ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

SUAREZ BRAVO (Ceferino).

 

Por otros apellidos los de Alvarez de la Rivera. Comediógrafo, novelista y periodista de siglo XIX, que gozó en Madrid de una gran nombradía extendida a toda España, en las décadas que corren desde los años precursores a la revolución de setiembre de 1868 hasta la minoría de edad de Alfonso XII. Lo que más renombre y predicamento le dió en las letras de esa época fueron sus actividades de periodista.

Un periodista de combate, de pluma desenfadada y agresiva puesta al servicio de unas convicciones herméticas e intransigentes en favor del reaccionarismo más anacrónico y del catolicismo menos flexible.

Edmundo González Blanco se refiere esta faceta de su personalidad con las siguientes palabras: “Henchido y ebrio de Dios, batallador formidable en nombre de Cristo, predicador lego, apóstol seglar, pensador sin doctrina de escuelas, la lucha continua, prolongada y ardiente que desarrolló, año tras año, contra los enemigos políticos y religiosos del catolicismo. se vió compensada en parte por los altos cargos que desempeñó. Pero él volvía siempre a sus campañas periodísticas, entreveradas con la producción de numerosos y aplaudidos dramas y comedias.

Fundó varios periódicos y colaboró en muchos, no firmando siempre sus artículos, pues usaba con frecuencia seudónimos e iniciales. Sin llegar a libelista político, tuvo mucho de tal. por la nerviosidad de su dicción, Por la reciedumbre de sus acometidas, por la intención miuresca de sus lucubraciones y por la mordacidad temible de sus polémicas. Más controversista que afirmador y más periodista que filósofo. Suárez Bravo discurría a menudo muy atrabiliariamente, sin darse cata de que su procedimiento dogmático, le conducía manifiestamente al error y aún a la ceguedad completa. Incapaz no ya de comprender, pero ni aun de transigir con los que como él no pensaban, descuidaba la serena e imparcial reflexión, y no veía o veía sin extrañeza, cosa peor todavía, que sus ideas colindaban con el fanatismo teológico y con el absolutismo antidemocrático, y hasta se introducían por sus jurisdicciones y veredas”.

Como pudiera desprenderse de esta filípica que se trata de un adocenado escritor, sigamos copiando a Edmundo González Blanco para ir desvaneciendo ese efecto en quienes no tengan recuerdo preciso de Suárez Bravo, que serán los más de los lectores. “Fuera de esto. —dice el aludido autor—, la figura de Suárez Bravo yérguese, con singular magnitud y dinamismo, en el friso de la vida española de su tiempo y de su ideario. Entre los intelectuales afines del mismo friso sólo la personalidad de Aparisi Guijarro pudo entablar con la suya victoriosa competición. El resto de ellos le fueron inferiores de todo punto. No tuvieron ni su facilidad de redacción, ni su audacia de pensamiento, ni su acerada indignación en el combate periodístico, ni su destreza de ingenio para revestir las doctrinas de formas peregrinas y vivaces, Hay que reconocer en su pluma una de las mejor talladas. como entonces se decía, de su tiempo: se pueden suscribir sin reservas estas palabras de Cejador: “Sobresalió en el periódico como escritor correcto y castizo. sin rebuscamiento alguno, con sátira fina, delicada, certera y profunda, dialéctica poderosa y razonamiento firme… Huyó siempre de herir a las personas, siendo implacable con las ideas”.

Pero en lo que Suárez Bravo merece más recuerdo del que se le dedica es como dramaturgo y novelista. Lo de haber sido “novelista más estimado del público que de la crítica”, como dice Cejador, y algo parecido podría afirmarse en cuanto a su producción teatral, no ha de en tenderse, cual podría deducirse, como que sus obras carezcan de méritos literarios. Lo cierto es que los cuentos, las novelas y las obras teatrales de Suárez Bravo y hasta sus composiciones poéticas poseen cualidades que colocan al autor en un plano muy decoroso de las letras españolas del siglo XIX. Algunos que suenan más valen menos. Entre los literatos asturianos’ de ese siglo marcha muy dignamente en un segundo plano que tenga por primero a Campoamor y Clarin.

