ESCRITORES Y ARTISTAS ASTURIANOS

ÍNDICE BIO-BIBLIOGRÁFICO

SANCHEZ CALVO (Estanislao).

En nuestro estudio biográfico en volumen sobre Sánchez Calvo hemos escrito: “Propone Francisco de la Rochefoucauld que la gloria de los grandes hombres debe medirse por los medios de que se han valido para adquirirla. Admitido este dictado. quien la alcance sin buscarla por ningún medio no dará lugar a que se la discutan ni menos se la nieguen. Y de don Estanislao Sánchez Calvo nadie podrá decir que haya hecho la menor diligencia, el esfuerzo más insignificante, por fabricarse una fama, como nadie se atreverá a negar, después de conocidas su vida y su obra, que es muy raquítica la cantidad de gloria que aureola este nombre. Fué un potente luminar entre los que derramaron sabiduría en la España del siglo XIX. Si brilló poco, en extensión e intensidad, dependió de lo mal situado que estuvo, amén de otras circunstancias, así externas como íntimas, que propendieron —y no fué un caso insólito el suyo, ciertamente—, a que el sabio viviese y muriese casi desconocido o poco menos. Y, si esto es así, el aforismo de La Rochefoucauld sugiere este consideración, no menos admisible: cuando un grande hombre no alcanza a poseer toda la gloria que merece, ¿de qué medios nos valdremos para aquilatar la parte poseída y darle posesión de la que en justicia le corresponde? Tal es el caso, lamentable, y, lo que es peor, irreparable, de don Estanislao Sánchez Calvo. Irreparable, asimismo, porque el incontenible transcurso del tiempo se encarga de que, cuando reflorecen al calor del recuerdo las pretéritas reputaciones, el reflorecimiento sea cada vez más fugaz, de irradiación menos fulgurante y deslumbradora, al punto de que de reputaciones verdaderamente universales, no es preciso que transcurran muchos años después de la muerte para que sólo quede en la memoria de la gente un nombre que suena con cierta sonora vaguedad. Compadezcamos a quienes todo lo supeditan, egolátricamente, a esta quimérica aspiración. La Fama, la Gloria, la Inmortalidad, entre mortales, concluyen por no ser nada… Y para esto, seguramente que el preclaro avilesino; cuyo nombre evocamos ahora, habrá pensado sabiamente que no valía la pena de abandonar su retiro, oscuro y silencioso, pero muy apacible, atraído por las vocinglerías de los fabricantes de reputaciones.

“Fué Sánchez Calvo una personalidad doblemente malograda: muere joven aún y muere desconocido. No produce todo lo que pudo producir, y la meritísima labor que deja no trasciende lo que merece trascender. Vivió poco y fué sencillo. He aquí dos graves, gravísimos inconvenientes, por los que su nombre no ha sonado con estrépito en el clarín de la Fama. La consagración de una personalidad intelectual, en países de pobre economía como España, no se alcanza, de ordinario, hasta después que blanquea el pelo y se ha producido una labor ingente, literaria, científica o artística. Y esto, si se ha cuidado meticulosamente de aprovechar y buscar cuantas coyunturas advengan a favorecer la ascensión de la pina escalera. Ya puede legar a la posteridad labor portentosa un intelectual que muera joven: el olvido le servirá de panteón. Si, además, no ha cuidado del reclamo, tanto peor. Y si no respaldaran innúmeros ejemplos este aserto, nos bastaría el de Sánchez Calvo, una de las más esclarecidas mentalidades del siglo XIX; al que nadie aventajó en pensamiento profundo y saber extenso, como filósofo y lingúista, y, sin embargo, de menguada nombradía.

“Adviértase que no hablamos de popularidad en estas quejas, porque las disciplinas a que Sánchez Calvo consagró sus actividades mentales no son de las asequibles a la comprensión de los públicos extensos. El escribió para sabios, para gente pensadora y estudiosa. Al formular esas quejas, nos dirigimos a esta clase de público, a su público. Entre el cual sucede también que, si se le nombra —y esto acontece de una manera esporádica—, casi siempre es porque se le ha oído nombrar y casi nunca porque se haya bebido cultura en la fuente rica y pródiga de sus libros.

