ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

RODRIGUEZ (Alejandro)

Si ciertos adjetivos no implicaran, por la fuerza de la costumbre, una alusión al aspecto y la edad, se podría decir estábamos ante un escritor insigne, pese a sus pocos años. Pero no el Alejandro Rodríguez, casi desconocido, sino el Alejandro Casona (su seudónimo), que suena gratamente a los más de los oídos españoles y es conocido de todos. Alejandro Casona es probablemente la más importante revelación literaria en lo transcurrido del siglo XX.

Alejandro Rodríguez Alvarez, hijo de don Gabino y de doña Faustina de esos apellidos respectivos, ambos maestros nacionales, nació en Besullo (Cangas del Narcea) el 23 de marzo de 1903. Su ascendencia paterna, toda de Besullo hasta donde alcanza el recuerdo familiar, y su hogar de la niñez se desenvolvieron en modesta esfera económica. Hogares de artesanos aquellos y no menos artesano éste, ya que el sueldo de maestro, que subía en la época del nacimiento de Alejandro a seiscientas veinticinco pesetas anuales, no consentía otra cosa . Todo lo que pudiera llegar a ser se lo tendría que deber a sí mismo, como en efecto se lo debe.

Los primeros años de Alejandro Rodríguez tienen bastante de vida nómada. Siguiendo a sus padres de pueblo en pueblo y estudiando con ellos alternativamente la instrucción elemental, residió en Luarca, Miranda (Avilés), Villaviciosa y Gijón. Sin dejar de aplicarse al estudio, gustaba de la vida montaraz y pastoril; Al preguntarle Angel Lázaro por su principal recuerdo de la infancia, contestó: “Mi gusto de andar pastoreando ganado. Yo he tenido una infancia vaquera. En mi libro de versos La flauta del sapo hay evocaciones de aquellos días… Si; ir con el ganado al campo era mi delicia. Andar con los pastores viejos. Recuerdo a uno… Nunca lo olvidaré, aunque viva cien años. Aquel viejo pastor me contaba los cuentos más maravillosos… Sabía romances antiguos que encantaban nuestras horas de soledad, sentados con la aguijada en la mano, mientras las vacas pacían en la paz de la montana”. Y de esa impregnación de su espíritu en los romances, los cuentos, los cantares y las consejas oídos a compañeros de pastoreo más viejos que él, se advierte fácilmente un trasunto en la labor literaria de Alejandro Casona.

En Gijón, en 1913, comenzó a estudiar el bachillerato en el Instituto de Jovellanos. Como aún continuaba el nomadismo de su vida, prosiguió tales estudios en el Instituto de Palencia y los concluyó en el de Murcia en 1919.

En Murcia se cuajan y consolidan los acentos más personales de Alejandro Rodríguez. Una de sus vocaciones más hondas, tal vez por emulación a los padres, es la de pedagogo, y completa estudios hasta hacerse maestro Nacional; sigue después en la Universidad los de preparatorio de la Facultad de Filosofía y Letras. Entretanto, el estudiante se iniciaba como escritor, actor y obrero manual y sintió los primeros flechazos del amor, un amor que pareció profundo y resultó superficial. Todo esto a costa un poco, claro está, de los deberes de estudiante, puesto que le costó un suspenso (único en sus estudios) en la cátedra de Literatura de la Universidad. Precisamente en Literatura, campo donde habría de ser un gran cultivador. Lo que le distraía de esos estudios era estudio también, pero de materias que le llegaban a las fibras más sensibles de otra profunda vocación: la que encontraba su marco adecuado en el Conservatorio de Declamación, dirigido entonces por el admirable poeta regional Pedro Jara Carrillo, en el que profesó durante dos cursos. En este centro se despertaron sus aficiones de escritor y comediante. Surgió el poeta concurrente a varios certámenes públicos y Juegos Florales, de tan arraigada tradición levantina, en los que alcanzó diplomas y flores naturales, a la vez que el colaborador de algunas publicaciones como Renovación, Politeknicum y El Liberal, y, sobre todo, el ensayista de obras teatrales con entremeses y comedias que quedaron en ensayos privados. Y al par que el escritor, como causa o como consecuencia de él, apareció el actor. Tenía tablas, como se dice en argot teatral, y participó en ensayos y representaciones del Conservatorio, con tal decisión de dedicarse a comediante, que acabó por escaparse de casa con una compañía de teatro improvisada a correr la aventura del aplauso pueblerino, separándose de sus compañeros de fatigas en la costa de Mar Menor después de un hambre de tres días. De este pequeño episodio da cuenta a Angel Lázaro así: “Una vez nos escapamos a San Pedro del Pinatar. Íbamos a hacer una función de bolos, según se dice en el argot teatral. Yo tenía entonces unos dieciocho años ya. Otro muchacho y yo corríamos la pequeña aventura del cómico hambriento. Nos quedamos sin comer y sin tener donde dormir. Por fin se nos ocurrió desamarrar una barca e irnos mar afuera a dormir aquella noche. El mar estaba tranquilo, y fue un sueño que nos permitió recuperar fuerzas para volvernos a remo apenas salió el sol. Claro está – concluye Casona – que en azares tales mi vocación de actor iba disminuyendo mucho”.

