ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

ALVAREZ (Melquíades)

Jurisconsulto y político, acreditado en lo primero como uno de los más competentes de España y con fama en lo segundo que ha trascendido de las fronteras nacionales.

De los políticos contemporáneos, es uno de los más discutidos. En su primera juventud, que fué la de sus campañas como republicano, sólo tuvo como enemigos, más bien adversarios simplemente, a los monárquicos. Más adelante, con la evolución de sus ideas, la enemiga y la simpatía se han extendido por los dos campos políticos, discutiéndosele de un lado y de otro, al punto de resultar cosa ardua emitir alguna opinión sobre Melquíades Álvarez que no encuentre argumentos en contra.

Por lo relevante y discutida, la personalidad política de Melquíades Álvarez reclama un estudio extenso, serio y documentado que la sitúe en su posición y valor auténticos. Está muy lejos de servir al caso el reciente libro de don Mariano Cuber. Valiéndose éste del nombre de su jefe político, se destina ese volumen, contra lo que se anuncia en la portada, como continente de un personal ideario político, al que sirven a manera de antesala unas cuantas páginas dedicadas a exaltar la figura del jefe; páginas de nulo valor documental, y en las que el panegírico sufre en su vuelo caídas como ésta: “Realmente, y sin hipérbole, Melquíades Álvarez es la encarnación de la oratoria. Nació orador, y por eso lo es, sin darse cuenta, sin preparación alguna, en todo sitio y en todo momento, en el café, entre amigos, sin plataforma, sin expectación y hasta sin público.” Y para que el ditirambo a un orador que habla hasta sin público tenga toda la imaginable solidez, se transcriben del diario monárquico Informaciones, dándole categoría de documento inexcusable para enjuiciar a un republicano, párrafos como éste: “A don Melquíades Álvarez no se le aplaude por liberal o antiliberal, por monárquico ni republicano, sino por algo más simple, más elemental: por hombre civilizado.” Será forzoso convenir en que el político asturiano encuentra hasta entre sus incondicionales plumas que, queriendo exaltarle, le combaten.

Por los mismos días (1935) apareció al público otro libro—como el anterior, anotado al final de esta información—, consagrado en gran parte, al examen del ideario y la actuación política de Melquíades Álvarez. Es su autor Antonio L. Oliveros, un viejo y luchador periodista que dirigió durante diecisiete años El Noroeste, de Gijón, como órgano de la política del señor Álvarez en Asturias y en España. Se trata de un estudio serio y documentado que, si bien coincidente con el que ya nosotros teníamos redactado y en prensa para este índice, nos ha movido a reconstruirlo, porque esa obra de Oliveros en documento inexcusable para escribir sobre la vida política de Melquíades Álvarez. Con todo, no se puede decir que éste cuente con un estudio completo, que tampoco puede serlo el presente, que ha de ser sintético, debido a su destino.

Melquíades Álvarez y González nació en hogar humilde de la villa de Gijón el 17 de mayo de 1864, hijo de un modesto empleado municipal, que le dejó huérfano, adolescente, con tres hermanos menores. A partir de entonces, mientras terminaba los estudios de bachillerato, grado que recibió en el Instituto de Jovellanos en 1878, tuvo que compartir con la madre, peinadora de oficio, el esfuerzo de sostener el ruinoso hogar. La familia se trasladó a Oviedo, por ofrecer esta ciudad mejor campo para la defensa económica y la educación de los muchachos, y en ella estableció la viuda una modesta casa de huéspedes, a cuyos pobres ingresos sumaba Melquíades las escasas remuneraciones que obtenía con lecciones particulares, mientras seguía y costeaba sus propios estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad, en la que alcanzó el grado de licenciado en Derecho Civil y Canónico en 1883. Siguió luego los estudios del doctorado, que no obtuvo al año siguiente y con veinte de edad, como se acredita en la Enciclopedia Espasa y otros lugares, entre ellos la aludida obra de Oliveros, sino en abril de 1886.

Apenas concluida la carrera, abrió en Oviedo bufete de abogado, que sostuvo con crédito creciente, y fué a la vez profesor auxiliar de la Facultad de Derecho, con lo cual la vida de su hogar vino a ser más fácil y llevadera. “Seguidamente — dice Oliveros— acude a opositar una cátedra. El favoritismo caciquil—y también quizás un propósito de persecución política—se la birla. Repite el intento, y nuevamente se ve defraudado. A la tercera vez la conquista; con lo que afianza su situación económica y la de su familia.” Esa cátedra, de la que se hizo cargo el 12 de diciembre de 1899, era la de Instituciones de Derecho Romano, y regentándola, le cupo la suerte de figurar en el Claustro más ilustre de la Universidad de Oviedo, formado por hombres tan sapientes como Leopoldo Alas, Clarín; Adolfo Álvarez Buylla, Félix de Aramburu, Adolfo Posada, Aniceto Sela, Rafael Altamira y otros.