Ceferino Suárez Bravo nació en Oviedo en el año 1825, y no en el 24. como anotan algunos autores, Cejador entre ellos. No obstante descender de modesta familia —su padre era un relojero acreditado en la ciudad—, es posible que haya hecho estudios universitarios, por lo menos los de la segunda enseñanza, que entonces se cursaban en la Facultad de Filosofía, pero nada cierto sabemos de esto.

Unicamente se puede colegir de que a los diecisiete años tuviese instrucción suficiente para desarrollar su vocación literaria con algunos trabajos que aparecieron en el semanario El Nalón, en 1842, y que un año después estrenara con éxito el drama en cuatro actos y un prólogo, en verso, Amante y Caballero o Gonzalo de Córdoba. No había cumplido los veinte años cuando los aplausos a otra obra suya, el drama en verso en un acto, Hidalguia y lealtad, consolidaron en Oviedo su crédito de escritor. !

Andaría por los veinte años cuando se trasladó a Madrid, animado por esos éxitos. dispuesto a la lucha por la fama y la posición social. R. J. dice que dejó Oviedo “para ir a probar fortuna en la Corte, sin otros bienes, pensiones ni adehalas que su talento, sus ilusiones y la correspondiente carta de recomendación para D. Alejandro Mon, si no nos engaña la memoria”. Probablemente fué Alejandro Mon, quien le proporcionó un modesto destino público, que Suárez Bravo abandonó pronto para dedicar todas sus devociones y todo su tiempo a la vocación literaria que le dominaba.

Hizo en los primeros años una vida de bohemio. Bohemios como él eran entonces Cánovas del Castillo. López de Ayala, Navarro Villoslada, José Selgas, Tamayo y Baus, Arrieta, Barbieri y otros muchos, todos ellos amigos suyos. Pero seguramente no se trataba de un bohemio astroso. Por lo menos así se colige de estas palabras que R. J. toma de Mañé y Flaquer cuando Suárez Bravo frisaba en los veinticinco años: “Joven, alto, esbelto, de aire aristocrático y maneras distinguidas era la envidia y el modelo de los que aspiraban a encumbrarse en el Parnaso de la villa y corte”. El primer decenio de su residencia en Madrid, desde 1845, fué para Suárez Bravo una ascensión triunfal hacia la fama. Figuró entre los escritores jóvenes que más brillaron entonces. Hasta trece obras escénicas, contando con las dos estrenadas en Oviedo, fueron representadas en los mejores teatros y por las compañías más renombradas, todas ellas con aplauso: dramas, comedias y hasta una zarzuela. Entre las comedias y los dramas, piezas de las cuales algunas se hicieron famosas, hay una, Los dos compadres, que figuró mucho tiempo en los pobres repertorios de los cuadros dramáticos de aficionados, por ser obra que, como El puñal del godo, de Zorrilla, ofrecía la ventaja de no exigir elemento femenino.

Pero no sólo gozo entonces Suárez Bravo de nombre conocido y reputación de comediógrafo. El poeta de breves composiciones, el literato de la crónica y el cuento y el periodista, sobre todo, entonces sentó los cimientos de su fama. Colaboró en numerosas publicaciones algunas de ellas de las más importantes, como La España. El Contemporáneo y El Pensamiento Español, y contribuyó a fundar y sostener otras, de las que fué la más popular y de más larga vida El Padre Cobos, semanario satírico que redactó (1854-56) con José Selgas, González Pedroso, Garrido y Navarro Villoslada. En este periódico corrió a su cargo la redacción de Fisonomía de las Sesiones, comentario ático, cuando no mordaz, de la marcha de los debates parlamentarios.

Por esta época fué cuando contrajo matrimonio con la señorita Angela Olalde, sobrina del político Ramón de Egaña. al parecer, siendo éste ministro en 1851.

Ya mediado el siglo, en sus ideas y sentimientos de profunda raigambre católica fué prendiendo la atracción de la política y por espacio de unos tres lustros abandonó casi por completo las letras para dedicarse a esa actividad, desde puestos al servicio del Estado. El primero se lo facilitó O”Donnell en 1857 designándole cónsul general de España en Génova, puesto que desempeñó por espacio de algunos años. Después estuvo al frente de los Consulados Generales de Burdeos, Bayona (1864), Lisboa (1865) y Bayona nuevamente (1867).