En su poliforme inquietud espiritual prendió también por entonces otra gran afición: la del trabajo manual, más concretamente, la de ebanista, y hubo un momento en que estuvo a punto de abandonar todo lo demás para dedicarse a este oficio con preferencia a todas las otras ocupaciones. Y aun quedaron inéditas en su alma otras grandes ocupaciones. Y aun quedaron inéditas en su alma otras grandes ilusiones, una de ellas, la de ser colonizador de alguna isla desierta, sueño que alimentó con ahincadas y repetidas lecturas en libros de aventuras y de viajes de Stevenson, Delfos, Verne, Kipling y otros autores de exuberante fantasía, y sueño que concluyó por abandonar librito en la imprenta de una escuela del Valle y además pasó de contrabando desde Francia el papel para la tirada.

En esa misma imprenta fundó e inspiró un periódico escolar bajo el nombre de El Valle de Arán compuesto en parte por escolares, que alcanzó algunos años de vida.

Al robustecimiento de su cultura mientras reside en esa región leridana contribuye con algunos viajes a París, por el mediodía de Francia, desde Burdeos a Carcassonne y por toda Cataluña.

En 1931 se le destina como inspector a la provincia natal. Reside en Oviedo solamente unos meses porque en reñidas oposiciones obtiene plaza en la Inspección Provincial de Madrid, plaza que ha venido desempeñando hasta julio de 1936.