Desde estudiante, fraguado su espíritu en la adversidad y dotado de extraordinarias facultades oratorias, Melquíades Álvarez comenzó a actuar en política como republicano, en lucha contra las miserias e injusticias del medio social, participando en actos de propaganda celebrados en Asturias y organizándolos él mismo. “Los veinte años de Melquíades Álvarez, los treinta igualmente—escribe Oliveros—, viven un romanticismo político que influye emotivamente en el pueblo. Asturias oye su palabra tribunicia con arrobamiento; de pueblo en pueblo peregrinea los ideales republicanos, levantando en las masas oleadas de entusiasmo frenético. En ocasiones, sale de los villorrios en andas; en ocasiones, lo hace huyendo de las pedreas. Su oratoria subyugante, acompañada de una mímica espectacular, tiene la virtud de remover la conciencia pública en lo más hondo. No era un orador desbordante de cultura, como Castelar, sino un tribuno de verbo cálido y apasionado, a propósito para enardecer a las multitudes y hacer vibrar en ellas la emoción y el coraje.” también desarrolló en sus propagandas ejercicios de periodista en periódicos liberales, como La Democracia Asturiana, de Oviedo; El Eco de Gijón y otros, y hasta llegó a fundar y dirigir en Oviedo un semanario de corta vida, La Libertad (1885). Pero su instrumento más adecuado y principal era y continuó siendo la oratoria. Como dice Modesto Sánchez de los Santos en Las Cortes españolas de 1907, es orador “completamente, homogéneamente y fatalmente, sin esfuerzo, desde los pies a la cabeza y desde el nacer al morir”.

El objetivo principal de las campañas de Melquíades Álvarez consistía en ir minando—derrumbar, parecía entonces empresa de imposible realización—el retardatario y opresor caciquismo político de centenares de tentáculos que en Asturias tenía su cabeza representada en Alejandro Pidal y Mon. Le favorecían en esa lucha contra tal poderosa organización caciquil y otras de menor importancia, además de sus propias cualidades personales, el ambiente de protesta y rebeldía con acento republicano gestado por el citado Claustro universitario y que iba, aunque lentamente y con gran esfuerzo, despertando las conciencias de los asturianos en ansias de libertad y ciudadanía. Pero los otros compañeros de claustro, y antes profesores de Melquíades Álvarez, no hicieron de sus actividades políticas un fin, sino un medio, continuando sus ocupaciones intelectuales en otras disciplinas. Así fué como Melquíades Álvarez, destinado por el ímpetu de sus facultades oratorias a seguir la política como una finalidad, y asistido más o menos directamente de ese concurso universitario renovador, alcanzó rápidamente una relevante personalidad en Asturias con fama que se desbordaba de los límites regionales, prestigiada por sus triunfos oratorios, éxitos jurídicos y actividades en los cargos de concejal del Ayuntamiento, decano del Colegio de Abogados y profesor de la Universidad, y colaboraciones en las campañas de cultura popular sostenidas por la Extensión Universitaria.

Como culminación de esta primera etapa de su lucha política, y después de algunas derrotas electorales frente al caciquismo imperante en Asturias, salió triunfante como diputado a Cortes por el distrito de Gijón en 1898; pero le fué recusada el acta. En las elecciones siguientes—en 1901, y no en 1903, ni a los treinta y un años de edad, como se anota en algún sitio, sino a los treinta y siete—triunfó por el distrito de Oviedo y fué proclamado diputado a Cortes.

El puesto de diputado le dió en seguida preeminencia al lado de las personalidades más descollantes del republicanismo español, entre las que figuraban Pi y Margall, Salmerón y Azcárate. Su fama de gran orador quedó consolidada en la primera intervención parlamentaria, con motivo de discutirse el mensaje de la Corona a las Cortes, en cuya ocasión pronunció un elocuentísimo discurso que alcanzó el aplauso unánime de los diputados y de toda la prensa española. Otros éxitos oratorios rotundos en esa misma legislatura, particularmente al discutirse el Presupuesto de Instrucción Pública, y los alcanzados al mismo tiempo como jurisconsulto ante los Tribunales de Justicia, le dieron categoría de primer orador en esa época, considerado como el sucesor de Emilio Castellar. Desde entonces fué frecuentemente requerido para participar en actos y solemnidades, ajenos algunos a la política, pudiendo citarse en este sentido la designación de mantenedor de los Juegos Florales celebrados en Sevilla en 1904 y la iniciación, en ese mismo año, del curso de vulgarización extrauniversitaria de Valencia, ocasiones ambas en que conquistó resonantes éxitos. Como repercusión de aquel primer gran triunfo oratorio suyo recibió en Gijón el primer homenaje popular, consistente en un concurridísimo banquete, que tuvo por epílogo la simpática nota de que se abriese una suscripción para adquirir en propiedad la casa donde había vivido Clarín, en Oviedo, e inscribirla a nombre de la viuda de éste, cosa que luego no se llevó a cabo.

Aunque su intensa actuación política le obligaba a residir en Madrid lo más del tiempo, continuó muchos años de manera casi nominal como catedrático de la universidad ovetense, si bien no dejó de prestar a ese centro algunos servicios, como el de la representación del claustro, compartida con Sela, en el Centenario de la Universidad Valenciana (1902).

