ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

QUEIPO DE LLANO (José María).

Séptimo poseedor del título de conde de Toreno, y el que lo ha hecho inmortal entre los tres que al timbre de nobleza han unido el de una labor intelectual y política. QUedan los otros dos reseñados anteriormente: un hijo y el abuelo.

Este conde de Toreno fué en la primera mitad del siglo XIX una de las personalidades españolas más eminentes. En el terreno de la política nacional, orador insigne y gobernante de grandes recursos; en el de las letras, la pluma de historiador más veraz, experta y atildada de su época.

Como político, a causa de haber precedido con exaltación liberal en su primera época y con firmeza conservadora posteriormente, por una parte, y haber concertado la liquidación de una deuda exterior y un empréstito siendo ministro (y de lo cual se dará noticia más adelante) se le ha discutido en vida y después, de muerto y parece cuestión condenada a discusión eterna. Pero no solo se le ha discutido, sino que posiblemente se trata del político español del siglo XIX más vilipendiado.

Ya Carlos Le Brun al publicar en 1826 el libro anotado más abajo se permitía estampar este exabrupto: “Su nombre solo forma la caricatura de este vendedor de su patria… Este liberal contrahecho lo era solo por negociar empréstitos y hacer de la libertad de los españoles ( ¡pobres españoles!) un mercado pare el tráfico que le ha dejado, al cabo, se dice, una renta de treinta mil duros”. De no ser todo el libro una diatriba contra todos los políticos de ese tiempo y, de la que se libran solamente dos o tres, tan tremenda repulsa habría podido pulverizar la más sólida de las reputaciones.

Pero hay otro ataque no menos furibundo, éste de un glorioso poeta, Espronceda, lanzado desde su poema Diablo mundo en una octava real que contiene estos dos versos.

“El necio audaz de corazón de cieno,

al que llaman el conde de Toreno”.

Pero tampoco la acusación se sostiene en firmes cimientos. Lleva el virus de la venganza personal. Al parecer, tiempo antes de escrita esa insidia le habían preguntado al conde si conocía las poesías de Espronceda, a lo que contestó con sarcástica mordacidad que no, pero que había leído a Byron. Y es bien sabido que a Espronceda se le acusó siempre de plagiar a este poeta inglés.

En defensa del conde de Toreno en este caso concreto, y sin citar al poeta ni el pareado. Fuertes Acevedo escribe en Biblioteca de escritores asturianos: “poeta de esplendorosa fantasía, imaginación de fuego y genio brillante y extraordinario, pero cuyo corazón, si no de cieno, latía sin fe y sin creencias”. La defensa no puede ser más débil. Con fe y con creencias, Espronceda podría haber escrito esa misma injuria solamente con estar movido por un deseo de venganza. Si la fe y las creencias tuvieran esa garantizada consecuencia, otro sería el mundo.

Los ataques a la conducta pública del conde de Toreno fueron derivando con el tiempo en simples reservas al enjuiciarle. Hasta el ecuánime y ponderado Félix de Aramburu quiere y no quiere aludir a esto en Monografía de Asturias, cuando escribe del conde de Toreno “cuyas inconsecuencias y vanidades quedan ocultas tras la simpática figura del vizconde de Matarrosa y bajo los laureles de su fama de historiador”.

Julio Cejador le ha de poner un pero grave entre elogios: “A pesar de ser un francés de pies a cabeza y un aristócrata medio feudal, sin pizca de españolismo en el corazón”. Claro que esto ha podido rebatirlo Edmundo González Blanco con estas contundentes palabras: “Ni sus escritos ni sus discursos, ni sus actos ofrecen nada que haga bueno reproche tan arbitrario e inmerecido. Cierto que Toreno, como todos los hombres cultos de la España de entonces, jamás sintió simpatía por las muchedumbres imbéciles e idiotizadas por siglos de la Inquisición y clericalismo., que componían la gran masa de nuestro pueblo en los comienzos de la pasada centuria. Por eso quiso sembrar en el alma de tan heroico como desventurado pueblo sentimientos e ideas liberales y aplicar a sus llagas el bálsamo de las reformas políticas. Pero jamás dejó de latir en su generoso espíritu el amor patrio, no el bullicioso intemperante y provocativo, sino el que, por ser más ardiente y más sincero, es también más recatado en sus efusiones”.

Y cerraremos esta serie de reproches recordando que Morayta en La Masonería en España, al recoger el hecho de que al conde de Toreno se le calificara en copas y periódicos de “ladrón público”, se opone a la aceptación de tan indemostrado vilipendio recordando el caso del ministro Negrete, que “pasó por borracho impenitente, repugnándole el vino”. Caso semejante al del rey José Bonaparte, borracho que no bebía.

La mejor defensa de la conducta política del conde de Toreno es el relato de su vida, al cual remitimos al lector.

