Aunque escritor meramente circunstancial, a juzgar por lo poco que de él se conoce, su preeminente personalidad exige en esta obra un lugar distinguido. Fué Alfonso de Quintanilla la personalidad asturiana más importante del siglo XV y uno de los españoles más ilustres en la segunda mitad de esa centuria. Sin embargo, su nombre se olvida en muchas obras de información general y hasta se le lleva a las Historias de España de extenso volumen con menos atención que a otros personajes de su tiempo de menor ejecutoria e inferior importancia. A dilucidar puntos oscuros de su vida y realzar ésta al plano merecido ha consagrado un bien documentado estudio en volumen general y escritor asturiano contemporáneo Rafael Fuertes Arias, del que hemos tomado la principal de la presente referencia.
Fué Alonso o Alfonso de Quintanilla gobernante meritísimo en tiempo de Enrique IV y más ilustre aún en el de los Reyes Católicos, en el que llegó a desempeñar el elevado cargo de contador mayor de la Real Hacienda y a merecer por sus aciertos que los reyes le concedieran el hábito de la Orden de Santiago. Reunía en alto grado cualidades de inteligencia esclarecida, muy vasta instrucción, energía, probidad y desinterés, animadas por un profundo patriotismo, del que se impregnaban sus palabras de orador y sus actos de gobernante. En el caos de la vida nacional de entonces fue seguramente quien más contribuyó a restablecer un orden social poniendo coto a los desmanes de los poderosos y las trapacerías de la plebe, para lo cual, entre otras medidas, tomó la de crear la famosa Santa Hermandad, que habría de degenerar en la Guardia civil. Fué, además, y éste es uno de sus mayores méritos, quién comprendió desde el primer momento la magna trascendencia del proyecto expuesto por Cristóbal Colón, rechazado por reyes, magnates y sabios. Lo protegió y apoyó con sus recursos propios y con todo el peso de su gran predicamento, hasta que al proyecto se convirtió en la realidad del descubrimiento de un continente, suceso que completó la unidad geográfica de la Tierra. Si grandeza hubo, en fin, en el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se le debe en buena medida a Quintanilla.
González de posada dice en Memorias históricas que “nada grande se hizo entonces que él no promoviese, no persuadiese o no aconsejase. Esto y los buenos efectos que produjo obligó a Antonio de Nebrija a celebrarlo tanto, que llegó a admirarse de que tuviese un tal hijo la patria oscura de Asturias”. Concepto este que Posada reprueba en la pluma del famoso gramático e historiador, aduciendo que debía de mostrarse más instruido en le. historia de España, “pues en la primera dinastía de los trece reyes de Asturias y después hasta su siglo y aun durante su vida y en la misma crónica que escribía (o traducía de Fernando del Pulgar, donde no hay lo que él añade) hallaría muchos asturianos como Quintanilla capaces de esclarecer aquella imaginaria oscuridad. Pero Posada no tiene razón. Si bien Asturias dio a España una gran cantidad de hombres esclarecidos, lo cierto es que hasta la aparición de Quintanilla en el siglo XV no fueron tantos que permitían rebatir con esa contundencia los reparos de Nebrija.
Alfonso de Quintanilla nació en Paderni (Cagigal), lugar situado a tres kilómetros de Oviedo. Se desconoce la fecha de nacimiento. Fuertes Arias la sitúa hacia 1420, antes de lo que suponen otros autores. Era hijo de “acomodados labradores”, don Luis Alvarez de Padernii y doña Orosia Alvarez de Quintanilla, que con toda seguridad procedían de noble linaje. Canella y Secades les da por nombres y apellidos los de Luis Alvarez de Quirós y Urraca Alvarez de Quintanilla. Lo más exacto, al parecer, no es lo anotado por Fuertes Arias ni por Canella y Secades: según la lápida que cubría sus restos (de ellos) en el convento de Santa Clara, de Oviedo, se Ilamaban Luis Alvarez de Paderni y Urraca Alvarez, a la cual correspondía como segundo apellido el de Quintanilla.
Tampoco se sabe nada históricamente cierto de su infancia y entrada en la mocedad. Suponen algunos que, llegada ésta, ingresó en la milicia. Fuertes Arias asegura que recibió “esmerada educación en Humanidades, Derecho y demás ramos del saber” en el convento de benedictinos de San Vicente, de Oviedo, único centro de enseñanza entonces en Asturias.