Por lo que se refiere a la Universidad asturiana y a los méritos oratorios y jurídicos de Melquíades Álvarez, vamos a transcribir una anécdota recogida por Alfonso Camín, más por lo que tiene de símbolo que por lo afirmada en la veracidad, y es la siguiente: “Un muchacho de Mieres, hoy gran abogado en Asturias, mal estudiante por cierto, en sus principios, se examinaba un día de Derecho Político. Más aficionado a los periódicos y novelas que a los libros de texto, se acercó al Tribunal sin haber abierto una página. La Salvación fue El Carbayón que publicaba un discurso de Melquíades en el Congreso. El rapaz se acercó a la mesa de examen. El catedrático le dijo: Lo que usted quiera. El examinando se puso a dar vueltas a El Carbayón en las manos. Sin querer, sus ojos tropezaron con el discurso de Melquíades, y con disimulo se leyó las palabras del tribuno asturiano de pe a pa. Cuando terminó, se fué con un sobresaliente y estas palabras del catedrático: “Es la mejor lección de Derecho Político que he escuchado hace mucho tiempo. Vale mucho ese rapaz.” Los catedráticos no habían leído El Carbayón todavía.

Esta anécdota sirve de reflejo de la actuación política y oratoria de Melquíades Álvarez, que permite descubrir siempre al jurista, al enjuiciador fundado siempre en normas preestablecidas, en lo que ha alcanzado cimas asequibles para pocos. Sus discursos han entusiasmado y hasta arrebatado mucho mas siempre por lo elocuentes que por la valentía de los conceptos. Y esta actitud espiritual se va fortaleciendo desde que asienta en Madrid como diputado a Cortes. Desde entonces su republicanismo se va atemperando a la atmósfera monárquica. No sin razón se anota en la Enciclopedia Esposa que “a pesar de su filiación republicana, figura entre los colaboradores del periódico monárquico El Diario Universal (1903). En sus embates contra las instituciones monárquicas se ha echado siempre de menos el arrojo de los grandes luchadores.»

Mientras en Asturias el caciquismo sostenido por Pidal y Mon iba siendo reemplazado por el de Melquíades Álvarez, aunque más limpio de intenciones y procedimientos, en Madrid el repúblicoasturiano parecía mostrarse dispuesto a colaboraciones con la Monarquía. Por síntoma en tal sentido puede tenerse la aceptación del nombramiento de vocal por Real Orden, en 1903, del Instituto de Reformas Sociales. Y si, años adelante, figura entre los principales elementos de la conjunción republicano-socialista, el fracaso de esta coalición política, al que contribuyó él mismo, “señala el primer paso dado por Melquíades Álvarez en el camino de la orientación monárquica”, como indica Oliveros.

“El tribuno—dice el citado escritor—se enrola en el Bloque Liberal de Moret, conservando compatiblemente su vieja significación ideológica, aunque acariciando, como se comprobó después, el propósito de un evolucionismo hacia la Monarquía, rememorador del posibilismo de Castelar, del que Castelar conoció la tristeza del arrepentimiento en su lecho de muerte, pero la ambición de Melquíades Álvarez iba más lejos que la de Castelar, concretada la de éste a una posible transformación del régimen monárquico en republicano por la fuerza del sufragio. Melquíades Álvarez, por el contrario, aspiraba a ser el nuevo Cánovas del borbonismo, con una distinta concepción liberal democrática de los sistemas políticos. Todo parecía ayudar su pensamiento. Las mentalidades preclaras que habían ornamentado la República del 73 murieran, con excepción de Fernández y González y de Azcárate. El republicanismo español se había debilitado grandemente en luchas estériles, y las masas, decepcionadas por el fracaso de la conjunción republicano-socialista, buscaban otras posiciones revolucionarias más eficaces. Blasco Ibáñez abandonaba Valencia y España; Lerroux, después del fusilamiento de Ferrer, comprende que empieza a eclipsarse su estrella en Barcelona, donde había sido por varios años el ídolo de las multitudes. La ocasión no podía ser más propicia para los designios evolucionistas de Melquíades Álvarez; pero el bloque, que era como un puente de paso de la República a la Monarquía, lo deshizo una hábil maniobra de José Canalejas, a quien el tribuno no perdonó en vida y no sabemos si le habrá perdonado en muerte aquella mala partida.”

Posiblemente, a la escasa firmeza del republicanismo de Melquíades Álvarez contribuía lo débilmente que se acogían entonces las ideas republicanas por el pueblo español en general; pero la masa democrática interpretaba esos titubeos y acercamientos a la Monarquía como un deseo de ser candidato a consejero de la Corona, de lo que se hicieron eco algunas plumas y entre ellas la del poeta festivo Luis de Tapia: “Que no tiene otro registro que llegar a ser ministro.”