En cambio, nadie ha osado discutirle como escritor y más particularmente como autor de su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. Como ocurre siempre, la gloria cimentada sobre frutos literarios o artísticos, si menos pregonada en vida del autor, deja a su muerte resonancias mucho más duraderas que la conquistada en el palenque de las luchas políticas. Su historia es un valiosísimo legado al patrimonio cultural de España. Obras numerosas veces reimpresa, traducida a varios idiomas y siempre acogida por la crítica con profundo respeto y fervorosas alabanzas.

“El conde de Toreno – dice Alcalá Galiano – por su historia será citado en los siglos venideros como uno de los maestros del decir bueno y castizo en la generación presente. Y asociado su nombre con el de una época gloriosísima, no será extraño que, si bien no en igual grado quede en la alta estima y profundo respeto de nuestros descendientes, depositados juntos los timbres de España en su alzamiento y defensa la elocuente obra que dignamente los expone a la consideración del mundo en todas sus edades”.

Otro autorizado escritor Leopoldo Augusto del Cueto, afirma: “En esta parte no ha habido en España ni en el extranjero más que una opinión. Amigos y adversarios han declarado unánimemente su obra un monumento levantado al heroísmo de los españoles, a la literatura contemporánea, al habla castellana; y bien puede afirmarse, sin agravio para otros escritores, que no hay en nuestro suelo quien lleve la ventaja a su autor en varia y sólida instrucción, en sagacidad y firmeza de juicio y en concisión y robustez de estilo”.

Y casi un siglo después de publicada la obra, escribió Cejador: “La soberana grandeza del levantamiento épico del puro pueblo español abandonado de sus gobernantes y de la nobleza contra el vencedor de Europa, llevóle a componer casi una epopeya, pretendiendo escribir una simple historia, la mejor trazada, sin duda, desde la época clásica en España”.

El conde de Toreno nació en Oviedo el 26 de noviembre de 1786, único varón entre cinco hermanos. Fueron sus padres don Jose Queipo de Llano y doña Dominga Ruiz de Sarabia, ambos de rancia nobleza, él en Asturias y ella en Cuenca. El padre, como primogénito ostentaba ya el título de vizconde de Matarrosa y tardó algo más de diez años desde esa fecha en heredar el título de conde de Toreno, que pasó también por herencia a José Maria cuando andaba por los veinte años.

Cuando andaba por los cuatro de nacido salió con sus padres de Asturias y residió sucesivamente en Madrid, Toledo y Cuenca; Aquí en la magnífica posesión de extramuros de la ciudad que pertenecía al patrimonio de la madre, fue donde comenzó en serio su preparación intelectual. Comenzaron sus estudios, como era uso entonces por los de Latinidad. Trasladado a Madrid en 1797, continuó con los de Humanidades, Ciencias e Idiomas, bajo la dirección, como preceptor privado, de don Juan Valdés, asturiano de origen, hombre de vasta ilustración y de ideas liberales, que se fueron infiltrando en el espíritu del discipulo.

También influye en esa dirección liberal el abad de los benedictinos de Monserrat, quien le dió a leer las obras de Rousseau, Emilio y el Contrato social. El hijo, el octavo conde de Toreno, al formar con los discursos del padre el libro número IV que se indica más abajo, comenta este hecho así: “libros funestos, que hicieron, sin embargo, la educación filosófica y política de la generación que nos ha precedido”’.

Fueron asimismo maestros suyos Rosell y Cabanillas.

Su educación e ilustración fueron esmeradisimas y recibidas por él con el máximo aprovechamiento. Llegó a poseer una extraordinaria cultura en Humanidades, ciencias físicas y naturales e idiomas; de éstos además de las lenguas sabias latina y griega, poseía francés, italiano, inglés y alemán.

Aunque sus padres regresaron a Asturias en 1803, él continuó en Madrid dedicado a sus estudios. Aunque apenas salido de la adolescencia mantenía trato con jóvenes de más edad, algunos ya destacados en los cenáculos políticos como reformistas influidos por los enciclopedistas franceses; figuraba entre éstos, Agustin Argüelles.

En Madrid se encontraba cuando la invasión francesa de 1803 y de los trágicos sucesos del 2 de mayo no sólo fué testigo, sino también actor, puesto que hubo de mediar en evitación del inminente suplicio al que los franceses iban a someter a otro ilustre asturiano, Antonio Oviedo y Portal.

Pocos días después regresaba a Oviedo, donde le esperaba campo más propicio para la expansión de su patriotismo indignado y herido. Ya poseía entonces el título de vizconde de Matarrosa y tenía puesto de vocal nato por derechos de familia en la Junta General del Principado, que se acababa de reorganizar aprestada a la defensa nacional frente a las autoridades que obedecían al Gobierno maniatado por los franceses.

Las noticias que de Madrid llevaba Queipo de Llano acabaron de inflamar de patriotismo a los dirigentes del movimiento contra el invasor, y la Junta tomó el acuerdo de solicitar contra éste la alianza de Inglaterra. Uno de los embajadores nombrados para tan importante comisión fué el vizconde de Matarrosa, aun cuando se trataba de un mozalbete de veintidós años. Compartían tal cometido el también ilustre político y escritor asturiano Angel de la Vega Infanzón y como secretario, Fernando Alvaro de Miranda. La embajada salió de Gijón para Inglaterra el 30 de mayo.