“Escribía Clarín a la muerte de Sánchez Calvo, su gran amigo, estas condolidas frases: Poco más que nada ha dicho la Prensa española para llamar la atención del público hacia la figura interesante y noble de este obrero de la inteligencia que, joven todavía, acaba de morir en Avilés, su patria. Poco más que nada, efectivamente, se comentó este luctuoso suceso entre los intelectuales españoles, su público. Lo dicho por Clarín, un cariñoso recuerdo de Mariano de Cavia en el Heraldo de Madrid, y las consiguientes gacetillas necrológicas de la prensa regional, fué todo. Y tratándose de este su público, gente de letras, obligado a enterarse de vidas y hechos ejemplares, no basta como disculpa que Sánchez Calvo haya vivido recogido en sí mismo, apartado de alharacas y bullicios, ni tampoco que haya muerto aún joven. Porque, en este caso, si por haber muerto joven se le quisiera suponer elegido de los dioses, ¿cómo nos enteramos de que lo ha sido?… Lo cierto es que entre mortales de inmortalidad posible, la notoriedad, no suele corresponder a los valimientos, y la fama se distribuye con notoria injusticia”.

Sin embargo, es de justicia reconocer que no han faltado algunas plumas reconocedoras de los altos méritos de Sánchez Calvo. Félix de Aramburu los ponderaba con estas palabras: “Las notas más salientes de su carácter fueron, a mi juicio, dos: la originalidad y la bondad. Sánchez Calvo era incapaz de hacer mal a nadie y era incapaz de ser vulgar en nada”. Y en la lápida con que Avilés inmortalizó su recuerdo. en 1903, en la casa donde Sánchez Calvo vivió y murió, el propio Aramburu redactó esta bella leyenda: “Tan culto y sabio como sencillo y bueno”. Clarín, en otro lugar, reconoce que fué “pensador profundo de alma angelical”. Y tan unánime fué la apreciación de su bondad que hasta su adversario político, Julián García San Miguel asegura que “pocos como él habrán bajado al sepulcro sin un solo enemigo”.

Hasta Julio Somoza, tan agrio en la censura como parco en el elogio, tiene para Sánchez Calvo subidas ponderaciones: “Fué este preclaro escritor —dice en Registro asturiano—, malogrado en lo mejor de su vida, una de las inteligencias más luminosas y profundas de su época”. Juicio más concreto es éste de Edmundo González Blanco: “Sánchez Calvo ha sido el único cultivador de la ciencia de las religiones en España durante el pasado siglo”.

Y con mayores pormenores escribe Julio Cejador: “En España, triste es confesarlo, la Lingiiística y la Mitología son ciencias que hoy no se cultivan. Consolémonos con que no son las únicas que están en este caso. Dignísima excepción ha sido el genial, erudito y profundo pensador don Estanislao Sánchez Calvo”. Y refiriéndose a los estudios hechos por éste de la lengua éuskara, dice: “Con razón acude, pues. a ella nuestro docto asturiano. Este nuevo derrotero abierto a la Historia y a la Mitología comparada en las primeras líneas de su obra (Los nombres de los dioses). bien merecía que a su autor se le considerara como un escritor genial, por lo menos, por no decir como al fundador de la Mitología comparada del porvenir. No es esto sólo: él ha dado los primeros pasos por el nuevo camino y ha puesto los primeros jalones”. Y tan sincero es el elogio de Cejador, que él mismo ha basado años adelante. aunque no lo diga entonces, sobre la teoría de Sánchez Calvo de que el vascuence es una lengua primitiva y originaria, su obra El lenguaje.

Hasta en los juicios desfavorables que concretamente ha tenido esa obra Los nombres de los dioses se envuelven elogios rotundos. Rafael Urbano. probablemente equivocado él, dice en una nota marginal de El Diablo: su vida y su poder: “la obra de Sánchez Calvo, atrevida, equivocada, es con todo una obra de mérito que honra a la ciencia española”.

Otras varias voces se podrían traer a este concierto de alabanzas al sabio. En cambio. ninguna, que nosotros conozcamos, en elogio del literato. Tal parece que se le desconoce en este aspecto, lo cual no puede sorprender demasiado, porque su obra de amena literatura no se encuentra en la vida más perdurable y asequible del libro, sino en viejas colecciones de periódicos, sobre todo en la Revista de Asturias, de Oviedo (1878-83), donde hay unas novelitas y unos cuentos suyos que, si no son modelo de estilo —todo hay que decirlo—, merecen todavía por su enjundia, emoción y originalidad, al cabo de más de medio siglo, la divulgación y el conocimiento que sólo tuvieron en el momento de publicados en efímeras páginas de periódicos.