Sin embargo, no faltan personas de su intimidad que aseguran que Melquíades Álvarez ha huido siempre, con secreta precaución, de ponerse a prueba como hombre de gobierno. Y el citado Oliveros, que tantos motivos tiene para conocer hasta el fondo el pensamiento del político, coincide en esto: “Contra lo que se ha supuesto mucho tiempo—dice—, y por mucha gente, no es hombre al que le seduzca la Jefatura del Gobierno. Pudo ser presidente del Consejo de Ministros dos veces y, cuando parecía que el cargo venía hacia él, Melquíades Álvarez lo apartaba de sí como inspirado por un terror supersticioso. En este sentido interpreto yo la frase de Unamuno de falta de base física; es decir, de que el tribuno carece de voluntad y de espíritu de sacrificio para subordinar las comodidades de una vida plácida y las ganancias positivas de su bufete de abogado a las torturas, ni bien agradecidas ni pagadas, de ‘la Jefatura de Gobierno.”

Para el acercamiento decidido de Melquíades Álvarez a la Monarquía bastó un movimiento en torno suyo por los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, algunos de los cuales, como Gumersindo de Azcárate y José Manuel Pedregal, le seguían ya, movidos a ‘‘organizar una fuerza política —dice Oliveros—que, recogiendo el pensamiento político europeo, se lanzase a la obra de transformación evolutiva del régimen, por virtud de un pacto entre el borbonismo y la democracia liberal”

Así fué como quedó constituido en 1913 el Partido Reformista, integrado por prestigiosos elementos intelectuales, como Ortega y Gasset, Azaña, García Morente, Zulueta, Uña, Barcia, Leopoldo Palacios, el marqués de Palomares y otros. Este partido acogió en su seno a republicanos y monárquicos, porque su postulado básico era la accidentalidad de las formas de Gobierno, sofisma en el que creyó de buena fe no poca gente. “Una gran parte de la opinión pública—dice Oliveros—, la más indocta, desde luego, no vió en el reformismo sino una nueva postura de Melquíades Álvarez para dar un salto hacia la Monarquía. Aquella parte del juicio público que penetra en las causas de los hechos políticos, se dió perfecta cuenta del alcance nacional y trascendental del reformismo. El reformismo era una transacción entre la revolución republicana, replegada en su impotencia, y la Monarquía borbónica, caduca y desprestigiada, deseosa de renovar sus reservas de resistencia.” Transacción ésta que la opinión indocta vió con mayor claridad que la ilustrada, porque el reformismo, en sustancia, venía a ser un nuevo partido político monárquico, con lo que se debilitaron las fuerzas del republicanismo en la misma medida que se robustecieron las monárquicas.

“Se encargó el venerable Gumersindo Azcárate—continúa Oliveros—, que había sido admirado por Alfonso XIII, de proponer a éste la nueva alianza entre la Monarquía y el pueblo. Alfonso XIII la aceptó, y Azcárate, al salir de la entrevista con aquél, creyó poder decir al país que se habían acabado los obstáculos tradicionales. Unos años después moría Azcárate arrepentido, como Castelar, de su posibilismo, de haber proferido semejante frase.” fué esta frase otro de los postulados fundamentales del reformismo, confirmada por otros visitantes del rey con la misma finalidad, como don Manuel Bartolome Cossío y el propio Melquíades Álvarez. La fórmula de gobierno del Partido Reformista y el pacto con la Monarquía fueron tan bien acogidos por los elementos dinásticos como mal por los verdaderos republicanos, y la actitud del jefe del reformismo, ya discutida anteriormente, fue desde entonces combatida con dureza y con el mismo tesón defendida, calificándosele a él de tránsfuga por unos y de vidente en la política española por otros

Lo cierto es que el Partido Reformista no llegó nunca a tener una gran preponderancia nacional, aunque hubiese podido en algunos momentos llegar a gobernar o formar parte principal de un Gobierno, de no tropezar esto con los secretos designios del jefe. Este, contra la actitud de algunos elementos del Partido, que lo iban abandonando para volver a sus posiciones de verdadera democracia, persistía en mantener la misma posición colaboracionista con la Monarquía sin dejar por completo de ser republicano. Como tal llegó por primera vez al Parlamento y en él continuó representando al distrito de Oviedo hasta que en las elecciones de 1910, electo diputado por los distritos de Oviedo, Gijón y Alcázar de San Juan (Ciudad Real), optó por este último. Posteriormente, hasta el advenimiento de la Dictadura implantada por el general Primo de Rivera, representó al distrito de Castropol.