Dadas las afinidades entre su labor profesional y la que se proponía desarrollar el Patronato de Misiones Pedagógicas, constituido al advenimiento de la República para difundir la cultura en los miles de pequeños pueblos españoles siempre desamparados por el Estado a la miseria espiritual, y conocidos los méritos que avaloraban la personalidad de Alejandro Casona, se le requirió para que prestara sus Servicios a ese organismo. La labor rendida por Casona en dicho Patronato es de lo más meritoria. Fué de los principales elementos que contribuyó a trazar sobre la práctica las normas a seguir para la mayor eficacia de los elementos de difusión cultural por medio del libro, la música popular, el cinematógrafo con temas educativos y de esparcimiento, las charlas sobre temas de difusión educativa, etc. Son muchas las comarcas en diferentes provincias españolas donde Alejandro Casona, con la colaboración de otros elementos, ha dejado el recuerdo perdurable de que por allí pasó una ráfaga del levantado ideal que el Patronato de Misiones Pedagógicas se propuso llevar a una de las mejores labores realizadas por dicho Patronato: la Misión de carácter médico-social llevada a cabo en el pobrísimo pueblo de San Martín de Castañeda (Zamora), seguida de la constitución de un comedor-escuela, que el Patronato sostuvo hasta la sublevación de julio del 36, por espacio de más de dos años. Pero su participación más continua y brillante en las actividades del Patronato de Misiones Pedagógicas fue como director del grupo escénico formado por estudiantes de diferentes Facultades y Escuelas especiales, que entregaban generosamente sus entusiasmos a llevar los domingos y en días de vacaciones la alegría y el entretenimiento de sus representaciones teatrales (y también de sus actuaciones corales, dirigidos por Eduardo M. Torner) los pequeños pueblos y las aldeas, donde tan falta está la gente de esparcimientos espirituales. Para el Teatro y Coro del Pueblo, como se denominaba ese simpático grupo, y la eficacia perseguida en sus actuaciones desplegó Alejandro Casona actividades de excelente director y también oratorias cuando al presentar al pueblo en la plaza pública, desde el escenario portátil levantado en ella, al grupo de estudiantes,y quedaba levantado el tono de la expectación en vibrantes anhelos de emoción y cordialidad. Pero es mayor su mérito en cuanto a sus aportaciones de escritor al éxito de ese cuadro artístico. Expresamente para él hizo una reducción en dos actos abreviados de la obra de Moliere El médico a palos, tomada de la refundición de Leandro Fernández de Moratín, que conserva toda la esencia de la obra original, y escenificó uno de los ejemplos del libro de Infante Juan Manuel El conde Lucanor con el título de Entremés del mancebo que casó mujer brava, en tres cuadros con breves intermedios, que ha de quedar incorporado por su interés y belleza a la producción teatral española, de pequeñas piezas para aficionados, entre las mejores. Ambas adaptaciones han conseguido el regocijo y aplauso en las plazas públicas de numerosos pueblos y aldeas, pero también de espectadores ciudadanos con igual fervor. La última de ellas, El mancebo que casó con mujer brava ha sido interpretada por varios cuadros artísticos de diferentes lugares de España e incorporada por el Teatro Escuela de Arte (T.E.A), de Madrid a su repertorio de obras selectas modernas, presentándola al público madrileño con franco éxito en el escenario del Teatro de María Guerrero.Y entre otras valiosas aportaciones al auge y prestigio del Patronato de Misiones Pedagógicas merecen también especial mención sus conferencias de divulgación acerca del ideal y la labor de este organismo pronunciadas en Madrid, Bilbao, Santander y otras poblaciones.

También por esa época desarrolló otras actividades de conferenciante dignas de anotación. Entre ellas, una disertación sobre Poesía nueva en el Teatro Principal,de León,en mayo de 1932;otra con el tema De Rubén acá.en el Teatro Campoamor, de Oviedo, en 1934, y otra más también acerca de temas poéticos en el Ateneo, de San Sebastián, en diciembre de 1935.

Mayor importancia ha tenido su obra de escritor. Además de colaboraciones en prosa y verso, en ningún caso copiosas, en diversas publicaciones, como las revistas Estampa, Dos, Ágora, Eco y Social (ésta de la Habana), está el libro Flor de leyendas, escrito durante las vacaciones veraniegas de 1932 en Canales (León), con el que alcanzó en este mismo año el Premio Nacional de Literatura instituido por el Ministerio de Instrucción Pública. Tal premio confirió a Alejandro Casona relieve considerable y fué para él como la consagración de escritor. La crítica unánimemente corroboró con sus elogios la decisión del jurado.

“Es Flor de Leyendas —hemos dicho en otro sitio— una colección de síntesis literarias de grandes poemas de la literatura universal… No se trata, como pudiera parecer, que Alejandro Casona se haya limitado a contarnos los argumentos de esos poemas inmortales. La importancia del libro descansa en que, no siendo originales los motivos, resulta una labor original. Se nos da en breves páginas la esencia de cada una de esas voluminosas obras, sin que advirtamos pérdida de matices ni siquiera de estilo. Al concluir de leer cada una de esas síntesis, creeremos haber leído la obra originaria en toda su extensión. Conservan toda su esencia emocional. Digo más, en algunos casos, la emoción gana con la síntesis. En la leyenda de Nala y Damayamti, por ejemplo, el caso de Nala que en juego de dados desciende, por su mala suerte, de la opulencia a la miseria, nos angustia el corazón más hondamente que leyendo el relato original, porque el zumo emotivo de unas cuantas páginas se ha condensado en unas cuantas líneas, con acierto que sólo un gran poeta puede conseguir”.

