ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

OCHOA (Juan de)

Célebre literato del siglo XIX. «Juan Ochoa –hemos dicho en otra ocasión– es uno de los más preclaros ingenios asturianos, cuya deplorable muerte prematura ha privado a las letras españolas de una de las más sólidas glorias del siglo XIX. Fueron tan breves su vida y obra que, de no haber sido esta un sazonado fruto, poco habría que decir de él. Vive algo menos de treinta y cinco años y deja como rastro de su vida tres novelas y algunos cuentos, como labor de perdurable integración al vastísimo tesoro de la literatura hispana».

Nació Juan Ochoa en Avilés el 4 de noviembre de 1864, en hogar acomodado constituido en matrimonio por el también avilesino y escritor Fernando Marías de Ochoa, reseñado a continuación, y doña María Cleofé Betancourt, de origen cubano. Es hermano suyo el reseñado a continuación.

En los albores de la adolescencia, probablemente en 1874, Juan  Ochoa se traslada con sus padres a Oviedo, y aquí transcurre casi enteramente el resto de su corta vida. Dotado de extraordinaria inteligencia y gran afán de saber, cursa bachillerato en el Instituto de segunda enseñanza y la carrera de Derecho en la correspondiente Facultad universitaria.

Le distinguían en la población estudiantil su agudo ingenio y la cultura que, al margen de los libros de texto, procuró acumular en Arte, Literatura, Filosofía e Historia. Todo acudía en su espíritu en torno a una ideología democrática y liberal, en consecuencia con las ideas revolucionarias precursoras de la instauración de la primera República y triunfantes en el breve tiempo de la República misma, que tal fue una de las principales características de su formación cultural. Era un republicano sincero y desinteresado de todo afán de medro y libre de bastardos sentimientos de toda especie.

Para él lo era todo el ideal, y por esto se encontró sin vocación para ejercer la carrera de abogado que había elegido y terminado, a la vez que le arrastraba un ejercicio tan escasamente productivo como el de escritor. sus primeros ensayos de tal, con pluma ya maestra, corresponden a los últimos tiempos estudiantiles en algunos periódicos democráticos de Oviedo, casi todos de corta vida, entre ellos La Democracia Asturiana (1884). Algo después (1885), colaboró en otro periódico  de mayores pretensiones, La Libertad, fundado y dirigido por el entonces paladín republicano Melquiades Álvarez, y en el que redactó una sección con ática pluma bajo el título de Parola y firmada con el seudónimo de Miquis, que le dio mucha fama. Entre otros periódicos que se avaloraron con crónicas, críticas y cuentos de Ochoa en años inmediatamente posteriores están El Carbayón y El Liberal Asturiano, de Oviedo, y El Atlántico, de Santander.

Horro de ambiciones, dominado por una excesiva modestia, Ochoa no piensa en abandonar la capital provinciana, donde vive feliz dedicado a sus estudios favoritos y a sus actividades productoras como escritor. Los ovetenses estiman la bondad que rezuma su carácter y admiran y celebran las sales de su ingenio. Entre los amigos que en Oviedo le estimulan a trasladarse a Madrid donde podría brillar espléndidamente figura Clarín, que ya ejerce de catedrático en Oviedo y siente por Ochoa una paternal devoción correspondida filialmente por este, buscándose ambos cotidianamente para departir por el Campo de San Francisco sobre todo lo humano y todo lo divino. Otros amigos carísimos, como el también malogrado Tomas Tuero y Armando Palacio Valdés, que residen en Madrid, le atraen desde aquí para que vaya a luchar por la fama entre ellos. Pero él resiste todas las sugestiones: la falta de ambición, el profundo amor al terruño, lo poco consistente de su salud son otras tantas trincheras en que se ampara contra los persistentes ataques.

Pertrechado de espléndida cultura literaria, maduro exquisitamente el ingenio, armado de una pluma formidablemente dotada de todos los recursos de un gran escritor, sale de Oviedo a la conquista de la posición y el renombre que le vaticinan sus amigos. Poca gente le conoce en Madrid, pero él se no da pronto, no solo a conocer, sino a celebrar y aplaudir desde las columnas del citado diario republicano La Justicia, particularmente con sus graciosas e intencionadas Parolas.