No obstante esa posición equívoca, tomó parte en la Asamblea de Parlamentarios reunida en 1917 en Barcelona en franca actitud de rebeldía contra la política personal y anticonstitucional que hacía Alfonso XIII. Y cuando la huelga general revolucionaria de agosto de ese mismo año, en que vino a culminar aquel movimiento de protesta, Melquíades Álvarez aceptó la representación del comité revolucionario para Asturias y León, dirigiendo en estas provincias la revolución, sin que flaqueara en el cumplimiento del tal mandato, que le costó dos detenciones seguidas, ordenadas por el general Burguete, jefe de las fuerzas de represión. “Me importa declarar en honor a la verdad histórica—afirma Oliveros—que en el movimiento de 1917 Melquíades Álvarez tuvo una actuación valerosa, sin una vacilación ni un desmayo. Dió ejemplo de entereza a sus correligionarios, y los restantes directores de la huelga general hubieron de admirar su comportamiento y su lealtad, no superados por nadie y por muy pocos igualados, con el compromiso revolucionario contraído. Lástima fué para el reformismo que Melquíades Álvarez no se hubiese lanzado después a sacar de los acontecimientos de 1917 las consecuencias de alta política nacional que pudo obtener”

Tal vez fué éste el momento más propicio para que el Partido Reformista y, principalmente, su jefe, se afirmaran en una actitud francamente democrática frente a la Monarquía; pero entonces comienzan a estrecharse más sus relaciones con ella, arrastrados por la influencia de los elementos de derecha que militaban en esa fuerza política. “después de esa fecha —indica Oliveros—empiezan los acuerdos de Melquíades Álvarez con los oligarcas de Alfonso XIII, y el reformismo es llevado a pactos e inteligencias que le arrastran hacia el precipicio de su descrédito.” Por lo que respecta a Asturias, el baluarte más fuerte del reformismo, llegó a producir un gran desconcierto la contradicción entre la conducta del reformismo y las campañas sostenidas por su órgano de publicidad. A este respecto dice Oliveros, que lo dirigía: “Como mi posición doctrinal se ajustaba a la ortodoxia de los principios, era frecuente la contradicción de El Noroeste con la conducta del reformismo. Por eso Melquíades Álvarez se veía obligado a salvar esa contradicción en las asambleas del partido negando a El Noroeste autoridad oficial.” Como consecuencia de todo esto, la desconfianza de la opinión que seguía al reformismo fué cundiendo, al punto de que en las elecciones a diputados a Cortes celebradas en 1918 el propio Melquíades Álvarez fué derrotado en los distritos de Gijón y Castropol, quedándose sin representación parlamentaria.

El movimiento de protesta nacional derivado del desastre de Melilla, donde se perdió en horas el terreno conquistado en doce años y perecieron más de diez mil soldados españoles, y el clamor de exigencia de responsabilidades por tal desastre, lejos de causar en el reformismo y su jefe alejamiento de la Monarquía, produjeron la única colaboración con ella desde el gobierno. Al constituirse en 1922 el presidido por García Prieto, Pedregal ocupa la cartera de Hacienda y el propio Melquíades Álvarez la presidencia del Congreso de los Diputados. “A los seis meses de regir el país esta coalición demócrata-reformista, Pedregal plantea en un Consejo de Ministros el cumplimiento de la condicional libertad de cultos, según se había convenido. Todo se reducía a que en el artículo onceno de la Constitución se cambiase o modificase una palabra: la de tolerancia por libertad de cultos, cosa en ese respecto bien mínima por cierto, en orden a lo que la Iglesia tuvo que ceder con la República años más tarde. La propuesta doctrinal de Pedregal soliviantó al Episcopado español, tan poco lúcido de inteligencia como intolerante. Asustó un poco a Alfonso XIII y causó en los llamados demócratas el efecto de un clarinazo revolucionario. Pedregal tuvo que dimitir; pero Melquíades Álvarez, débil en la defensa de la ideología del reformismo, acudió al sofisma y al argumento casuístico, para continuar mereciendo la confianza del régimen y esperar el momento de transformarlo desde la jefatura del Gobierno. La Dictadura de Primo de Rivera, planeada por Alfonso XIII, vino a frustrar inesperadamente las aspiraciones del tribuno del reformismo. La Dictadura encuentra al reformismo bastante diezmado ya en sus cuadros. Galdós, Simarro, Fernández y González y Zulueta (José) han muerto; Ortega y Gasset y otros calificados intelectuales lo han abandonado. Su desaparición es inevitable, fatal. Debió haberse disuelto, si no a la salida del Gobierno de Pedregal, en la hora y punto de haberse implantado la dictadura, que era la prueba más acusada de la deslealtad constitucional de Alfonso XIII.” La inoportunidad y el desacierto de Melquíades Álvarez asumiendo en esos momentos la presidencia del Congreso de los Diputados y más la continuación en ella no pudieron quedar más patentes.

