ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

VALDES SALAS (Fernando de)

Una de las más conspicuas personalidades españolas de los reinados de Carlos I y Felipe II. En lo eclesiástico y en lo civil llegó a los puestos más eminentes del Estado. Unía a un saber extenso, claro talento. Fué un gran benefactor. Para los asturianos representa una de sus más legítimas glorias, por haber sido el fundador de la Universidad de Oviedo, Y por lo mismo, «quien arrancó la lepra de la ignorancia a la mísera gente asturiana», como dice Canella y Secades. Pero esta medalla de anverso bello y simpático tiene su reverso agrio y repelente: aparte de algunos lunares que afean su conducta, Fernando Valdés fué un inquisidor general que llevó a la hoguera muchas vidas, al punto de que se le calificara de tostón.

Los que sólo contemplan la faz amable de ella, como creador de centros benéficos y de enseñanza y otras obras de filantropía y algunos acertados hechos de gobernante, pueden expresarse como lo hace el marqués de Alventos, que le califica de «varón, por cierto, merecedor de fama inmortal, honra de España y bienhechor de toda nuestra nación. Su vida es digna de eterna alabanza y sus acciones le conservarán en la memoria de los hombres». Pero más acertados están los que justifican a Fernando de Valdés como un producto de su tiempo; Senén Alvarez de la Rivera le enjuicia así: «Cualquiera que haya sido la actuación de don Fernando de Valdés como inquisidor general de España, hoy se reconoce que este eminente varón asturiano no hizo sino cumplir con sus deberes de defensor del sistema social y político imperante. Si no se le puede alabar como espíritu superior a su época, debe reconocerse que encarnó en el desempeño de su cargo el modo de pensar de toda una nación. Por muy crueles que hayan sido los tormentos del Santo Oficio, por muy absurdos que hoy se juzguen los fundamentos de la odiada

institución, por más opresor que se estime el imperio del famoso Tribunal durante tantos siglos, hay un hecho que no puede negarse: España, desde fines de la decimoquinta centuria hasta que empezó a operarse en ella la transformación debida a los nuevos ideales. Voluntariamente , el Tribunal del Santo Oficio. Y decimos voluntariamente, porque jamás régimen alguno ha logrado vivir siquiera un corto espacio de tiempo, sin contar con la opinión de la gran mayoría de los hombres sobre quienes impera, y la Inquisición se mantuvo cuatrocientos años”.

Toda discusión sobre los valores positivos del arzobispo e inquisidor general Valdés tendrá que llegar forzosamente a la conclusión formulada por José Caveda y Nava. «Es uno de aquellos hombres ilustres -dice- por sus talentos y consideraciones, por su carácter y los altos destinos que ha obtenido, que más reputación han alcanzado en el reinado de Felipe II, pero que habiendo pagado un triste tributo a las preocupaciones y fanatismo religioso de su siglo y a la política dominante en la Corte, deja a la par de las bellas acciones que le realzan, la funesta memoria de otras que la filosofía y la humanidad reprueben hoy con tanto horror como entonces les aplaudían una ciega tolerancia y una opinión equivocada del verdadero espíritu del Cristianismo».

Fernando de Valdés nació en la villa de Salas en el año 1483. Fueron sus padres don Juan Fernández de Valdés y doña Mencía de Valdés, señora de Salas, descendientes ambos de familias nobles, pero de “moderados bienes».

Después de cursados estudios de Latinidad y Humanidades, ya adolescente se trasladó a Salamanca, donde prosiguió la carrera eclesiástica. Años adelante alcanzó por méritos una beca e n el Colegio Mayor de San Bartolome de esta misma ciudad, que ocupó el 12 de junio de 1512 . Se supone y discute que haya sido colegial del Colegio de San Ildefonso de Alcalá, de cuyas Constituciones se dice que fué colaborador. Pero de ser cierto – y acaso lo sea, si se le deduce la edad de veintinueve años a que ingresó en el de San Bartolomé -, ocurrió esto con anterioridad como supone el marqués de Alventos, puesto que dichas Constituciones fueron escritas con fecha de 22 d e enero de 1510. De aquel Colegio de San Bartolome. fue elevado a rector el 9 de febrero de 1515. Por entonces tuvo a su cargo además una cátedra en la Facultad de Cánones de la Universidad.

