Escritor contemporáneo, fallecido. Uno de los periodistas de fama y prestigio más sólidos entre los que han florecido en las colonias españolas de América. Nunca mejor aplicado el calificativo de batallador a un periodista; muy pocos han llegado como él a servir a modo de oráculo para públicos extensos. “Fué un espíritu inquieto y ejemplar —dice Pedro Giral—, un gran idealista y a la vez un hombre de acción que no descansaba hasta convertir en realidad sus nobles designios. Ese carácter decidido y enérgico lo demostró en todos sus actos y en las prontas resoluciones que adoptaba”.
Como escritor, lo que principalmente contribuyó a cimentar y consolidar su reputación como escritor fué la labor cotidiana en el Diario de la Marina, de La Habana, (que dirigía), por espacio de dieciséis años (1903-1919) como comentador de la vida que pasa en su sección Actualidades. “El suceso cotidiano —dice Leon Ichaso— no era para él más que la tramoya tras la cual veía lo que pasaba entre bastidores al vibrar espontáneo y libre de la pasión humana; la atalaya desde donde divisaba la infinita caravana de gentes y de pueblos que iban desfilando en la jornada diaria con el arca de sus venturas o con la cruz de sus desdichas, con el tesoro de sus virtudes o con el fardo de sus vicios y pecados.” Y dice el citado autor en otro sitio: “Actualidades esperadas por los lectores del Diario de la Marina, sobre todo en los días de más fuertes sacudidas y hondas inquietudes, como la última palabra”.
Esas actualidades eran regularmente de corta extensión, escritas con magistral sinteticidad, en estilo robusto, jugoso, certeras de intención y siempre sugiriendo más de lo que decían. Quizá por esta última circunstancia como manejada por un espíritu sagacísimo y dotado de extensa ilustración, alcanzó Nicolás Rivero, más que por todos los otros elementos que contribuían al poder y el brillo de su pluma, el renombre, la popularidad y la autoridad que disfrutó.
Poseía demás su pluma grandes recursos dialécticos para recorrer toda la escala desde el concepto y la entonación graves hasta el desahogo gracioso y zumbón, sin decir más ni menos de lo que quería decir. Y algunas veces quería decir y decía, con ironía o humorismo, nunca con actitudes, censuras y acusaciones reveladoras de una cáustica intención que le costó no pocos disgustos. Esto eran reminiscencias del polemista de los años mozos, agitados y difíciles.
Este Nicolás María Rivero, que ni es hijo ni nada tiene que ver con el famoso tribuno andaluz del mismo nombre y apellidos, como quiere Julio Cejador, nació en el lugar de Las Callejas, de la parroquia de Carda (Villaviciosa), y no en esta villa, como asegura Giral y otros, el día 23 de setiembre de 1849.
Hizo los estudios primarios en Villaviciosa y comenzó a estudiar Latinidad y Humanidades en el Seminario Menor de Valdediós, inmediato a esa villa. Después pasó a cursar los estudios de Filosofía en el Seminario Conciliar de Oviedo, porque, como dice Giral, “sus padres, muy devotos, abrigaban la idea de inclinarlo al sacerdocio”. No fue entonces, como dice el citado autor, cuando cursó el bachillerato, ni menos en la Universidad ovetense porque ya estaba creado el Instituto de segunda enseñanza, sino que, siendo estudiante de Teología en dicho Seminario dejó los estudios para empuñar las armas (1872) en favor del pretendiente al Trono de España, principe don Carlos.
Consecuente con su ideología profundamente tradicionalista, formada bajo la divisa de Dios, Patria y Rey, Nicolás Rivero se sintió atraído por la lucha armada para el logro de esos ideales, y con otros ocho condiscípulos formó una partida que recorrió los campos de Quirós y Teverga con el propósito de unirse a las fuerzas que acaudillaba el cabecilla Viguri. “La aventura, en efecto, les salió mal—dice Ichaso—. Don Nicolás y sus compañeros de urnas se descalabraron contra los molinos de Viento: cayeron prisioneros. Don Nicolás pasó de los campos carlistas a la cárcel de Oviedo, donde estuvo nueve meses. Dura suerte aquella para un espíritu hecho a pasear cotidianamente por los espacios infinitos de la quimera y para un cuerpo que chorreaba dinamismo de juventud!”.