La permanencia en Londres de esta patriótica Comisión, desde el 6 de junio hasta principios de diciembre del mismo año 1808, fue una ininterrumpida serie de atenciones y agasajos con los comisionados. Dice de ellos Ferrer del Río: “Recibíalos Cannig con los brazos abiertos; obsequiosa la aristocracia y entusiasmado el pueblo, no por amor a España, sino por odio al emperador de los franceses, colmaban de distinciones a los dos representantes de la Junta, hasta el extremo de suspenderse por mucho rato la representación de una ópera el primer día que asistieron al palco del duque de Gueeribury. Con todo, el Gobierno inglés sólo manifestó desde luego simpatías por la causa española; en lo de intervenir directamente fue su proceder más lento”.

A su vez los comisionados dejaron en la Corte inglesa muy gratos recuerdos. A aquéllos permaneció unido Agustín Argüelles,que se encontraba en Inglaterra muy bien relacionado, y que ayudó eficazmente al éxito de la gestión.

A su regreso a Oviedo, Queipo de Llano se encontró con la dolorosa noticia del fallecimiento de su padre, luctuoso suceso que le daba posesión del título de conde de Toreno, con el que habría de pasar a la historia y a la inmortalidad.

Tanto por su luto como por desacuerdo con algunos elementos de la Junta General del Principado, y la necesidad de dedicarse al ordenamiento de los asuntos de familia, vivió bastante apartado de los públicos hasta mayo del año siguiente.

Entonces fue cuando el soberbio y desmandado general marqués de la Romana, comisionado por la Junta Suprema nacional para unificar los servicios militares de las regiones, llegó a Oviedo y cometió la torpe ligereza de disolver la Junta General, influido por intrigas de los descontentos, que nunca faltan en todas las cuestiones.

La Romana, al sustituir esa Junta, genuina representación de Asturias por otra formada a su arbitrio, nombró como uno de sus miembros al conde de Toreno. Olvidó o desconoció que tenía puesto por derecho propio y acaso pensó en atraérsele halagado. Pero el conde, aun que resentido con elementos de la Junta anterior no sólo no aceptó el puesto, por estimar la acotación como una indignidad, sino que protestó enérgicamente de la despótica y abusiva actitud del general. Fué un gesto de gallardía que acusa la integridad y nobleza de su carácter.

Por el mes de setiembre de ese año (1809) se trasladó a Sevilla, cerca de la Junta Central, deseoso de mayor campo donde prestar servicios a su país, atropellado.

Al resignar los poderes la Junta Central en el Gobierno instituido el 31 de enero de 1810 con el nombre de Regencia, a Queipo de Llano le designó representante cerca de ella la Junta de León lo mismo hizo poco después la de Asturias, ya restablecida.Fue entonces uno de los enviados por las provincias que combatió con más energía el recelo y las dilaciones de la Regencia a cumplir el compromiso de reunir en Cortes a los representantes del país, lo que al fin consiguió por decreto de convocatoria del 18 de junio.

Obró en esto con tal entereza, frente a los elementos de la Regencia, que tal actitud le valió aplausos y censuras, amigos y enemigos, según la división reinante entre liberales y reaccionarios. Empezó a sentirse a un tiempo ensalzado y combatido, choque de opiniones que ya no habría de abandonarle ya en su vida.

Asturias le eligió uno de sus diputados a Cortes. Abiertas estas desde el 24 de setiembre de 1810, la nueva irrupción de los franceses en el Principado,impidió a éste elegir con puntualidad su diputados pero una vez elegidos, en la sesión de Cortes del 11 de febrero de 1811, se planteó en reñido debate la cuestión de que se admitiera o rechazara la designación del conde de Toreno por no haber cumplido éste todavía los veinticinco años, edad fijada para los derechos políticos. Fue admitido, por fin, días después, en atención a sus pruebas dadas anteriormente de talento y cultura y patriotismo. Y se buscó hábilmente una fórmula, fundada en que, años atrás, había podido obtener del Gobierno una especial autorización para poder administrar sus bienes en minoría de edad.

Su primer éxito en aquella histórica Asamblea tuvo lugar al intervenir en favor de la abolición de los señoríos, aun cuando él era señor de algunos. Desde entonces, su fama de orador de robustas concreciones y persuadiente fue creciendo hasta distinguírsele, aunque el más joven de todos, como uno de los más ilustres.

«Siguió el conde, mientras duraron las Cortes generales y extraordinarias—dice Leopoldo Augusto del Cueto en su admirable biografía—, dando muestras de su aventajada capacidad, llevando la voz principal en muchas cuestiones,y siendo casi siempre, por decirlo así, el alma de las Comisiones de Guerra y Hacienda, de que fuá individuo». Participó con gran autoridad en numerosos debates sobre la Constitución promulgada en 1812.

