en Ginebra por la Oficina Internacional del Trabajo.
Al finalizar ese año, la Federación de Mineros le destinó a la reorganización del Sindicato obrero de las minas de Riotinto, con cuyo motivo fijó su residencia en Huelva. No solo consiguió un éxito franco en la misión que ya se le había confiado, sino que, incansable en la propaganda y la acción Consiguió establecer florecientes Sindicatos en otras cuencas mineras de la provincia, como las de Tharsis y Pirita de Huelva, extendiendo después esta acción con fruto a los obreros de la tierra y de otras producciones. Los beneficios para los trabajadores no se hicieron esperar en aumento de jornales y mejoramiento de las viviendas. Dos grupos de casas para obreros en Corrales recibieron los nombres de Barrio de Manuel Llaneza y Barrio de González Peña. La provincia de Huelva – asegura Salazar–quedó ganada para la U.G.T. y el Partido Socialista por la tenacidad de este hombre que nunca tiene en cuenta los obstáculos del camino más que para vencerlos”
Presidente del Comité revolucionario de Huelva en el movimiento fracasado a mediados de diciembre de 1950 para derrocar a la Monarquía, fué encarcelado y sujeto a progreso en el que el fiscal pedía para él y demás compañeros del Comité la pena de quince años a muerte. Tres meses después de encarcelado se le dejó en libertad mediante fianza, con lo que pudo participar con gran movilidad y entusiasmo en la campaña política precursora de las elecciones municipales del 12 de abril de 1951 que dieron al traste con la Monarquía. Como presidente que seguía siendo del Comité revolucionario, se hizo entonces cargo del Gobierno civil de Huelva, puesto que dejó para trasladarse a Asturias a ocupar la Alcaldía de Mieres, para la que había sido electo. Simultáneamente con este destino desempeñó el de presidente de la Comisión gestora de la Diputación provincial asturiana. Triunfante como diputado a las Cortes Constituyentes de la República en las elecciones celebradas el 28 de julio de ese mismo año, por la jurisdicción de Huelva, alternó este con el último de aquellos destinos. Otras actividades importantes recayeron por entonces en él, como los puestos de vocal en el Consejo Ordenador de la Economía Nacional, los consejos de las Minas de Almadén y Arrayanes y el Banco de Crédito Local.
Al cesar en el Poder el Gobierno sostenido por la conjunción republicano-socialista, en setiembre de 1933, sustituído por el que presidió Alejandro Lerroux, González Peña renunció a su puesto en la Comisión gestora de la Diputación provincial de Asturias, para dedicarse con mayor asiduidad a las Secretarías del Sindicato Minero Asturiano y de la Federación de Mineros. También desempeñó por entonces la Presidencia de la Editorial Obrera Asturiana, inspiradora del diario socialista ovetense Avance.
En las elecciones celebradas en noviembre de 1933, que dieron el triunfo a los partidos de ideología reaccionaria, González Peña fue reelecto diputado por la provincia de Huelva.
Empujadas las organizaciones obreras a una actitud revolucionaria con la política reaccionaria de los sucesivos gobiernos por espacio de un año, González Peña figuró como dirigente principal en Asturias de la revolución de octubre de 1934, y que en esa provincia tuvo los más trágicos acentos. Vencida la revolución, que dio paso a una represión más sangrienta y cruel que la revolución misma, González Peña fue sujeto a proceso y sentenciado a la pena de muerte. Se le conmutó esta peña por la inmediata inferior cadena perpetua, que comenzó a cumplir en el penal de Burgos, del que salió al amparo de la amnistía promulgada al triunfar la coalición llamada del Frente Popular en las elecciones de diputados a Cortes celebradas el 16 de febrero de 1936. El presidiario dejó entonces la celda para ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados nuevamente por la provincia de Huelva.
Al sobrevenir la sublevación militar y fascista contra la República el 19 de julio de ese mismo año del triunfo en toda España del Frente Popular, González Peña volvió en Asturias a ser el principal dirigente de las huestes mineras contra los facciosos.
Referencias biográficas:
Ranchal (Miguel) – Ramón González Peña. (Córdoba, 1936; folleto)
Salazar (Víctor) – El presidiario nº 317. Ramón González Peña (a) el hombre. (Madrid, s.a.; 1936; prólogo de Belarmino Tomás y epílogo de Ramón Lamoneda).