El texto que sigue se debe a la pluma de D. Justo Ureña y Hevia, ha sido extraido de la conferencia que iba a leer con motivo del centenario del nacimiento de Constantino Suárez en el Instituto de Estudios Asturianos.

Constantino Federico Nicolas Suárez Fernández, nació, en el avilesino barrio de Sabugo, el 10 de Septiembre de 1890 a las 8 de la mañana. Fueron sus padres Don Celestino Suárez Graiño, Abogado y durante muchos años Secretario del Juzgado y Dña Visitación Fernández Graiño.

En aquel año, Avilés despertaba de la endémica sonnolencia en que había dormitado durante todo el siglo, merced a las atinadas gestiones de alguno de sus hijos que habían escalado puestos de responsabilidad en la política de la nación.

Se inician las obras de la dársena de San Juan de Nieva y las de la canalización de la Ría, con la voladura de la terrible Rechalda; comienza el trazado de la carretera de unión del Puente de San Sebastián con el Puerto; llega el Ferrocarril; se explana el parque del Muelle; se inaugura el Cementerio de La Carriona y se publica el Diario de Avilés.

En aquella Villa, que se transforma, agitada por las rivalidades de dos irreconciliables bandos que llegaron a teñir con sangre sus antagonismos, porque así suelen terminar los enfrentamientos apasionados de los pequeños pueblos, viene a la vida nuestro personaje. Estudios primarios en la Escuela de Don José Benigno García «Marcos del Torniello», como él mismo le recordaría más tarde en entrañable carta; Bachillerato en Gijón y Oviedo, iniciando después los estudios de profesorado mercantil, que se ve obligado a abandonar para emigrar a Cuba, como tantos jóvenes de su tiempo, en busca de un medio de vida. En realidad, aunque había nacido en una familia acomodada, su madre falleció dejando cinco hijos aún muy niños, y, su padre, haciendo, sin duda, bueno aquello que dicen de que «el dolor del viudo es como el de los golpes en el codo, muy intenso, pero dura muy poco», volvió a casar con una prolífica dama que le daba un nuevo hijo cada año, llegaron a ser l4, de manera que en aquella casa, ni había sitio ni medios para todos, fue esta la causa de su marcha apenas cumplidos 16 años.

En Cuba, según los datos que él mismo nos proporciona: «Necesitó empezar la lucha por la existencia trabajando en los más humildes menesteres». «Nada contribuyó a formar mi carácter, dice, como aquel desengaño sarcástico de que sea preciso estudiar bachiller para ser criado y, ser criado para no dar en ladrón u organillero», su tesón le va conquistando, poco a poco, la libertad que tanto anhelaba su espíritu independiente y pronto, puede dedicar a su pasión por la lectura el tiempo preciso para leer, durante varios años, un libro por día, surgiendo, como fruto del acopio cultural que adquiere, sus primeros trabajos literarios,

A partir de 1908, a los 18 años, comienza a enviar asiduamente, sus colaboraciones al «Diario de Avilés», el periódico de su pueblo añorado, su querida «Miracielo», como lo bautizaría en «Isabelina», la más leída de sus novelas, iniciando también sus publicaciones en los períodicos de La Habana «Diario Español», «Diario de la Marina» y la Revista «Voz Astur», así como en «La Correspondencia» de Cienfuegos, dándose a conocer como escritor, al llamar la atención sus valientes campañas y sus encendidas polémicas en defensa de los valores morales, intelectuales, sociales e históricos de España, frente a los propagadores de una falsa política hispana, cuajada de calumnias, surgida a partir de 1898.

Uno de sus más enconados adversarios firmaba «Cubanito» lo que en contraposición le valió el nombre de «Españolito», impuesto por los muchos lectores de uno y otro bando, y sin gustarle demasiado, como seudónimo literario, aceptó con humilde sumisión lo que las circunstancias le imponían, al igual que no nos queda más remedio, en esta vida, que aceptar ser bajos, o gordos, o calvos, o feos, o llevar un nombre que tampoco nos agrada.