Hay por último otro aspecto de la vida de Sánchez Calvo, el que resultaba del admirable consorcio de su intelecto y su carácter como hombre de gran agudeza de ingenio en la conversación, y que sólo han conocido los que le han tratado personalmente. Al recordar al sabio, Juan Ochoa se refiere a ello, y escribe: “No ofrece interés alguno la biografía externa de este, ilustre escritor asturiano. Fué un hombre dedicado siempre al estudio y sin más ambición que la de poseer algunas verdades. Lo interesante sería conocer la historia de su pensamiento, la manera, siempre original, que tenía Sánchez Calvo de ver todas las cuestiones. De esta originalidad de su saber, muestras bien elocuentes quedan en los libros que ha publicado: pero de aquella inteligencia siempre en actividad, de aquellas paradojas llenas de ingenio con que el escritor salpimentaba su conversación amenísima, de sus juicios geniales, de sus frases y ocurrencias, quedará muy poco”.

Estanislao Sánchez Calvo nació en Avilés el 6 de mayo de 1842 en hogar acomodado, hijo de don José Sánchez Calvo y Quince de Barrosa y doña Efigenia Ochoa y Sánchez Calvo.

Huérfano de padre en la infancia, se acoge con la madre al abrigo del abuelo materno, el escribano Ramón Ochoa, y estudia en la villa de nacimiento bajo la vigilancia de éste la instrucción primaria y preparatoria de la segunda enseñanza. Al cursar ésta se traslada con la madre a Oviedo en 1852 y en la Facultad de Filosofía de la Universidad comienza el bachillerato, estudios que continúa en el Instituto, al crearse éste «dos años después, y en el que obtiene el grado y título de bachiller en Filosofía el 25 de junio de 1858. Se decide su vocación por la carrera de Leyes y en la correspondiente Facultad universitaria cursa esos estudios brillantemente y recibe el grado de la licenciatura en Derecho civil y canónico el 26 de junio de 1864. con calificación de sobresaliente. No es exacto, como hemos dicho en otros lugares por estar peor documentados que al presente, que se haya doctorado en 1865. El grado de doctor lo alcanzó algunos años después, cuando la Universidad de Oviedo estaba facultada para conferirlo, y se le confirió el 1 de marzo de 1873.

Durante los nueve años que median entre su licenciatura y el doctorado y muy poco tiempo después tiene precisamente desarrollo lo poco que de biografía exterior, como dice Ochoa, hay en esta vida de escaso dinamismo. Entonces fué profesor auxiliar en las cátedras de Hacienda pública y Economía política regentadas por Piernas Hurtado en la Universidad, inclinado por entonces al estudio profundo de esas ciencias; abrió en Oviedo bufete de abogado, sin ninguna vocación profesional y menos para soportar las marrullerías aldeanas de sus probables clientes, por lo que, en vista de que apenas sacaba para pagar la contribución, dejó pronto las actividades abogaciles; militante, aunque bastante pasivamente, en la política republicana, durante el período revolucionario desde la caída de Isabel II en setiembre de 1868 hasta la proclamación de la primera República en febrero del 73, fué alcalde de Oviedo y diputado provincial suplente, sin dejar rastro duradero de tales actividades; después de instaurado el régimen republicano, ya doctorado, se trasladó a Madrid, donde sirvió al ministro de Hacienda, su cuñado Manuel Pedregal y Cañedo como secretario particular y fué posteriormente oficial letrado en el mismo Ministerio. Por cierto que de su ardor político dará idea la siguiente anécdota: una mañana, la camarera de la fonda donde se hospedaba. al entrar en su alcoba para anunciarle la aproximación de la hora en que tenía que acudir a su puesto del Ministerio de Hacienda, le dijo: —Don Estanislao, ¿no sabe la noticia? Que cayó la República—. Se desperezó Sánchez Calvo y, sin asombros ni lamentos ante la noticia que derrumbaba sus ideales políticos y le anticipaba la cesantía, contestó: —Bueno. Entonces podré dormir la mañana—. Y dió media vuelta en la cama para buscar el sueño del otro lado.

Todas las actividades que significaran esfuerzo y más las que supusieran lucha estaban reñidas con su idiosincrasia, y como su desenvolvimiento económico, además, le consentía dar rienda libre a su deseo, el resultado era que por todos los cargos y puestos iba de paso. Para todo fué indolente menos para la actividad íntima, la espiritual; lo ajeno a sus pensamientos era absolutamente ajeno a sus anhelos.