Después de esa detención pasó otros nueve meses en Canarias en calidad de deportado, “Alli, en Tenerife —escribe Giral—, el es Rivero se ganó con su ilustración y su buen carácter la voluntad del Sr. Obispo y del Gobernador; y en su tenaz propósito, exploró los ánimos de sus compañeros de destierro, concibió y puso en acción la idea de evadirse. Pudo ir a la Gran Canaria y allí maduró el plan de una sublevación embarcandose en el vapor francés Verité con algunos de sus correligionarios. Pero también fracasaron esta vez, porque el vapor que debía ir directo a Cádiz, hubo de hacer escala en Tenerife, y allí fueron detenidos los carlistas prófugos”. Entonces, con otros cuatrocientos deportados, se le destinó a Cuba como soldado al servicio del arma de Artillería de montaña; tres meses después desertaba de un ejército que no defendía su ideal, sino el contrario. Todos sus ardores ideales y sentimentales estaban con la causa absolutista que en la Península sostenía una guerra civil encarnizada. Huyó de Cuba a Francia y por los Pirineos pasó a tierras de Navarra, donde eran fuertes los suyos. En los alrededores de Estella, donde operaban con éxito los carlistas, se incorporó a ellos. “Tomó parte activa y arrojada —dice Giral— en el combate de Montejurra y siguió en campaña desde 1873 a 1875 por Navarra. Aragón y el Maestrazgo, alcanzando por méritos de guerra el grado de comandante. Poco después, cuando finalizaba la guerra, hubo de migrar a Francia. En París vivió con modestos recursos, hasta que, declarada la paz, regresó a Oviedo”.
Lo hizo a favor de la amnistía decretada en 1876. En este mismo año fué cuando incorporó parte de las asignaturas estudiadas en el Seminario de Oviedo al Instituto de segunda enseñanza de la misma ciudad, y alcanzó el grado de bachiller el día 18 de noviembre del citado año. Seguidamente se matriculó en la Escuela del Notariado, que funcionaba en la Universidad, quedando facultado para ejercer esa profesión el 11 de octubre de 1878.
No sabemos si ejerció la profesión; Nos inclinamos a creer que no. Dos años después, según todas las opiniones que hemos encontrado, pero probablemente antes de finalizar el año 1879, se trasladó a Cuba, al amparo de un destino burocrático: el de secretario del Ayuntamiento de Bauta. “Pero aquel cargo de formulismo – dice Ichaso -, de rutina, de zalemas y flexibilidades curialescas no podía cuadrar ningún modo al carácter entero e inquieto del excomandante de Don Carlos de Borbón. No procedió una vez con razón y en justicia el gobernador civil de La Habana y Rivero, en vez de buscar para su causa el valimiento de las alturas o importunar la pluma de un periodista amigo para su protesta, se defendió él mismo en la prensa contra aquella arbitrariedad”.
Con esto Nicolás Rivero había encontrado su camino. Desde entonces fué periodista. Su bautismo había sido con una pluma convertida en arma de ataque contra el gobernador civil de la Habana, y tal postura y afán de lucha, aunque decreciente al madurar con los años, nunca se extinguió en él por completo. Al encontrarse armado periodista, fundó en La Habana El Relámpago. Lo dirigía y redactaba casi íntegramente; era un periódico de combate, de duro combate, en defensa de sus ideales tradicionalistas y de ataque contra las autoridades satel que en la dirección y administración de aquel todavía territorio de la soberanía española se descuidaban por negligencia o adrede en sus deberes. Era un periódico agresivo, con ribetes de libelo. El capitán general de la isla, general Blanco, suprimió El Relámpago y quitó de en medio al director deportándolo a España en el mismo año de la fundación del periódico (1881).
Su permanencia en España duró solamente algunos meses. Seguramente entonces contrajo compromiso de matrimonio con María Teresa García Ciaño, de distinguida familia de Villaviciosa, que figura en el tomo IV de esta obra. Poco después de regresar a Cuba Nicolas Rivero en 1882, marchó a unirse a él, ya casada por poder y acompañada del hermano Carlos, también escritor incluido en el tomo indicado. Breve fué su vida de desposada, pues dejaba de existir en La Habana en 1883.
Algunos años después, Rivero contrajo segundas nupcias con doña Herminia Alonso, matrimonio del que descienden los actuales director y gerente del Diario de la Marina, José Ignacio y Nicolas.
Regresó Rivero a Cuba en 1882 sin que el castigo de la expulsión hubiese surtido en él el buscado efecto de escarmiento. Inmediatamente fundó, dirigió y escribió El Rayo para los que no querían relámpagos. Cuando le suspendieron este periódico, fundó La Centella. A cada suspensión gubernativa del periódico que dirigía, echaba a la calle otro con los mismos zurriagazos bajo distinto Marbete; Así salieron a la calle después El General Tacón, El Pensamiento Español y El Español, (este último, ya de modales más finos, fué el que vivió más tiempo y se sostuvo con cierto auge). Además, entreverados con esos periódicos, dirigió otros dos de distinto tono: El Eco de los Voluntarios Y El Eco de Covadonga.