A esta actuación suya en las Cortes de Cádiz responde el libro ya aludido antes, publicado por su hijo Francisco de Borja, en el que se recopilan a manera de antología ideológica sus discursos.

No fue José María Queipo de Llano diputado en las Cortes ordinarias siguientes (1813-14) por haber acordado las Constituyentes la no reelección de sus miembros.

Al quedar de nuevo implantado el régimen político absolutista con el regreso a España de Fernando VII en mayo de 1814 y ser desatada la persecución contra los gestores de las Cortes de Cádiz, más los de las constituyentes que los de las ordinarias, el conde de Toreno, que acababa de regresar a Asturias, se vió precisado a salir huyendo a Ribadeo, donde embarcó rumbo a Lisboa. Pero obligada la embarcación al arribo en Vivero a causa del mal tiempo reinante, tuvo que continuar el viaje por tierra, en huida dificultosa hasta Portugal, y llegó a Lisboa a mediados de junio. De aquí emigró a Inglaterra en los primeros días del siguiente mes. Así fue como se salvó de la ejecución de la pena de muerte fulminada contra él y otros muchos ex-diputados constituyentes.

Residió en Londres hasta diciembre, trasladándose entonces a París. Pero al retorno a Francia de Napoleón, regresó a Londres, donde creía que serían más útiles sus cooperaciones en favor de la libertad política de España, aherrojada por el despotismo de Fernando VII.

A su regreso a Inglaterra se enteró de que habían sido confiscados sus bienes y que posaba sobre él una sentencia de pena de muerte por el terrible delito de haber sido un ciudadano ejemplar.

En agosto de 1815 volvió a Francia. En abril del año siguiente fue detenido y encarcelado, junto con otros liberales españoles residentes en París, por sospechas de complicidad en el fracasado movimiento revolucionario de su hermano político el general Portier en La Coruña y por conspiradores contra los Borbones de España, Francia y Nápoles. Permaneció encarcelado unos dos meses, hasta que, faltas de prueba las acusaciones, se le dejó en libertad.

En París continuó, escaso de recursos, dedicado a sus estudios predilectos y publicó el folleto Noticia de los principales sucesos ocurridos en el Gobierno de España (número I), su primer ensayo de historiador, que tuvo una gran aceptación y fue traducido a varios idiomas.

Al quedar nuevamente instaurado en España el régimen constitucional, en marzo de 1820, como consecuencia del alzamiento del general Riego en enero de ese año, el conde de Toreno no sólo se encontró en disposición de regresar a su patria—nula la pena de muerte que sobre él pesaba y en posesión de sus riquezas—,sino que fué sorprendido con el nombramiento de embajador de España en Berlín. Acaso este real nombramiento encubría, como una argucia, el deseo de continuar teniéndole alejado de España. El caso es que Queipo de Llano prefería ser actor en la vida pública española y fue preciso que se negara por tercera vez y ésta terminantemente a la aceptación de esa Embajada. Quería prestar servicios a su país dentro y no fuera de él como lo consiguió al ser electo diputado a Cortes por Asturias en las elecciones de ese mismo año.

Limpios ahora ideas y sentimientos de las exaltaciones juveniles, siguió siendo un defensor integérrimo de la libertad, pero moderado por creciente amor a los principios jurídicos. Fué en esas Cortes (1820-22) el caudillo del grupo moderado.

“Toreno viene a estas Cortes—dice Cristóbal de Castro—prisionero de la experiencia, pasando de agresivo en Cádiz a moderado y gubernamental en Madrid…El Gobierno conságrale como a Mentor, y en las sesiones más ruidosas, su elocuencia cobija al Ministerio como un manto. Es el leader del orden y de la paz…Se le llama la musa del Ministerio porque es su inspirador y guía”.

Mientras por esta mejor templada actitud se robustecían su fama y su prestigio entre las clases ilustradas y adineradas del país en las masas, ebrias por exaltadas opiniones, perdía su antiguo predicamento. Las Sociedades patrióticas, a las que combatió por su actuación, según él, contraproducente y perturbadora, fueron focos de difamación, donde se le consideraba pastelero porque también combatía al Gobierno cuando le parecía de razón combatirle, y se inventaron contra el hablillas y patrañas.

Al salir del Congreso de los Diputados el 4 de febrero de 1822 después de haber pronunciado un vibrante discurso sobre la necesidad de reprimir los abusos de la libertad de imprenta, utilizada para el cultivo de la calumnia y la difamación, fue objeto de un atentado, junto con Martínez de la Rosa, por parte de un grupo de alborotadores capitaneados por un cómico de apellido González, que parece aspiraba a ser jefe político de Madrid. Les libró del grave trance el general Morillo.Al hablar en la sesión siguiente del Congreso de este percance, decía: “viviré de hoy en adelante tan prevenido que si llegan a atacar mi casa, la hallarán en disposición de resistir como una fortaleza”.

