Ingeniero de minas y escritor (aunque de muy escasa actividad en este aspecto) hermano del reseñado anteriormente. Nacido en Oviedo en el año 1828, hijo de don Bartolomé Menéndez de Luarca y Tineo y doña Juana Argüelles Quiñones. Como a su hermano Dionisio, algunos autores le aplican indebidamente el apellido Avello en tercer lugar, como si fuese hermano de Alejandrino, del que era primo carnal.
Preparado en la ciudad de nacimiento para emprender una carrera e inclinándole su principal vocación por las ciencias, decidió seguir los estudios de ingeniero de minas, para lo que ingresó en la Escuela Especial de Madrid en 1845. Ya en posesión del correspondiente título facultativo y al servicio del estado, prestó servicios secundarios en las minas de Linares y de Almadén hasta que en 1855 fue destinado a la Inspección de Minas de Murcia, donde habría de echar los cimientos de su robusta personalidad.
Residente en Cartagena, pronto contó con la empatía y el respeto del vecindario por las bellas prendas personales que le adornaban y el cariño de los mineros, que le reconocían como un protector más que un jefe. De su capacidad profesional, cimentada en el constante estudio, dio espléndidas muestras en 1856 al introducir acertadas reformas en el lavado y concentración de los terrenos romanos de la sierra cartagenera, consiguiendo elevar el rendimiento de plomo desde un seis a un setenta y seis por ciento. Del éxito alcanzado se hizo eco el periódico El cartaginés, que tuvo para el ingeniero asturiano grandes elogios. También en ese mismo distrito prestó importantes servicios públicos, ajenos a sus tareas profesionales, contando entre ellos especialmente haber formado parte de la comisión encargada en 1859 del nuevo trazado del ferrocarril que habría de enlazar a Cartagena con Murcia, corriendo bajo su dirección la parte del proyecto a través de la sierra de Carrascoy.
En cuanto a su conducta con la población minera, bastará para comprender la razón de lo mucho que se le estimaba este hecho recogido en la reseña que le dedica el Diccionario enciclopédico hispano-americano: “En octubre del mismo año (1859) – dice – salvó la vida con sus acertadas disposiciones a un infeliz minero que hacía tres días estaba incomunicado en la mina consolación a consecuencia de un hundimiento. Apenas llegó este hecho a conocimiento de Luarca, se trasladó a la mina, emprendiendo una labor de avance a través de los escombros, y haciendo desarmar el techo de una casa y de un lavadero de la mina para utilizar las maderas. Su impaciencia, ayudada de su vigorosa constitución, le impulsaron a tomar parte activa en los trabajos hasta conseguir arrebatar aquel desgraciado a una muerte segura”.
Por esos mismos días de octubre de 1859 se le nombró ayudante de la Escuela de Ingenieros de Minas, de Madrid, en la que dos años después se le designó profesor numerario de Geología y Paleontología, asignaturas de las que reveló profundos conocimientos que elevaron el nivel de enseñanza.
Dotado de notable laboriosidad, en la misma escuela compartió con las tareas exclusivamente docentes otras desarrolladas en los laboratorios. Entre ellas está la clasificación de más de dieciocho mil fósiles. Otra labor, acreditativa de su asturianismo, fue la dedicada al mejoramiento de la agricultura en la región natal mediante análisis de tierras, abonos, aguas y vegetales. También dedicó actividades al estudio técnico y administrativo de los manantiales de aguas minerales de España. De todas éstas y otras cuestiones se sirvió de la pluma con informes oficiales y estudio privados, desconociéndose el paradero de los respectivos manuscritos. Lo único de su labor de escritor que se ha salvado de esa pérdida es el trabajo que se anota al final de esta información.
Al crearse en febrero de 1865 la Comisión Permanente de Geología Aplicada, se le confirió un puesto de vocal y se le encargó especialmente el estudio de la cuenca carbonífera de Bélmez y Espiel. Después, en el mismo mes y año se le designó jefe de la comisión encargada del estudio de las cuencas carboníferas de Palencia, León y Asturias.
Con fama ya de geólogo eminente y cuando acariciaba proyectos que habrían dado el máximo realce a su personalidad científica, como el estudio e investigación de la cueva de Congosto (Guadalajara) y otras inexploradas entonces, dejó de existir con sólo treinta y ocho años de edad, encontrándose enfermo de un cáncer en el estómago, el día 23 de abril de 1866.
Trabajos sin formar volumen:
1.– Un artículo (En la obra Refutación de los artículos remitidos que sobre minas ha publicado “La Iberia”, Madrid, 1854, de Ignacio Gómez de Salazar).