ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

TORAL Y VALDES (Domingo de).

 Aventurero, capitán de los tercios españoles del primer tercio del A siglo XVII. De él hemos escrito en otro lugar:

“He aquí una vida oscura y podríamos decir que casi absolutamente olvidada. Vida aventurera, de la que nada sabríamos, ni siquiera su nombre, probablemente, si él mismo no nos la hubiese referido, Su interesante y deliciosa autobiografía es una obra que le concede un puesto distinguido entre literatos asturianos, Seguramente no es menos verídica que interesante, porque vemos que no oculta aquello que podría causarle desmerecimiento. Además, está escrita con pluma de avezado escritor —acaso lo fué: no lo sabemos—, aunque sólo se citan de él dos pequeños trabajos más, anotados por Martín Fernández de Navarrete en su Biblioteca marítima española.

En cuanto a la autobiografía, más ignorada de lo que merece, todavía nadie la ha recogido en un volumen, volumen que seguramente encontraría muchos compradores. Para conocerla, es preciso acudir al tomo LXXI de la Colección de documentos inéditos para la historia de España o al libro Autobiografías y memorias que el investigador M . Serrano Sanz ha publicado en 1905”.

El esquema de esta vida pintoresca o de la citada autobiografía es como sigue:

Domingo de Toral y Valdés nació en la aldea de Aguero (Villaviciosa) en el año 1598, hijo de don Juan de esos apellidos y doña María de Costales, ambos descendientes de linajudas familias, pero que vivían con gran penuria económica dedicados a faenas agrícolas.

Al quedar viudo don Juan con dos hijos, niños todavía, Domingo y una hermana, se trasladó con ellos a Madrid, llevado del anhelo de mejorar el horizonte de vida, sobre todo de los muchachos. .

Domingo de Toral, con sus buenos diez años cumplidos, encontró en la Corte acomodo como paje al servicio de un gran señor, a cuyo lado permaneció unos cuatro años. Esta vida quieta y servil repugnaba profundamente a su espíritu, cada vez más, a medida que el muchacho iba para hombre. Su alma estaba llena de anhelos de libertad y de ambiciones. Tenía, además, audacia y un buen día huyó de aquella casa señorial tierras de Castilla adelante. Por espacio de otros cuatro años deambuló por España “como otro Lazarillo de Tormes”.

Saciada de momento su sed de aventuras, regresó de Madrid y al servicio del señor antes servido por espacio de otros tres años. Se puede asegurar que Domingo Toral tenía inteligencia despejada y le adornaban bellas cualidades morales, porque el aventurero mereció de su señor una gran confianza, “cuando no tenía aún diecisiete años cumplidos” no obstante ser aquél persona “que ocupaba un puesto de los más preeminentes de España”.

Tales distinciones y preferencias suscitaron la envidia de los otros criados, que consiguieron volver recelosa la confianza del señor en Toral. Exasperado éste por la desleal conducta de sus compañeros descargó su venganza en furiosas estocadas sobre el que consideraba de ellos su mayor enemigo. Dejándole por muerto, se escapó a Alcalá de Henares para ponerse a salvo de la persecución de la justicia.

En Alcalá se reclutaba a la sazón un cuerpo del ejercito con destino a Flandes y sentó plaza de soldado en la compañía al mando del capitán Cosme de Médicis.

Algunos días después habría de intervenir en otro hecho de sangre, sólo que esta vez como víctima. A consecuencia de unas malas referencias que dió de un soldado, del que conocía pésimos antecedentes, cuatro o cinco compañeros le condujeron engañado a sitio distante del campamento, y le acometieron a cuchilladas, sacando de la pendencia “segados dos dedos”.

Transcurridos dos meses, aquellas fuerzas expedicionarias, con cuarenta y tres compañías más, partieron para Lisboa. donde embarcaron en varios navíos con rumbo a Flandes. Dice Toral que desembarcaron “en Dunquerque por el mes de noviembre, del año de 1615, tan desnudos que los más bien vestidos iban sin zapatos ni medias ni sombrero”.

