ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

POSADA RUBIN DE CELIS (Antonio)

Eclesiástico que alcanzó la categoría de arzobispo. Fue en la primera mitad del siglo XIX una eminente personalidad, admirable mediador a título de liberal, a pesar de sus hábitos eclesiásticos, en las luchas políticas a favor de las libertades públicas, maltratadas por Fernando VII.

Algunos autores le citan con apellido Posada suprimido y otros con los apellidos de Posada Argüelles. Nació Antonio Posada Rubín de Celis en Soto (Aller) el 11 de febrero de 1768, hijo de Antonio y María de esos respectivos apellidos.

De niño fue enviado a Llanes, lugar de nacimiento de la madre, y al amparo de sus tíos comenzó estudios preparatorios para la carrera eclesiástica, en lo que le sirvió de mentor el tío don Ramón Posada. Luego pasó al seminario de Murcia, donde cursó Filosofía, Matemáticas, Derecho y Lenguas. Luego estudió Teología y Cánones hasta alcanzar los grados superiores, con cuyo motivo pronunció en latín un hermoso discurso que fue impreso en Madrid años adelante.

Después de concluida la carrera, alcanzó mediante oposiciones en ese mismo seminario la cátedra de disciplina eclesiástica, que desempeñó por espacio de seis años, desde 1791 al 99.

En ese tiempo se presentó en Madrid a oposiciones de una canonjía en la colegiata de San Isidro, destino que alcanzó tras brillantes ejercicios. Pero no le fué concedida la plaza por no haber sido ordenado de sacerdote todavía ni tener cumplida la edad canónica requerida, por lo que regresó a su cátedra del seminario murciano. Algunos años después quedó vacante otra canonjía en la misma colegiata, que conquistó brillantemente también y de la que, ya ordenado de sacerdote, tomó posesión en 1799.

El desenvolvimiento de su vida como canónigo en Madrid estuvo rodeado de estimaciones y admiraciones conquistadas con su saber y su conducta. Desarrolló actividades de conferenciante y predicador que le dieron gran autoridad y fue presidente de la Academia de Ciencias Eclesiásticas de San Isidro.

Cuando la invasión francesa de 1808 adoptó una actitud patriótica, combatiendo valientemente desde el púlpito a los invasores, por lo que hubo de soportar algunas vejaciones del general Mural.

Le distinguían, como a los más de los canónigos de esa colegiata, entre los que figuraba Martínez Marina, sus opiniones liberales, de apoyo y aplauso en la lucha por la conquista de las libertades políticas. Debido a esto, Fernando VII disolvió en 1817 esa congregación y en la dispersión de los canónigos que la componían, a Posada Rubín de Celis le tocó marchar a Ciudad Rodrigo (Salamanca).

De aquí pasó poco después a abad del Bierzo (León). Al triunfar la revolución capitaneada por el general Riego en 1820 a favor del régimen constitucional con cuya causa simpatizaba Posada. Éste fue elevado a miembro del Consejo de Estado. Poco después (1822) se le designó obispo de Cartagena. Ocupaba esta mitra cuando sobrevino nuevamente el absolutismo de Fernando XXI, apoyado en la segunda, invasión francesa capitaneada por el duque de Angulema (1823), y el obispo Posada, cano todos cuantos mediaron de algún nodo en el sostenimiento del régimen constitucional, se vió en el trance de huir de España para librarse de las desatadas persecuciones. Marchó entonces a Roma en compañía del nuncio.

Residió emigrado por espacio de unos diez años en Roma y en Francia, muy favorecido por el papa con cargos y comisiones, que le permitieron prestar eminentes servicios al gobierno de la Iglesia.

A la muerte de Fernando VII regresó a España y fué un ardiente defensor de los derechos al Trono de la infanta Isabel, después Isabel II frente al que, como pretendiente, su tío Carlos de Borbón, desencadenó la primera guerra civil de las conocidas como guerras carlistas.

Entonces tuvo representación parlamentaria por Murcia en el Estamento de Procuradores (1834-36) y en 1837 fué elevado a la cámara de Próceres o Senado. Volvió a ser senador en 1845.

El 16 de setiembre de 1841 fue elevado a arzobispo de Venecia arzobispado que dejó para pasar el 7 de marzo de 1847 al de Toledo, que representaba la jefatura de la Iglesia en España. Poco después se le concedió el alto cargo temblón de patriarca de las Indias.

Aunque casi toda su vida estuvo alejado de Asturias, siempre mantuvo amoroso recuerdo para la tierra natal. Ya anciano, fue prefecto presidente de la Real Congregación de Nuestra Señora, de Madrid (1846-51), entidad sostenida por los asturianos y sus descendentes en la capital.

De esos últimos años, residente en Madrid, le recuerda Protasio González Solís con estas palabras: “Era sumamente afable, a pesar de sus muchos años y achaques. Al oscurecer, se metía en la cama y desde ella recibía, hasta las diez, un círculo de amigos que iban a hacerle compañía”.

Entre los honores y las mercedes con que le distinguió Isabel II estaban las Grandes Cruces de Isabel la Católica y Carlos III.

Falleció en 1853 y su cadáver fue inhumado en el panteón de la Iglesia de Nuestra Señora de Monserrat, de Madrid.

Desconocemos el discurso en latín a que se hace mención al comienzo de esta referencia y suponemos que habrá dejado algunos otros trabajos en volumen, además del anotado a continuación.

Obras publicadas en volumen:

I.—Discurso pronunciado en La Real iglesia de San Isidro en 1803. en el aniversario de los militares españoles. (Madrid, 1804).

Referencias biográficas:

Un boceto biográfico. (En El Carbayón, Oviedo, 22 de mayo de 1886).