Pero su brillantísima carrera se puede decir que no comienza hasta que el cardenal Cisneros, entonces arzobispo de Toledo, le lleva consigo en calidad de consejero, puesto que luego continúa desempeñando con el cardenal Croy. Desde entonces ya no hubo obstáculos para él en la marcha ascensional hasta las más altas cimas de la Iglesia y del Estado. Fue canónigo en la Colegiata de Alcalá de Henares, de donde pasó con dignidad de deán al obispado de Oviedo. Después desempeñó los cargos de visitador de la Inquisición en Cuenca y miembro del Consejo de Navarra, destino este en el que consolidó su reputación de hombre de claro entendimiento y cualidades de gobernante, sobre todo en la redacción de unas Ordenanzas que merecieron grandes plácemes de las personas doctas.

Algún tiempo después fué promovido al obispado de Elna, población francesa entonces perteneciente a la provincia de Gerona, y que algunos escriben Helna y otros suponen que se trata de Huelva. Seguidamente se le nombró obispo de Orense. Pero no llegó a posesionarse de ninguna de las dos mitras por haberle llegado entretanto, muy de su gusto, el nombramiento de obispo de Oviedo, del que pasó a posesionarse en octubre de 1552, y no en el año 1559, como registran nuestras dos grandes Enciclopedias. Precisamente en ese último año dejó la silla episcopal ovetense. Al tiempo que la mitra de Oviedo se le confirieron los cargos de presidente de la Chancillería de Valladolid y de miembro del consejo de Castilla

En tiempo de su prelacía ovetense fue cuando ocurrió o se dice que ocurrió el célebre Pleito de los ratones, que merece por lo gracioso una referencia. Tomaremos directamente la que da Gonzalez Dávila en Teatro eclesiástico, origen de todas las demás. Siendo obispo de esta Iglesia, y su provisor el licenciado Diego Pérez, arcediano de Villaviciosa, sucedió que en el término de Oviedo cargó una plaga de ratones que talaban los frutos y cosechas. No bastaron conjuros. Púsose el caso en justicia. Los de la tierra pusieron su querella pidiendo se proveyese censurar contra ellos y que se notificase en los campos. El provisor, como aguardando justicta, mandó se nombrase letrado y provisor que defendiese su parte; y habiendo alegado en Derecho y, entre otras razones, ésta: que Dios a estos animales, como criaturas suyas, les había señalado para el sustento de sus vidas las flores y frutas de aquellos términos, que, conforme a Derecho, no se habían de dar censuras contra ellos.

Y pasando el provisor adelante, no teniendo lo alegado por suficiente, mandó se publicasen, y que dentro de tres días desamparasen la tierra y se fuesen a lo más encumbrado de las montañas, sin poder salir de allí, y, de hacer lo contrario, incurriesen en las censuras. Dióse copia de su auto al abogado y procurador, y respondieron suplicando que, en caso de que sus partes hubiesen de obedecer, que pedían que atento que para ir al lugar que señalaba había ríos y arroyos, por donde no podían pasar sin daño manifiesto de sus vidas, que su merced mandase poner puentes para ello y que en el interín no les corriese el término. Mandó que se pusiesen maderos y que saliesen al punto. Así se hizo y de nuevo se leyeron las censuras. Fue cosa maravillosa que los veían venir a bondades, obedeciendo y teniendo las censuras, a tomar el paso de los puentes, sin que al día siguiente se hallase en todo aquel término uno solo”.

Asegura González Dávila que vió el original de este proceso en Salamanca, en poder de un deudo del obispo, llamado Pedro Junco de Posada.