Se destinó a Toral allí al tercio que mandaba D. Iñigo de Borja y permaneció en la guarnición del castillo de Amberes hasta que, en 1619, salió a campaña a las órdenes de D. Francisco Lasso. Desempeñó con pericia y fortuna algunas difíciles comisiones y tuvo la desdicha de encontrarse en el desastroso sitio puesto a la villa de Bergas. Tras dos años de vida azarosa de campaña, regresó con licencia a la Península “atravesando la Francia en treinta días a pie”, pobre de recursos.

Acarició entonces el propósito de pasar a Indias y quedó agregado como alférez a las órdenes del capitán don Lázaro de León, que a destinó a la ocupación de reclutar tropa en la demarcación de Alaejos (Valladolid) para concentrarla en Medina del Campo, de la misma provincia. Nueve meses se dedicó a esa comisión en Alaejos, y cuenta que los moradores “le hicieron mucha merced”, pero no olvida tampoco que, acaso por equivocación, fue víctima de una pedrada.

Al fin, formando parte de esa concentración de tropas llegó a Lisboa, puerto de partida para las Indias. Pero transcurrieron más de dos años y medio sin que la expedición se llevara a cabo. Cansado regresó a Madrid.

En la capital entró al servicio del marqués de Leganes, por orden del cual pasó una breve temporada en territorio africano. de donde regresó nuevamente a Madrid.

Entonces, “con patente de capitán y sesenta escudos de sueldo al mes”, quedó a las Órdenes de don Miguel de Noroña, que había sido destinado como virrey a la India oriental.

Este viaje rumbo a Asia fue una verdadera calamidad. Una  epidemia declarada a bordo atacó a casi todos los pasajeros, Toral entre ellos, salvando su vida milagrosamente. Pero si esto no fuera ya bastante para que él pudiera calificar de malaventurada esa travesía, los huracanes obligaron al navío a cambiar de rumbo y, al cabo de cinco meses, tuvo que refugiarse en Mozambique. Una semana después emprendió la nave rumbo nuevamente hacia la India. Tras un mes de navegación arribó, por fin, a Goa, puerto situado al norte del golfo de Bengala.

Comisionado entonces por el virrey para recorrer los lugares fortificados, llegó a la isla de Caranja. De su visita a este remoto paraje refiere el encuentro que tuvo con un ermitaño. La vida quieta, sosegada, del anacoreta, provoca una crisis muy honda en su espíritu, agitado por ambiciones, pletórico de inquietudes, y se siente arrastrado a quedarse en Compañía del solitario, como buen español de su tiempo: guerrero o fraile. Pero se sobrepone a tal sugestión y prosigue su camino de retorno a Goa.

De pronto, todas las consideraciones que merecía del virrey. y que ya él observaba en declive, sufren una brusca mudanza y se truecan en menosprecios y despotismo. La inquina crece sin que Toral sepa adivinar la causa, Estima él como consecuencia del declarado desafecto la orden que recibe de trasladarse a la Arabia Feliz. de clima inclemente, y sin apenas recursos, al objeto de recuperar la plaza de Ormuz, operación que habrá de llevar a cabo a las órdenes del capitán general de aquella costa don Rui Freire de Andrade.

Unos nueve meses estuvo allí Toral, muy considerado por este jefe, del que hace subidos elogios. Tomó parte considerable en la indicada operación sobre la isla de Ormuz y en otros hechos de armas. Pero su servicio más importante fue la operación efectuada en 1632, por iniciativa suya, sobre la isla de Bombaca. Este hecho de armas puso remate a un taimado ataque de los indígenas que costó muchas vidas. Anduvo a punto de costar la del general, que cayó herido, de no haber succionado sus heridas un mozo, que pagó tal práctica terapéutica con la pérdida de la vida propia.