Una de aquellas dos comedias antes aludidas, escritas o acabadas de escribir en el Valle de Aran, la que se titula La sirena varada, fue leída en el verano de 1931 a la compañía de Margarita Xirgu y aceptada por ésta para su estreno en el. Teatro Español, de Madrid, en aquella temporada. La promesa parecía de lo más cumplidera, dado el entusiasmo de la famosa actriz y las condiciones de su contrato con el Ayuntamiento de Madrid, que la obligaban al estreno todos los años de una obra de autor nuevo, pero pasaron entre aplazamientos y obstáculos varios dos años largos y la obra no se ensayaba. Fué cuando a Casona se le ocurrió enviarla al Premio “Lope de Vega”, dotado por el Ayuntamiento de Madrid con diez mil pesetas y la obligatoriedad del estreno de la obra premiada precisamente en el Teatro Español donde él tenía aceptada la suya. Se presentaron esta vez nada menos que ciento diecisiete concursantes. El numero de ellos y las presiones sobre el Jurado permitían abrigar muy leve esperanza a Alejandro Casona, quien dos días después de fechado y firmado el fallo, desconociéndolo, le hablaba con desaliento al autor de este libro. “La noticia —dice el autor a Angel Liazaro— me cogió dentro de un tranvía. Eran las nueve de la noche. Yo iba a mi casa. Compré el Heraldo de Madrid. Había crisis política en aquellos días y los periódicos venían con grandes titulares. Hojeé el periódico… En esto, allá dentro, en las páginas interiores, me veo la noticia: el Premio “Lope de Vega” para La sirena varada. Me quedé aturdido, Luego me dieron impulsos de tremolar el periódico y empezar a dar voces: ¡Mi obra! ¡Es mi obra! ¡Una obra mía! Me tiré del tranvía y me quedé allí, en la calle, sin saber qué hacer, quieto, confundido durante mucho tiempo. Por fin, como no sabía qué otra cosa hacer de momento, pensé: ¡Bueno! ¿Y para qué me he bajado yo del tranvía? Esperé otro, subí y me fui a mi casa a contárselo a mi mujer”. De ese aturdimiento y esa emoción del autor habíamos de participar nosotros, los primeros, al encontramos entre sus brazos mientras nos pedía que lo abrazáramos sin decirnos por qué. Le sabíamos totalmente desesperanzado en cuanto al fallo del jurado y estábamos muy lejos de adivinar el motivo de aquella inusitada alegría suya. Como él, nos quedamos perplejos ante la. Por efecto de ella se resquebrajó un tanto el mal concepto que teníamos y continuamos teniendo de los fallos en certámenes y concursos entre españoles. Una vez por excepción se daba el caso de que el favorecido por un premio se quedara, sorprendido y como viendo visiones. Y la gran alegría del autor y cuantos le admiramos y queremos desde antes de ser famoso estaba justificadisima, porque, porque, a pesar de todos los entusiasmos y de todas las promesas con que se le acogió la obra para el estreno en el Teatro Español, de nos ser por el Premio Lope de Vega, probablemente Alejandro Casona hubiera continuado años y años en el anonimato como dramaturgo, aunque autor de maravillas literarias.Ese Premio obligaba al estreno de La sirena varada en aquella misma temporada y esto permitió que no continuara desconocido saltó entonces a ocupar uno de los puestos más ilustres entre los dramáticos contemporáneos.

Con la impresión que teníamos de la obra, por lectura del original, escribimos entonces unos comentarios que concluían así: “La Sirena varada es obra profundamente inquietante. bajo una ficción entretenida, cargada de interés y de humorismo. Presiento que ha de hablarse y escribirse mucho de esta obra —farsa o comedia— por lo que remueve gratamente, y casi sin proponérselo, esos ecos dormidos de eternidad que reposan en los entresijos del alma de todos”. Y el vaticinio – el menor zahorí lo habría hecho— corrió tan buena suerte, que los compañeros de Casona en las Inspecciones de Primera Enseñanza de toda España pudieron rendirle el singular homenaje de recoger en elegante folleto las opiniones de la crítica y altas personalidades intelectuales, todas coincidentes en conceder al autor de La sirena varada un Puesto de honor en la dramática contemporánea. La obra fué estrenada por la compañía Xirgu-Borrás en el Teatro Español el 17 de marzo de 1934, con un éxito clamoroso, que constituyó un acontecimiento literario. Recorrió luego en triunfo numerosos escenarios españoles y americano. Saltó en seguida las fronteras idiomáticas: traducida al italiano por Gilberto Beccari, triunfa en los escenarios de Génova, Milán, Venecia, Verona y otras ciudades italianas, interpretada por la compañía de Annibale Ninchi; de éxito en éxito también marcha la obra por otros escenarios del mundo traducida al portugués, francés, inglés y polaco. Entretanto, en el Madrid donde tantas falsas reputaciones se forjan, donde tantos agasajos públicos se celebran para dar estabilidad en las carteleras teatrales a engendros pseudoliterarios, la tempestad de alabanzas y aplausos provocada por La sirena varada no culminó en ningún banquete, nunca mejor justificado, ya que para buscar al acontecimiento algún término de comparación digno de la obra en lo que va de siglo XX, se coincidía unánimemente en señalar una obra: Los intereses creados, de Jacinto Benavente.