Además de favorecerle en este sentido su holgada posición económica, seguramente le inclinaba también a ello, por retraimiento, un defecto físico que padecía: una acentuada sordera. Pero probablemente, dado su modo de ser, no consideró esto como una desgracia. Por lo menos, al anunciarle su amigo Armando Palacio Valdés en cierta ocasión que un especialista de Madrid le curaría la sordera por dos mil pesetas, Sánchez Calvo le replicó asombrado: “¡Dos mil pesetas no vale lo que me queda por oír en toda mi vida!”

Cuando Sánchez Calvo acabó los estudios oficiales fué para continuar siendo, libremente, un estudiante a perpetuidad. En lo único en que ponía toda su alma era en un afán acuciante de saber. Los estudios de materias prácticas y útiles que le dominaron al principio, los abandonó Casi por completo pronto para enfrascarse en abstrusas especulaciones de nula productividad. Un libro de abstracta ciencia y una pluma a la mano para hacer anotación de las sugerencias, en un rincón apacible, colmaban sus anhelos de felicidad. Como dice Clarín, “encontraba en los problemas teológicos y éticos los negocios más importantes del mundo”. La captación de alguna verdad hundida en los arcanos de la Naturaleza y sólo por el gusto de la posesión, fué su máximo ideal de vida.

Tales afanes tomaron como rumbo dos caminos convergentes en las más remotas posibilidades: el conocimiento profundo y meditado de Humanidades y Lenguas. “Tuvo trato íntimo —hemos dicho en otro lugar con todas las doctrinas religiosas y todas las escuelas filosóficas. En cuanto a conocimientos lingiísticos, estaba en posesión de casi todos los idiomas literarios europeos; dominaba con profundidad las lenguas sabias latina y griega y, poco menos, hebreo y sánscrito. Entre otros idiomas de que se valía en sus estudios con suficiente autoridad, estaban el caldeo, el copto, el armenio, el sirio y algunos de los hablados por los indios americanos. Acaso fué el primer políglota español de su siglo”.

Después de su regreso de Madrid, ya caída la República que le contó entre sus funcionarios, Sánchez Calvo se entregó todavía con mayor ahínco a sus estudios y especulaciones, Fué por estos años cuando sus conocimientos lingüísticos y filosóficos adquirieron la extensión y hondura de la sabiduría.

Desconocemos cuándo comenzó Sánchez Calvo a exteriorizar como escritor los frutos de su ingenio y especulación mental. Dado su carácter, probablemente no mostró prisas en esto como en nada. Lo más antiguo que conocemos como fruto de su pluma no va más allá del año 1878, cuando contaba treinta y seis años de edad. Pero seguramente se dió a conocer antes como escritor. Sus colaboraciones periodísticas, nunca prodigadas, se esparcieron por publicaciones asturianas como El Comercio, de Gijón. y El Constituyente, La Libertad y acaso otros periódicos democráticos de Oviedo, y los diarios madrileños El Día y La Justicia y la Revista de España. Desde luego, la publicación que recogió gran parte de sus mejores trabajos breves y acaso su producción única de literato, como novelista y cuentista, fué la Revista de Asturias, dirigida en Oviedo en su segunda época por Félix de Aramburu, desde 1878 al 83. Empleó alguna vez los seudónimos de León Calvo y Hans Czolvaec.

En 1884 Sánchez Calvo publica la obra Los nombres de los dioses. “Es una de las obras —hemos comentado en otro lugar— de más audaz especulación lingiiística que se hayan escrito dentro y fuera de España. No se detiene en ella, como otros tratadistas, en más o menos profundos estudios de filosofía comparada. El filósofo original va por los senderos de las más antiguas y remotas lenguas y a través de las selvas intrincadas de las mitologías primitivas, a la busca de un posible idioma subsistente o desaparecido, originario de todos los demás. Y llega en su incursión a la cuna de la Humanidad, afanoso de descubrir los primeros balbuceos del primitivo lenguaje articulado. El hombre, según él, ha empezado por expresar algunas onomatopeyas o copias fonéticas de sonidos naturales, como el ruido del trueno, el glogloteo del agua, el rugir de las fieras, el piar de los pájaros. y llega a la afirmación categórica de que el sonido ber, onomatopeya que él supone tomada del hervor del agua —y abundante como raíz idiomática en el éuskaro—, es una de sus iniciaciones del lenguaje humano. Los nombres de los dioses es obra que supone un caudal inmenso de sabiduría y erudición; “Clarín” decía de ella: “En España se habló muy poco de Los nombres de los dioses, no se vendieron muchos ejemplares. ¿Quién había de juzgar? ¿Quién había de leer?” Sin embargo, el libro encontró fervientes panegiristas españoles. Y algunos sabios extranjeros tuvieron para él los más cálidos encomios. “Entre éstos figuran el sabio investigador inglés Max Muller y el gran orientalista vienés Augusto Thomas, que tradujo la obra al alemán, si bien desconocemos si llegó a publicarla.