En estas Cortes desarrolló una actuación brillante como orador y eficaz en los trabajos de las Comisiones parlamentarias por sus sólidos conocimientos en materias de Hacienda y Administración, sobre las cuales presentó un informe referido a los Presupuestos que aún se reconoce magistral por su doctrina.

Fue duramente combatido por su proyecto, mantenido con gran firmeza, de levantar un empréstito de doscientos millones, que estimaba imprescindible para que el Tesoro público cumpliera sus obligaciones con este motivo nuevamente la difamación volvió a cebarse en su prestigio, aún cuando no intervino luego en el concierto de ese empréstito ni de otros.

En la primera legislatura de esas Cortes se le exaltó (9 de setiembre de 1820) a la presidencia del Congreso, puesto que desempeñó con acierto hasta el 9 de octubre.

Al concluir sus tareas esas Cortes extraordinarias en febrero de 1822, como no podían ser reelectos los diputados, Queipo de Llano se dispuso a permanecer retirado de la vida pública temporalmente.

Parece que el rey, no habiendo podido desterrarle a una Embajada, quiso asegurarse contra él de otro modo, y le ofreció el Poder para que formara Gobierno bajo su presidencia, pero también a esto se negó el conde, que acaso estaba más sobre aviso acerca de las mañas arteras del monarca que otros muchos políticos que le hicieron el juego inconscientemente. Ante la negativa, el rey le pidió consejo sobre las personas que, a su juicio, podrían formar el Ministerio y Queipo de Llano le entregó una lista de los posibles ministros, con Martínez de la Rosa como jefe del Gobierno, y ese inicuo día salió para París, temeroso de que se fuera a sustituir con él a alguno de los propuestos.

En Francia continuaba cuando se produjo nuevamente en España la reacción absolutista de 1823, y aquí empezó el cambio de residente voluntario en el extranjero por el de nuevamente proscripto, perseguido en su vida y en su hacienda. Quizá por la evolución de sus ideas políticas hacia zona más templada habría podido conseguir de Fernando VII más suave trato. “Pero era Toreno—afirma Cueto—de aquellos hombres que jamás adulan a los déspotas, sean de sangre real o de origen populachero, y aunque no faltaron instigadores que a ello le incitasen, jamás dio pasos directos ni indirectos para que cesasen sus persecuciones, mostrando siempre ánimo entero y sufrido, como los más de los españoles que compartían con él la suerte del destierro”.

Durante este segundo exilio, que duró hasta muy próxima la muerte del tirano, una década, Queipo de Llano se dedicó a estudios históricos y políticos, en viales y residencias en los principales países europeos, Inglaterra, Bélgica, Suiza, Alemania y, con preferencia, Francia,en todos los cuales fué objeto de distinciones y agasajos por parte de los hombres más eminentes y de las instituciones de mayor prestigio.

A finales de 1827 acometió el magnífico empeño, desde tiempo atrás acariciado, de escribir una memoria de los sucesos ocurridos en España desde 1808, y fruto de esa labor es la célebre Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, concluída a fines de 1832.

En julio de 1833, al amparo del decreto de amnistía de la reina Cristina, regresó a Madrid, de donde le obligo a salir el Ministro Cea Bermúdez, que veía enemigos por todas partes, y no sin fundamento. Pasó entonces a residir en Asturias hasta la muerte de Fernando, ocurrida el 29 de setiembre de ese año. Aquí tomó parte como vocal nato en las sesiones de la Diputación constituida en 1830, por su calidad de alférez mayor del Principado, cargo hereditario en la familia, y él fue quien proclamó a la sucesora en el Trono, la princesa Isabel y regresó a Madrid seguidamente.

Un año más tarde, ya promulgado el Estatuto Real del que fue inventor Martínez de la Rosa, éste, que presidía el Gobierno le confirió el Ministerio de Hacienda, departamento que regentó el conde de Toreno desde el 18 de junio de 1834 hasta el 13 de igual mes del año siguiente a excepción de los siete últimos días que estuvo encargado del Ministro de Estado.

En las elecciones de representantes al Estamento de Procuradores con que Martínez de la Rosa sustituyó el Congreso de los Diputados, Queipo de Llano fue electo a la vez por Oviedo y Cuenca. Abierta la Asamblea en julio, acometió en ella la tarea de proponer y defender fundamentales reformas en la administración de su Ministerio y en la general del Estado, que, además de desorganizada y empobrecida, tenía que hacer frente a dos grandes calamidades: la invasión del cólera morbo asiático y la guerra civil sostenida frente a los derechos de Isabel por su tío Carlos de Borbón, o sea la guerra carlista. Su actuación en el Parlamento fue de una entereza ejemplares en el sostenimiento de sus doctrinas reorganizadoras ganándose en reñidísimas batallas contra toda clase de enemigos una de las más altas categorías de hacendista. Una de sus principales medidas fue la de concertar un empréstito de cuatrocientos millones de reales, de los que doscientos cincuenta millones eran necesarios para cubrir deudas atrasadas.

