Escritora contemporánea formada intelectualmente en Cuba, donde reside desde hace más de un Cuarto de siglo. Séptimo y último descendiente de don Francisco Fernández-Getino y Fernández, leonés, Maestro de Obras, y doña Pilar Lorenzo Lorenzo, asturiana, de la que Teresa quedó huérfana a los cuatro años de su nacimiento, ocurrido el 31 de marzo de 1899 en la finca propiedad de los padres, llamada La Miera, a un kilómetro de Pola de Lena.
De los comienzos de su formación intelectual nos da ella misma noticia con galana expresión de la manera siguiente: “Antes de cumplir los cuatro años empecé a ir a la escuela de Los Campos, un caserío enclavado a la entrada de nuestra finca. El maestro era un muchacho tuberculoso que se pasaba el día tosiendo y castigando sin piedad a sus alumnos, y la escuela, una miserable corripa en la que por las noches dormían cabras. Esta escuela era privada, y el maestro cobraba una peseta mensual por cada alumno. Como al año de asistencia escolar, regresé un día a casa sangrando por una oreja, que el maestro casi me había despegado. Mi abuela no me envió más a esta escuela; pero ya había aprendido las letras. Cuando pude subir y bajar el caleyón que separa mi casa de la Pola, empecé a ir a la escuela pública de esta villa. Mi maestra fué doña C. L. de la R., una anciana majestuosa e imponente que pegaba más fuerte que mi anterior maestro y me inspiraba un terror invencible.
Allí aprendí a leer y escribir, el catecismo y a tejer crochet y media, todo muy mal. También aprendí la tabla de multiplicar, que cantábamos todas las tardes. yo era una niña tímida y torpe que encontraba grandes dificultades para retener lo que no entendía, y nunca entendí una explicación de aquella señora ni un párrafo de aquellos textos infernales. Así que, descontando a la hija del molinero, que era subnormal, yo era la peor alumna de la escuela. Tales eran el terror y el odio que me inspiraba aquella mujer, que todas las noches rezaba gran cantidad de padrenuestros con la dulce recomendación: para que se muera la maestra. Al fin se murió, y aunque tenía la seguridad de que la habían matado mis oraciones, no sentí el menor remordimiento.” Casado en segundas nupcias su padre y fallecida la abuela materna, el cariño más grande de la infancia de Teresa Fernández-Getino, se trasladó a Cuba en 1907 en compañía del hermano mayor, residente en esa isla, que había venido a España en viaje de recreo. Ingresó entonces como interna en un Colegio de monjas de la Habana, “cuyos métodos pedagógicos eran semejantes a los de los anteriores maestros”, y en él estuvo hasta 1911, en que, delicada de salud, regresó a España y a la casa paterna a reponerse del quebranto. Un año después la volvía a recoger su hermano Aurelio, quien, por tener que ir a la Argentina, la llevó con él, y los dos vivieron en Buenos Aires unos seis meses.
“La hija de la dueña de la casa de huéspedes donde vivíamos—dice ella misma—estudiaba en el Instituto. Un día quiso que la acompañara a clase y quedé maravillada de lo fácil que es aprender cuando los maestros saben enseñar. Seguí asistiendo al Instituto todo el tiempo que estuvimos en Buenos Aires, y el día que mi amiga no iba, yo tomaba las notas y le explicaba lo mejor que podía las lecciones que había escuchado.”
De este modo, la aversión que le habían hecho tomar a Teresa Fernández-Getino por toda clase de estudio se convirtió en una tan favorable disposición, asistida por insaciable apetencia de saber, que se puede decir que apenas ha hecho otra cosa que estudiar en años sucesivos.
En el viaje de regreso de la Argentina a Cuba enfermó de una bronquitis de peligrosos caracteres y los médicos le recomendaron que regresara a reponerse en la tierra natal, con cuyo motivo volvió a España, donde permaneció desde agosto de 1914 hasta diciembre de 1916. Por entonces su vocación de escritora, más concretamente, de poetisa, latente en su espíritu desde los años escolares y ensayada con frecuencia posteriormente, dió sus primeros frutos al público desde una revista editada en Sama de Langreo con el título de Labor y Letras, y en la que empleó el seudónimo de Marianela, con el que ha venido firmando toda su producción literaria desde entonces.
Por esa misma época comenzó a colaborar en la revista habanera Asturias, de la que continuó como colaboradora después de su regreso a Cuba.
Nuevamente en la isla, domiciliada en Artemisa, donde ha residido habitualmente, colaboró en otras publicaciones, como El Tiempo, periódico editado en esa villa, y las revistas habaneras Bohemia y Mundial.
En 1919 se dispuso a seguir estudios oficiales, y se matriculó en el Instituto de la Habana, en el que obtuvo el grado de bachiller en Ciencias y Letras en 1922. Entusiasmada por la facilidad que encontraba en sí misma para estudiar una carrera, se matriculó en la Universidad en Farmacia y Filosofía al mismo tiempo. Acabó el primer curso de ambas carreras con varios sobresalientes y un premio en Botánica, pero sintiéndose fatigada por el esfuerzo, abandonó los estudios de Filosofía y continuó los de Farmacia, disciplina en la que alcanzó el grado de doctora en 1926, seguidamente, tomado ya el estudio como un deporte entretenido y saludable, se matriculó en Pedagogía, de la que obtuvo el doctorado en 1929. Con este motivo presentó como tesis reglamentaria un trabajo sobre La Vivienda del pobre en Cuba y su influencia en la vida física y moral del niño, que le conquistó cálidas alabanzas, y de la cual fueron publicados algunos capítulos en la revista pedagógica El Sembrador, que dirigía en la Habana el catedrático de psicología pedagógica de la Universidad don Alfredo M. Aguayo.
No satisfecha con encontrarse dos veces doctorada, en 1930 emprendió la carrera de Medicina: Pero antes de terminar el primer curso, el tirano de infausta memoria, Gerardo Machado, clausuró la Universidad, con lo que se interrumpió su propósito, que más tarde abandonó definitivamente.
Durante los años de estudios universitarios, Teresa Fernández Getino colaboró con bastante asiduidad en la revista Alma Cubana, dirigida por el profesor de Literatura española de la Universidad don Salvador Salazar. En torno a este catedrático se agrupaban numerosos alumnos universitarios, cuarenta y seis de los cuales,los más distinguidos en las carreras de Filosofía y Pedagogía, entre los que figuraba nuestra poetisa, formaban la Academia Universitaria de Literatura, fundada por él en 1925. Dedicados los miembros de esta academia a trabajos y conferencias, dentro y fuera de la Universidad. sobre temas históricos y literarios. se encontraron superados y arrollados por los acontecimientos políticos que se sucedieron en el país como consecuencia de la reelección del general Machado para presidente de la República. La Academia. como todo cuanto en el país tenía vida intelectual y digna. se lanzó a conspirar contra el tirano, y la consecuencia fué que se encarcelara al fundador de ella y otros elementos y se disolviera la simpática institución, cosa que también pesó grandemente sobre el ánimo de Teresa Fernández-Getino para decidirse a hacer un alto en el camino de su vida.