El segundo estreno de Casona tuvo lugar en Valencia, en enero de 1935, la comedia El misterio del Maria Celeste, escenificación libre de una novela corta de Alfonso Hernandez Cata y en colaboración con ésta comedia representada después en Madrid y en otras poblaciones españolas con gran aplauso. Poco después era estrenada en Madrid —también en el Teatro Español y por la compañía titular Xirgu-Borrás—, el 26 de abril de ese mismo año .Otra vez el Diablo, comedia de fantasía y humorismo; su estreno fué también, aunque efectuado en desfavorables circunstancias, otro gran suceso teatral y literario que sólo recordaba un precedente inmediato: el de La sirena varada.

Ambas obras dejaban definitivamente consagrada la personalidad de Alejandro Casona entre los más ilustres dramaturgos de España y fuera de España. Se coincidía por todos en ver en él al tan esperado renovador de nuestra decaída escena; traía al teatro una dignidad literaria perdida hace mucho tiempo y nuevos modos de captar la simpatía y producir la emoción de los espectadores.

Pero se creía por muchos, y entre esos muchos no pocos escritores y críticos de autoridad, que Casona sólo sería capaz de hacer comedias de fantasía; quienes así pensaban no tardaron en recibir la réplica con el estreno de una de las comedias realistas más bellas, mas sugestivas, más emocionales que se hayan escrito en nuestro idioma: Nuestra Natacha. Cuando esta comedia se estrenó en Madrid el 6 de febrero de 1936 en el teatro Victoria por la compañía de Josefina Diaz de Artigas y Manuel Collado, venía precedida del éxito obtenido en Barcelona, estrenada en diciembre del año anterior por esa misma compañía. En los círculos literarios y teatrales madrileños se esperaba la representación con la ansiedad de las grandes solemnidades; la obra colmó todas las esperanzas. El autor de maravillosos cuentos escénicos había sacado de la entraña del pueblo una ficción profundamente realista, saturada de problemas vivos, palpitantes. Si querían un cuadro realista los que sólo creían al autor capaz a escribir obras de fantasía, se encontraron con la comedia que mayor número de representaciones, más de trescientas, y mayor ingreso en taquilla, sobre las quinientas mil pesetas, ha dado en Madrid desde tiempo. Como muestra de la acogida favorable que brindó la crítica a dicha pieza, véase lo que sigue: “El crítico ha de rendir los máximos honores al autor y sobre todo, al poeta” (ABC); “Nuestra Natacha bastaría a consagrarle como el autor de una época” (Ahora); “Nuestra Natacha obtuvo un éxito clamoroso. La obra empieza por ser un prodigio de construcción” (La Voz): “El éxito fué triunfal; todo se aplaudió: frases, momentos, situaciones y finales de acto” (El Debate): “Nace a la gloria un autor de hoy y sobre todo un autor de mañana” (El Liberal): “Completo éxito, ganado desde el principio de modo inequívoco” (Ya): “Una consagración esplendorosa y sin reservas de un autor que señala una época en nuestro teatro” (Heraldo de Madrid); “El éxito de la obra de Alejandro Casona fué delirante, entusiástico, apoteósico” (La Nación); “Casona es un literato de grande y positivo talento: un indudable autor dramático” (El Sol): “Natacha pasará a la galería eterna de las más puras glorias literarias’ (La Libertad); “Un gran comediógrafo y un exquisito poeta” (informaciones). De acuerdo estaban los periódicos madrileños del más diverso matiz ideológico.