Al dimitir la Presidencia del Consejo de Ministros Martínez de la Rosa, fué ocupada (7 de junio del 35) por el conde de Toreno. Formó Gobierno, reservándose el Ministerio de Estado, en coalición con elementos liberales moderados, de mayor garantía que el anterior para el desenvolvimiento de la vida política. Al parecer, influyó poderosamente para que alcanzara el Poder, además de lo mucho que la reina Isabel II le distinguía, el previo acuerdo de ambos de que era necesario recurrir a una intervención extranjera para acabar con la guerra carlista. A esta conclusión de esta lucha dedicó algunos de sus mejores afanes y otros a restaurar el principio de autoridad, bastante maltrecho. Su gobierno fué modelo de buena administración, pero tampoco logró en buenas normas jurídicas la desarticulada vida nacional. Toreno era acaso —supone Cueto— el hombre más capaz de España para dar robustez a la autoridad pública, haciéndola entrar en una senda firme y segura de justicia y regularidad, el más apto para subordinar los intereses pasajeros de la política a los intereses permanentes de la administración; más era para ello indispensable contar con el apoyo de la fuerza pública, lo cual no era posible cuando la anarquía política había prostituido la disciplina militar y roto, sin crear otros nuevos, los vínculos respetables de las tradiciones antiguas”.

Siendo presidente del Consejo de Ministros contrajo matrimonio con una hija de los marqueses de Camarasa, la señorita Maria del Pilar Gayoso de los Cobos y Téllez Girón.

A los tres meses y días de haber formado Gobierno, el 14 de setiembre de 1835, se vio obligado a abandonar el Poder, sucediéndole en la jefatura el que había sido su ministro de Hacienda, Juan Álvarez Mendizábal. Tuvo que renunciar a sus buenos propósitos a consecuencia de las revueltas que se producían en toda la nación.

El conde de Toreno —dice Juan Nido en Antología de las Cortes de 1840 – 1846— dejó el Poder envuelto en la anarquía. En todas las principales ciudades del reino se habían formado Juntas de Defensa que no obedecían al Gobierno y que fueron otros tantos poderes autónomos.

Tomó parte luego parte en reñidos debates parlamentarios, entre ellos uno suscitado sobre la administración de su gobierno; en él que expuso tan rotundas justificaciones de su conducta limpia y acertada que le aplaudieron hasta sus mayores enemigos”, dice Cueto.

Al triunfar el llamado motín de los sargentos en La Granja, Queipo de Llano salió de España, previsor, ante las nuevas posibles persecuciones. Huía ahora de las reacciones liberales como antes había huido de las absolutistas, y esta mudanza tan profunda en su personalidad política es lo que ha dado lugar a que se le calumniara. Estuvo acertado en la determinación de expatriarse, porque apenas había salido de España cuando le fueron confiscados los bienes y se le depuso de todos sus honores. Residió por entonces en París y en Londres, ciudades donde gozaba de gran predicamento.

Proclamada la Constitución de 1837 y celebradas elecciones a Cortes ordinarias, regresó a España al amparo del acta de diputado que le otorgó una vez más su provincia y de la situación política conservadora nuevamente en auge. No obstante, ya sobre aviso acerca de los bandados de la política dejó en París a la familia.

En esa legislatura, como prohombre del flamante Partido Moderado, defendió con sólida argumentación y gran entereza la necesidad de acabar la guerra carlista apelando a un convenio, a una transacción, actitud por la que fué muy combatido, pero procedimiento que resultó, al fin, año y medio después el que hubo que aceptar.

Por entonces la reina gobernadora le hizo grande de España. También en el terreno social había cambiado mucho el que llegó a las Cortes de Cádiz a combatir privilegios como el de los señoríos; Dice a este respecto Ferrer del Rio: “Opulento magnate con hábitos de sibarita, recibía en sus magníficos salones a la flor de la aristocracia, menudeando en su obsequio saraos bastante suntuosos para que desperdiciaran sus enemigos la ocasión de zaherirle; así propalaban a voz en grito que tal fausto venía a ser sátira de la pública miseria. Había cumplido ya cincuenta y tres años y vestía con más elegancia que ninguno de sus colegas solía lucir ricas joyas, alfileres de brillantes y cadenas de oro; manejaba el lente con la coquetería almibarada de un mozalbete, y con el descaro de un hombre de mundo, según cumplía a su deseo”:

Concluida aquella legislatura parlamentaria, se trasladó de nuevo a Francia. Entonces llevó a cabo una larga excursión por las principales ciudades italianas, tanto por estudio como por descanso de sus luchas políticas entre violencias y desconsideraciones. De este viaje redactó un Diario (número 1) que se habría de publicar bastantes años después de su muerte. En el extranjero se encontraba, rodeado en todas partes de grandes consideraciones, cuando en la turbia política española de esos días aparecía su nombre mancillado con la más grave y pública acusación que se le ha hecho. El general Seoane le imputaba en pleno Congreso de los Diputados de una grave y deshonrosa gestion ministerial.