Durante los años de la Dictadura (1923-30), Melquíades Álvarez no dió muestras muy ostensibles de actividad política, pero tampoco se quedó en actitud totalmente pasiva. Si al comienzo “condenaba la Dictadura, pero defendía al rey”, como afirma Oliveros, acabó por ver la complicidad del monarca, y participó en actos y movimientos contra esa situación anticonstitucional. “Melquíades Álvarez—según Oliveros—debió ser encarcelado varias veces, como lo fueron otras personalidades por mucho menos motivo. Pero Primo de Rivera respetó siempre a Melquíades Álvarez. Ni siquiera le impuso una de esas multas con que solía castigar los desvíos de los hombres más conspicuos del borbonismo, como el conde de Romanones en primer término. Y es que Melquíades Álvarez era respaldado por Alfonso XIII. El borbonismo quería conservar al jefe reformista como la reserva salvadora para el momento supremo, y toleraba sin enojo que adoptase aquellas posturas revolucionarias.” Tomó parte en el banquete con que fué homenajeado don Pedro Sáinz Rodríguez por su discurso de tonos antidictatoriales en la apertura del curso universitario de 1924, y, aunque Melquíades “sólo se proponía pronunciar un discurso doctrinal contra la Dictadura”, como dice Oliveros, la actitud revolucionaria de algunos políticos e intelectuales asistentes al homenaje, entre los que figuraba en franca posición rebelde Álvaro de Albornoz, fué causa de que la policía suspendiese el acto. Este suceso “permitió conocer cómo la opinión pública—según el tantas veces citado Oliveros—se bifurcaba en dos direcciones contrarias a la Dictadura: una de doctrinarismo constitucionalista compatible todavía con Alfonso XIII y que se polarizaba en torno de Melquíades Álvarez y José Sánchez Guerra, y otra, de un revolucionarismo republicano extremo, que tomaba a Albornoz de tipo representativo.”

Fue después Melquíades Álvarez uno de los jefes del complot llamado de la noche de San Juan, porque debía estallar ese día (24 de junio de 1926). Lo dirigían con él los generales Weyler y Aguilera. Respecto a este fracasado movimiento en que tan comprometido estuvo Melquíades Álvarez, Oliveros transcribe las siguientes palabras tomadas de labios del político: “¿Por qué a mí—solía preguntarse en público el tribuno—, que incluso en el acto del consejo de guerra, defendiendo a uno de los encartados, me confesó autor del manifiesto revolucionario firmado por Weyler y Aguilera, no se me detuvo ni procesó ni molestó por el complot de la noche de San Juan?” No se le persiguió entonces, ni antes, ni después, con motivo de sus actuaciones contra la dictadura porque no convenía, como queda dicho, a los cálculos de Alfonso XIII.

Cuanto mayor iba siendo el descrédito de la Monarquía, tanto más se aproximaba a ella Melquíades Álvarez para sostenerla en su derrumbamiento, contra lo que podía esperarse de quien había nacido a la política española y continuaba en ella con titulo de republicano. Remate de esa equivocada evolución fué su actitud después de caída la Dictadura de Primo de Rivera. Llegado el momento, bajo el Gobierno presidido por el general Berenguer, de que los políticos fijaran su norma para el porvenir, y después de haberlo hecho Sánchez Guerra en el teatro de la Zarzuela con un discurso de acusación al rey en el que propugnó la reunión de Cortes Constituyentes, Melquíades Álvarez anunció el suyo, que tuvo lugar (27 de abril de 1930) en el teatro de la Comedia. Este anuncio despertó una gran ansiedad en la opinión liberal y republicana española. Hasta dentro del Partido Reformista produjo un fuerte movimiento en tal sentido. «José Manuel Pedregal y toda la izquierda del Partido—comenta Oliveros—entendía que había llegado la hora de cancelar todo compromiso moral con la Monarquía, puesto que ésta, produciéndose contrariamente a sus promesas de evolucionismo democrático liberal, había regresionado a un absolutismo intolerable.” Pero el citado discurso causó una defraudación general. después de enjuiciar la conducta de Alfonso XIII con argumentos jurídicos demoledores e incontrovertibles, por lo que todos los oyentes esperaban como remate una declaración de republicanismo, el orador se quedó situado donde estaba, al servicio del rey, al que, como dice Oliveros “Tendía un cable salvador”. Y añade el mismo Oliveros: “Un revolucionario que asistía al comicio lo apostilló con estas palabras: empezó bien el acto y terminó con la muerte política del actor. Se suicidó políticamente, para la República, Melquíades Álvarez con ese discurso del teatro de la Comedia y suicidó al reformismo, que allí mismo debió acabar.” Se situó entonces en la misma posición en que otros jefes políticos monárquicos estaban situados: descontentos de la conducta del rey, se quedaron clamando por una convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes, cuando unas simples elecciones municipales, celebradas el 12 de abril de 1931, dieron al traste con la Monarquía para que las Cortes Constituyentes se reunieran, como se reunieron, bajo la República, ya constituida con sorpresa de ellos.

Su posición al advenimiento de la República la razona Oliveros de este modo: “Melquíades Álvarez, al que considero dotado de una facultad de visión extraordinaria para percibir, antes de producirse, los acontecimientos en las elevadas regiones de la política, mostró siempre desdén, si no desprecio, por las masas de opinión pública, de las que no tiene otro concepto que el de meros peones movibles a voluntad desde las alturas. A eso se debe que Melquíades Álvarez, salido del pueblo, no quiera columbrar nunca las tempestades sociales y políticas que se forman en el llano. La República le sorprendió como movimiento venido de abajo, y por ser de abajo, no sólo no le ha abierto su conciencia, sino que lo vive de espaldas.” Rechazó los propósitos y esfuerzos de Manuel Azaña, ministro de la Guerra en el Gobierno Provisional, para que su antiguo jefe tuviese una posición decorosa en la República; pero “irreductible Melquíades Álvarez, rechazó la mano amiga que respetuosamente le tendía su ex correligionario, y se dispuso a defender de nuevo el cacicato de Asturias, como si la realidad nacional no hubiese cambiado sino de marbete”.