El autor anónimo del manuscrito Noticias de Asturias conservado en la Biblioteca Nacional tomando en serio esto del Pleito de los ratones, dice que en el obispado de Oviedo no hay más noticias del asunto que le dada por “el mismo Gil González, ni yo, siendo provisor, he podido encontrar el menor vestigio, ni en Tirso de Avilés y canónigo de Oviedo, que alcanzó este tiempo y escribió las cosas notables que sucedieron en el obispado desde el año 1516 en adelante, hace memoria de tal cosa, y, a ser cierta, no la hubiera omitido, pues no omite cosas muy menudas y menos dignas de noticia, como son tempestades de truenos y granizo, disensiones sobre elecciones de jueces, capítulos de religiones, hambres, muertes de particulares, venida de tropa al Principado y hasta la de un obispo armenio y, en fin para poder proceder con censura contra los ratones, era preciso que fueran criaturas racionales y, el suceso tiene todo el aire de fábula, por lo que dejaremos su fe a cuenta del autor que la introdujo, como hacen los que la refieren. No sólo aire de fábula tiene el tal Proceso de los ratones, sino aire de burla muy asturiana para el provisor de la diócesis don Diego Pérez y acaso para el obispo que tal provisor tenía.

Del obispado de Oviedo pasó Fernando de Valdés al de León en 1559 y, al año siguiente, al de Sigüenza ( Guadalajara).

Por ese tiempo fue exaltado a uno de los puestos más prestigiosos del estado: la Presidencia del Consejo de Castilla, “que tuvo muchos años – dice Alventos-, gobernándola con prudencia y haciendo justicia con igualdad…Viéndose oprimido con tantos puestos y ocupaciones, suplicó al señor Emperador le exonerase de la Presidencia del Consejo; condescendió el Emperador en esto, pero hízole del Consejo de Estado, en quien está representada la cabeza de esta dilatada Monarquía, y cuyo presidente es el rey mismo”.

Pocos años de esa alta consejería del Estado, llegaba a la cumbre de la carrera eclesiástica con la designación (1546) de arzobispo de Sevilla y al, año siguiente, y no en 1549 como se anota en algún sitio, le llegaba otra alta investidura: la de inquisidor general, al fallecimiento del arzobispo García Loaísa, por Bula del papa Paulo III de fecha de 20 de enero de 1547. El aprecio en que le tuvieron papas y reyes-Carlos I hasta 1556 y Felipe II posteriormente- fué tal que Paulo IV le concedió, para el mayor esplendor del Tribunal de la Inquisición, cien mil ducados de los fondos eclesiásticos y una canongía en cada una de las Catedrales y Colegiatas de los reinos de Castilla, León, Aragón y Canarias, y Felipe II le designó gobernador regente de España al trasladarse a Inglaterra llevado por sus proyectos de matrimonio, mereciendo su gestión los reales plácemes.

De todas sus actuaciones, la de mayor importancia histórica fué como inquisidor general, en lo que resultó muro inexpugnable de la religión y de la fe, el decir del aludido autor anónimo de Noticias asturianas.

Este es el reverso a que nos referíamos al comienzo del presente estudio.

Reproducimos al respeto lo dicho en otra ocasión: “Para que no nos parezca Valdés un ser aborrecible como tal inquisidor general, precisamos recordar que esa institución del Santo Oficio, por él regentada cerca de veinte años en España, tuvo en todos los países donde fué establecida las mismas acusadas notas de crueldad e inhumana intransigencia, de cuyos excesos no se puede condenar a España en primer término, precisamente. Y en lo que se refiere a España, vayan por delante dos datos: en la década en que fué inquisidor general el cardenal Cisneros – gloria inmarcesible de nuestra historia- fueron quemados vivos más de 3.500 delincuentes por actos de herejía, y durante el reinado de Felipe II, unos 4.000. Dicho esto, digamos algo del inquisidor general D. Fernando de Valdés. El, como los antecesores – poseídos todos de un fanatismo demencial – ,con tal de mantener incorruptible una religión que manda no matar e inculca el bellísimo precepto de amar al prójimo como a uno mismo, habría achicharrado a media España. No vale contra esto el argumento de que no era el Santo Oficio quien ejecutaba las sentencias, sino el brazo secular o civil, porque la Inquisición era la que iniciaba y seguía los procesos hasta el momento mismo de la ejecución, si alguna disculpa se quiere oponer, búsquese en que así eran los principios inconmovibles del orden social en aquellos tiempos, porque no se concebían ni comprendían otros. Apoya esto que el mismo Felipe II haya dicho: Si mi propio hijo fuera hereje, yo llevaría la leña para quemarle.