Fueron estos años de Rivero una época bastante turbulenta por sus campañas periodísticas. Muchas cosas que se decían en voz baja, reales o supuestas, él las gritaba en letras de molde. Impetuoso, audaz, cáustico, no se contenía ante nada ni ante nadie. Hizo de la pluma daga para asestar golpes a quienes combatieran cuanto entraba en su ideario de españolismo tradicional y catapulta contra quienes cometían o amparaban corruptelas en la vida pública cubana. Cada artículo suyo era un escándalo, cuando menos. Los hubo que originaron trifulcas y lances de honor. En uno de éstos murió un amigo íntimo suyo, José Palacios, capitán de ingenieros, a quien atravesó el cuello de una estocada un teniente de dragones, cubano, en el Teatro Payret. Sembrador de tempestades, se creó muchos enemigos entre cubanos y entre españoles, pero a la vez, muchos incondicionales en ambos campos, de esos que hacen de la amistad un fanatismo. Los disgustos, los contratiempos y las persecuciones menudearon en torno suyo. Acusado de graves injurias estuvo una temporada en el presidio militar de la Habana conocido por el Castillo del Príncipe. Como no tenía periódico en que seguir con sus ataques, escribió el libro Retratos al minuto, semblanzas sangrientas de las más descollantes personalidades españolas y cubanas de la isla. Libro del que años adelante, cuando la vida le puso en relajación de amistad con muchos de los atacados, recogió y quemó cuantos ejemplares pudo conseguir, que fueron muchos.
De este libro, que le proporcionó algunos disgustos, nada dicen sus biógrafos, acaso temerosos de que el recuerdo quite mérito e importancia, lo cual es un error. Cuando se alcanza una personalidad relevante, muchas cosas a su tiempo juzgadas como demeritorias se convierten en simples anécdotas. No nos atrevemos, sin embargo, a tener por cosa absolutamente cierta la causa del aludido silencio, porque ya pudiera consistir en un deseo de brevedad o de rapidez en la labor de documentación, ya que, al hacer referencia dichos biógrafos a la labor llevada al libro por Nicolás Rivero nada dicen de otras labores literarias en volumen desarrolladas por él en la época a que nos venimos refiriendo. Nada se dice de un juguete cómico que escribió en aquel mismo año (1884) con el título de ¿Dónde está el padre? ni de otra obra publicada dos años después titulada Vivir de milagro, en colaboración con Calixto Navarro y firmando él con el seudónimo de Nicolás Mª Oriver, anagramatizado el apellido.
«A los relámpagos, rayos y centellas de Rivero—copiamos a Ichaso—contra los enjuagues y manipuleos administrativos respondieron los de los Júpiter olímpicos de la Capitanía y don Nicolás anduvo de fortaleza en fortaleza purgando sus verdades. No fueron sin embargo Caifás. Anna y Herodes cuantos encontró en su camino. Como si quisiera protestar contra las iracundas vengativas de los pontífices palatinos, contra las certeras estocadas del director de La Centella el pueblo, recaudados mil ochocientos pesos (capital rochildesco en aquel tiempo), por suscripción abierta en La Voz de Cuba, le hizo el significativo regalo de una escribanía. Ya tenía donde mojar la pluma. Con ella llegó al fin a imponerse y hacerse oír y a hacerse respetar. Ocupó sucesivamente los cargos de diputado provincial, vicepresidente y presidente interino de la Diputación de la Habana. Tres años desempeñó este último puesto.
Algo calmados los bríos del combatiente, desde la dirección del periódico El Español por los años inmediatos a 1890, fue conquistando una robusta personalidad con sus campañas en favor de reformas políticas y administrativas que pudieran desembocar en un régimen autónomo para la isla de Cuba. De esta forma se fue encontrando más en disposición de lo que suponen algunos para su ingreso en el ya veterano Diario de la Marina, acreditado de periódico conservador, pero respetado hasta por sus contrincantes, lo cual tuvo lugar en 1893 y no en el 91 ni el 94 como aseguran Giral e Ichaso, respectivamente.
Entró en el Diario de la Marina por la puerta grande, como suele decirse. En junio de 1895 era elevado a la dirección del periódico, puesto que desempeñó hasta su fallecimiento, algo más de veinticuatro años.
Acerca de esta mudanza del periodista que salta del periódico de combate, a veces virulento, a la dirección de otro grave, reposado y sentencioso, hace Leén Ichaso estas reflexiones: “¿Se había entibiado y debilitado acaso su impetuosidad y vehemencia? ¿Se habían apagado sus fervores? No; ellos iban dentro de su espíritu como algo vital y esencial. Se habían orientado y encauzado definitivamente. Para el valor y el tesón de propugnar sus inmutables ideales y creencias. par golpear torres huecas y abatir cervices engoladas, para erguirse cor santa rebeldía contra todo abuso y para cruzar con la tralla de su ironía rostros histriónicos enharinados de solemne gravedad, el Rivero del Diario de la Marina es en substancia el mismo Rivero de El Rayo”.