Entonces Melquíades Álvarez se decidió a cambiar el nombre de su partido por el de Partido Republicano Liberal Demócrata, con cuyo motivo se celebró un banquete, en el que el jefe expuso en largo discurso el programa político, discurso que no llegó a concluir por haber sufrido un síncope que puso en grave peligro su vida. Negado a ir a elecciones en conjunción con republicanos y socialistas, el nuevo partido presentó candidatura separada por la circunscripción de Asturias a las elecciones para Cortes Constituyentes que habrían de efectuarse al mes siguiente, julio de 1931. A consecuencia de la interrupción tumultuosa, por elementos contrarios, del primer acto de propaganda celebrado en Oviedo, los candidatos acordaron retirarse de la lucha política, considerándose indefensos y desamparados por las autoridades. “Cumpliendo el acuerdo de la reunión de Oviedo—explica Oliveros— José Manuel Pedregal renunció a la presidencia del Consejo de Estado; pero González Posada se negó a hacerlo y se separó del Partido.

Luis de Zulueta y Pittaluga se dejaron elegir diputados en otras provincias por la conjunción republicano-socialista, y se separaron del partido también. Alejandro Lerroux pide entonces a sus correligionarios de Valencia que incluyan en la candidatura de allí a Melquíades Álvarez; y con sorpresa de todos, éste aceptó; lo incluyeron y triunfó.” Lo que quiere decir que fué diputado contra lo acordado, “pues el retraimiento electoral del Partido se extendía a toda España y tenía el carácter de un rompimiento con los hombres del Gobierno Provisional”.

Un año después, cuando el abortado movimiento monárquico del 10 de agosto, el nombre de Melquíades Álvarez figuró entre los de quienes lo habían orientado. Dejemos que el tantas veces citado Oliveros diga su opinión: “Dominado el pronunciamiento en Madrid y fracasada la sublevación de Sanjurjo en Sevilla, Melquíades Álvarez fué aludido muy duramente en las Constituyentes, como complicado, por Azaña, y públicamente acusado por Indalecio Prieto, ministro de Obras Públicas. Yo, que había protestado con la máxima energía desde El Noroeste contra la militarada el día que estalló, me vi en grave apuro para defender luego la inocencia de Melquíades Álvarez, y la defendí, a pesar de todo, con un éxito que conmovió al tribuno. Declaro que sentí una cierta satisfacción en haber contribuido a librar a Melquíades Álvarez de una responsabilidad que le hubiese anulado mucho tiempo para la vida pública. Era ya terquedad mía querer que la República utilizase en su servicio la mentalidad superior de este hombre, atraída, por móviles siempre patrióticos, por otras sugestiones. Presumo que Azaña, en cuyas manos estuvo entonces la tranquilidad de Melquíades Álvarez, se detuvo ante el mismo pensamien­to. Esta evolución de Melquíades Álvarez en la política española fue enjuiciada por Indalecio Prieto, siendo éste ministro republicano de Obras Públicas, en un discurso pronunciado en Oviedo, al que pertenece el párrafo siguiente: “Habría que retroceder a los tiempos mozos, ya muy remotos, del señor Álvarez, para encontrar en las palabras briosas de su primera juventud política afirmaciones netamente republicanas. después de eso, el señor Álvarez no ha sido otra cosa que una cadena ininterrumpida, no ya de fluctuaciones, sino de claudicaciones. Y si hay alguien personalmente responsable de la tardanza en la implantación de la República española, de que la República haya advenido con retraso y en difíciles circunstancias económicas del país, tras las cuales es evidente que se esconden no pocos obstáculos y no pequeñas dificultades; si hay algún responsable destacado de que la Monarquía en España, síntesis y compendio de todas las corrupciones políticas, haya podido vivir hasta el año 1931, ese responsable es don Melquíades Álvarez. (Gran ovación.). Las mudanzas políticas de Melquíades Álvarez a que alude Indalecio Prieto calificándolas de claudicaciones, más bien se pueden considerar equivocaciones de buena fe, puesto que nadie se equivoca a sabiendas en su daño, por 1° que esa responsabilidad que le atribuye pierde bastante de su fuerza acusadora. Para caer en claudicaciones es preciso sostener ideas con un tesón y una bravura de que no dió muestras nunca el señor Álvarez. Además, es posible que no haya respondido nunca Melquíades Álvarez en esos cambios a móviles de lucro y medro personal, que son los que suelen acompañar a las claudicaciones. Todo cuanto pueda decirse del señor Álvarez para enjuiciarle políticamente habrá de detenerse en su honorabilidad. Oliveros, que tantas razones tiene para conocer la vida del que fué su jefe político, y que sólo ingratitud ha recibido de él, se expresa a este respecto en los siguientes términos: “Llegado a Madrid como diputado la primera vez y después de su brillantísimo debut parlamentario, hubo de rechazar varias propuestas de consejero de Compañías y Empresas. Y entonces—son sus palabras en mi casa apenas si teníamos qué comer. — Andando los años, el bufete de Melquíades Álvarez fué adquiriendo el prestigio y la importancia que éste merecía, hasta convertirse en uno de los primeros de España. Evidentemente que la acción política influyó en el acrecentamiento del crédito profesional de Melquíades Álvarez. Pero Melquíades Álvarez, que debe cuanto es y posee a su honrado trabajo profesional, no es de los que se hayan lucrado con la política. De la concesión del monopolio telefónico se hizo escándalo de oposición a la Dictadura por quienes la combatieron. Si después envolvieron a Melquíades Álvarez en los ataques dirigidos a aquella, se debió también a que el tribuno no quiso situarse en un plano revolucionario. Y la acusación en las Constituyentes, que no prosperó por injusta, la inspiró el rencor partidista. Para los que seguimos políticamente a Melquíades Álvarez mucho años, su conducta moral, honorable, es de las que en la vida pública española pueden citarse de ejemplares. Por lo que a mí respecta, si no me hubiese acompañado siempre esa convicción, no le hubiese seguido.” .