En los comienzos del reinado de este monarca, algunos españoles que habían residido en los países nórdicos introdujeron y propagaron en España ideas maduradas por la Reforma iniciada con Lutero. El inquisidor Valdés se propuso acabar con esta plaga, como atribución de su cargo, dispuesto a no detenerse en ningún procedimiento, por cruel y abominable que ahora nos parezca. Fueron perseguidas, encarceladas y sujetas a proceso muchas personas, algunas distinguidas y el 2 de mayo de 1559 se celebró un auto de fe en el que fueron quemadas vivas más de treinta. Se quemaron entre otros el maestro Pérez, el jurisconsulto Herrezuelo y su esposa Leonor de Cisneros, Francisco Cazalla y a un hermano de éste, Agustín, que había sido confesor de Carlos I, después de retractado de sus ideas luteranas, se le dió garrote y se quemó su cadáver. El 8 de octubre de ese mismo año y en la misma ciudad, esta vez a presencia de Felipe II, se celebró otro auto de fe de parecida importancia en cuanto al número de cremaciones. Entre éstas, las del cura del Pedroso, don Juan Sánchez y don Carlos de Sese. Y al año siguiente (1560), como resultas de la actividad del inquisidor Valdés en exterminar aquel brote de herejía, se celebraron en Sevilla dos autos de fe con más de cuarenta sacrificios en total. En la imposibilidad de quemar vivos al Dr. Constantino y al canónigo sevillano Egidio, porque habían muerto martirizados en los calabozos del Santo Oficio, fueron incinerados sus huesos”.

El furor desplegado por Valdés en el mantenimiento de la pureza del dogma le llevó a descubrir con lupa herejías hasta donde nadie las hubiera podido encontrar. En la destrucción y quema de libros calificados de impíos, apenas se salvaron otros que los del hermético apoyo al catolicismo.

El Indice de libros prohibidos que publicó en 1559 es una rotunda demostración de tal intransigencia extrema. Y en los escritos suyos que se conocen, todos ellos relacionados con su misión de inquisidor general, se advierte esa misma posición rígida e inflexible.

Donde la censura a su cometido de inquisidor se ha detenido más ha sido en el origen y las circunstancias en que se inició y siguió el célebre proceso contra la más alta autoridad de la Iglesia española, el primado de las Españas y arzobispo de Toledo Fr. Bartolomé de Miranda y Carranza. Se ha llegado a sospechar que el móvil de tal proceso haya sido la envidia. Cuesta gran esfuerzo suponer envidioso a quien gozaba de toda clase de opulencias y preeminencias. Cierto que la más alta dignidad para un eclesiástico era y sigue siendo el arzobispado de Toledo, para llega al cual le faltaba un peldaño a Fernando de Valdés; pero la jefatura de la Iglesia española no tenía porque parecerle tan codiciada a quien era jefe de tantas cosas.

De todos modos el incidente oscurece no poco la gloria del inquisidor general.

Por la importancia que el tal proceso tiene como suceso histórico hemos de dar aquí de él alguna referencia, sacada del Memorial elevado al rey por Martín de Azpileneta, defensor del arzobispo Carranza. (Si bien este memorial ha sido impreso, nosotros utilizamos para el caso el manuscrito que se conserva en la Academia de la Historia, que contiene documentos inéditos. Titulase el tal Memorial Vida.

Sucesos prósperos y adversos de Fr. Bartolomé de Carranza). Azpilineta presenta entre otras razones a demostrar la injusticia del proceso seguido por la Inquisición, las siguientes: ser el arzobispo “conocido antes por muchos años y por muchas vías su cristiandad y religión en España, Inglaterra y Flandes. Y el libro en que apoyan dicha prisión es tal, que visto en el Sacro Concilio tridentino, no solamente no fué desechado, más elevado en todos los reinos y provincias. y fue de los en que viven sus émulos muy leído y tenido por maza de herejes; como cierto lo es y lo presentaron los diputados del Santo Concilio».