Al estallar la revolución de setiembre como se trataba del triunfo de las ideas opuestas a las suyas, al cesar como cónsul permanece en el extranjero a la expectativa de un cambio favorable. Este no se produce y a provocarlo se lanza don Carlos de Borbón a una guerra civil con la divisa de Dios. Patria y Rey. La suerte de Suárez Bravo si habría de ser consecuente con su ideología. estaba de antemano echada: se pasó a las fuerzas carlistas. Don Carlos de Borbón le distinguió primeramente con el Corregimiento de Guipúzcoa, luego con la Secretaría de Negocios Extranjeros de su Gobierno y por último con la dirección del periódico El Cuartel Real. Restablecida la paz, fué de los que no se sintió conforme con la solución adoptada y marchó a Francia. donde residió hasta 1876.

Regresó a la Península, al parecer, encubiertamente y se cree que estuvo escondido en Mondragón (Navarra). Pero poco después pudo reintegrarse a la vida civil y a sus actividades, aunque sin prestar acatamiento a la Constitución recientemente promulgada, amparado por Antonio Cánovas del Castillo y Adelardo López de Ayala, sus amigos íntimos, que eran entonces presidentes del Consejo de Ministros y del Congreso de los Diputados respectivamente.

En esos años de servicio al carlismo su pluma no estuvo ociosa. Por el contrario desplegó actividades de campaña y lucha como lo demuestra la publicación de los tres folletos números XIV al XVI el primero y el último como anónimos, puesto que llevan los seudónimos Ccrcunstanciales de Un inconsecuente liberal y Un castellano.

Establecido nuevamente en Madrid, se dedicó de lleno al periodismo de combate, sobre todo desde las columnas del periódico católico El Siglo Futuro, donde empleó el seudónimo de Ovidio. De buena parte de esos trabajos formó poco después el libro En la brecha (número XIX).

Dejó la redacción de aquel diario para fundar El Fénix, que dirigió desde 1879 al 81 como órgano del partido Unión Católica, integrado por carlistas captados a la dinastía reinante.

De esta época, la de su auge como periodista de lucha, ha escrito Miquel y Badía: “Los artículos de Suárez Bravo, nerviosos como él, de buena cepa castellana… parecían escritos de un sólo soplo, al correr de la Pluma, sin vacilaciones, como obedeciendo el autor a un impulso que así podía llamarse inspiración como indignación, ya que la última fué la que más movió su acerada pluma en las lides periodísticas”.

No por el periodismo abandonó completamente las otras dedicaciones literarias. Por entonces compuso algunas de sus poesías más celebradas, como El Tridente (apólogo). La vestal negra, en décimas. y el canto en octavas A la torre de la Catedral de Oviedo. Pero se alejó bastante del teatro, para el que sólo compuso por esos años la comedia La mancha en la frente y la indicada con el número XXI]. A ello se refiere el antes aludido autor con estas palabras: “No perseveró Suárez Bravo en el teatro. Oponíanse a su carácter por un lado las trabas que tiene el género y que demandan mucho estudio y mucho detenimiento en el componer, y por otra el no poseer la flexibilidad de espinazo necesaria para vivir entre bastidores y para tratar con cómicos y con empresarios. Cuando en las letras quiso buscar distracción y lenitivo a sus penas. 10 fué ya el teatro el que se llevó sus aficiones, si se exceptúa el enérgico cuadro dialogado Robespierre, sino la novela, género más desembarazado, en el que podía campar más libremente y para el cual no necesitaba entenderse con nadie más que con el impresor y el librero. Entonces escribió sus dos novelas largas Guerra sin cuartel y ¡Soledad!, aparte de otras narraciones cortas, Suárez Bravo venía de todos modos del campo romántico, y por consecuencia al romanticismo se acogió en sus dos mencionadas novelas, ajustándolo no obstante más al gusto moderno» pero sin plegarse por ningún modo a las exigencias de los corifeos del naturalismo”.

La primera de esas novelas citadas por Miquel y Badía, Guerra sin cuartel, fué premiada por la Academia de la Lengua (1885). Autor y Corporación fueron duramente combatidos en la Prensa, tanto por las ideas reaccionarias desarrolladas en la obra como por la condición que dicho comentarista indica de estar compuesta al margen de la marcha que entonces llevaba el género por los trillos fijados en obras de Flaubert, los Goncourt, Zola y otros autores franceses, a los que seguían los españoles, Pero, con todo, como obra literaria, y prescindiendo de ideologías y escuelas, contiene méritos de todos modos respetables.