En las primeras elecciones ordinarias a diputados a Cortes, bajo la República, celebradas en noviembre de 1933, Melquíades Álvarez y otros elementos de su partido triunfaron por mayorías en coalición con las fuerzas de dudoso republicanismo y hasta francamente monárquicas, enemigos unos de otros hasta muy poco tiempo antes. Esas mismas fuerzas de agazapado o descubierto antirrepublicanismo, con las que ha venido Melquíades Álvarez a convivir bajo la República, habían sido las que decidieron el triunfo de su candidatura, en reñida lucha, para decano del Colegio de Abogados, de Madrid.

El otro aspecto de la vida de Melquíades Álvarez, el de jurisconsulto, contrasta por los aciertos con el político. Su bufete es desde hace años uno de los más famosos de Madrid y de España, y apenas habrá habido asunto de gran importancia, en litigio, que no haya sido sometido al estudio y dictamen suyos.

Tiene también en el haber su asturianismo, fácil, según se dice, al apoyo y protección de cuantos asturianos acuden a él, y siempre dispuesto a prestar su concurso y prestigio a cuanto propenda al enaltecimiento y progreso de la región natal. Movidos de esa seguridad, los socios del Centro Asturiano, ya desaparecido, le nombraron su presidente por aclamación en enero de 1917.

Es académico electo de número desde noviembre de ese mismo año de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, sin que haya tomado posesión de su plaza.

Preso en la cárcel modelo de Madrid cuando la insurrección militar y fascista de 1936 por suponérsele implicado en ella, pereció fusilado en la tarde del 22 de agosto al ser sofocado un movimiento subversivo de los reclusos.

Obras publicadas en volumen:

I.—Partido Republicano: Reforma de la enseñanza. (Madrid, 1905?; discurso en el Congreso de los Diputados.)

II.—El acta de Medina del Campo. (Madrid, 1907; discurso.)

III.—Discursos: Documentos parlamentarios. (Habana, 1912; compilación hecha por su hermano Román.)

IV.—Dictámenes sobre derechos, deberes y responsabilidad de los corredores de comercio. (Madrid, 1914.)

V.—El problema de Marruecos: Soluciones del Partido Reformista. (Madrid, 1914.)

VI.—Discursos. (Valencia, 1915; recopilación de Antonio Díaz de Maseda, con prólogo de Dionisio Pérez.)

VII.— Mensaje de la Corona. (Madrid, 1916; discurso pronunciado en el Congreso de los Diputados el 1º de julio de ese año.)

VIII.— Prólogo a “La Dictadura y los procesos militares” (Madrid, 1930)

Referencias biográficas: ‘

Anónimo (Alfonso Camín).—Asturias en Madrid: Melquíades Álvarez. (En la revista Norte, Madrid, noviembre de 1930.)

Camín (Alfonso).—Una entrevista. (En su obra Hombres de España, Madrid, s. a. 1923.)

Cuber (Mariano).—Una semblanza. (En Norte, Madrid, 1934, número 45.)

Ídem.—Melquíades Álvarez: El orador, el hombre, el político, sus ideas, su consecuencia y su integridad. (Madrid, 1935; un tomo en 8.°)

Oliveros (Antonio L.).—Asturias en el resurgimiento español. Apuntes históricos y biográficos. (Madrid, 1935; un tomo en 8.° mayor.)

Pérez (Dionisio).—Un estudio. (Al frente del volumen Discursos anotado con el número VI.)

Prieto (Indalecio).—Discurso en Oviedo. (En los diarios madrileños El Sol y El Socialista de 16 de mayo de 1933.)

Tapia (Luis de).—Aleluyas viejas. (En el libro Coplas, Madrid, 1914.)