«Desde los primeros artículos –dice Altamira–, vimos todos que aquel no era un principiante, sino un escritor hecho y derecho; y sus finas sátiras políticas, sus perspicaces críticas sociales o de Literatura, lo que él llamaba con título común  Parola, encerraban siempre algo original, fresco, nuevo, que extrañaba y seducía juntamente. Entreverados con las Parolas publicó algunos cuentos, que tenían ya todas las cualidades desarrolladas poco después en las novelas… Los lectores de fino gusto, para los que no pasa inadvertido nada de lo que vale, leían con afán los escritor de Ochoa y se preguntaban a cada paso en el Ateneo, en el Congreso, por el autor.., El mismo Menéndez y Pelayo, que elogia pocas veces, me habló de los cuentos de Juan, que el interesaban mucho».

Tenía Ochoa por musas, como dice Clarín, «la beldad y la gracia». Esto, unido a una gran cultura, justifica que le acredite Altamira como «uno de los más geniales representantes de las nuevas generaciones».

Consagrada su pluma desde la Justicia, con el aplauso de los doctos y del público en general, se le abrieron las puertas de otras importantes publicaciones, en las que colaboró durante su breve estancia de un año en Madrid y posteriormente. Entre ellas figuran los diarios El Progreso y El Imparcial y las revistas Madrid Cómico, La España Moderna y Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispanoamericanas (1896),

todas de Madrid, dirigida también por Altamira esta última, y la revista barcelonesa Barcelona Cómica. Todos los géneros y, dentro de ellos, todos los temas le son igualmente fáciles y su nombre y su seudónimo Miquis alcanzan una extensa y sólida reputación. La crítica literaria y teatral así como los estudios biográfico-críticos son manifestaciones de las que más contribuyen a robustecer su fama.

Pero su endeble salud y la nostalgia de la tierra nativa no le dejan continuar la intensa actividad literaria a que se ve sometido en Madrid y en 1893 regresa a Oviedo deseoso y necesitado de un medio ambiente más apacible.

Antes de finalizar su breve permanencia en Madrid escribe la primera novela, Su amado discípulo, que aparece al público al año siguiente en un tomo con otras debidas a las plumas de rafael Altamira y Tomás Carretero. Con esta novela Ochoa cosechó una abundante cosecha de subidos elogios, entre los que figuran los de Pereda, Menéndez y Pelayo, Pérez Galdós y la Pardo Bazán. Y las ponderaciones le llegaron también del extranjero. «No solo en España –afirma Altamira–, sino en el extranjero, donde la Revue Hispanique dijo del malogrado autor alabanzas que muchos escritores viejos no han escuchado todavía ni escucharán nunca».

Desde Oviedo dio a conocer en la famosa revista madrileña La España Moderna la segunda novela, Los señores de Hermida, y en el diario El Imparcial, uno de sus cuentos más celebrados: El vino de la boda. Últimamente, en el año 1898, uno antes de su muerte, apareció al público en volumen otra novela, Un alma de Dios, seguramente la más conocida y famosa, que se tradujo al francés en 1900. En este año apareció también en volumen la anteriormente citada, a la que van agregados algunos cuentos y otros escritos. Y en el telar tenía otras novelas, una de ellas solamente bautizada con el título de Los amores de Florita, sobre cuyas primeras cuartillas suspendió para siempre en alto la pluma de tan privilegiado ingenio.

Juan Ochoa era tan flaco de cuerpo como robusto de espíritu, en contradicción con el clásico apotegma. Rostro alargado como para otro retrato del Greco, y pálida tez, indicios ambos del padecimiento que socavaba su organismo endeble. Por eso ha escrito Clarín que «se fue muriendo con tal modestia –como apagando el ruido de sus pasos al andar–, que de él quisiera decir, no que se murió, sino que se fue con Dios, como dice la Biblia de Isaías». En el pobre albergue de su cuerpo vivía un espíritu opulento en inquietudes hondas, emocional, bondadoso y un tanto burlón. De hombre bondadoso integralmente bastan para acreditarle la ternura y delicadez con que trata a sus personajes novelescos que desempeñan papel amable y, sobre todo, la benevolencia y comprensión que tiene para los de vida o misión censurable. Y aún mejor que esto revela su bondad la frecuencia con que niños y animales domésticos tienen importante representación en sus novelas y cuentos.