En 1440, a los veinte años, y no mediado ya el siglo, cual se afirma en algún sitio, se trasladó a Valladolid, Corte y Capital entonces de España, y no se sabe que haya vuelto a la tierra de nacimiento en ninguna ocasión. Su primera ocupación en Valladolid fué como doncel en la Corte de Juan II, destino del que pasó a preceptor del príncipe Enrique, más tarde Enrique IV. De no avalorarle el origen noble no habría podido empezar sirviendo a reyes.
Fue después criado o secretario del marqués de Villena, hasta que en 1460 volvió a la servidumbre del rey, que lo era ya Enrique IV. Poco más tarde no le confirió el cargo de regidor de Medina del Campo donde, a la vez, desempeñó algunas comisiones importantes. Probablemente por entonces contrajo matrimonio en esa ciudad muy amada por él en lo sucesivo, con doña Aldara Fernández de Ludeña, de familia noble y opulenta.
En 1462 se le designó contador de Acostamientos, cargo desempeñado por él con gran celo y patriotismo. Pero aquella corrompida corte de un rey inepto tenía que repugnar a Quintanilla, como dice Fuertes Arias, “varón recto, prudente, de gran espíritu patriótico, desinteresado”, y se pasó al bando del infante don Alfonso como pretendiente al Trono frente a la hija de Enrique IV o acaso mejor de Don Beltrán de la Cueva, llamada “La Beltraneja”. Proclamado en Avila rey por sus partidarios Alfonso, a quien las historias suelen desconocer como Alfonso XI que fue, en realidad, Quintanilla figura como su hombre de confianza desde 1465 en el alzamiento en armas contra el indolente e impotente Enrique. Don Alfonso le nombró en ese mismo año contador mayor de Cuentas y alcaide mayor del Adelantamiento de Castilla, cargo de éste de la máxima importancia y autoridad, y también escribano mayor de Privilegios y Confirmaciones. Por fin, en 1467 le concedió facultades, si no de tanto brillo, si de mayor confianza, cuales als de fundar, dirigir y administrar en Medina del Campo una fábrica de moneda.
Al fallecer el rey Alfonso inesperadamente en julio de 1468, sus partidarios resolvieron acatar la autoridad de Enrique IV, a condición de que éste reconociera heredera del Trono a su hermana Isabel — después Isabel la Católica— por lo que Quintanilla pasó al servicio de esta princesa de Asturias en septiembre de 1569 como contador mayor, en cuyo cargo demostró una vez más su competencia y procedió con generosidad desusada.
Después de casados Isabel y Fernando—entonces, este, rey de Sicilia—la primera labor de Quintanilla en años inmediatamente sucesivos fue la defensa del patrimonio de la princesa contra los desmanes y las ambiciones de magnates tan peligrosos como el Marqués de Villena, y aun lo fué posible acrecentar ese patrimonio, gracias a su habilidad diplomática y energía de hombre de mando. A él fueron debidas todas las gestiones para que Segovia y su Alcázar pasaran al dominio de Isabel en 1473 y también la conquista en el año siguiente de Tordesillas, ciudad que Ios príncipes dejaron bajo el gobierno de Quintanilla hasta 1476.
Al fallecer Enrique IV dos años antes, él fue quien organizó todo el ceremonial para la proclamación de Isabel como reina de Castilla suceso que tuvo lugar en Segovia el 13 de diciembre de 1474.
Ante la inminencia de una guerra de sucesión en favor de La Beltraneja, preparada por el desleal y ambicioso arzobispo de Toledo, Don Alfonso Carrillo, y otros personajes de igual calidad moral, los reyes nombraron a Quintanilla alcaide del castillo de la Mota en febrero de 1475 para la defensa de tan importante baluarte, en sucesión del duque de Alba. Meses después, invadida parte del territorio castellano por tropas portuguesas aliadas de los insurgentes españoles, Quintanilla tuvo que salir al encuentro de ellas y, más como político que como guerrero, alcanzó a conquistar la villa de Arévalo.