Coincidente con la publicación de esta obra, Sánchez Calvo, ya hombre de cuarenta y dos años (1884), contrajo matrimonio en Oviedo con doña Asunción Fernández Cuesta y Vigil. Se traslada entonces a la villa de nacimiento, como si buscara en Avilés mayor apacibilidad y aislamiento para sus estudios que los disfrutados en el medio más populoso de Oviedo. La fuerza atractiva de su hogar venturoso le aísla más todavía del mundo, muy a su placer. Desde entonces es mayor aún su recogimiento. La década a que se alarga posteriormente su vida carece casi en absoluto de movilidad, reducida a algún viaje rápido a Madrid y uno a París con motivo de la Exposición Universal de 1889. Otro hecho solamente le recuerda como de haber ocupado espacio entre los vivos: haber sido postulado por entonces como diputado a Cortes por el distrito de Avilés, en unas elecciones aprovechadas por el partido republicano para recuento de votos en España. Sánchez Calvo, tan estimado y admirado por todos los avilesinos, sólo contó con veinticuatro que estuvieran dispuestos a darle su voto. Es posible que el suceso le haya servido para hilar algunas agudezas en sus comentarios con los amigos, puesto que no le habrá dado mayor importancia. Poco después de establecido en Avilés tuvo lugar un pequeño episodio que encierra, sin embargo, mucha importancia para llegar al conocimiento de su eximia personalidad. Lo hemos comentado en el aludido estudio biográfico de este modo: “De las lenguas turanianas, la que dominaba perfectamente era la éuskara. A tal punto resultaban profundos sus conocimientos sobre el vascuence que, habiendo enviado a El Noticiero Bilbaíno un documentadísimo trabajo intitulado El éuskaro, sobre la morfología de tan extraño idioma, no sólo fué acogido con entusiasmo por ese diario y publicado con gran preferencia (octubre de 1885), sino que por haber asombrado y desconcertado a los doctos en esa materia, éstos asediaron al director del periódico, inquiriendo quién era el autor de tan admirable estudio. Ignorándolo asimismo el propio director, pues el trabajo había llegado a él por correo, publicó una gacetilla donde confesaba ser el primero en desconocer quien fuera el autor; pero que, dados los profundos y sólidos conocimientos que lucía sobre tan intrincada cuestión científica, él opinaba que Sánchez Calvo sería, indudablemente, “modesto pseudónimo” con que se ocultaría una suprema autoridad en estudios vascófilos. Hasta que don Galo García Vaquero, a la sazón delegado de Aduanas en Bilbao. que había sido vista en la de Avilés, aclaró el aparente misterio en carta al director de El Noticiero Bilbaíno, publicada el día 19 del mes y año citados. ¡El sabio vascófilo no era otro que el eximio avilesino!” . Tanto porque las materias a que dedicó Sánchez Calvo sus estudios preferentes no admiten la fecundidad, como porque lo fecundo era cualidad reñida con su carácter y la muerte prematura le impidió dejar fruto copioso, su producción principal se reduce a dos libros. El otro, apareció cinco años después (1889) y lleva el título de Filosofía de lo maravilloso positivo. Al salir al público, escribía Clarín: “Los dos trabajos citados van a dar a Dios, uno por el camino de la Filología y otro por él de la Filosofía de lo que hoy se llama por antonomasia la ciencia”.