Después del éxito sin precedentes de Nuestra Natacha vinieron los acostumbrados homenajes públicos, se celebró en honor de Casona un banquete el 26 de marzo, en el que estuvo presente una numerosa representación de las letras y las artes madrileñas, con incontables adhesiones recibidas de toda España. Y la Federación Nacional del Grado Profesional del Magisterio, con la cooperación del Cuadro Artístico de la Asociación de Madrid, le tributó el 12 de mayo en el Teatro Español el homenaje de representar La sirena varada y un ingenioso cuadro escénico, El Diablo educador, compuesto por Antonio Diez con personajes de las tres Obras triunfales de Casona.

 

 

Obras publicadas en volumen:

I—El peregrino de la barba florida, Leyenda milagrosa. (Madrid, 1926; poema de ambiente medieval edición privada).

II.—La flauta del sapo, (Valle de Aran, 1930: poesías: edición privada)

ll.—Flor de leyendas. (Madrid, 1933; síntesis literarias de trece grandes poemas de la literatura universal; obra galardonada con el Premio Nacional de Literatura de 1932).

IV.—La sirena varada. (Madrid, 1934; comedia dramática en tres actos; publicada en el número 357 de La Farsa; estrenada en el Teatro Español de Madrid por la compañía Xirgu-Borrás el 17 de marzo de 1934; obra laureada con el Premio “Lope de Vega” del Ayuntamiento De Madrid el año anterior)

V.—Patronato de Misiones Pedagógicas. Memoria de la Misión Pedagógico-social en Sanabria, Zamora. (Madrid, 1935; memoria publicada como anónima en este volumen y antes con la firma del autor en la revista Escuelas de España, diciembre de. 1934 y en el de 1935, Nimeros 12 y 13; se agregan en el volumen datos estadísticos de las actividades del Patronato en el año anterior ).

VI—Otra vez el Diablo. (Madrid, 1935; cuento de miedo en tres jornadas y un amanecer publicado en el número 410 de Farsa; Estrenado en el Teatro Español de Madrid por la compañía Xirgu-Borras el 26 de abril de ese año)

VII.—Nuestra Natacha. (Madrid, 1936; comedia en tres Bae, 2 Segundo dividido en dos cuadros, estrenada en Barcelona en diciembre de 1935 y en Madrid el 6 de febrero de 1936 por la compañía Díaz de Artigas y Collado en el Teatro Victoria)

 

Trabajos sin formar volumen: .

1.—Prólogo y traducción de Novelas selectas, de Voltaire. (Madrid, 1928).

2.—Prólogo de Poesías selectas de Fr. Luis de Leon. (Madrid, 1928. trabajo publicado como anónimo).

3.—Las mujeres de Lope de Vega. (En la revista Escuelas de España, Madrid, mayo de 1935, número 17; trabajo escrito con motivo del Centenario de la muerte del gran dramaturgo).

 

Referencias biográficas:

Anónimo- Homenaje a Alejandro Casona, (Madrid, 1935; folleto publicado por los Inspectores de Primera Enseñanza con motivo del éxito de La sirena varada, y que recoge opiniones de la crítica y unos datos biográficos).

Lázaro (Ángel) – Los que triunfan en plena juventud: Alejandro Casona (Entrevista publicada en la revista crónica, Madrid, 6 de mayo de 1934)

Milla (Fernando de la) – Alejandro Rodríguez, Premio Nacional de Literatura, explica el sentido de “Flor de leyendas”, su obra premiada. (En el diario Heraldo de Madrid, 3 de enero de 1933)

Olmedilla (Juan G.) – El Premio Lope de Vega, “La sirena varada”, fantasía y realidad – poesía dramática – de Alejandro Casona. (En ídem, diciembre, de 1933)

Suárez-Españolito (Constantino) – Nuevos valores asturianos: Alejandro Rodríguez, “Casona”. (En el progreso de Asturias, Habana, julio de 1933)

Idem – Ante el Premio Lope de Vega. Alejandro Casona. (En La Prensa, Gijon, diciembre de 1933)