Tanto como del teatro vivió Suárez Bravo en esos años apartado de la política activa, al punto de haber rechazado de plano cuantos destinos se le ofrecieron, incluso el de cónsul, no obstante ocupar el número dos en el escalafón del Cuerpo. Y acaso fué por lo que llevado de tal empeño: acabó por trasladar su residencia a Barcelona, donde vivió los últimos años hasta su fallecimiento. En Barcelona dedicó sus actividades a la literatura y al periodismo no político. En esa ciudad fundó en 1891 la revista La Semana Popular Ilustrada, dedicada a la clase obrera, que se convirtió luego en La Ilustración Moderna, de la que se publicaba un suplemento con el título de La Velada, donde Suárez Bravo dió a conocer varias novelas cortas,

Falleció Ceferino Suárez Bravo en Barcelona el 26 de julio de 1896.

 

Obras publicadas en volumen:

I—Un motín contra Esquilache. (Madrid, 1846; comedia en tres actos).

II.—Don Enrique 1. (Madrid. 1847: drama en tres actos).

III.—Amante y caballero o Gonzalo de Córdoba. (Madrid, 1847; drama en verso en cuatro actos y un prólogo).

IV.—Hidalguía y lealtad. (Madrid. 1848; drama en verso en un acto).

V.—¡Es un ángel! (Madrid. 1848: comedia en tres actos).

VI.—El Dos de Mayo. (Madrid, 1849: drama en colaboración con Manuel María Santana y Francisco de Paula Montemar).

VII—El bufón del rey. (Madrid, 1849; drama en cinco actos, adaptación de una novela de Dumas, en colaboración con Mariano Zacarías Cazurro).

VIII.—Los dos compadres, verdugo y sepulturero. (Madrid, 1850; drama en un acto).

IX.—El lunar de la marquesa. (Madrid, 1850; drama en cuatro actos).,

X.—Las señas del archiduque. (Madrid, 1850: zarzuela con música de Gaztambide).

XI—El cetro y el puñal, (Madrid. 1851: novela). .

XII—Mujer y madre. (Madrid. 1853: drama en tres actos).

XIII—La crisis. (Madrid, 1854; comedia en cuatro actos. adaptación de otra francesa de Feuillet).

XIV.—La honra de Cádiz. (Madrid, 1870; folleto de carácter político, firmado con el seudónimo de Un inconsecuente liberal).

XV.—España demagógica- Cuadros disolventes. (Madrid. 1873; Sátiras políticas).

XVI—Los fueros vascongados ante el Derecho y la razón de Estado. (Bayona, 1876; folleto político firmado con el seudónimo de Un castellano).

XVII.—Cartas familiares del conde José de Maistre. (Madrid, 1877).

XVIII. —La mancha en la frente. (Madrid, 1877; comedia en tres actos en colaboración con Esteban Garrido).

XIX.—En la brecha. Hombres y cosas del tiempo. (Madrid, 1870; sátiras políticas publicadas antes en el diario católico El Siglo Futuro).

XX.—Las armas reales. (Madrid; poesía; opúsculo). :

XXI.—Guerra sin cuartel, (Madrid, 1885; novela premiada por la Academia de la Lengua).

XXII.—Robespierre. Crónica dramática del Terror. (Madrid, 1886; en diálogo representable).

-XXIII—Colección de novelas cortas.

XXIV.—¡Soledad! (Barcelona, 1893; novela).

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—El ángel bueno y el ángel malo. (En la obra Cuentistas asturianos del autor de la presente obra, Madrid, 1930).

 

Referencias biográficas:

González Blanco (Edmundo).—Asturianos de antaño: Ceferino Suárez Bravo. (En la revista Norte, Madrid, junio de 1930).

Miquel y Badía. (F.).—Don Ceferino Suárez Bravo. (En el Diario de Barcelona, 29 de julio de 1896).

R. J.—Nuestros escritores: Suárez Bravo. (En Asturias, Órgano del Centro de Asturianos, Madrid, noviembre de 1898).

Suárez (Constantino).—Una semblanza. (En la obra Cuentistas Asturianos, Madrid. 1930).