Evaristo Fernández San Miguel en su Vida de D. Agustín Argüelles resume el hecho en estas palabras: “En 1835 se había hecho un contrato sobre azogues. Poco tiempo después, a solicitud de la casa contratante (que era la de Rothschild) se alteraron las condiciones del convenio. El diputado acusador (señor Seoane) trató de hacer ver que la modificación, favorable a dicha casa, había irrogado en la misma proporción perjuicios a los intereses de la Hacienda Pública”.

El Conde de Toreno regresó a España a fines de 1839 y en las Cortes del año siguiente volvió a su escaño del Congreso, electo también por Asturias. Le movía principalmente el deseo de rechazar por falsa aquella imputación. Al examinar el Congreso las actas de diputados electos en 1840, “cuando se trató de la admisión del conde de Toreno — dice San Miguel — se hizo ver por algunos diputados de la minoría que, habiendo sido acusado de cosas graves que vulneraban su buen comportamiento y probidad, y no habiendo tratado de responder a ellas de un modo público que pusiese en claro su conciencia, debía negarse o suspenderse su admisión, hasta que no mediase este requisito indispensable”. Le defendieron algunos diputados, y entre otros argumentos adujeron “que este pleito lo había fallado en cierto modo la provincia de Oviedo, reeligiéndole entonces, y nombrandole ahora nuevamente diputado”

Parece que Queipo de Llano esperaba que se reprodujera por alguien en su presencia la acusación, pero al no suceder las cosas como él esperaba, y puesto que la grave imputación estaba como latente, se decidió a presentar con su firma y las de otros seis diputados la siguiente proposición: “Que se nombre una Comisión que, tomando en cuenta la proposición del ex-diputado D, Antonio Seoane contra el Conde de Toreno, leída en el Congreso y tomada en consideración en la sesión del 7 de febrero de 1839, examine atentamente dicha proposición, y manifieste si por ella ha lugar a que el Congreso formalice acusación contra el mencionado  conde. Defendió él mismo la proposición, en apoyo de la cual pedía; “Por mi propia reputación y la de mis amigos es ya urgente que se ponga término a esta materia”. La Comisión dictaminadora —dice San Miguel—, “propuso que el Congreso se sirviese declarar que no había lugar a la acusación propuesta por el señor Seoane en su proposición de 1 de febrero contra el señor Conde de Toreno, ministro que había sido de Hacienda en 1835. Según el propio San Miguel, la Comisión invitó al señor Seoane a trasladarse a Madrid a deponer sus cargos, como había prometido, “más la esperanza había quedado fallida, no habiendo venido a Madrid el señor Seoane”; y agrega: “Sin duda Ignoraba la Comisión que el señor Seoane había pedido licencia para venir a Madrid, y que el Gobierno se la había negado”.

Sobre este hecho de haber sido reconocida su honorabilidad por el Parlamento, escribe al ya varias veces citado Leopoldo Augusto del Cueto: “Es de celebrar que haya habido quien se resolviese a acusar legal y solemnemente al conde de Toreno, pues, de otro modo, no hubiera podido patentizarse cuán difícil era hallar la parte flaca de aquel hombre, al cual juzgaban tan vulnerable”.

Poco después, ante los nuevos trastornos políticos bajo la regencia de Isabel II, el conde de Toreno volvió a su frecuente y voluntaria expatriación, y esta vez ya para no regresar más, en febrero de 1841 .El 16 de setiembre de 1843 (y no en 1840 como anota Fuertes Acevedo ni en 1846 como asegura Julio Cejador, fallecía en su casa de París. Trasladado su cadáver a Madrid, se le dió sepultura en el cementerio de San Isidro.

Obras publicadas en volumen:

I. — Noticia de los principales sucesos ocurridos en el Gobierno de España desde el momento de la insurrección en 1808 hasta la disolución de las Cortes ordinarias de 1814. Por un español residente en París. (París, 1820; folleto traducido a varios idiomas).

II. — Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. (París, 1832 tres tomos en cuarto; obra muchas veces reeditada en tres y cinco volúmenes y traducida a varios idiomas; la edición que se ha hecho clásica es la de 1862 en un volumen de la colección Biblioteca de autores Españoles, o de Rivadeneyra, con el estudio Biográfico de Leopoldo Augusto del Cueto).

III.—Discursos parlamentarios. (Madrid, 1872 y 81; dos tomos; especie de antología ideológica formada con sus discursos parlamentarios por el hijo Francisco de Borja)

IV.—Diario de un viaje a Italia en 1839. (Madrid, 1882, pura póstuma, publicada antes en la Revista Contemporánea, Madrid, 30 de enero , 15 y 30 de febrero, 30 de mayo y 30 de junio de ese año).

 

Trabajos sin formar volumen:

1.— Discurso en pro de la abolición de los señoríos. (Diario de las sesiones del Congreso de los Diputados, Cádiz, 7 de junio de 1811).