El “habérsele diferido tanto tiempo el comienzo de su causa”. Que hayan intervenido en el proceso, “al cabo de dos años…jueces partidos, los unos ausentes y los otros presentes, para que remitiendo la causa los unos a los otros, y los otros a los otros, se dilatase como se ha dilatado en manera nunca vista, leída ni oída».

La prohibición de que comunicara sin testigos con sus letrados defensores y en ninguna forma con el rey ni con el papa. «El aumentarle muchas acusaciones unas tras otras … En permitir que los teólogos que eligieron para calificar sus libros y papeles se hayan detenido en calificar los ajenos por suyos, Y los otros papeles indignísimos de ser calificados».

Por su cuenta Azpilineta pide al rey que la causa se sustancie en Roma y desoiga a los que opinen en contrario, porque » pueden tener buen celo, pero no buen parecer», y estima que sancionar la causa en España «es poner en gran peligro la justicia del Rmo. por estar muchos muy apasionados, tanto que les pesó en las ánimas que los diputados del Concilio hubiesen aprobado su libro y de que no hubiesen en él hallado herejía, debiéndose holgar mucho de lo contrario y de que no se hubiese ofendido Dios en él y porque no se hallase hereje el segundo prelado de la Iglesia universal», e insinúa que si en el fallo por el Tribunal español se le condenara, dirían los católicos de acá y de allá que lo condenaron por envidia. Y concluye Azpileneta su razonado escrito pidiendo al rey : «debe V. M. quitar esta causa de manos apasionados … y mostrar que quiere que se haga justicia contra grandes y pequeños, porque las malas lenguas no menoscaben su soberana gloria».

Como es admisible suponer no menos pasión en un letrado defensor que en los acusadores, antes de llegar a la conclusión de lo injusto de tal proceso contra Fr. Bartolomé de Carranza, recojamos lo que dice alguien situado, si no en frente, sí en otro sector, Fr. Ambrosio de Morales, cronista del rey, en el manuscrito añadido al extractado bajo el título de Prisión del arzobispo de Toledo don Fr. Bartolomé de Carranza. Asegura Morales que al enterarse el arzobispo de los rumores que corrían sobre su inminente prisión argumentó : «No hay que pensar en tal disparate…Dios nuestro Señor me confunda de los infiernos si en mi vida he sido tentado de caer en error ninguno, cuyo conocimiento pueda tocar ni pertenecer al Santo Oficio”.

Reconoce Morales con palabras de protesta puestas en labios de Carranza en el momento de prenderle (encontrándose acostado en su alcoba), que la orden firmada por el inquisidor general Fernando de Valdés estaba fuera de la competencia de éste, ya que tratándose del cardenal primado de las Españas sólo competía el procedimiento “inmediatamente al papa y no a otro alguno”, Le fué leído entonces al arzobispo un Breve del papa, que autorizaba al inquisidor general para seguir procesos en España por herejía incluso a obispos y arzobispos y expresamente en su causa, y dice Morales: “Al oírse nombrar al arzobispo en el Breve, dicen unos que se dejó caer con alguna turbación sobre la almohada, otros defienden que no, y que, con las misma constancia y valor intrínseco de su sagrado carácter, o de su inocencia, o de todo junto, que es más verosímil”. Y lamenta el suceso por lo que tenía de atropello con “un tan gran prelado, que no hay otra mayor dignidad ni aun como ella en España, reducido a esta deplorable miseria, o por su poca ventura o por envidia ciega de sus enemigos, de quien él harto se quejaba”.

El arzobispo recusó al inquisidor general y demás miembros de la Junta Suprema “como hombres sospechosos”, y se tuvieron “por bien recusados”. Apelaron ellos contra esta sentencia sin resultado favorable, al fin el papa resolvió llevar el procesado y al proceso a Roma. La sentencia del proceso sustanciado en roma reconoce entre otros cargos menos graves que entre los escritos de Carranza hay algunos “que son erróneos, escandalosos, temerarios y heréticos y de otras cualidades malas”. Esto sirve de portillo de escape a las imputaciones contra el inquisidor Valdés.