“Siendo el de Sánchez Calvo —copiamos palabras nuestras— un espíritu inquietado por los insolubles problemas que la Naturaleza plantea en la vida del hombre, no podía menos de ocurrir lo que Clarín observa y anota muy atinadamente… Filosofía de lo maravilloso positivo es un libro de la más alta y más honda especulación científica. Cierto que es, a la vez, la obra de un espíritu asediado por las más inquietantes preocupaciones místico-religiosas. El problema que plantea y quiere resolver ya es por sí mismo de una gran fuerza sugerente. Tratase de aceptar, dentro de una realidad científica en las lindes de la intuición humana, los fenómenos que, por inexplicables, nos parecen maravillosos, para someterlos a leyes de la Naturaleza ya conocidas científicamente o que la ciencia pueda formular algún día, Don Nemesio Fernández Cuesta dijo de esta obra: “El libro del señor Sánchez Calvo es dignísimo de ser leído por todos los que piensan en los problemas importantes que la ciencia hasta ahora no ha podido resolver: ¿Que somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?” Pero es libro, a la vez, añadimos nosotros, que tiene tanto de obra de estudio y consulta como de mero entretenimiento culto, y en ambos aspectos alcanza el mérito de que se le recuerde siempre como uno de esos pocos libros que dejan indeleble huella en el espíritu del lector, entre los innumerables de más fama y de los que no se conserva luego ningún sedimento intelectual. Es de una amenidad y un interés sugestionantes. Se estudian en él las relaciones de lo maravilloso con la Ciencia, la Filosofía, la Religión y los estados anormales del organismo humano. Es libro de optimismo y esperanza, lo cual se delata en la página 6 de la Introducción, donde Sánchez Calvo promete: “Día llegará, así lo esperamos, en que una Ciencia más universal y una Teología menos dogmática ofrezcan, puestas de acuerdo, al mundo una armónica síntesis, en la cual los inevitables misterios dejen de ser absurdos y los hechos maravillosos, increíbles”. Claramente se ve correr el pensamiento de Sánchez Calvo, bajo estos conceptos, a anegarse en la Teosofía. Las cuestiones ultratelúricas le embargan poderosa y crecientemente la atención. Afronta estos problemas con una serenidad pasmosa y, si no los resuelve, por lo menos los plantea con visión original y certera.

De que esto es así, no es prueba despreciable que Rafael Urbano haya tomado el último capítulo de la Filosofía de lo maravilloso positivo para uno de los apéndices del libro La Telepatía, de W. Fowler Shell, por él traducido y comentado, A la cabeza de este capítulo el señor Urbano escribió: “La Metapsíquica tiene en España sus precursores, y ocupa entre ellos un puesto preeminente Estanislao Sánchez Calvo, por su obra Filosofía de lo maravilloso positivo, Madrid. 1889, de la cual ofrecemos este capítulo como expresión de la filosofía española en estos problemas”.

Continuación de esa tendencia filosófica de Sánchez Calvo era una obra que dejó inédita bajo el título de La elección de fe en el mundo moderno y acaso iba a seguir esa orientación otra que dejó apenas comenzada con el título de La vida de Jesús.

Se apagó esta vida silenciosa, víctima de un ataque de uremia en pleno vigor físico e intelectual, a los cincuenta y tres años de edad, el día 22 de mayo (y no el 20 de marzo como se anota en el breve apunte biográfico de la Enciclopedia Espasa) del año 1895.

“En los últimos años —dice Juan Ochoa—, una de las preocupaciones más aferradas a su espíritu era la desigualdad de clases; y cuando algunas horas antes de morir, le propusieron otorgar testamento, contestó: Si; es preciso dejar algo a las criadas. Al ver la aflicción de su familia, dijo éstas, que fueron sus palabras últimas: No os disgustéis, que más podré serviros desde allá que desde aquí. Y así se extinguió para siempre una de las inteligencias más esclarecidas de nuestra patria”.

Aunque el nombre de Sánchez Calvo no alcanzó resonancias nacionales y la posteridad le desconoce o ha olvidado, Avilés, su cuna, ha sabido tenerle presente como a uno de sus hijos más ilustres, en las horas de los homenajes. Lleva su nombre una de las calles por acuerdo del Ayuntamiento del 5 de mayo de 1897, con que se quiso conmemorar el segundo aniversario de la muerte del filósofo. Seis años después, el 31 de agosto de 1903, fué descubierta una lápida de mármol y bronce con el busto del preclaro avilesino en relieve, en la casa donde falleció.

Y últimamente, en el verano de 1927, en un certamen literario celebrado en esa villa se estableció un premio para un estudio biográfico-crítico, que ganó el autor de las presentes líneas,

 

Obras publicadas en volumen:

I.—Los nombres de los dioses. (Madrid. 1884; un tomo en 4.”; estudio lingiístico).