2.—Discurso en favor de la nueva organización y planta del Estado Mayor del Ejército. (En idem, 30 de junio de 1811)

3.—Discurso sobre la supresión de las Órdenes Militares. (En idem, 11 de agosto de 1811). 4.—Discurso abogando que la potestad de hacer las leyes reside solo en las Cortes. (En idem, 3 de setiembre de 1811).

5.—Discurso en Pro de la Cámara única, (En idem, setiembre de 1811)

6.—Discurso combatiendo la facultad concedida al rey por el título IV del proyecto de Constitución para declarar la guerra y hacer la paz, dando después cuenta a las Cortes. (En idem, octubre de 1811)

7.—Discurso relativo a que no pudiese ninguna persona real, ser individuo de la Regencia, (En idem, 31 de diciembre de 1811)

8.—Discurso proponiendo se tomen severas providencias contra el autor del “Manifiesto que presenta la nación”. (En idem)

9.—Discurso en favor del dictamen de la Comisión que propone la reforma del Reglamento de la Regencia para facilitar la comunicación de ésta con las Cortes, (En idem).

10.—Discurso en favor de la abolición del voto de Santiago (En idem).

11.—Discurso pidiendo la abolición del Tribunal de la Nación. (En idem)

12.—Discurso acerca de los alborotos ocurridos en Madrid con motivo de la presencia del general Riego en el teatro (En idem, 7 de setiembre de 1820)

13.—Discurso con motivo de la separación de todos los ministros por decreto de marzo de 1821 (En idem)

14.—Memoria presentada al Estamento de Procuradores en 8 de octubre de 1834 (En idem; reproducido en la primera edición después de esa fecha del Diccionario de Hacienda, de José Canga Argüelles, tomo II).

15.—Discurso en contra de la autorización pedida por el Gabinete de Mendizábal para cobrar las contribuciones, (En idem, 23 de diciembre de 1835).

16.—Discurso en favor de la proposición pidiendo se abriera una información acerca de lo dicho por el diputado don Antonio Seoane contra el conde de Toreno en la sesión del 7 de febrero de 1839, (En idem, 21 de marzo de 1839).

17.—Algunos trabajos. (En el Diccionario de la política: Enciclopedia de la lengua y la ciencia política y de todos los sistemas sociales. por varios autores. Madrid, 1849).

 

Obras inéditas:

—Historia de la dominación de la casa de Austria en España. (MS.)

 

Referencias biográficas:

Acevedo y Huelves (B.)— Una desdichada aleluya. (En el Boletín del Centro de Asturianos, Madrid, marzo de 1885)

Alcalá Galiano (Alvaro) — Comentarios a la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, del conde de Toreno (En la Revista de España, Madrid, 1840).

Alcalá Galiano (Antonio)—Un artículo crítico sobre Historia del levantamiento…(En la Revista de Madrid, Madrid, segunda serie, tomo II)

Anónino.—Un boceto biográfico.(En el tomo IV de la obra anónima Personajes célebres del siglo XIX por uno que no lo es,Madrid,1843)

Idem.—Una reseña de la Sociedad Patriótica Landaburiana. (En El Indicador, Madrid, 24 de diciembre de 1922)

Castro (Cristóbal de)— Alusiones y comentarios (En la obra Antología do las Cortes de 1820)

Cueto (Leopoldo Augusto del) — Una biografía (En el tomo III de la Galería de hombres célebres contemporáneos, de Pastor Díaz y otros autores y reproducida como preámbulo a la edición de Madrid, 1862, de la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, del conde de Toreno)

Estruch (Camilo E.) — Necrología. El conde de Toreno. (En la Ilustración Gallega y Asturiana, Madrid 28 de noviembre de 1880)

Ferrer del Río (A.) Una semblanza. (En el libro Galería de la literatura española Madrid, 1846)

Fuertes Acevedo (Máximo) — Un boceto biográfico.(En Biblioteca de escritores asturianos 1867, MS en la Biblioteca nacional)

Ídem.— Datos bibliográficos (En Bosquejo acerca del estado que alcanzó en todas las épocas la literatura en Asturias, Badajoz, 1885)

González Blanco (Edmundo) Figuras de la Asturias clásica: El conde de Toreno.(En la revista Norte, Madrid, junio de 1931)

Morón (Fermín Gonzalo)— Un juicio crítico sobre la Historia del levantamiento. . .(En la Revista de España y del Extranjero, Madrid, 1842)

Olay Argüelles (Leopoldo) — Biografía, D.José María Queipo de Llano y Ruiz de Sarabia

Dávila, conde de Toreno. (En Asturias Órgano del Centro de Asturianos, Madrid febrero de 1897)

Oviedo y Portal (Antonio Rafael) — Elogio del Excmo. Sr. D. José María Queipo de Llano y Ruiz de Sarabia, Conde de Toreno grande de España de primera clase, Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III Etc. (Oviedo, 1844; opúsculo)

Pérez de Guzmán — Algunos apuntes biográficos.(En la Revista Contemporánea Madrid 1881

Queipo de Llano (Francisco de Borja) — Algunos apuntes biográficos. (Al frente de la obra número IV de la relación anterior).