Pero el resultado de dicha sentencia es que se le deja “absuelto de cualesquiera censuras eclesiásticas y penas en que por tales cosas había incurrido…. Per porque los tales excesos no se queden por castigar y él proceda con más recato adelante, determinamos que el dicho Bartolomé, arzobispo, sea suspendido de la administración de su Iglesia por cinco años”.

No alcanzó la vida del arzobispo el final de la condena, con Ambrosio de Morales. Muy enfermo ya Carranza, el papa » le dió su apostólica bendición, absolviéndole a culpa y pena», dice Salazar Mendoza. Pero la culpa sigue sin aparecer, porque el arzobispo, en los últimos instantes de su existencia, según dicho autor, confesó a cuantos le rodeaban en el lecho de muerte: «Por la sospecha que ha habido contra mí, por los errores que en materia de fe se me han imputado, me hallo en este paso con obligación de decir lo que siento y para ello he hecho llamar los secretarios de mi negocio. Pongo por testigos a la

Corte Celestial y por juez a este Soberano Señor que viene en este Sacramento (el del viático que le llevaron) y a los Santos Ángeles que con él están y tuve siempre por mis abogados; juro por el mismo Señor y por el paso en que estoy, y por la cuenta que pienso dar a su Divina Majestad que en todo el tiempo que leí en mi religión y después escribí, prediqué, enseñé y disputé en España, Alemania e Inglaterra, tuve siempre por fin ensalzar la fe de Nuestro Señor Jesucristo e imponerla a los herejes. Su Divina Majestad se sirvió ayudarme en esta empresa suya, de manera que con su gracia convertí en Inglaterra muchos herejes a la fe Católica, y cuando fuí allá con el rey nuestro señor, con su acuerdo hice desenterrar los cuerpos de los mayores herejes que hubo en aquel tiempo y que se quemasen, con gran autoridad de la Santa Inquisición. Los católicos y también los herejes me llamaron el primer defensor de la fe. Puedo decir con verdad que he sido siempre uno de los primeros que trabajaron en este santo negocio. Y entendí en muchas cosas de éstas por orden del rey nuestro señor … No sólo nunca en toda mi vida prediqué, enseñé o defendí alguna herejía o cosa contraria al verdadero sentido de la Iglesia romana o caí en alguno de los errores que se han sospechado de mí, tomando dichos o proposiciones mías en diferente sentido del que yo tuve en ellas; pero juro por lo que tengo dicho, y por el mismo Señor a quien puse por juez, que jamás me pasó aún por el pensamiento cosa de ellas, ni de las que se me han puesto en el proceso, ni en toda mi vida tuve duda, ni imaginación cerca de esto … No solamente perdono ahora a todos los que han sido parte en esta causa o han entendido en ella de cualquier manera, pero siempre les he perdonado cualquier agravio que hayan pretendido hacerme de cualquiera manera. Jamás ofendí a Nuestro Señor en tener rencor contra alguno de ellos».·

Tal confesión de un verdadero creyente moribundo no dejó lugar a la duda de su inocencia. Pero no aumenta las seguridades conocidas sobre la supuesta mala fe por parte del inquisidor Valdés. Parece que no fue limpio el juego del famoso proceso, y esto es lo que sí se puede afirmar. Respecto de él, y sólo a título de curiosidad, anotaremos lo que dice Gil González Dávila: “Gozó el arzobispado en posesión pacífica diez y siete meses; duró su causa diez y siete años; imputáronsele diez y siete proposiciones; vivió después que se pronunció la sentencia diez y siete días, y se lo dio sepultura en el coro del convento de Santa María de la Minerva de Roma, de la Orden de Predicadores; y está en medio de los pontífices León Décimo y Clemente Séptimo”.

Fué Fernando de Valdés inquisidor general, cerca de veinte años hasta el de 1566, dos antes de su fallecimiento, sucediéndole en esa suprema jerarquía del Santo Oficio el cardenal Espinosa.