En la formación de esta alma buena entraba una apreciable medida de tendencia a la burla, lo que daba singular gracejo a su pluma. De su propensión, por lo mismo, a la sátira, se quedaba esta siempre en un tono dulzón. No causan hilaridad los personajes que satiriza, porgue los presenta ridiculizados sin violencia ni saña, para que los compadezcamos y disculpemos. «Jamás había una gota de hiel en su lengua ni en su pluma», como dice Clarín.

Este mismo famoso crítico, que tan íntimamente conoció a Ochoa pondera de él otra excelente cualidad: «En el mundo no ha habido –afirma– hombre más modesto que Ochoa: lo era por naturaleza, por aquello de pensar poco en sí mismo».

Todas esas peregrinas cualidades del hombre y del escritor tenían que dar un fruto literario de alta estimación. Sus cuentos y novelas tienen consistencia para salvar todas las mudanzas del gusto y de la moda. Un alma de Dios es toda una obra maestra. La vida de Justo Cancienes, el empleadillo de la Diputación de Nuvareda (Oviedo), casado con la viuda casquivana Marcelina Llanos, es una de esas tragedias que saben a Balzac, Dickens o Pérez Galdós.

«Jamás hizo Ochoa — dice Andrés González Blanco– profesión de naturalista, de esos de botiquín y letrina; pero sus obras sentimentales sin afectación, de un realismo ingenuo y conmovedor, valen por muchos mamotretos donde inventariaron los naturalistas de bajo vuelo los acontecimientos, personajes y cosas de su ciudad «, Y una autoridad tan respetable como Fitzmaurice-Kelly comenta en su Historia de la literatura española que en las tres novelas «nos ha dejado tres modelos de cuentos, notables por su verdad y su belleza».

Entre sus cuentos hay dos de originalidad y emoción extraordinarias. Son los que tienen por protagonistas al gato y una mosca, respectivamente, el último de los cuales ha recogido el autor de esta obra en la antología Cuentistas Asturianos.

No menos original y donoso es Ochoa como cronista. En el tomo número III hay un modelo de crónica digno de una antología española. Es aquella en forma de carta escrita por el río Navia a Campoamor, dolido de la ausencia en que le tiene el poeta. También fue Ochoa en algún instante poeta. Poeta de coplas que se imprimieron después de su muerte en el citado volumen. En una de ellas hace este vaticinio para después de su muerte:

El día que muera yo,
todos llorarán de pena;
todos, como la campana,
es decir, todos de lengua.

Falleció Juan Ochoa en Oviedo el 26 de abril de 1899, y contra lo que afirma ese augurio, su muerte causó muy hondo sentimiento.

La villa natal ha consagrado a la perpetuidad de su memoria una calle, inaugurada originalmente con su nombre el 29 de setiembre de 1922. Todos los homenajes recibidos en vida y en muerte se reducen a este.

 

Obras publicadas en volumen:

I.-Su amado discípulo. (Madrid, 1894; novela, con otras en el mismo volumen de Rafael Altamira y Tomás Carretero)

II.-Un alma de Dios. (Barcelona, 1898; novela en la Colección Elsevir)

III.-Los señores de Hermida- (Barcelona, 1900; novela en ídem, precedida de un prólogo de Leopoldo Alas (Clarín); y una semblanza de Altamira y seguida de algunos cuentos y otros escritos; publicada antes, 1896, en la revista madrileña La España Moderna; uno de los cuentos, La última mosca, reproducido en Cuentistas asturianos del autor de la presente obra)

 

Referencias biográficas

Altamira (Rafael).-Una semblanza. (Al frente del volumen III de la anterior relación, trabajo publicado antes en la revista Crítica de Historia y Literatura, Madrid, mayo y junio de 1899)

Anónimo.- Una necrología. (En El Carbayón, Oviedo, 28 de abril de 1899)

Clarín (Leopoldo Alas).- Una semblanza. (En El Carbayón, Oviedo, 8 de junio de 1899; reproducida de El Imparcial, de Madrid)

ïdem.- Prólogo al volumen III de la anterior relación

González Blanco (Andrés).-Comentarios. (En la Historia de la novela en España desde el romanticismo hasta nuestros días, Madrid

Suárez–Españolito (Constantino)– Una semblanza. (En la obra Cuentistas asturiano. Madrid 1930)

Ïdem.-Asturianos de antaño: Juan Ochoa y Betancourt. (En el Diario de la Marina, Habana, 25 de abril de 1932)