Pareciéndose entonces imposible continuar el sostenimiento de esa guerra, por la pobreza de recursos económicos con que los reyes contaban, los propuso reunir Cortes en Medina del Campo y pedir al alto clero y la nobleza aportaciones efectivas, cosa alcanzada con éxito en ese mismo año. Así, Quintanilla pudo organizar un buen ejército, que fue el mantenedor de la larga campaña, al fin, victoriosa.
En años inmediatos, casi siempre al lado de los reyes como consejero de la máxima confianza, no solo atendió y resolvió con éxito mm asuntos políticos, diplomáticos y económicos, sino que demostró estar dotado también de singulares aptitudes militares. como “caudillo valeroso, típicas del guerrero de los tiempos medios, rivalizando en destreza, frío arrojo y decisión en los puntos de mayor peligro, con los demás personajes que asistieron a los diferentes hechos”, como dice Fuertes Arias.
Con todo, su ejecutoria más relevante entonces fue la creación de la llamada Santa Hermandad, en 1476, institución de capital importancia que, si en apariencia se creaba para acabar con los malhechores de que estaba plagado el país, se proponía principalmente reducir los desmanes de la nobleza, amparadora de aquellos, que era la que mayores trastornos producía, en merma de la autoridad de los reyes. Resultaba de todo punto preciso establecer la paz y la justicia sociales y que el país pudiera prosperar dentro de cauces normales, establecer normas de conducta legales en el caos imperante, y a eso vino la Santa Hermandad que, si fue origen del Cuerpo de la Guardia civil, era entonces la suya algo más que una mera función de policía, cuyos puestos de mando estaban cubiertos por gente noble y de confianza de los reyes y estaba constituída a manera de un ejército que, como tal, concurrió a varias campañas, entre ellas, la toma de Granada.
Con motivo de esa iniciativa pronunció un famoso discurso, que es junto con el Empadronamiento militar, lo único suyo que se conoce como escritor. Puede asegurarse que, dados sus relevantes cargos, habrá tenido ocasiones de escribir otros trabajos dignos del conocimiento de la posteridad.
Como prueba concluyente de la gran confianza que los reyes dispensaban en Quintanilla por sus acertadas medidas de gobierno y patriótico desinterés—que le llevó en diversas ocasiones a disponer generosamente de su patrimonio para atender al de los reyes—anota Fuertes Arias el documento en que éstos le facultaban para administrar la Santa Hermandad, con el obispo de Palencia P.Alonso de Burgos y el prior de Villafranca Fr.Juan de Ortega, exigiendo el concurso o la autorización de los tres no los dos de ellos, con tal que uno de ellos sea el dicho Alfonso de Quintanilla”.
Tomó luego participación con sus siempre inteligentes disposiciones en la conquista de Canarias, en 1480, a cuya empresa aportó una fuerte suma de su peculio, calculada en cerca de trescientos veinte mil maravedíes, por lo que los reyes le concedieron grandes privilegios sobre el fruto de dicha empresa.
En la conquista del reino de granada iniciada en 1482 con la toma de Alhama, Fue Quintanilla, como contador mayor y ducho en aprestos militares, quien tomó parte principalísima, y sin su certero y patriótico consejo a los reyes—en cuya Corte seguía con frecuencia en su incesante movilidad, o se alejaba eventualmente en comisiones diplomáticas o bélicas—acaso tan importante empresa para la unidad nacional no se hubiese llevado por entonces a cabo. Y se puede afirmar que las operaciones de reclutamiento de gente, obtención de recursos económicos y aprovisionamiento de las fuerzas, fueron gestiones personales tan felizmente conseguidas,que le proclaman hombre de gobierno de méritos excepcionales.
Después de conquistada Granada en 1492, sobre los experiencias recogidas en esta campaña y la idea generatriz de la Santa Hermandad, Quintanilla acometió una de sus más importantes proyectos, cuál era el de dotar al país de un ejército permanente, idea que fue aceptada en toda su amplitud por los Reyes Católicos en 1493, para gloria de su talentoso ministro.