En contraste con el ingrato recuerdo del inquisidor está su ejecutoria en pro de la cultura y el bienestar de los menesterosos. Casi todas las ciudades donde residió guardaron recuerdo de su magnanimidad como las de Cuenca y Sevilla, en las que fundó hospitales y Salamanca, donde estableció el Colegio Mayor de San Pelayo. Se calcula que, además, ha dado en limosnas durante su larga vida más de seiscientos mil ducados.

Se podrá argüir, no sin poderosas razones, que fué pródigo porque lo fueron con él, al punto de que, a pesar del fausto de su vida y de permitirse el lujo de ser filántropo, pudo reunir una de las mayores fortunas de España, que se calcula sobre los dos mil quinientos ducados de renta anual. Pero no es menos cierto que entonces, después y siempre fueron muy pocos los que al acumular riquezas se acordaron del prójimo.

Para los asturianos este aspecto magnánimo de Fernando de Valdés entraña motivos de inextinguible gratitud, Su amor a la tierra natal por alejado que estuviese de ella, se ha reflejado en muchos actos de perenne recuerdo. Contribuyó con su peculio a la construcción de la catedral de Oviedo. En Oviedo también, atento a propulsar la instrucción superior de los que por ser de condición humilde no podían marchar a adquirirla a Valladolid o Salamanca, fundó el Colegio de San Gregorio, que ideó siendo obispo, en 1534-, pero que no fué inaugurado formalmente hasta 1561. Instituyó también en la misma ciudad el Colegio de Huérfanas Recoletas, destinado la enseñanza de las ocupaciones propias de su sexo y su tiempo.

No menor importancia para Asturias tuvo el establecimiento del aludido Colegio de San Pelayo en Salamanca. “Animado siempre el Principado de su espíritu regional – dice Senén Álvarez de la Rivera – hacía falta un establecimiento donde los estudiantes universitarios nacidos en Asturias tuvieran un hogar común intelectual que los reuniera, y a ello proveyó el arzobispo Valdés fundando el Colegio de San Pelayo”. Data la fundación de este Colegio – popularmente conocido por el de los verdes, nombre que le dió el hábito de los colegiales – del año 1556, y para su sostenimiento donó Fernando de Valdés varias casas de su propiedad en Salamanca y, posteriormente, otras propiedades urbanas y rústicas que ascendían a crecidísima suma. Se establecieron en dicho Colegio veinticinco becas, doce de ellas destinadas a asturianos, y al amparo de las cuales formaron no pocos una personalidad intelectual ilustre.

Pero descuella entre sus generosidades con la tierra de nacimiento una que le proclama digno de todas las exaltaciones: la fundación de la Universidad de Oviedo. La Universidad ovetense supuso para Asturias el salto del atraso en que vivía la región, hundida y aislada entre montañas, a la luz de la cultura y de la civilización. Fué y sigue siendo el crisol donde se han fundido muchas de las más altas glorias regionales literarias y científicas. Fernando de Valdés no logró ver plasmado en la realidad su propósito de crear la Universidad asturiana, el más grande y laudable de todos los suyos. Cuando todo su entusiasmo se aprestaba a dar cima a tal empresa le sorprendió la muerte en Madrid, a los ochenta y cinco años de nacido, el 9 de diciembre de 1568.

Su fallecimiento dió ocasión para que los herederos se negaran a ejecutar la iniciativa que el arzobispo había dejado en marcha. Fué preciso sostener con ellos un largo pleito, que perdieron, y al cabo de cuarenta años, en 1608, fué abierta públicamente a los estudios la Universidad. Esta Escuela dedicó muchos años después a inmortalizar la memoria del fundador con una lápida en uno de los muros interiores y una estatua sedente, de bronce, en medio del claustro. También con la villa de nacimiento fué magnánimo Fernando de Valdés. En ella instituyó, con capital propio para su sostenimiento, un hermoso templo -con panteón para él y los de su linaje-, y un hospital de caridad. Además, en su testamento dejó donaciones a los agricultores necesitados y a las doncellas pobres de su estirpe como dote matrimonial. El cadáver de Fernando de Valdés fué trasladado a Salas en los últimos días del mismo año de su muerte (1568).