De regreso en Goa, ilusionado con el deseo de que hubiese desaparecido la enemiga que le había declarado el virrey, marqués de Leganés, se encontró con que tanto él como los secuaces que le rodeaban se habían declarado sus enemigos con saña persecutoria. Inopinadamente, fue objeto de un encarcelamiento, “sin poder saber la causa, ni hacerle cargo ninguno, por más memoriales que le envió” al virrey. Por el mismo arbitrario procedimiento se le puso en libertad y fue destinado a una armada puesta bajo el mando del general don Rodrigo D’Acosta, comisionado para el reconocimiento de unos islotes. Cuenta él mismo que en un encuentro con dos navíos holandeses al general “le llevó una bala la cabeza de los hombros”, contratiempo que obligó a la armada a volver a Goa.

Convencido de que no le esperaba ningún risueño porvenir rodeado de enemigos poderosos, maduró el propósito de regresar a España. Tal determinación anduvo a punto de valerle un nuevo encarcelamiento, temerosos sus jefes de que Toral pudiera delatarles ante el rey, refiriéndole cuantas anomalías causaban y encubrían en aquellos remotos parajes. Esto le obligó a simular que había desistido del propósito de repatriarse, hasta que una circunstancia propicia le permitiera realizar sus ocultos planes de evasión y repatriación.

Por fin pudo emprender la fuga, que fue el comienzo d una odisea a través del Indostán, Arabia y Persia, llena de peripecias y contratiempos. “Embarcado, a caballo y a pie —copiamos palabras nuestras—; con dilatadas paradas en el camino; obligado por el mal tiempo o la mala salud; viviendo a la intemperie o rodando por mesones y conventos; haciendo de tonto, de mendigo, de tramposo y hasta de ratero sale de Asia, cruza el Mediterráneo, llega a Marsella y marcha desde aquí a Barcelona y Madrid.”

Este período de la permanencia de Toral en Asia y su calamitosa y fantástica huida, que va “desde el 3 de abril de 1629 hasta el 3 de mayo de 1634”, es lo más interesante de su autobiografía. Está escrito con una jugosidad inalterable al paso de los siglos y se lee con tanto deleite como el que pueda producir una obra maestra moderna de exploraciones o aventuras. Sólo se lamenta lo someramente que están relatados los episodios.

Domingo de Toral, ya en Madrid. ordena apuntes y redacta su historia sin pensar en hacer obra literaria: le guía una finalidad más interesada. Procura en el escrito dos propósitos parejos: exponer sus cuitas y patentizar sus merecimientos, “Pudiera alardearme mucho más en mi particular —dice al final del relato—. pero el hombre ni en bien ni en mal es bien que hable mucho de sí”.

Toral consigue con su escrito favorable acogida del rey y del valido conde-duque de Olivares. Y con esto termina su narración y también todo lo que se sabe de su vida hasta los treinta y seis anos: perdido luego el rastro de ella.

Además del mérito literario, este relato tiene valor de pos lo histórico y de táctica militar muy apreciables. En algunos pasajes lo autobiográfico se diluye en la narración objetiva de los episodios históricos que abarca. Entonces el protagonista, que revela conocimientos que desconocemos dónde y cómo los habrá adquirido, se permite hacer atinadas observaciones sobre órdenes recibidas de los jefes o acerca de interpretaciones histórico-políticas de los sucesos que presencia, proclamándole actor y testigo inteligente al que pueden acudir los historiadores con provecho.

Trabajos sin formar volumen:

1.—Relación de la vida del capitán Domingo de Toral y Valdés escrita por él mismo. (En el tomo LXXI de la Colección de documentos inéditos para la historia de España y en la obra Autobiografías y semblanzas, de Manuel Serrano Sanz, Madrid, 1905).

Obras inéditas:

—Relación de los sucesos del conde de Linares, virrey de la India. (M.S. Citado por Martín Fernández de Navarrete en Biblioteca marítima española).

—Relación de la vida de don Rodrigo de Cota. (MS. ídem. Ídem).

Referencias biográficas:

Toral y Valdés (Domingo de).—La obra anotada con el número I en este estudio.