Y lo fue hasta en el efecto social. Continuó siendo tan apasionadamente combatido y ensalzado como antes. Tuvo enemigos momentáneos o de largo arrastre como antes. En el mismo año de su exaltación a director del Diario fué victima de una traidora puñalada asestada por un negro, al abandonar un dia la redacción del periódico; el negro fué solo el instrumento del crimen que se quería perpetrar. Aun en fechas bastante posteriores fué objeto de otras amenazas y atentados.
De todos modos, y a pesar de la ideología hondamente conservadora por no decir reaccionaria, del Diario de la Marina y su director, en contraste con el medio, hay que reconocer que han contribuido grandemente a limar asperezas y establecer relaciones de armonía entre cubanos y españoles. Entretanto el lustre y la autoridad crecientes de la pluma de Rivero, sobre todo desde su aludida y famosa sección Actualidades, ha sido el factor más decisivo para que el Diario de la Marina se convirtiera en uno de los tres o cuatro grandes periódicos de la América española.
En esta última época de su vida y como descanso de las abrumadoras tareas del periódico, llevó a cabo Nicolas Rivero algunos viajes al extranjero —Méjico, Estados Unidos y varios países europeos— y España, viajes que fueron aprovechados para escribir los libros que se indican con los números IV al VII, que es su labor puramente literaria de estos años. Uno de sus viajes a España, que hizo en unión de la familia en 1909, lo efectuó a la vez como representante en favor de un tratado comercial entre nuestro país y Cuba, ocasión en que el Instituto Nacional de Previsión le nombró consejero honorario.
El auge de las instituciones culturales, recreativas y benéficas establecidas por los españoles en Cuba debe a Rivero un concurso y apoyo moral de gran volumen. Aunque siempre huyó de ocupar puestos de representación en ellas, ha tenido para el Centro Asturiano de La Habana una excepción en los primeros años del desenvolvimiento de Cuba independiente; entonces (1901-2) fue vocal de la Junta directiva y presidente de la Sección de Instrucción. Dicho Centro Asturiano en abril de 1905 le concedió el nombramiento de socio honorario.
Otros honores los recibió del Gobierno español, no obstante su historial carlista. En 1905 fue agraciado con la Gran Cruz de Alfonso XII y poco antes de morir, a comienzos de 1919 le fué concedido el título nobiliario de Conde del Rivero. También la Santa Sede tuvo en cuenta sus largas y perseverantes defensas de la fe católica y le concedió la Encomienda de San Gregorio Magno con placa y cruz.
Falleció Nicolas Rivero en su casa del barrio de La Víbora, de la Habana, el dia 2 de julio de 1919.
Obras publicadas en volumen:
l.—¿Dónde está el padre? (Habana, 1884; juguete cómico)
II.—Retratos al minuto, o ecos del Castillo del Príncipe. (Habana, 1884; semblanzas de los españoles y cubanos más distinguido esa época).
III.—Vivir de milagro, (Habana, 1886; con el seudónimo de Nicolás Mª Oriver y en colaboración con Calixto Navarro). I
IV.—Recuerdos de viaje. (Habana, 1904; colección de erox e escritas en España, algunas en Asturias, con prólogo de Antonio Escobar).
V.—El Colorado. Excursiones por las montañas rocallosas. ( Habana, 1905; con prólogo de Juan Bances Conde).
VI.—Recuerdos de Méjico, (Habana, 1911).
VIl.—Veinte días en automóvil por Francia y Suiza.(Habana, 1913)
VIII.—El conflicto europeo (Habana, 1916: en colabora con Joaquin Gil del Real)
IX.—Actualidades 1903-1929 (Habana, 1929: con un prólogo de León Ichaso),
Trabajos sin formar volumen:
1.—Prólogo a Burla Burlando, de Manuel Alvarez Marrén habana, 1910)
2.—Memorias de mi vida. (En el Diario de la Marina, Habana 1911 a 1914)
Referencias biográficas:
Giral (Pedro)—Biografía del Excmo. Sr. D. Nicolás Rivero y Muñiz, primer conde del Rivero. (En el Diario de la Marina, de julio de 1929 y en hoja suelta).
Ichaso (León)- Un estudio biográfico-crítico. (Al frente del libro Actualidades. 1903-1959, de Nicolás Rivero, Habana, 1929)
Ortega y Munilla (José)- Un estudio.(En La Esfera, Madrid. 1919).
Rivero (Nicolás María)- Recuerdos de mi vida. (En el Diario de la Marina, Habana, 1911-14)
Varios autores.-Juicios y comentarios.(En ídem,8 de julio de 1919 y siguientes)
Idem.-Panegíricos y juicios críticos. (En ídem, 2 de julio de 1929; número especial)