El paso de la gran comitiva que precedía a la litera fúnebre a través de Asturias, principalmente en Oviedo y a la llegada a Salas, fué un suceso tal vez singular en la historia de la región, por la pompa e importancia de los actos oficiales y el interés popular que lo envolvieron. Se inhumó el cadáver en el templo de esa villa. Sus cenizas fueron trasladadas en 1587 al magnífico mausoleo erigido en la misma iglesia, obra que se supone con todo fundamento del gran escultor italiano Pompeyo Leoni.

Obras publicadas en volumen:

I.–Censura generalis contra erroris (Valladolid, 1554)

II.–Cathalogus librorum, qui prohibetur mandato Ilustriddim,(Valladolid, 1559).

III.– Instrucciones del Santo Oficio de la Inquisición, que en todas las Inquisiciones se tenga y guarde un mismo estilo de proceder. (Madrid 1612; opúsculo en folio de 8 hojas; manuscrito de 1561)

Trabajos sin formar volumen:

1.– Orden del inquisidor general D…. mandando a la Universidad de Alcalá que no se de censura de ningún libro sin presentarla antes a la Inquisición. (En el tomo V de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España; manuscrito fechado en Valladolid a 11 de abril de 1559) .

Obras inéditas: -Constituciones del arzobispado de Sevilla. (MS. ) .

Referencias biográficas:

Alvarez de la Rivera (Senén) .-Alusiones. (En el prólogo al Libro de recepciones del Colegio de San Pelayo de Salamanca, Santiago de Chile, 1930).

Alventos (Marqués de) .-Del Iltmo. Sr. D . Femando de Valdés. (En la obra Historia del Colegio viejo de San Bartolomé, Madrid, 1766, tomo I).

Anónimo.-D. Fernando de Valdés. (En el tomo III de la colección de manuscritos Noticias de Asturias de la Biblioteca Nacional)

Idem.-El arzobispo Valdés Salas, fundador de la Universidad de Oviedo. (En El Carbayón, Oviedo, 28 de mayo y 1 y 2 de junio de 1886).

Idem.- El arzobispo de Sevilla D. Fernando de Valdés Salas. (En ídem, diciembre de 1906)

Azpileneta (Martín de) .- Alusiones. (En Sucesos prósperos y adversos de Fr. Bartolomé de Carranza. MS. en la Academia de la Historia).

Canella y Secades (Fermín) – Un estudio biográfico. (En la ilustración Gallega y Asturiana, Madrid, 1880).

Idem.-Un bosquejo biográfico. (En El Carbayón, Oviedo, 1897) Idem.-Tercer Centenario de la Universidad de Oviedo. El arzobispo Valdés. (En ídem, octubre de 1908 ; biografía en romance)

Caveda y Nava (José ).-Un boceto biográfico. (En el tomo I de la Biblioteca Histórico-Genealógica Asturiana, de Senén Alvarez de la Rivera. Santiago de Chile, 1924)

González Dávila (Gil.)-Una biografía. (En la obra Teatro de la Santa Iglesia Catedral de San Salvador de la ciudad de Oviedo).

Miguel Viril (Ciriaco).-Biografía del Excmo. Sr. D…. (En el periódico El Nalón, Oviedo, 27 de marzo de 1842).

Sandoval y Abellán (Arturo de).- El arzobispo de Sevilla, D. Fernando Valdés Sala: Algunas de las fundaciones debidas a este varón insigne. (En El Carbayón. Oviedo, 28 y 30 de julio y 4 y 9 de agosto, 1897).

Suárez (Constantino).-Asturianos de antaño: Fernando de Valdés. (En el Diario de la Marina, Habana, 1932).

Valdés (Diego de).–De dignitate regir regum regnorum Hispaniae. (Granada, 1602).

Valdés (Luis de).-Memorias del arzobispo D. Fernando de Valdés (MS. en la Biblioteca Nacional. fechado el 15 de diciembre de 1622).