II.—Filosofía de lo maravilloso positivo. (Madrid, 1889: un tomo en 4.”).

 

Trabajos sin formar volumen:

1.—El éuskaro y sus vestigios en Asturias. (En la Revista de Asturias, Oviedo, marzo de 1878).

2.—Enseñanzas de un libro nuevo: “Estudios sobre el engrandecimiento y la decadencia de España”, de Pedregal y Cañedo. (En idem, 1878, números 18, 20 y 21).

3.—La idea del Derecho en la guerra, (En idem, 1878, números 28 y 29).

4.—Recuerdos de un viaje desgraciado. (En idem, 1878; números 40 y 41, recuerdos de un viaje a Portugal en 1868).

5.—El castillo de Picos Pardos. (En idem, 1879, números 8, 9 y 10; novela corta con el anagrama de Hans Czolvaec).

6.—Un médico español del siglo XVI: Observaciones a la ciencia moderna motivadas por un libro antiguo. (En idem, 1879, números 14 al 17, 20, 24 y 25. y 1880, números 4. 5, 9 y 16).

7.—Mariflor y Josefin. (En ídem, diciembre del 79 y enero del 80; novela corta).

8.—Prehistoria y origen de la civilización. (En idem, 1880, números 13 y 14).

9.—La Lingiística y el discurso del señor Moreno Nieto en el Ateneo de Madrid. (En idem, 1880, números 22 y 24).

10.—La estrella de un punto. (En ídem, 1881, números 1 y 2: cuento con el anagrama de Hans Czolvaec).

11.—La Nochebuena de Perantón, o Los tres Reyes. (En idem. 1881, números 24 y 25: cuento reproducido en el libro Cuentistas asturianos del autor de la presente obra, Madrid. 1930).

12.—Bosquejo de la civilización asturiana en la Edad Media. (En idem, 1882, números 6 y 7).

13.—Estudios y noticias de libros viejos. (En idem. 1882, números 15, 18 y 22).

14.—Las visiones del maestro Martínez. (En idem, 1882, número 24: cuento).

15.—La sugestión y sus aplicaciones en la Terapéutica. (En idem, 1886, tomo 1).

16.—Perspectivas republicanas. (En ídem, 1887, tomo 1, con el seudónimo de Laín Calvo).

 

Obras inéditas:

—_La elección de fe en el mundo moderno. (MS. en poder de sus herederos).

 

Referencias biográficas:

Anónimo.—Una necrología. (En El Carbayón, Oviedo, 24 de mayo de 1895).

Cejador (Julio).—El mitógrafo don Estanislao Sánchez Calvo. (En el libro Cabos sueltos, Madrid, 1907).

Clarín.—Una necrología. (En la Revista de Derecho y Sociología, Madrid, junio de 1895).

Díaz Pérez (Viriato).—Un juicio crítico. (En la revista Sophia, Madrid, 1905).

Idem.—Un estudio. (En Nosotros, Buenos Aires, 1917).

Fernández Cuesta (Nemesio) .—Apuntaciones críticas. (En el Anuario histórico-crítico, Madrid, 1891).

González Blanco (Edmundo).—Un estudio. (En Nuestro Tiempo, Madrid, octubre de 1903).

Ochoa (Juan).—Sánchez Calvo. (En la Revista Crítica de Historia y Literatura, Madrid, 1895).

Palomero (A ntonio).—Un panegírico. (En El Liberal, Madrid, 7 de setiembre de 1903).

Posada (Adolfo).—Un estudio. (En El Noroeste, Gijón, 27 de agosto de 1912).

Idem.—Un bosquejo biográfico-crítico. (En La Nación, Buenos Aires, 18 de octubre de 1925).

Suárez (Constantino).—E. Sánchez Calvo. Apuntaciones biográficas. (Madrid, 1930; estudio premiado en el certamen literario celebrado en Avilés en el verano de 1927).

Idem.—Una semblanza. (En el libro Cuentistas asturianos, Madrid, 1930).

Idem.—Asturianos de antaño: Estanislao Sánchez Calvo. (En el Diario de la Marina, Habana, 16 de febrero de 1932).

Varios autores (Aramburu, Marcos del Torniello, Orbón y otros): Artículos y poesías. (Número único de la revista Sánchez Calvo, Avilés, agosto de 1903; publicada con motivo del descubrimiento de una lápida).