A partir de 1913, utilizó ya siempre el seudónimo de «Españolito», afianzando así su condición hispana cuando estuvo a punto de ser expulsado de aquella tierra, Durante su permanencia en Cuba aparecen sus primeras novelas ¡Emigrantes! y Oros son triunfos; otros muchos escritos literarios; pronuncia diversas conferencias y publica la que había de ser su primera obra de paciente compilación, el «Vocabulario de Voces Cubanas», elogiosamente acogido por la crítica.

En 1921, regresa a España, tiene entonces 31 años, prosigue infatigable su tarea de escritor en colaboraciones aparecidas en los principales periódicos de Madrid, la Habana, Buenos Aires y en los Regionales y el de Avilés.

En 1923, el Gobierno Español en premio a sus patiótricas campañas, le concede la Gran Cruz del Mérito Naval. El solía decir con cierta ironía: «Esto de Excmo. Señor, resulta muy bien en las esquelas»,.

Fallece su padre, cuando estaba a punto de contraer matrimonio, y lo hace en la más estricta intimidad, el 7 de Junio de 1924. La boda tiene lugar en la capilla de una casa de la familia de su esposa, en Trasona, y la «Serrana» sirve un refrigerio a los invitados en el piso 2º de la casa nº 24 de la calle de La Fruta, futuro hogar de los nuevos esposos, regalo de boda de Don Ramón el padre de la novia, Dolores Suárez. Piso del que había de decir después que «era el rincón de sus momentos felices», allí se reunía con sus amigos avilesinos, que eran muchos, y trabajaba denodadamente en sus empeños literarios.

El mismo año de su matrimonio, publica «Isabelina», al año siguiente «Sin Testigos y a Obscuras», van apareciendo una tras otra sus obras, porque vive únicamente para escribir, son los años en que recoge reconocimientos, premios y distinciones. En 1927 recibe los galardones de «El Correo Español» de Buenos Aires, en un Concurso Internacional de Cuentos. El del «Imparcial» de Madrid por su Cuento «Los Flacos de la Soberbia», seleccionado entre 728, y en Avilés el de su semblanza del filósofo, Estanislao Sánchez Calvo,

Llegan después los días en los que, la implantación de la República, se presenta a los ojos de muchos españoles como una esperanzadora solución a los enconados problemas de España, y «Españolito», republicano convencido, admirador de Don Manuel Azaña, tanto por la belleza literaria de su pluma como por sus ideas y, quizás como él, «un soñador sin ventura», como ahora se dice, trabaja denodadamente ocupando varios cargos en el Patronato de Misiones Pedagógicas, sin abandonar su creación literaria,

En 1930, da a la Imprenta la selección de Cuentos y Semblanzas de sus autores, como él dice, con el fin de «recordar a tantos escritores olvidados, aún en su propia provincia», titulada «Cuentistas Asturianos» y, en 1935 experimenta, sin duda, la mayor satisfacción de su vida literaria al ver sucesivamente, en los escaparates, los tres primeros tomos de lo que es sin duda su obra maestra a la que dedicó años de paciente trabajo, el «Indice Bio-bibliográfico de escritores y artistas asturianos», empeño editorial que para ser realidad precisó que su autor se desprendiera de la propiedad de una casa en Sabugo,

La guerra le sorprende en Madrid, antes de iniciar la obligada visita veraniega a Avilés, cuando la contienda termina, como él mismo relatara en su laureado cuento «Los Flacos de la Soberbia» que le sucediera a Pin de la Llosa por culpa de sus amores con Carmelina… «como si lo chupara la guaxa» … Había perdido 45 kg. de peso, era otro hombre.

Vivió primero el desengaño y la amargura de realidades que no encajaban en su talante de hombre bueno, el desorden y la violencia derrumbaron su idealismo, y después soportó la tragedia de aquella lucha encarnizada que atormentó su sensibilidad de artista, ocasionando estragos en su espíritu, muy superiores a los que podían descubrirse a simple vista.

El 4 de Marzo de 1941, fallece en Madrid, no sin dejar completamete acabados, como señalamos, los cuatro tomos del Indice Bio-bibliográfico, la obra de su vida y, también, algunos otros trabajos inéditos entre ellos una extensa biografía de Don Alvaro Florez Estrada. Tenía 50 años y medio menos seis días.

Sus restos fueron trasladados en 1952 al Panteón familiar del Cementerio de la Carriona, donde reposan.