No es el menor mérito de Quintanilla que haya prestado una propicia comprensión y apoyo moral y económico a Cristóbal Colón en sus planes de navegante, que hasta los más doctos tuvieron por locura. Como dice Carballo en Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, “al consejo y juicio de Alfonso de Quintanilla se debió también el descubrimiento de las Indias” Desde la llegada de Colón a España en 1884, nadie aventajó a Quintanilla en apoyos al celebérrimo almirante, mientras los reyes y muy especialmente la reina Isabel quedaban desembargados de las preocupaciones puestas en la conquista del reino de Granada, que les absorbían por completo. Quintanilla fue quien proveyó de su peculio al mantenimiento de Colon, sin lo que tal vez habría abandonado España; quien lo dió a conocer a la reina, en apoyo de aquellos viajes considerados fantásticos por los sabios; quien más luchó hasta conseguir que se disipara no poco la sospecha de que Colón era un demente y no un genio; quien obtuvo de los reyes la formal promesa de proteger al marino en sus proyectos y la inmediata protección económica como persona al servicio de ellos desde 1487, y quien, finalmente, fué árbitro de que el descubrimiento de América constituya el suceso histórico más importante de España y de la Humanidad, que por algo ha dicho Antonio de Nebrina que en su tiempo nada grande se hizo en el reino que no se debiera a él”.
A Quintanilla, como contador mayor y primer consejero de los Reyes Católicos, se debe también la restauración de la Hacienda, encontrada por ellos en bancarrota, y suya fue la iniciativa de que se formara, como se formó bajo su dirección,el primer catastro conocido en España que permitió tener una idea de la riqueza nacional.
Así fue como “tan digno varón—dice Fuertes Arias—brilló por merecimientos propios en una época que hubo hombres eminentísimos en todas las manifestaciones del saber; de haberlo deseado hubiera sido duque, marqués o lo que le plugiere; sin embargo, vivió satisfecho llamándose a secas Alfonso de Quintanilla”.
Ya anciano, a fines de 1494, renunció a sus cargos cerca de los reyes, y se retiró a descansar en Medina del Campo, donde, con su esposa, fundó mayorazgo en julio de 1497, en cabeza de su primogénito, Luis, que fue luego maestresala con Carlos I.
Poco después del fallecimiento de doña Aldara, dejaba de existir en Medina del Campo este esclarecido estadista, el 28 de agosto de 1500.
Todos los homenajes ostensibles que puedan mantener vivo su recuerdo a la posteridad, se reducen a que lleven su nombre dos calles en Oviedo y en Medina del Campo.
Trabajos sin formar volumen:
1.—Discurso pronunciado por Alfonso Alvarez de Quintanilla en las Cortes celebradas en Dueñas el año de 1476. (En el capítulo 69 de la Crónica de Hernando del Pulgar sobre los Reyes Católicos)
2.—Empadronamiento militar. (En el tomo primero de la bora de Fuertes Arias sobre QuintaniIIa; estudio sobre la constitución de un ejército permanente.)
Referencias biográficas:
Anonimo.—Los asturianos de ayer: Don Alonso de Quintanilla (En El Carbayón, Oviedo, 24 y 25 de febrero de 1885).
Cabezas (Juan Antonio).—Glosario provinciano: Quintanilla, el asturiano que pagó el viaje a Colón. (En El Sol, Madrid, 12 de enero de 1936).
Canella (F.).—Los asturianos de ayer: Alonso de Quintanilla protector de Cristóbal Colón. (En El Carbayón, Oviedo, reproducido de Asturias, órgano del Centro de Asturianos, Madrid, diciembre 1892).
Fuertes Acevedo (Máximo).—Un boceto biográfico. (En Biblioteca de escritores asturianos, MS. en la Biblioteca Nacional, de Madrid)
Fuertes Arias (Rafael).—Alfonso de Quintanilla, contador mayor de los Reyes Católicos. (Oviedo, 1909; dos tomos en cuarto).
González Blanco (Edmundo).—Quintanilla y Colon. Asturias en el descubrimiento de América. (En la revista Norte, Madrid, octubre de 1930)
González del Valle (Emilio Martin).—Alfonso de Quintanilla protector de Cristóbal Colón. (En el libro Páginas en prosa, Madrid, 1882).
Labra (Rafael Maria de).—Los asturianos y las grandes empresas que llevó a cabo Alfonso de Quintanilla. (Madrid, 1903; folleto)
Medina del Campo: Homenaje a Alfonso de Quintanilla en el Boletín de Intendencia e Intervención Militar, Madrid, 1930).